24 de marzo 2025
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23 de marzo 2025 - 5:00hs

*Advertencia: esta nota contiene spoilers de Adolescencia. Si aún no la vio, es un buen momento para reservar la lectura para después.

Son las 6:15 de la mañana. Se despierta con un arma apuntando a su cabeza y el pantalón empapado en orina. Una redada policial acaba de romper la puerta de su casa con una orden de allanamiento, reducir a su madre al suelo e irrumpir en su habitación armados y con pasamontañas. Un detective le lee sus derechos. Jamie Miller, un adolescente de 13 años, es arrestado como el principal sospechoso de un asesinato.

Adolescencia, la serie creada por Jack Thorne y Stephen Graham, inicia como una patada en el estómago y corta el aire. Pero es solo el comienzo. Desde entonces la serie se adentra no en quién lo hizo sino en por qué hay una adolescente muerta con siete puñaladas de arma blanca en la morgue de la ciudad. Y todo será relatado en cuatro tomas de una hora cada una. Cuatro horas devastadoras.

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“Leí un artículo en el diario sobre un niño que apuñaló a una niña hasta matarla. Un par de meses después vi en las noticias un informe sobre un niño que apuñaló a una niña hasta morir. Y sucedía en los extremos opuestos del país”, explicó Graham en una entrevista reciente, quien además hace una impresionante actuación como el padre del niño acusado.

La preocupación por el crecimiento de crímenes con arma blanca es una discusión actual en el Reino Unido, especialmente aquellos que involucran a menores de edad. “¿En qué tipo de sociedad estamos viviendo donde esto es normal?”, pensó el actor-guionista y quiso buscar respuestas.

Embed - Adolescence | Official Trailer | Netflix

La serie todavía ostenta el anuncio de “recién agregado” en la plataforma de streaming pero ya se convirtió en un fenómeno global, con un retrato inquietante sobre una juventud a la luz de las pantallas dominadas por la cultura incel, el acoso escolar, la violencia juvenil y un alejamiento progresivo del mundo adulto que, por incomprensión o por temor, no llega a ellos.

Cada episodio, grabado enteramente en un plano secuencia, es un paseo inmersivo e inquietante por un sistema completamente ignorante de las dinámicas y los comportamientos que rigen la vida de los adolescentes. La cámara elige qué mostrar y qué dejar por fuera, librando al campo de la imaginación del espectador el acabado de algunas escenas. Pero lo más inquietante de Adolescencia es que se siente real. Quizás más que cualquier docu-serie o historia verídica en la misma plataforma. “Queríamos que se sintiera como que te podría pasar a ti, porque es la realidad de lo que está corriendo en el mundo”, dice Thorne en un episodio del detrás de escena.

Los cuatro episodios, dirigidos por Philip Barantini, se centran en cada uno de esos tejidos rotos que debieron sostener al niño: el arresto y el sistema gubernamental, el centro educativo, su entendimiento de las relaciones y su vínculo con los discursos de odio; y la familia de un chico “brillante” que se declara, una y otra vez, inocente.

Una familia perfectamente promedio, un padre que trabaja desde el amanecer hasta que cae el sol, una madre amorosa y protectora, una hermana mayor universitaria y un niño que vuelve de la escuela a encerrarse en la habitación con su computadora, como “cualquier otro”. ¿Dónde estaría más seguro que en su propia casa?

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“Si el espectador de Adolescencia ve la nueva serie de Netflix mientras un muchacho parecido duerme en la habitación de al lado, es imposible esquivar el escalofrío. ¿Sabemos nosotros qué hace el nuestro encerrado durante horas con una ventana de fibra a un mundo que nos es ajeno? ¿Qué contenidos escrolea con desidia? ¿Qué cosas aterrizan en su teléfono?”, escribió Patricia Gosálvez en El País de Madrid. “Cada generación de progenitores tiene sus pánicos. Las jeringuillas en los parques, el autostop o el atraco con navaja que poblaron las pesadillas de nuestros padres han sido sustituidos por el ciberbullying, la sextorsión y la manosfera que acechan a nuestros hijos”, agregó.

Vemos al inspector Luke Bascombe (Ashley Walters) –quien al mismo tiempo intenta reconectar con su hijo– y su compañera, la sargento Misha Frank (Faye Marsay), buscar el motivo del crimen entre los salones de clase mientras los docentes miran hacia otro lado, por hartazgo o por incapacidad, cuando el caos los envuelve. Vemos la tranquilidad impermeable con la que el personal de la comisaría ingresa al niño en el sistema mientras su padre supervisa qué hacen con su cuerpo sin ropa. Vemos las ofrendas en el lugar del crimen. Vemos los quiebres en sus amigas y las fisuras de sus amigos. Vemos padres herméticos y maestros despreocupados. Vemos a un sólo hombre decir te amo y a otro llorar.

