contarle que el universo era más
ancho que sus caderas.
Le dibujaba un mundo real
no uno color de rosa
pero ella prefería escuchar
mentiras piadosas.
20250329 Joaquín Sabina en el Estadio Centenario por su gira Hola y adiós
Foto: María Noel Robaina
Más adelante en el show (que empezó con Un último vals, Lágrimas de mármol y Lo niego todo), la desfachatez vuelve durante el hit Y sin embargo. A lo largo de la Olímpica, las personas le confiesan a su pareja que la quieren mucho, pero que sueñan, y duermen, con otra gente. En la tribuna estrellada por las cámaras de los celulares, suena:
Y me envenenan los besos que voy dando
y sin embargo, cuando duermo sin ti
contigo sueño
y con todas, si duermes a mi lado.
Y si te vas, me voy por los tejados
como un gato sin dueño
perdido en el pañuelo de amargura
que empaña sin mancharla, tu hermosura.
El desempeño del público en esta canción conmueve al propio cantante. "Qué maravilla de coro, qué emocionante. Muchas gracias". Y aunque Sabina siempre es cálido con sus fans, esta noche, del sábado 29 de marzo de 2025, no es una más en el historial del español en Montevideo.
Sabina está en su gira despedida (por lo menos de los grandes escenarios) llamada Hola y adiós. Si bien es razonable sospechar, porque muchos han afirmado retirarse y no lo han hecho, que Sabina va a volver a tocar en Uruguay, varios elementos sugieren lo contrario. Su voz, maltratada por los años, no se muestra deteriorada desde el último toque en 2023, pero la falta de vitalidad del cantante es evidente: se pasa todo el concierto sentado.
Él mismo asegura que "es verdad que es la última gira". Luego destaca lo especial que es Uruguay para él. "Yo me he sentido siempre aquí muy bienvenido y muy comprendido. Y eso no lo puede uno decir de todos los sitios". El escenario está más bajo que de costumbre: fue un pedido de Sabina para acercarse al público.
En el ambiente de despedida encajan bien algunas de las canciones más tristes. Como Quién me ha robado el mes de abril, donde el público, teñido por las luces de azul, corea de memoria el estribillo. O Calle Melancolía con sus referencias a 20 poemas de amor y una canción desesperada de Pablo Neruda.
Luego, de vuelta a casa, enciendo un cigarrillo
ordeno mis papeles, resuelvo un crucigrama
me enfado con las sombras que pueblan los pasillos
y me abrazo a la ausencia que dejas en mi cama.
Trepo por tu recuerdo como una enredadera
que no encuentra ventanas donde agarrarse, soy
esa absurda epidemia que sufren las aceras.
Si quieres encontrarme sabes dónde estoy.
Aunque en gran parte del concierto, Sabina simplemente sostiene el micrófono y canta desde su silla, hay momentos donde toma la guitarra y se inyecta juventud. El punteo icónico que da inicio a 19 días y 500 noches es uno de los mejores de la noche. Los espectadores la cantan completa y hasta se permiten gritar un "ole". Sabina deja que el público complete alguno de los versos. "Dijo…", empieza él y la gente le grita: "¡hola y adiós!".
"Os habéis aprendido el nombre de la gira", felicita riendo el español.
Además de inspirar el título de la gira, 19 días y 500 noches le da nombre a, probablemente, su mejor disco. De este álbum de 1999, hecho con días enteros sin dormir y bastante cocaína, Sabina toca varias esta noche: Ahora que..., Donde habita el olvido y Una canción para la Magdalena. Durante la primera, que es la que abre el disco y que en vivo tiene el mejor y más distinguible riff de guitarra, empiezan a haber fallas técnicas en el concierto.
El micrófono del español parece entrecortarse. En un principio, la molestia en el rostro de Sabina parece hasta divertida, pero pronto lo deja de ser. Durante Más de cien mentiras, el cantante se dispone a presentar uno por uno a los integrantes de su banda. Cuando llega el turno de la bajista, vuelven las fallas técnicas. Sabina se levanta enojado y dice que va a adelantar el descanso que se iba a tomar en la mitad del concierto. Deja al público confundido y a la banda a medio presentar.
Los músicos del español toman el protagonismo del escenario, como suelen hacerlo durante estos quiebres, pero esta vez con una Olímpica en shock. Aún así, el público arropa en aplausos a la corista Mara Barrios cuando interpreta Camas vacías. El guitarrista Jaime Asúa canta Pacto entre caballeros y en el final, donde la letra dice "mucha, mucha policía", se suma el cantautor de Úbeda.
Sabina ya no tiene el saco azul con líneas rojas y el sombrero beige que vistió al comenzar el concierto. Ahora lleva una camisa negra con lunares blancos y un bombín negro (ese homenaje al cine mudo de Charles Chaplin y Buster Keaton). Tras pedir perdón por las fallas, sigue adelante con el show. Los guiños a las figuras claves en la formación de Sabina siguen en Peces de ciudad, con su referencia a Desolation Row de Bob Dylan y una armónica dylaniana a cargo del músico Antonio García de Diego.
