El pingüino que siguió a un profesor a su casa en una playa de Uruguay (y se quedó a vivir con él en Argentina)
El encuentro de Tom Michell con un pingüino en una playa desencadenó una tierna historia y una cadena de eventos que reverberarían durante décadas.
27 de abril 2025 - 20:03hs
Se encontraron en Uruguay, vivieron en Argentina y su historia llegó al mundo. BBC
Innumerables pingüinos mueren por vertidos de petróleo, y las costas de Uruguay no son ajenas a esta penosa situación. Aquí, uno es bañado por un miembro de la ONG SOS Fauna Marina en 2007, en Maldonado, Uruguay. Getty Images
El pingüino de Magallanes o pingüino patagónico nidifica en las islas Malvinas y en las costas e islas de la Patagonia de Argentina y Chile. Migra hacia el norte en el invierno, alcanzando las aguas de Uruguay y el sudeste de Brasil. Getty Images
Tom Michell siguió siendo profesor, pero se especializó en química, y es autor de textos de química académica. Pero una de sus obras atrajo el interés internacional. Getty Images
Los pingüinos no vuelan, pero usan sus alas para nadar, agitándolas para deslizarse con gracia por el agua. Getty Images
La historia que Tom contó de Juan Salvador fue traducida a 24 idiomas y adaptada a un película. BBC
BBC
"Si me hubieran dicho de niño en la década de 1950 que mi vida estaría unida a la de un pingüino, (...) no me habría sorprendido demasiado. Después de todo, mi mamá había tenido 3 caimanes en la casa de Esher hasta que fueron demasiado grandes y peligrosos para ese apacible pueblo".
Había vivido hasta los 16 años en Singapur, y "antes del viaje de vuelta a Inglaterra su mejor amiga, en una despedida llena de ternura y lágrimas, le dio tres huevos como recuerdo. Durante el largo viaje en barco, como era de esperar, las crías nacieron en el camarote".
Lo que le pasó a Tom también fue imprevisto.
Siempre tuvo alma de aventurero. Sus padres nacieron en el extranjero y tenía parientes por todo el mundo, así que desde niño oyó historias sobre lugares remotos.
"Me apasionaba viajar. Quería ir a ver esos lugares. Pero el lugar al que realmente quería ir era América del Sur, porque para mí era una auténtica terra incognita.
"Así que a los 12 años, conseguí un pequeño diccionario de español y empecé a aprender palabras, pensando que cuando se presentara la oportunidad, iría a explorar Sudamérica".
Esa oportunidad llegó a principios de la década de 1970, cuando él tenía poco más de 20 años.
"Por pura casualidad, estaba mirando el diario Times y vi un anuncio que decía que el St. George's College en Argentina necesitaba un profesor.
"Pensé: '¡Perfecto!', y garabateé mi respuesta diciendo que estaba en camino, que no se molestaran en buscar a nadie más.
"Cuando llegué, el país estaba en un estado terrible, la inflación era del 100% mensual. El director de la escuela me dijo: 'No tengo ni idea de cuánto valdrá tu salario, pero mientras estés aquí, te alimentaremos, y si te quedas un año, te pago los vuelos de ida y vuelta'".
Argentina estaba sumida en el caos, con la presidenta Isabel Perón luchando por aferrarse al poder y la economía colapsada.
El 24 de marzo de 1976, los militares dieron un golpe de Estado y tomaron el control del país.
A pesar de la violencia y los disturbios, Tom no se desanimó.
Sintió que estaba presenciando algo importante. Además, tenía ganas de ver el resto de América del Sur.
Decidió ir a Paraguay, deteniéndose en el camino de regreso en el apartamento de un amigo en el balneario Punta del Este de Uruguay.
Y un día, se fue a hacer una larga caminata por la playa.
"De repente me topé con una escena aterradora de pingüinos muertos cubiertos de alquitrán. Cuanto más caminaba, más pingüinos muertos veía.
"Era un espectáculo devastador, y mientras me preguntaba cómo la humanidad podía hacer eso, por el rabillo del ojo vi que uno se movió.
