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Venezuela y una busca desesperada de agua

El consumo de agua contaminada por un desabastecimiento generalizado enciende las alarmas por el temor a la propagación de enfermedades
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16 de marzo de 2019 a las 05:02

La crisis en Venezuela se profundizó desde el jueves 7 a las 17.00 horas y llegó a límites insondables con un apagón masivo, el más grande en la historia de la nación, que derivó en muertes de pacientes en hospitales, cuantiosas pérdidas de alimentos por falta de refrigeración, saqueos, quiebre de empresas que pendían de un hilo, entre otras calamidades. 

El país quedó sin electricidad durante seis o siete días consecutivos, con el servicio apenas de forma intermitente. Al cierre de esta edición, muchas zonas continuaban en black out. 

Con la falta de electricidad sobrevino otro problema asociado, aún más grave para los venezolanos: la falta de agua. El sistema de bombeo eléctrico es el que hace llegar el agua a las casas, edificios, comercios, barrios enteros.  

“Esto es horrible, estamos desesperados, la gente está agresiva, con tobos (baldes) en las calles para conseguir agua de donde sea, parecemos zombis, un calvario para todos”, dijo a El Observador Zayda Yépez, una vecina del municipio de Chacao, en Caracas.

Hidrocapital –la empresa que gestiona el agua– anunció el miércoles 6 el inicio de un plan de mejora. La medida llegó un poco tarde: un día antes del desabastecimiento generalizado de agua, del que solo se ha restablecido el 30% del servicio y en pésimas condiciones.   

Los venezolanos están haciendo hasta 12 horas de cola para conseguir agua en algunos manantiales del monte Ávila de Caracas, con sus botellones y baldes en las manos. En grupos  de vecinos organizados en redes sociales para enfrentar este problema, se informa que llenar un botellón de 20 litros de determinado manantial puede tomar unos 20 minutos, aunque sufren largas horas de espera. 

La gente también recurre al río Guaire y a las fuentes de agua de los parques ya que, si bien saben que está contaminada, piensan que al menos sirve para las tareas de limpieza en el hogar, “o quizás para algo más si la hervimos”, dijo Yépez. 

Ante tal dantesca situación, la Sociedad Venezolana de Infectología advirtió que ninguna de esas aguas está apta para el consumo, ni siquiera hervida, y que aun cuando el líquido luzca incoloro, puede estar cargado de bacterias y parásitos, como salmonella, giardiasis, escherichia coli o shigella.   

Las aguas del río Guaire, advierten los expertos, por su solo contacto representa un riesgo, porque los gérmenes pueden ingresar al organismo por cualquier cortadura, herida pequeña o a través de las mucosas.  

Incluso el agua parcialmente reestablecida se muestra de un llamativo color oscuro.

El Instituto de Medicina Tropical de la Universidad Central de Venezuela alertó que las quebradas del monte El Ávila (sentido por los nacionales como “naturaleza pura”) no están exentas de riesgos. Sin soluciones reales, la desesperación de la gente es palpable.

El martes 12, el presidente Nicolás Maduro llamó a la “victoria en la batalla eléctrica”, al tiempo que pidió a la gente “prepararse para más apagones”. En otras palabras: la “solución” al problema es un verdadero fracaso disfrazado con un parche de corto aliento.

Además, el mandatario le ordenó al pueblo prepararse con velas, linternas, un tanque de almacenamiento de agua y una radio con pilas para estar prevenidos ante posibles “nuevos sabotajes” al sistema eléctrico.  

Esta crisis eléctrica alimentó el colapso que ya sufren los otros servicios públicos. De hecho, ninguno funciona bien: los servicios sanitarios y médicos están desbordados y sin recursos; la recolección de basura en las calles es esporádica; es imposible garantizar la seguridad ante los saqueos y la delincuencia desatada; el transporte circula con flota disminuida al no haber repuestos para las unidades que se dañan; el metro de Caracas también se detuvo totalmente en los días cruciales del apagón; las comunicaciones telefónicas y vía internet se cortaron en ese lapso y las escuelas estuvieron cerradas; el acceso a alimentos y medicinas está más comprometido que nunca.