Y desafiando el oleaje sin timón ni timonel
por mis sueños va, ligero de equipaje
sobre un cascarón de nuez, mi corazón de viaje
luciendo los tatuajes de un pasado bucanero
de un velero al abordaje de un
de un no te quiero querer.
En el verso final de la canción, el español de 76 años sostiene la palabra mar y se nota la dificultad en su voz que, debilitada, motivó de antemano un diseño de sonido en el estadio que permitiera ayudarla.
En cualquier caso, a esta altura del concierto, el público ya se adueñó del micrófono. Si apenas empezó se adelantaban al fraseo lento del español, con el desfile final de canciones les importa poco más que cantarse a sí mismos o a algún ser querido al que le transmiten el concierto por videollamada.
Por el bulevar de los sueños rotos es el momento de amor de Sabina a México. Antes de tocarla, el español cuenta la historia de cuando conoció a Chavela Vargas y ella, en una frase, le dejó el título de la canción. Cuando llega la referencia a su querido José Alfredo Jímenez, Sabina lo saluda deslizando los dedos por el sombrero.
En Noches de boda, la gente se hamaca con las manos en el aire y canta "que el fin del mundo te pille bailando" y "que ser cobarde no valga la pena". Sigue Y nos dieron las diez y el público continúa protagonizando la noche. Ocupa con sus rostros las pantallas gigantes del escenario. Sabina deja que los fans griten el verso de "ojalá que volvamos a vernos" y él les responde "ojalá, ojalá".
Luego, se despide del público y, junto a su banda, sale del escenario. Lo anticlimático de la marcha sugiere que es apenas un amague.
Eventualmente, los músicos vuelven al escenario, sin Sabina, y García de Diego canta La canción más hermosa del mundo. La estrella del concierto regresa al final del tema y lleva un nuevo look. Todavía tiene un bombín negro, pero ahora lo acompaña con un blazer bordó. Da inicio a la etapa "Adiós" del show con la reflexiva Tan joven y tan viejo:
Apenas vi que un ojo me guiñaba la vida
le pedí que, a su antojo, dispusiera de mí.
Ella me dio las llaves de la ciudad prohibida
yo, todo lo que tengo, que es nada, se lo di.
Así crecí volando y volé tan deprisa
que hasta mi propia sombra de vista me perdió.
Para borrar mis huellas destrocé mi camisa
confundí con estrellas las luces de neón.
Cuando dice "así que, de momento, nada de adiós, muchachos", la gente le aplaude. Con la porfiadez del que no quiere envecejer, Sabina continúa: Me duermo en los entierros de mi generación / cada noche me invento, todavía me emborracho / Tan joven y tan viejo / Like a rolling stone.
Empieza otra de las más conocidas, Contigo, y Uruguay se la canta una última vez a Sabina. Él le devuelve la gentileza cambiando palabras para que la letra diga "yo no quiero París con aguacero, ni Pocitos sin ti" y "lo que yo quiero, charrúa de ojos tristes, es que mueras por mí".
Si la gira toma los versos Hola y adiós del desamor inmediato a la ruptura que inspira 19 días y 500 noches, tiene sentido que el concierto termine con Princesa, el himno del ya te superé:
Ya no te tengo miedo, nena
pero no puedo
seguirte en tu viaje.
Cuántas veces hubiera dado la vida entera
porque tú me pidieras
llevarte el equipaje.
Ahora es demasiado tarde, princesa
búscate otro perro que te ladre, princesa.
Y la expectativa de meses, y la construcción de un fanatismo de años, deriva en un final que inevitablemente es repentino. Suena La canción de los buenos borrachos, Sabina se rodea de sus músicos para decir adiós y se saca el sombrero ante los aplausos de la Olímpica.
Y se va.
20250329 Joaquín Sabina en el Estadio Centenario por su gira Hola y adiós
Foto: María Noel Robaina
La despedida dejó varios recuerdos. El de un público que lo adora y que se sigue desesperando por gritar sus canciones. El de un Sabina de voz arrugada, que cantó siempre en una silla y que en un momento se fue del escenario molesto.
La despedida dejó también silencios. Como qué pasó con esa canción que le prometió a Uruguay el concierto pasado. O, el más caprichoso, de por qué no tocó este o aquel tema.
Pero las despedidas no son actos perfectos que dejan satisfechas a todas las partes. Si lo fueran, no habría necesidad de escribir versos, ni de volver a casa y poner El hombre del traje gris, ni de pagar una entrada para oír a un andaluz, de voz rota, cantar sobre esa vez que una mujer lo dejó con una frase inolvidable.