La batalla de Ayacucho, librada el 9 de diciembre de 1824 en las pampas de Quinua, al sur del Perú, marcó el desenlace definitivo de las guerras de independencia en América del Sur. Aquel día, las tropas patriotas comandadas por el mariscal Antonio José de Sucre derrotaron al último ejército realista, asegurando la emancipación del continente. En este enfrentamiento participaron aproximadamente 6.000 patriotas, provenientes de distintas regiones de Sudamérica, frente a 9.300 soldados realistas, bajo las órdenes del virrey José de La Serna e Hinojosa.
El campo de batalla, ubicado a 3.400 metros sobre el nivel del mar y rodeado por la imponente cordillera andina, se convirtió en el escenario de una lucha que definiría el destino político de toda la región. El nombre "Ayacucho", que en quechua significa "rincón de los muertos", parece un sombrío presagio para el saldo de bajas de aquel día: 1.400 realistas y 309 patriotas muertos. Más allá de la sangre derramada, la jornada representó la culminación de un proceso de liberación iniciado catorce años antes.
La campaña previa: incertidumbre y estrategia
En los meses previos a la batalla, la situación era incierta para los patriotas. Las tropas realistas aún controlaban Lima y el puerto del Callao, mientras su dominio en las alturas andinas les daba una ventaja estratégica. A pesar de haber sufrido derrotas en campañas anteriores, los realistas mantenían un control significativo en el Alto Perú y el interior peruano. Sin embargo, la rebelión de Pedro Antonio Olañeta en el Alto Perú contra el virrey La Serna debilitó las fuerzas monárquicas, favoreciendo a los independentistas.
En noviembre de 1824, tras la victoria patriota en la batalla de Junín, Sucre logró consolidar sus fuerzas y dirigirse hacia Ayacucho, donde esperaba enfrentar al grueso del ejército realista. Mientras tanto, La Serna, confiado en su superioridad numérica, buscaba un enfrentamiento directo para liquidar la resistencia independentista. Según registros de la época, incluso llegó a preparar armas para los indígenas locales, con el objetivo de evitar que los patriotas pudieran escapar.
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El mariscal Antonio José de Sucre
Uno de los aspectos más destacados de la batalla de Ayacucho fue la diversidad de los ejércitos patriotas. El Ejército Libertador, comandado por Antonio José de Sucre, estaba integrado por 5.780 soldados provenientes de diferentes regiones de América del Sur. De ellos, la mayoría eran colombianos, venezolanos y ecuatorianos; le seguían 1.200 peruanos y contingentes más pequeños de argentinos, chilenos y otras regiones. Estas tropas reflejaban la dimensión continental de la lucha por la independencia y el esfuerzo colectivo para derrocar al último bastión del dominio colonial español en la región.
Por el lado realista, el ejército, aunque numéricamente superior con cerca de 9.300 efectivos, enfrentaba serios problemas de moral, logística y cohesión. Muchas de sus tropas eran reclutas peruanos forzados a alistarse y, en su mayoría, carecían de la motivación que impulsaba a los patriotas. A pesar de ello, contaban con una organización disciplinada, liderada por 14 generales españoles bajo las órdenes del virrey José de La Serna. Esta superioridad numérica y organizativa llevó a La Serna a subestimar la capacidad táctica de Sucre.
El amanecer de la batalla
El día de la batalla comenzó con un gesto de caballerosidad militar. Según relatos, el general español Juan Antonio Monet se adelantó a las líneas patriotas y propuso un encuentro entre los oficiales de ambos bandos para despedirse antes del enfrentamiento. Estos breves momentos de fraternidad contrastaban con la brutalidad que seguiría en las horas posteriores.
A las diez de la mañana, las tropas realistas iniciaron la ofensiva. El plan del virrey La Serna consistía en flanquear a los patriotas mientras lanzaba un ataque frontal desde las alturas del cerro Condorcunca. Sin embargo, Sucre, que había anticipado estas maniobras, reorganizó rápidamente sus líneas.
La geografía de la Pampa de Quinua, situada en las alturas andinas del sur del Perú, jugó un papel determinante en el desarrollo de la batalla. El terreno era accidentado, con cerros que ofrecían ventajas defensivas y una vasta llanura donde los movimientos de la caballería podían ser decisivos. Los realistas ocupaban las posiciones más altas, confiados en su ventaja estratégica. Sin embargo, Sucre, con su experiencia militar y conocimiento del terreno, logró convertir las aparentes desventajas en fortalezas.