Precariedad sanitaria

La falta de agua, de vacunas y de programas sanitarios está acelerando la reaparición o propagación de enfermedades como la malaria, el zika, el chagas y el dengue. 

Por exposición a aguas contaminadas se puede contraertambién leptospirosis, una enfermedad que produce cefaleas, náuseas, vómitos, diarreas y, en los casos más graves, fallas renales agudas.

Una investigación del portal Armando.info revela que el agua maltratada del estado Anzoátegui (al norte del país) amenaza con desbordar las epidemias por todo el territorio nacional. Allí se detectó un brote letal de la bacteria shigella y el norovirus por una acumulación de problemas, como la escasez de cloro para la potabilización y la mala gestión del sistema.

Por si fuera poco, los epidemiólogos dicen que la crisis sanitaria puede expandirse a países vecinos, debido a la emigración de venezolanos. En el estado brasileño de Roraima se ha detectado un aumento de “casos importados de malaria”, según señalaron las autoridades sanitarias de Brasil.

 La culpa es de la iguana

El problema energético en Venezuela, que desembocó en esta crisis en el suministro de agua, se arrastra desde principios del chavismo, hace 20 años. 

Pero fue a fines de 2009 que se agudizó el déficit en este sector, desencadenado por una prolongada sequía que disminuyó drásticamente el nivel del agua del embalse de la Central Hidroeléctrica Simón Bolívar.  

En esa época, quienes vivíamos allí sentimos que la situación era insólita por tratarse de un país con sendos recursos y pensamos que se trataba de algo pasajero. 

Sin embargo, los días de apagón y falta de agua se prolongaron. El gobierno decretó “emergencia eléctrica” y activó un programa de racionamiento, que consistió en cortes programados de energía por horas o días en forma intermitente, según las zonas. Algunos de esos cortes eran anunciados y otros no. Esto ocurriría hasta que las aguas del embalse se recuperaran por las lluvias. Pero cuando ese momento llegó, los apagones igual continuaron. 

Los voceros del gobierno rechazaron los señalamientos que hicieron algunos expertos sobre falta de mantenimiento en el Sistema Eléctrico Nacional (SEN) y dieron otra explicación, que aún se recuerda:

“Una iguana daño la central eléctrica”. 

Nadie podía explicarse cómo un animalito se había enganchado, trancado, tropezado o comido quién sabe qué para tumbar todo un sistema de alcance nacional. Pero el gobierno se mantuvo firme en el argumento de la iguana que  se hizo famosa. 

Los caricaturistas representaron al inquieto réptil a más no poder; la iguana aparecía muy verde y traviesa enredada en cables, corriendo despavorida, con el personal de Corpoelec (Corporación Eléctrica del Estado) tratando de atraparla y por supuesto, con cara de “yo no fui”. 

Cuando el tema perdió gracia por su gravedad, las autoridades agregaron el argumento de “saboteo de la red eléctrico por parte del imperialismo y la oposición”, con lo que el problema entró en el ámbito político. 

El colapso eléctrico que vive Venezuela actualmente no es algo nuevo, ni siquiera está cerca de serlo, aunque sí puede verse como el corolario de un proceso de responsabilidades diluidas y acusaciones mutuas de larga data.

Lo cierto es que desde hace años los ingenieros y otros expertos vienen diciendo que la infraestructura del sistema eléctrico en Venezuela es muy antigua y que el conjunto de la red devino frágil por no haberse invertido en el sector ni hacer el mínimo mantenimiento. 

Esta vez la oposición liderada por el presidente interino Juan Guaidó afirma que el problema se encuentra en la central hidroeléctrica del embalse de Guri (el cual abastece 70% del consumo eléctrico nacional) y que no hay capacidad de respuesta por “negligencia” y “corrupción”, mientras Maduro afirma que las subestaciones eléctricas “fueron atacadas con el apoyo y la asistencia de EEUU”. 

Como siempre, en medio de esta realidad extrema que se vive en estas horas en Venezuela, la gente de a pie ya ni siquiera pueden decir “que el último apague la luz”. Y menos aún sufrir la tentación de tomar un simple vaso de agua para relajarse. 

 

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