Walter Cancela, embajador uruguayo en Bruselas, cesado en su cargo, por el presidente de la República por sus dichos sobre el TLC entre el Mercosur y la Unión Europea.

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Necrosur

Columna a cargo del periodista y economista argentino Dardo Gasparré
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15 de junio de 2015 a las 10:18

Periodista, economista. Fue director del diario El Cronista de Buenos Aires y del Multimedios América

En su gestación en 1985, el Mercosur era apenas un acuerdo de trueque entre Brasil y Argentina, consecuencia de sus potencialidades y de la proximidad geográfica.

Guardaba reminiscencia ricardianas al promover que cada país se especializara en lo que más eficientemente producía: Argentina agropecuaria, Brasil industrial.

Los empresarios de los dos países no estallaron de alegría por la Declaración de Foz de Iguazú, pero recuerdo el entusiasmo del presidente Alfonsin, que inspirado por la Comunidad Europea soñaba con reproducirla.

Cuando en 1991 se firma el Tratado de Asunción que incorpora a Uruguay y Paraguay la Unión Europea era un éxito que llamaba a la esperanza, y se empezaban a advertir las ventajas de una alianza.

Pero les faltó a todos la cuota de grandeza que lleva al éxito. La fuerza y convicción de Konrad Adenauer o de Angela Merkel. La visión geopolítica de Alemania, capaz de incorporar de un saque a 17 millones de marginales del Este en pos de recrear un país. Brasil es un líder equivalente, pero no tiene el poder real de Alemania en la UE, ni su férrea visión.

Europa plasmó una unión de naciones y culturas. El Mercosur hizo apenas un Frankenstein. Sólo fue una unión aduanera que extendía las fronteras del proteccionismo de cada miembro. Un club de intereses pequeños y sectoriales, no un proyecto ambicioso de grandeza.

Pese a las dificultades que hoy enfrenta, el Euro marca la diferencia abismal entre las dos uniones. Una se proyecta, la otra se encierra. El Mercosur nunca satisfizo las expectativas de sus miembros, al quedar atrapado en las pequeñeces de cada país, sobre todo de Brasil y Argentina, supuestos tractores del crecimiento.

En ese contexto, Argentina no fue un buen socio. Debió empujar a todos a la apertura, pero tomó el camino inverso. En los '90 forzó a Brasil a acompañarla en una política cambiaria artificial, lo que puso a la unión fuera de carrera. Sistemáticamente replanteó acuerdos que obligaron a adaptarse a su proteccionismo ineficiente. Por supuesto, no tiene la exclusividad del proteccionismo y la prebenda, pero sus actitudes ayudaron a la molicie conjunta.

La última década fue peor, por la pérdida de las oportunidades que ofrecían los mercados. Y una digresión: Uruguay cree que la presidente Fernández lo odia y por eso ha tratado de perjudicarlo. Repiensen. No odia a los uruguayos más que a los argentinos. Sus no-políticas han dañado por igual a la Argentina que a Uruguay y al Mercosur.

También han sido convenientemente culpables de esa situación los otros miembros. Brasil que toleró lo intolerable, acaso porque eso servía de excusa a su propio nacionalismo proteccionista. Uruguay, sobrevalorando la importancia para su economía de su socio-hermano y acaso subyugado como un sapo por una boa. Ambos países permitieron la incomprensible expulsión de Paraguay para incorporar a Venezuela, remedo triste de democracia. Esa instancia fue una lápida.

Tardíamente, Brasil y Uruguay parecen comprender que deben abrirse al mundo. Argentina, no. Hay quienes quieren esperar a que su futuro gobierno sea menos irracional que el actual. Sería un error.

Los tiempos no son irrelevantes. Las oportunidades no esperan. Nadie sabe quién sucederá a Fernández ni lo que hará. El establishment argentino es prebendario y odia competir. Eso no lo inventó el kirchnerismo. Las negociaciones con la UE deben acelerarse. Y si eso hace que el Mercosur deba desaparecer, que así sea. Sólo toma un preaviso de 60 días.

Reflexión final. Una vez que no haya Mercosur, ¿está claro que un tratado con Europa o con quien fuere implica reciprocidad? ¿Comprendemos que eso significa eliminar los recargos y prohibiciones que duplican el precio de los autos en nuestros países, o de tantos otros productos? ¿Aceptamos que las estructuras de costos laborales deberán adaptarse a valores globales? ¿ Aguantaremos los reclamos plañideros de nuestras seudo industrias cuando tengan competencia?

Hay más preguntas que se refieren al sindicalismo, los funcionarios, la ideología, la burocracia, las conquistas sociales. La globalización tiene muchas ventajas, pero nos ha quitado la protección de las fronteras. Lo que se llamaba soberanía ahora se llama ineficiencia.

Uruguay tiene imperiosamente que abrirse al mundo, no sólo a la UE. Le conviene. Lo necesita. Y puede hacerlo exitosamente. Pero vender es comprar. Exportar es importar. Cuando ya no esté Argentina obrando como rémora, ¿se animará al desafío? ¿Se animará Brasil al desafío?

El Mercosur ya es un Necrosur. Ahora hay un Mercomundo. Hay que importar bienes, para poder exportar bienes. De lo contrario exportaremos gente.


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