César González reconoce en su infancia en la villa Carlos Gardel, uno de los asentamientos más picantes de Buenos Aires, algunas escenas domésticas que salen del promedio de la cotidianeidad de un barrio como ese. Ver películas aprovechando el cable del que se colgaron y después debatirlas con su madre; leer los diarios, las enciclopedias y los textos bíblicos que le da su abuela, descubrir música, otras formas de ver el mundo.
Después está todo lo otro. Lo que un poco se imagina por prejuicio pero también porque es la realidad de esos barrios. La exposición permanente a la violencia, a la droga, a la delincuencia. El aprender desde chiquito a odiar a la policía, a los que rompen los códigos. A los que tienen todo lo que ellos no.
Más allá de las excepciones de su crianza dadas por una abuela y una madre que así como pasó por la cárcel o vendió cocaína también intentó alejar a sus hijos de ese universo, César González, que hoy es una figura del universo cultural argentino como cineasta, poeta y escritor, fue también un pibe chorro. Uno que casi no la cuenta.
Pero lo hizo. Aún con seis balazos recibidos antes de cumplir 17 años, y tras distintos encierros en reformatorios y en prisión, se reencontró adentro de la cárcel con las letras y decidió que su vida iría por otros rumbos. A la vida anterior, que igual sigue siendo la suya, decidió contarla en un libro que se llama El niño resentido, y que después de causar un pequeño fenómeno en Argentina tras su publicación en 2023 llegó ahora a Uruguay.
Vivir para contarlo
Es un libro breve, escrito con frases cortas, contundentes. Un libro testimonial que se mueve con la velocidad desenfrenada de la vida del chorro, y que lejos está de ser una apología de la vida marginal. Es más bien todo lo contrario. Un recordatorio de que a minutos de nuestra casa hay un mundo que se rige por otras normas y que no hay forma de que no exista. Y que es casi un pequeño milagro que este libro exista.
“Es un ambiente que conspira contra la escritura y toda forma de interioridad. Acá adentro es difícil encontrar el silencio adecuado para una mínima concentración. Es imposible abstraerse del ruido histérico que sucede alrededor”, escribe González al principio de este repaso de la primera etapa de su vida. “A metros de la puerta de mi casa han caído pibes baleados y apuñalados, chocan autos y patrulleros luego de severas persecuciones. La sangre, el caos, la violencia policial y el aura de jóvenes destruidos respiran en mis ventanas mientras escribo esto”.
Por lo general, la vida en estos contextos no la cuentan los que la viven. La van a buscar los documentalistas, los académicos, los periodistas. La mirada de afuera del que tiene un título universitario, que completa todas las comidas y vive más o menos cómodo. Acá la cuenta en primera persona un protagonista que sabe que ni su experiencia es universal pero que es necesario que sea contada.
En una entrevista con el diario español El País, González explica: “Cuando debato y discuto con los vecinos de barrios populares a veces surge un ‘vos reivindicás a los pibes chorros’, parece que hago cierta apología, y me piden que me fije en el albañil, en el obrero, en el cartonero. Siempre lo he hecho. Pero nosotros somos la oveja negra de la clase obrera descuartizada a partir de los ochenta, el famoso lumpenproletariado. ¿Por qué me fijo fundamentalmente en esos pibes que generan las críticas de mis vecinos? Porque sigo vivo gracias a que alguien se fijó en mí y creyó que era algo más que un esperpento en una celda, condenado a morir ahí. O a salir y volver a entrar, a salir y que me den un balazo que sea el último”.
"Robar por revancha contra la sociedad"
El libro del autor argentino cae en un momento bastante significativo. La experiencia de los niños y los adolescentes en barrios marginales fue contada de forma magistral, por ejemplo, en la cuarta temporada de la serie The Wire, donde cuatro amigos de la ciudad estadounidense de Baltimore se debaten entre seguir estudiando en un sistema educativo que no resulta particularmente tentador, o dedicarse al narcotráfico para tener plata rápido y “ser alguien”.
Más acá en tiempo y espacio, hace algunos días una nota publicada en El Observador abrió los ojos sobre la realidad de los niños en barrios de Montevideo como Cerro Norte, Marconi o Nuevo París. Uno de los pasajes más desgarradores del informe ilustraba escenas de niños que juegan en el recreo de la escuela a tener una boca de droga, o que aspiran a tener un arma propia. Un horror, por supuesto, pero ¿cómo no va a pasar si esos son sus ejemplos, sus referencias?
Algo parecido plantea González en El niño resentido. En el barrio Carlos Gardel de Buenos Aires, los chorros “eran leyendas vivientes. Queríamos ser como ellos, andar en supermotos, con las últimas zapatillas, derrochar gloria entre el barro. Esconder lo mejor que se pudiera nuestra horrenda miseria”.
Robar para tener. Ropa, championes, comida para la familia, drogas. Drogarse para bloquear el miedo, el hambre. Para sentirse más fuerte. Ser reconocido. Odiar a todos, a los seres queridos y hasta a tu propia vida. Desear que te maten porque tu vida no tiene otro propósito y para convertirte en leyenda en esas calles que te vieron crecer.
“En ese entonces mi razonamiento era bien simple: ¿Por qué algunos tuvieron de todo y yo no tuve nada? ¿Quién explicaba las razones de esa desigualdad tan obscena? No me sentía parte del mundo y estaba dispuesto a morir, pero antes, aunque sea irrisoriamente, tendría algo que maquillara mi pobreza. El precio de esa ficción de sentirnos reyes era el de morir muy joven y yo podía pagarlo”, cuenta el escritor.
Robar por primera vez a los siete años, a los 16 ya haber vivido todo. Caer detenido, volver al barrio y ese mismo día, volver a salir. La sensación adictiva del poder, de la violencia, de tener plata en el bolsillo y poder consumir (en sus dos acepciones). Lejos de un espíritu Robin Hood, salir a robar para tener una pequeña victoria contra el sistema. “Robar por revancha contra la sociedad que te dejó de lado y no te dio nada”.
En todo caso, si para algo puede servir este libro es para exponerse a la realidad y para entender alguna de las raíces de la violencia social que tenemos siempre cerca, en particular, la de vivir en un sistema en el que el que tiene, es. Y el que no, no.
“En solo un mes había demostrado mi coraje con creces. Sumaba cada día más ropa nueva, llevaba puestos los mejores relojes y cadenas, anteojos y adornos (…) Estaba experimentando la sensación de tener cosas materiales a mi gusto y placer, al fin aplastando esa tristeza de ser pobre que tanto había erosionado mi alma desde pequeño. Al fin era un poco feliz”. “En solo un mes había demostrado mi coraje con creces. Sumaba cada día más ropa nueva, llevaba puestos los mejores relojes y cadenas, anteojos y adornos (…) Estaba experimentando la sensación de tener cosas materiales a mi gusto y placer, al fin aplastando esa tristeza de ser pobre que tanto había erosionado mi alma desde pequeño. Al fin era un poco feliz”.