"Me detuve y vi que su cabeza temblaba, sus alas se agitaban ligeramente.
"Entre miles de pingüinos muertos, ese estaba vivo".
Innumerables pingüinos mueren por vertidos de petróleo, y las costas de Uruguay no son ajenas a esta penosa situación. Aquí, uno es bañado por un miembro de la ONG SOS Fauna Marina en 2007, en Maldonado, Uruguay.
"Me acerqué un poco más y, con dificultad, se puso de pie. Retrocedí pues no sabía bien qué hacer: el pingüino me llegaba a la rodilla y me dio algo de miedo".
Tom pensó que si podía atraparlo, quizás podría ayudarlo.
Encontró una red de pesca y se acercó "cual gladiador a un león" y soltó la red sobre su cabeza.
Decidió llevarlo al apartamento, limpiarlo y después liberarlo en una playa libre de petróleo y alquitrán.
Con mucho esfuerzo, y hasta derramando sangre -porque el pingüino lo mordió-, usó mantequilla, aceite de oliva, jabón, champú, detergente, y logró cumplir la primera parte de su plan.
Para su sorpresa, la segunda fue imposible.
Juan Salvador
Con el pingüino limpio en una bolsa, regresó a la playa con la intención de liberarlo en la naturaleza.
"Lo dejé junto al agua, esperando que se fuera nadando rápidamente, pero no lo hizo. Se quedó ahí mirándome.
"No sabía qué hacer. Vi unas rocas a las que llegaban olas, y pensé que si lo dejaba ahí, cuando el agua lo cubriera, se iría nadando.
"Con una ola, desapareció".
Mientras miraba al horizonte pensando que ese era el fin de la historia, "el pingüino salió chapoteando del agua, se paró a mi lado y me miró como diciendo: '¿por qué me estás metiendo de nuevo en ese océano cuando acabamos de conocernos y nos hicimos amigos?'".
Empezó a preocuparse de haber cometido un error. Quizás al lavarlo con detergente había lavado su impemeabilidad natural.
"Pero estaba seguro de que si no lo hubiera limpiado, habría hecho como los otros pingüinos, que trataron de limpiarse con el pico y tragaron grandes cantidades de alquitrán. Eso lo habría matado".
Volvió a intentar ponerlo en las rocas, planeando alejarse más para que no lo encontrara.
Pero al tratar de alejarse, se cayó al agua y cuando salió, empapado, "allí estaba ese pequeño pingüino a mi lado de nuevo".
Luego trató de irse y dejarlo ahí, pero el pingüino lo siguió, como si fuera lo más natural.
No tuvo más remedio que llevárselo al apartamento y ponerlo a salvo en la bañera.
Pero, ¿qué iba a hacer?
El pingüino de Magallanes o pingüino patagónico nidifica en las islas Malvinas y en las costas e islas de la Patagonia de Argentina y Chile. Migra hacia el norte en el invierno, alcanzando las aguas de Uruguay y el sudeste de Brasil.
Por lo pronto, irse a comer algo en un restaurante, con un libro.
"Estaba leyendo 'Juan Salvador Gaviota' para aprender español, y se me vino a la mente que el pingüino tenía un nombre: Juan Salvador.
"En ese momento se convirtió en mi pingüino.
"Lo único que podía hacer por él era llevármelo a Argentina, dejar que se recuperara, y luego volver a llevarlo al mar".
¿Uruguayo o argentino?
Llegó a la frontera con la idea de pasar desapercibido por la aduana, pero justo en el momento menos oportuno "Juan Salvador emitió un fuerte graznido".
"Me llevaron a un cuartico y me dijeron que era ilegal importar ganado exótico. Les dije que no era ganado sino un ave salvaje, y que no era exótico, que era argentino, sólo que era un ave migratoria que nadaba sin importar las fronteras".
El agente de aduanas no estaba muy dispuesto a escuchar "los detalles del habeas corpus para pingüinos", pero finalmente los dejó pasar.
