La inteligencia artificial (IA) avanza como un proceso inevitable, pero la impaciencia de los analistas impide comprenderlo en su verdadera dimensión. La urgencia por evaluar su impacto con conclusiones inmediatas genera críticas apresuradas que reflejan una falta de comprensión sobre su naturaleza. Como si al poner agua en la hornalla y no verla hervir en veinte segundos se declarara su imposibilidad de alcanzar el punto de ebullición. Este tipo de observaciones inmediatistas ignora que el cambio tecnológico no se da de manera homogénea y simultánea. Un grupo de personas, particularmente aquellas con mayor talento o mejores condiciones iniciales, ya experimenta beneficios. En contraste, otros aún no perciben mejoras y se interpreta como una falla, cuando en realidad es una fase predecible de cualquier transformación.
El filósofo Alfred North Whitehead sostenía que dividir los procesos en segmentos aislados es una construcción artificial. La IA se despliega como una ola que no impacta a todos en el mismo instante, pero cuya dirección es clara. Primero se potencian quienes ya poseen ventajas comparativas y, con el tiempo, la disrupción se extiende hacia capas más amplias de la sociedad. El fenómeno no se detiene en la fotografía actual, donde algunos parecen ganar mientras otros aún no encuentran un beneficio evidente. Lo que se observa en este momento es solo un instante dentro de un desarrollo continuo, una fase dentro de una secuencia ininterrumpida.
La falta de paciencia de los analistas responde a una necesidad imperiosa de publicar contenido con rapidez. No hay tiempo para esperar, no hay interés en observar tendencias con la perspectiva adecuada. Se producen artículos que critican la supuesta falta de impacto inmediato o la desigualdad en los beneficios, sin advertir que están comentando un proceso en curso. Se construyen narrativas que describen lo visible en un instante, sin proyectar lo que ocurrirá después. Como si alguien viera los primeros minutos de un amanecer y concluyera que el sol nunca saldrá porque el cielo sigue oscuro.
El verdadero cambio que introduce la IA no radica en un conjunto de herramientas nuevas, sino en la eliminación progresiva de la necesidad del trabajo humano. Este desenlace se encuentra más allá de los ciclos de adopción temprana o de los beneficios iniciales que algunos grupos disfrutan antes que otros. La transformación no se mide en un trimestre ni en un ciclo económico. Su lógica es la de un proceso inevitable que desplaza tareas y funciones humanas de manera progresiva, avanzando con una dirección definida aunque con tiempos diferentes según cada sector y cada individuo.
Los análisis apresurados reflejan una incomprensión profunda sobre la naturaleza de los cambios tecnológicos. Lo que ocurre es que se observa un fenómeno a mitad de camino, con el apremio de sacar conclusiones inmediatas. La evolución de la inteligencia artificial no se evalúa con la impaciencia de quienes buscan pronunciarse antes que el proceso se complete. La historia de la tecnología no sigue la ansiedad de los analistas, sigue su propia inercia, su propio ritmo y su propia lógica.
Las cosas como son
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