28 de octubre 2024 - 17:42hs

Un interés común entre los analistas políticos es tratar de entender por qué una sociedad aprueba la gestión de un Presidente, buscando identificar las razones por las cuales la ciudadanía le levanta el pulgar (o le baja) a un gobierno. Es así como surgieron diversas teorías que buscan interpelar el fenómeno como la teoría de la luna de miel, de los premios y castigos económicos y la interpretación partidaria o ideológica, entre otras.

Si nos centramos en nuestro país, desde que asumió Javier Milei se busca comprender el fenómeno libertario y analizar las razones que explican cómo, en un contexto de recesión económica, el presidente mantiene altos índices de apoyo. Lo primero que es necesario destacar es que el gobierno nacional logró sostener durante nueve meses un nivel de aprobación alto y estable, sin cambios significativos. Este fenómeno no solo es un gran logro de su gobierno sino también prácticamente inédito.

Ahora bien, mucho se ha escrito y analizado respecto a por qué mantiene altos niveles de apoyo popular. Se ha mencionado el mensaje “anti casta”, el mandato de la lucha contra la inflación como elemento de legitimidad de ejercicio, la ausencia de una oposición consolidada y unificada y un clima de época caracterizado por el enojo y la bronca social, entre otros.

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Pero poco o nada se ha escrito sobre dos aspectos que algunos académicos destacan, analizando otros países, como variables condicionantes de la aprobación presidencial.

En primer lugar, los gobiernos que tienen un estilo de comunicación sentimental, personalizado, carismático y emotivo tienden a tener niveles de apoyo más elevados y constantes a lo largo del tiempo que aquellas administraciones que no poseen este tipo de relacionamiento con la sociedad. Y, a su vez, pueden sortear mejor cualquier tipo de crisis que se les presente. Por lo tanto, cuando el presidente logra desarrollar un vínculo emocional con los ciudadanos, la sociedad tiende a castigar en menor medida al gobernante cuando la economía no camina por senderos virtuosos y recompensarlo especialmente cuando anda bien. De esta manera, se entiende la continua búsqueda de espontaneidad por parte de Milei, de vincularse con el ciudadano medio de una manera cercana y llana y de un mensaje cargado de emotividad. En este contexto se enmarcan algunas acciones del presidente cuando, por ejemplo, sale de Casa Rosada para saludar a alumnos.

En segundo lugar, otros estudios académicos demuestran que cuando la sociedad entiende y acepta que estamos en presencia de un cambio de paradigma, de un cambio estructural para el país y de un momento “refundacional” de una Nación, el gobierno tiende a tener mayores niveles de aceptación. Se podría decir que en momentos de cambio económico o político, el condicionante de la economía se desactiva: los ciudadanos pueden apoyar al ejecutivo aún en un contexto de tensión económica dado que los gobernantes convencen a los ciudadanos de que después de la crisis vendrá la prosperidad. Es así como el Presidente insiste en el concepto de poner fin a la decadencia argentina para sembrar las semillas de un Argentina potencia en unos años futuros. Milei lo puso en práctica, por ejemplo, cuando realizó la presentación del presupuesto ante el Congreso, comenzando su discurso de la siguiente manera: “Hoy estamos aquí para presentar un proyecto de Presupuesto Nacional que va a cambiar para siempre la historia de nuestro país, de manera que podamos volver a ser la Argentina grande que alguna vez fuimos”.

Estos dos elementos complementan los análisis políticos que habitualmente se hacen respecto a por qué los argentinos aprueban la gestión de Milei y, básicamente, intentan dar luz a una pregunta que escuché recientemente en un focus group: “¿Cómo puede ser que la gente siga apoyando a Milei con los problemas económicos que hay?”.

Hasta cuándo pueden estas explicaciones sostener el nivel de aprobación de un presidente no lo sabemos, pero claramente ayudan a mantener los índices positivos del gobierno nacional en las encuestas en un contexto económico donde el “rebote” está en discusión.

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