Finalmente, ambos se fueron a la escuela de Buenos Aires, en el que se quedaría a vivir.
"Al llegar no le dije nada a nadie. Mi principal preocupación era que no había comido desde que lo había conocido, y no tenía idea de cuánto tiempo podían sobrevivir los pingüinos sin comer".
Compró un kilo de espadines y se los puso enfrente, pero no les prestó ninguna atención.
"Obviamente los pingüinos están acostumbrados a nadar y atrapar peces, no a comer pescados muertos de una bolsa de plástico del mercado.
"Le abrí el pico y le metí uno, pero inmediatamente lo lanzó volando por el baño. Lo intenté dos o tres veces más hasta que por fin se tragó uno, y de repente se dio cuenta de que lo estaba alimentando, y se engulló casi todo lo que le había traído".
"Al día siguiente fui a buscar a la única persona en la que pensé que podía confiar, que era María, el ama de llaves.
"Para mí ella era como mi abuela argentina, la quería mucho.
"Le dije que necesitaba ayuda, que tenía un pingüino, y ella se horrorizó".
No obstante, lo acompañó al apartamento y "apenas lo vio, sencillamente le robó el corazón".
"Al instante fue a acariciarlo. A él no le gustaba que le tocaran la cabeza pero le fascinaba que lo acariciaran en el pecho y la espalda; batía las alas y te miraba".
Tom Michell siguió siendo profesor, pero se especializó en química, y es autor de textos de química académica. Pero una de sus obras atrajo el interés internacional.
Cuando los pupilos regresaron a la escuela, también se enamoraron de Juan Salvador.
"Al principio pensé que tenía que limitar el número de niños que venían a verlo pero pronto quedó claro que él no tenía ninguna objeción si 30 o 40 lo visitaban.
"Mis colegas, por supuesto, también se enteraron, y a mi jefe le dije que mi intención era llevarlo al zoológico".
Un confidente
El personal y los alumnos, encantados, ayudaban a alimentar y cuidar a Juan Salvador, y Tom se dio cuenta de que algo realmente extraordinario estaba sucediendo.
El lugar en el que vivían había una terraza, donde el pingüino pasaba gran parte de su tiempo, y desde la ventana de su habitación, Tom podía oír lo que ocurría afuera.
"Descubrí que la gente solía hablar con Juan Salvador y descargaban lo que tenían en la mente. Escuché muchas conversaciones de chicos y adultos con él sobre lo que les afligía, tanto en inglés como en español".
Y el pingüino hizo algo más que ser un confidente.
A algunos de los alumnos de Tom, como un boliviano tímido llamado Diego García, les costaba encajar en ese ambiente.
"Los internados son geniales para algunos niños, pero no para todos.
"Diego y algunos de sus amigos visitaban a Juan Salvador prácticamente a diario, pues con él sus carencias académicas o deportivas no importaban".
El St. George's College tenía una piscina que, como carecía de un sistema de filtración, tenía que drenarse y volver a llenarse cada tres semanas.
Tom pensó que el día antes de que se limpiara, Juan Salvador podía nadar en ella.
"Después de que el último de los nadadores salió de la piscina esa noche, le dije a Diego y a sus amigos que lo trajeran.
"Tras mirar el agua un rato, se lanzó empezó a nadar y nadar, de arriba a abajo... fue maravilloso verlo.
"Y entonces Diego preguntó: '¿Puedo nadar con él?'. Le dije que sí. Salió corriendo a cambiarse -nunca lo había visto correr antes-, regresó en traje de baño y se zambulló.
"Se hundió como una piedra, y me alarmé: '¡Voy a tener que rescatarlo!'.
"Me estaba quitando los zapatos cuando emergió y empezó a nadar con suma elegancia.
"Diego y el pingüino sincronizaban sus movimientos como si estuvieran coreografiados. A veces, Juan Salvador se adelantaba y Diego nadaba como si lo persiguiera. Otras, Diego parecía liderar y el pingüino zigzagueaba a su alrededor, formando ochos como si estuviera tejiendo un capullo.
