1 de noviembre 2024
1 de noviembre 2024 - 11:34hs

Cuenta una anécdota que Thomas Alva Edison, uno de los inventores más importantes de la historia, fue tildado de “loco” por su maestra de la escuela primaria. Tanto es así que se le exigió a sus padres que lo cambiaran de colegio. Afortunadamente para todos nosotros (y para el progreso tecnológico), la madre de Edison escondió esta información y él sólo se enteraría de ella décadas después. Edison no sería ni el primero ni el último de los grandes innovadores en ser tildado de loco. ¿Cuál es entonces la relación entre innovación y “locura”? ¿Dónde está el límite?

En espacios y situaciones de liderazgo es habitual encontrarse frente a este dilema. Imaginemos el momento en el que la persona más novata de una organización encuentra una forma más eficiente de hacer una parte del trabajo y la propone a sus colegas y superiores. Siendo honestos, sabemos que es muy probable que haya varios que intenten acallar esa voz “desviada” de lo habitual. ¿Qué debe hacer quien lidera esa organización?

La respuesta que nos da la teoría del liderazgo adaptativo es que debe “controlar la temperatura” y crear el ambiente de contención (“holding environment” dirán los especialistas) para esa dinámica. Ese ambiente debe ser a la vez seguro y desafiante, un espacio en el que incluso frente al conflicto, los lazos de autoridad y de confianza entre sus miembros permitan que el barco se mantenga a flote.

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Empujar cambios profundos y soluciones a los desafíos adaptativos, en cualquier empresa u proyecto, requiere de esas voces que cuestionen el status quo. Algunas normas deben cambiar y, por ello, quienes lideran, deben ofrecer cierta protección a esos “problemáticos” que traen ideas locas. Dicen Ronald Heifetz y Marty Linsky en su libro Liderazgo sin límites, que esas propuestas pueden estar erradas el 80% de las veces, pero el 20% restante traen, quizás, las ideas ingeniosas que estabas necesitando.

En esta línea, es fundamental entender que, en el contexto actual, innovación es muchísimo más que incorporar la última tecnología. En octubre la famosa revista The Economist publicó el índice de innovación global de la WIPO, la Organización Mundial de Propiedad Intelectual, donde establece un ranking de todos los países del mundo de acuerdo a qué tan innovadores son. Algunos de sus indicadores pueden sonar más obvios, como la cantidad de publicaciones científicas o la inversión en investigación y desarrollo. Sin embargo, quiero llamar la atención sobre otro que me pareció muy particular: cantidad de colaboraciones por país en GitHub, la plataforma colaborativa de desarrollo de software. Innovar, parecería decirnos el índice, también es animarse a participar e involucrarse en generar ideas y soluciones con otros.

Hay incomodidad en el progreso y en el ejercicio del liderazgo. Algunas incomodidades pueden ser banales, pero nos empujan a buscar cómo resolverlas, y así nació Facebook porque en la Universidad de Harvard era difícil conectar con otros estudiantes. Otras incomodidades nos parecen locuras al principio, pero nos llevan a maximizar esfuerzos para superarlas, y así el hombre llegó a la Luna. No por nada John F. Kennedy, presidente de los Estados Unidos, justificó los esfuerzos del gobierno norteamericano en la carrera espacial con la frase “no lo hacemos porque es fácil, sino porque es difícil, porque esa meta servirá para organizar y medir lo mejor de nuestras energías y habilidades”. Una persona ejercitando el liderazgo.

Por todo ello, es nuestra tarea como líderes no sólo aceptar la incomodidad, sino promoverla hasta el punto de ebullición. Sólo en esa cornisa entre lo establecido y lo nuevo podemos transformar el ADN de las realidades, organizaciones y proyectos de los que formamos parte.

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