A las 20.25 del 2 de noviembre de 2020, la vida de Caroline Peyronnet terminó con el sonido de una llamada entrante a su celular. Atender a su madre fue el final de una vida normal, banal. Fue el comienzo de la vida de Caroline Darian, el nombre que adoptó cuando supo que su padre, Dominique Pélicot, era un abusador.
En setiembre de 2024, el nombre de la francesa Gisèle Pélicot empezó a hacerse conocido en el mundo. Una mujer común, de 72 años, se convirtió en un símbolo en su país y adquirió proyección internacional a medida que se desarrollaron las jornadas del juicio contra su exesposo, Dominique, que durante décadas abusó de ella, la drogó y la ofreció a través de internet para que decenas de hombres la violaran mientras él filmaba y registraba esos episodios.
El caso Pélicot, como se le conoció, develó con el inicio de su juicio estos horrores a nivel mundial, pero en Francia el tema ya había quedado sobre el tapete desde que se descubrieron los abusos a fines de 2020.
En setiembre de ese año, Dominique Pélicot fue al supermercado y filmó a tres mujeres por debajo de sus polleras. Las tres presentaron la denuncia, y el peritaje policial del teléfono del hombre empezó a desenredar una madeja de abusos y perversiones con su esposa como víctima. Con el paso de los meses, se develó en la investigación que Pélicot también había drogado y fotografiado a su propia hija y sacado fotos desnudas a sus dos nueras en secreto, con cámaras ocultas.
El caso llegó a los juzgados casi cuatro años después y sus ramificaciones todavía continúan, más allá de que Pelicot fue condenado a 20 años de prisión, y decenas de hombres que participaron en los abusos están presos. Darian denunció el pasado miércoles 5 de marzo a su padre ante la justicia por "administración de sustancias psicoactivas" y "abusos sexuales".
El juicio convirtió a Gisèle Pelicot en un ícono de la lucha feminista en Francia y en uno de los símbolos de los cambios culturales que el país europeo ha atravesado en los últimos años, en lo que podría considerarse su propia versión del fenómeno #MeToo que se dio en Estados Unidos.
Por su parte, Darian inició una asociación para concientizar y buscar más y mejor apoyo para las víctimas de la sumisión química. Como parte de ese proceso de convertirse en una activista por esta causa está el libro que publicó en 2022 y que ahora llegó a Uruguay, llamado Y dejé de llamarte papá.
Planteado como un diario que va desde noviembre de 2020 hasta un año después, el libro es sencillo en sus formas y en su estilo narrativo, pero ese estilo directo es lo que también lo hace tan potente, además de que el caso y sus horrores son tan impactantes que no se necesita más que esta narración tan cercana.
Más allá de lo que se pueda haber leído o visto en los medios, meterse en los detalles de este caso que revuelve el estómago con la perspectiva de una de sus afectadas, que además es hija de la víctima principal y del perpetrador de los crímenes, es todavía más devastador.
“Me aportaste un terror nuevo, el terror a dormir sola. Me robaste el sueño sin miedo. Tenía paz, tú la destruiste”, le escribe Darian a su padre en un momento de la narración, mientras la certeza de sus acciones se empieza a hacer más firme, aunque la duda permanece.
Es la duda uno de los ejes de este libro. La intersección entre una vida edificada sobre una serie de mentiras, sobre la fachada de una vida familiar normal que escondía un continuo esquema de agresiones sexuales y la verdad de los abusos que se sucedieron durante años, cometidos por una persona tan íntima y cercana como puede ser un padre.
Confrontar esas mentiras y esa verdad es el proceso que se acompaña al leer este libro. El desgarro continuo de empezar mirar al pasado y descubrir que las pistas y la evidencia estuvieron siempre ahí. Que las veces que mamá estaba mareada, despistada, olvidadiza, cansada, nublada, no era la vejez, el estrés o un problema de salud, era la resaca de las pastillas que papá le ponía en el café.
Confrontar también una historia familiar bastante cargada y dominada por la figura de un padre psicópata, controlador y manipulador, que además de estos ataques sexuales suma un historial de engaños monetarios, deudas y cuentas que condicionaron la vida de los Pélicot durante décadas.
Y también pararse ante las buenas memorias que han quedado. Los recuerdos felices que están manchados para siempre pero que siguen ahí. La vergüenza, la traición. La vida que se rompió, toda y permanente.
“Los violadores no siempre se parecen a los peligrosos psicópatas de las series de televisión. A menudo tienen el aspecto del buen patriarca al que, gustosamente, se lo invita a cenar” cuenta Darian (que tomó los nombres de sus hermanos, David y Florian, para su seudónimo), en un libro que es una advertencia, pero también es una liberación y un camino para procesar el mayor dolor de su vida, y de esas cenizas, intentar edificar algo nuevo.