"Me quedé deslumbrado".
Los pingüinos no vuelan, pero usan sus alas para nadar, agitándolas para deslizarse con gracia por el agua.
"A partir de ese día, ese chico caminaba más derecho y miraba a sus compañeros a los ojos.
"Se había ganado el respeto de sus compañeros y, poco después, fue elegido para la gala de natación del colegio, algo inaudito. Ganó todas sus carreras y batió casi todos los récords universitarios de natación. Todos querían ser sus amigos y, con el tiempo, aprobó todos sus exámenes con excelentes calificaciones".
Una historia inolvidable
Todos, incluido Juan Salvador, estaban felices, pero a Tom le preocupaba que la situación no fuera la mejor para el pingüino.
Estaba bien y tenía mucha compañía, "que no lo intimidaba".
"De hecho, cuando alguna persona salía a su terraza, él iba corriendo para sentarse con ella".
Era la mascota del equipo de rugby de la escuela, y corría arriba y abajo de la línea de banda como si quisiera no perderse nada de los partidos.
Y nunca faltaba quien quisiera salir a pasear con él por los campos del colegio.
"Pero pensé que debía llevarlo al zoológico, donde sería debidamente atendido y estaría con otros de su especie".
Sin embargo, cuando fue, se encontró con un recinto de pingüinos un poco triste.
Las aves "daban vueltas sin ánimo, ni siquiera estaban muy interesadas en comer, algo muy distinto al comportamiento de Juan Salvador, que cuando alguien llegaba a casa, se apresuraba a darle la bienvenida como si fuera un viejo amigo".
Los guardianes del zoológico le aseguraron que el régimen que tenían era perfectamente apropiado, pero Tom pensó que "Juan Salvador era más feliz" con él.
Así que se quedó a vivir entre mimos y cariño en el internado hasta que un día, alrededor de un año después, murió.
Los pingüinos viven unos 20 años. No se sabe cuántos tenía Juan Salvador, pero no era joven.
"Se me rompió el corazón. Incluso ahora, 50 años después, me sigue doliendo".
Lo que Tom no podía imaginar era el efecto que Juan Salvador tendría en el resto de su vida.
La historia que Tom contó de Juan Salvador fue traducida a 24 idiomas y adaptada a un película.
Fue la historia que le contó a una chica en su primera cita, y ella se convirtió en su esposa.
También se la contó a sus hijos y a sus nietos antes de dormir.
Luego lo animaron a que escribiera sus relatos sobre Juan Salvador, y los niños a los que se los daba le pedían más y más.
Amigos y parientes le dijeron que la publicara, lo cual hizo en la plataforma de libros electrónicos Kindle.
Y un día, "me quedé atónito al recibir un correo electrónico de la editorial Penguin, diciendo que quería publicar la historia".
The Penguin Lessons (en español "Lo que aprendí de mi pingüino"), fue publicado en 2016.
Un email más, le informó que el actor Bill Nighy quería leer el audiolibro.
"¡Cuando un actor tan famoso como él quiere hacer algo, no le vas a decir que no!".
Más tarde, en medio de la pandemia de covid, le llegó otro mensaje de Penguin.
"Decía que habían recibido un correo electrónico extraordinario. Era de Corea del Sur. Querían incorporar el libro en el Currículo Nacional de Inglés, para jóvenes de 14 a 16 años.
"No puedo imaginar un galardón más grande".
"Pensé que ese era el pináculo de la historia de Juan Salvador. Y luego recibí otro mensaje de Penguin Books diciendo que, durante el confinamiento, el actor Steve Coogan leyó el libro y le pidió al guionista Jeff Pope si la historia podía adaptarse al cine.
"Había que hacer cambios, pues él tenía más de 50 y yo, cuando viví con Juan Salvador, unos 23".
La película "The Penguin Lessons" (en español, "Las lecciones del pingüino") y la historia de Juan Salvador llegó así a las pantallas de todo el mundo.
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