El plan de Sucre consistió en mantener una defensa firme en los primeros enfrentamientos y esperar el momento adecuado para lanzar un contraataque devastador. La carga final de la caballería patriota, liderada por los Húsares de Junín y los Granaderos de los Andes, rompió las líneas enemigas y desató el caos entre las filas realistas. Este momento, recordado como la última gran acción de los Granaderos de San Martín, fue clave para inclinar la balanza en favor de los independentistas.
Según el relato de Sucre, el campo de batalla quedó cubierto de los restos de la artillería y las filas dispersas del enemigo. La batalla, que duró poco más de tres horas, dejó en claro que la superioridad numérica no era suficiente frente a una estrategia audaz y bien ejecutada. Los historiadores coinciden en que la habilidad de Sucre para aprovechar los errores tácticos de La Serna fue fundamental para la victoria.
La última carga de los Granaderos
Un episodio especialmente memorable de la batalla fue la última carga de los Granaderos de los Andes, liderada por el coronel argentino Isidoro Suárez. Este contingente, que representaba los restos del Ejército de los Andes fundado por José de San Martín, atacó con tal determinación que logró romper las líneas enemigas en el momento crucial del combate.
La intervención de los Granaderos, junto con los Húsares de Junín, permitió que las fuerzas patriotas ganaran terreno en el centro del campo de batalla. Esta acción, llevada a cabo bajo una lluvia de metralla y fuego cruzado, simbolizó la unión de las fuerzas sudamericanas en la lucha por la libertad. Según relatos de la época, los soldados realistas quedaron atrapados en un zanjón al intentar reorganizarse, lo que incrementó su confusión y facilitó su derrota.
A medida que los realistas comenzaban a retroceder, los líderes patriotas aprovecharon el momento para avanzar con un ataque coordinado en todos los frentes. La división de Córdova, reforzada por los Granaderos y la Legión Peruana, empujó a las tropas realistas hacia el cerro Condorcunca, sellando el desenlace de la contienda.
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El coronel Isidoro Suárez comandó la última carga de los granaderos de San Martín en la lucha por la independencia de América
La capitulación
A la una de la tarde, con la mayoría de sus tropas derrotadas y el virrey La Serna prisionero, los realistas se vieron obligados a negociar la rendición. El encargado de firmar la Capitulación de Ayacucho fue el general José de Canterac, quien asumió el mando tras la captura del virrey. Este documento, compuesto por 18 artículos, selló de manera definitiva el fin del dominio español en Sudamérica.
Entre las cláusulas más importantes de la capitulación se encontraba la rendición de todas las tropas realistas que aún operaban en el Perú, así como la cesión de armamento y territorios bajo su control. Además, se garantizó la vida y la integridad de los oficiales españoles que decidieran permanecer en la región, mientras que aquellos que optaran por regresar a España recibirían apoyo para su repatriación.
Este acto no solo marcó un hito en la historia de las guerras de independencia, sino que también simbolizó un cambio de época: el fin de una era de dominación colonial y el inicio de un proceso de consolidación de las naciones independientes en Sudamérica.
Aunque la batalla de Ayacucho es considerada el punto final de las guerras de independencia, su impacto no fue inmediato en todas las regiones. Algunos bastiones realistas, como la fortaleza del Callao, resistieron durante más de un año antes de rendirse en enero de 1826. En otros lugares, como en el Alto Perú (hoy Bolivia), el control patriota se consolidó tras la campaña dirigida por Sucre en 1825.
En total, la batalla y la capitulación resultaron en la rendición de más de 16 generales realistas, 68 coroneles y 2.000 soldados, marcando el desmantelamiento del último ejército colonial en América del Sur. Los términos de la capitulación también establecieron un precedente de respeto hacia los soldados y oficiales enemigos, lo que contribuyó a pacificar la región tras años de conflicto.
El final del poder colonial español
Con la rendición del ejército realista en Ayacucho, el proceso de independencia en América del Sur entró en su etapa final. Sin embargo, algunos focos de resistencia aún persistieron. La fortaleza del Real Felipe del Callao, en las afueras de Lima, resistió hasta enero de 1826, cuando finalmente capituló tras un asedio de más de dos años. En otros territorios, como la isla de Chiloé en Chile y algunas regiones del Alto Perú, la lucha continuó hasta 1826, con la rendición de los últimos contingentes realistas.
En España, la derrota en Ayacucho fue percibida como el colapso definitivo del imperio colonial en América. El gobierno español abandonó oficialmente sus planes de reconquista tras la muerte del rey Fernando VII en 1833 y la subsiguiente inestabilidad política. Aunque el reconocimiento formal de las nuevas repúblicas llegó en décadas posteriores —el caso del Perú se oficializó en 1879—, Ayacucho simbolizó el cierre de un capítulo de más de tres siglos de colonización.