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Lo que no vemos es una salida fácil. La serie no pone excusas ni busca explicar el resultado con antecedentes de violencia familiar, exceso de sustancias o abusos infantiles. Solo un niño amado que una noche pide prestado un cuchillo de cocina.

Masculinidad, manosfera y píldoras rojas

El tercer episodio de la serie es quizás el más esclarecedor y brutal. Encontramos a Jamie siete meses después del arresto, ya instalado en un centro de detención, recibiendo una vez más la visita de Briony Ariston (Erin Doherty), una psicóloga infantil encargada de redactar un reporte independiente sobre el muchacho. Chocolate caliente, un sánguche casero y una conversación que se convierte de un momento a otro en el acorralamiento de un cachorro en una jaula.

La masculinidad, sus amistades y la expresión de su sexualidad. La pornografía, la popularidad, la porno-venganza. El aire cambia, la conversación se espesa y el niño se aleja cada vez más de aquel asustado chiquilín que se orinaba los pantalones. La ira que lo controla muestra sus rincones más oscuros, quién es o en quién podría convertirse, y la confusión le juega una mala pasada en un juego que venía controlando de forma brillante. Ella logra sacar de su mente lo que esperaba que no dijera, aprovechando la ira de un niño que se debate entre la prepotencia y la vulnerabilidad.

Las actuaciones son sorprendentes, especialmente la de Owen Cooper, un joven de 15 años que no tenía experiencia previa cuando lo eligieron para interpretar al niño asesino. Sin embargo a lo largo de los episodios se embarca en un desarrollo sutil y escalofriante de un personaje que despliega desde el miedo hacia la tristeza, la dulzura, la ira, ¿y el arrepentimiento?

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Tres emojis: píldora roja, dinamita, haba. Un comentario en una foto dice mucho más de lo que piensan: las dinámicas del acoso escolar se cruzan con los códigos de la ira masculina para voltearse contra el adolescente.

La serie pone la mesa una pregunta sobre las complejidades de la construcción de la masculinidad actual, con el avance de discursos misóginos y violentos en la manosfera que tan rápidamente llega a los algoritmos. Porque para un colectivo de hombres en línea el avance de los derechos de las mujeres implica, sin excepciones, la degradación de su masculinidad y la renuncia a la promesa del privilegio del hombre que todo lo puede.

La manosfera, ese rincón en crecimiento de internet compuesto de blogs, foros, canales de youtube, perfiles en redes sociales, podcasts y grupos de Whatsapp en los que recalan las frustraciones de chicos y hombres que culpan a las mujeres de su posición en desventaja –hombres que han "despertado", como Neo después de tomar la píldora roja en la Matrix–, es hogar de la subcultura incel, que reúne a aquellos hombres que se creen incapaces de tener relaciones románticas o sexuales y es, claro, culpa de ellas. Una expresión online que ha asociado con la misoginia, la hostilidad y la cultura de la violación.

Pero también es hostigadora sobre los propios varones, que navegan en un recodo de internet donde el culto a la apariencia, el dinero rápido y el éxito por sobre todo son parte ineludible de la construcción del hombre “alfa”. Y los demás quedan por fuera. ¿Y qué pasa con las niñas en ese discurso del que “todos hablan en la escuela”?

“All that Andrew Tate shit, resume el detective de la serie, refiriéndose al influencer acusado de trata de personas, tráfico de menores, relaciones sexuales con una menor y blanqueo de dinero. Cargos que tanto él como su hermano han negado hasta ahora.

“¿Debimos haber hecho más?”

El cumpleaños 50 de Eddie Miller, el padre de la familia Miller, se convierte en una serie de malas noticias. La primera: el dolor los va a seguir a todas partes, incluso cuando buscan activamente la felicidad. La segunda: hay quienes creen que la chica lo merecía. La última: su niño no es quien creían que habían criado.

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El final de la temporada de Adolescencia profundiza en las consecuencias en el plano familiar, el desconsuelo de los padres que creen que podrían haber hecho más, que podrían haberlo hecho de otra forma, que no fueron suficientes, que podrían haberlo hecho mejor. La culpa y el arrepentimiento corroe los cimientos de esa casa suburbana en el norte de Inglaterra mientras su hijo espera en una celda a que un jurado decida su destino.

Es que Jamie entró por las grietas del sistema que tradicionalmente sostuvo a las infancias: pasó silenciosamente bajo el radar familiar, fue ignorado por el sistema educativo y las redes de contención de la comunidad fueron desarticuladas antes de que alguien pudiera notarlo. El resultado es un femicidio más y una vida a la espera de una condena. Y el resto es el silencio incómodo que permanece al apagar la televisión.

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