9 de octubre 2024 - 17:23hs

A los que están enojados, frustrados o tristes por el nuevo rechazo del veto presidencial a la Ley de Financiamiento Educativo, les digo algo muy simple: así funciona la democracia. Estas son sus reglas. Tenemos un gobierno que, guste o no, ganó las elecciones y gobierna con una minoría intensa. Digo intensa porque La Libertad Avanza, a pesar de su minoría tanto en Diputados como en Senadores, ha logrado mantener dos vetos presidenciales: uno sobre la fórmula jubilatoria y ahora este, sobre el financiamiento universitario.

Lo que hay que hacer es bajar los niveles de dramatismo. Ni los que ratificaron el veto tienen que festejar como si hubieran ganado la final del Mundial, ni los que se sienten derrotados tienen que tomar esto como si hubiera fallecido un pariente cercano. Estas son las reglas del juego democrático, y hay que respetarlas.

Lo que ocurrió es muy importante desde el punto de vista político. Cada vez que se logre una mayoría para revertir un veto presidencial, se reaviva el fantasma del juicio político. Este fantasma flota sobre el escenario desde que se empezaron a contar los votos de Diputados y Senadores. Y no podemos ignorarlo, porque las discusiones sobre la estabilidad del presidente y su capacidad para gobernar no son nuevas en nuestro país.

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Ahora bien, ¿cuál fue el resultado concreto de esta votación? 84 votos contra 160, algo que ya habíamos anticipado. Fue un resultado ajustado, pero dentro de lo previsible. Y aquí es donde viene mi recomendación —aunque no soy quién para darlas— para aquellos en el gobierno o en el PRO que creen que, con este resultado, ya tienen ganadas las elecciones del próximo año: se están apresurando demasiado. No es momento de hacer asados para celebrar, porque, sinceramente, no hay nada que celebrar.

Aprender a escuchar y respetar las instituciones

Una sugerencia, de nuevo, aunque no soy quién para darlas. Los que han sido derrotados, tanto en las urnas el año pasado como políticamente ahora, deberían aprender a escuchar. Aprender a respetar el sistema democrático. No son los dueños de la verdad. Pueden tener buenas ideas o malas, pero eso no los hace moralmente superiores ni más progresistas de lo que dicen ser. Tampoco les da el derecho a llevarse por delante las instituciones. Y mucho menos, a descalificar al otro como si se lo pudieran "comer crudo", como suelen hacer algunos.

Si aprenden de estas derrotas, si escuchan más y se dejan de lado los gritos y las descalificaciones, entonces pueden ser mejores. Porque, al final del día, eso es lo que necesitamos: políticos que entiendan que la democracia no es el fin de las discusiones, sino el principio del aprendizaje.

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