La reinvención de la frase popular podría ser así: dime qué votaban tus padres y te diré qué votas tú. La última encuesta de El Observador y los académicos de la Universidad de la República reveló que más de ocho de cada diez (84%) de quienes nacieron en un hogar frenteamplista, ahora votan a la coalición de izquierda. La mitad (53%) de quienes sus padres votaban a los blancos, hoy apoya al Partido Nacional. Y poco más de uno de cada tres (37%) de los hogares colorados sus hijos han heredado el voto al Partido Colorado. ¿Cómo es posible?
Al lechero Tevye, el personaje protagónico del musical El violinista en el tejado, le preguntaron por qué él y los suyos seguían viviendo en el peligroso pueblo Anatevka. Su respuesta fue que ese era su hogar. Entonces le consultaron cómo mantenían el equilibrio en esa tierra hostil. Y contestó con una sola palabra: “tradición”.
Cuando Pablo Mieres ni siquiera imaginaba que sería ministro de Trabajo por la coalición gobernante de centroderecha, hace treinta años, estaba dedicado a la comprensión del comportamiento electoral. Fue entonces que escribió un libro en el que detallaba que la decisión de voto tiene una cuota de variables sociodemográficas (los jóvenes suelen votar distinto a los viejos, los de Montevideo a los del interior, los hombres a las mujeres), tiene una pizca de ley de oferta y demanda (el menú de opciones con el que cuentan los electores), y otro tanto de las influencias de las relaciones personales. En particular, esa “lealtad firme y duradera” a las preferencias electorales que tenían mamá y papá (la transmisión generacional del voto) a la que Mieres llamó “tradición”.
Para no aburrir con exceso de teoría, los últimos estudios siguen demostrando que en los hogares uruguayos existe una avidez por transmitir y heredar el voto. Eso explica —en parte— que el nuevo Parlamento electo el último domingo de octubre le haya dado representación solo a tres partidos “tradicionales” (la más joven de esas colectividades tiene más de medio siglo de existencia y las otras dos puede decirse que son anteriores a que Uruguay sea Uruguay).
Pero “no todas las tradiciones políticas parecen transmitirse de generación en generación con el mismo éxito”. Ya lo había concluido el politólogo Felipe Monestier, cuando en 1999 explicó que el “Frente Amplio podría ser considerado el ‘más tradicional’ de los partidos que forman parte del sistema político uruguayo” por su capacidad para transmitir la identidad partidaria de generación en generación.
Dicho de otra manera: hubo un tiempo en que en Uruguay la norma era ser hijo de un hogar colorado y votar colorado. Eso hizo que la colectividad de Rivera haya gobernado buena parte del siglo XX. Luego ese partido fundacional y su contrincante (Nacional) empezaron a tener un declive por el “natural” reemplazo de su electorado que iba envejeciendo. Y el partido “desafiante”, como le llamó Luis Eduardo González al Frente Amplio, capitalizó el voto joven y su capacidad de heredar el voto. Hasta llegar al poder.
Los nuevos datos de la encuesta de El Observador, la Unidad de Métodos y Acceso a Datos (UMAD) de Udelar, y el docente de Estadística Juan Pablo Ferreira, muestran que el mejor desempeño del Frente Amplio en la transmisión del voto (de padres a hijos) revirtió la conformación de los hogares.
¿Qué significa? En 1999, el 29% de los encuestados provenía de un hogar colorado (ambos padres votaban a ese partido). El 22% procedía de un hogar nacionalista (ambos blancos). Y solo 8% frentista. El resto eran combinaciones u otros partidos. Ahora, en cambio, casi el 23% son hogares FA, el 17% son PN y 15% PC.
“El Frente Amplio se convirtió en el partido mayoritario del sistema y, en cierta medida, vino a sustituir el rol que otrora ocupó el Partido Colorado”, explicó el doctor en Ciencia Política Fabricio Carneiro, uno de los coordinadores de la UMAD. Según algunos autores, esa especie de “reemplazo” de frentistas por colorados se ve en lo ideológico (quién es el heredero del batllismo), o bien en el comportamiento del votante.
La alternancia, ¿una nueva tradición?
Cuentan que el escritor británico William Somerset Maugham era, en la previa a la Segunda Guerra Mundial, el escritor mejor pago del mundo. Le decían el rey Midas de los libros: cada nueva novela la transformaba en oro y riqueza. Fue en ese contexto que lanzó una de sus frases más célebres: “La tradición es una guía, no un carcelero”.
La tradición del voto no es una herencia genética perfecta, sino que va mutando. La encuesta de El Observador y académicos de la Udelar muestra que, por ejemplo, “las mujeres son menos propensas a romper con la tradición (del voto) del hogar en comparación con los hombres”. ¿Por qué? Es un terreno para explorar con respuestas aún inciertas. Pero la intención del voto según el sexo viene siendo asunto de discusión en las últimas elecciones: pasó el martes en Estados Unidos, antes había ocurrido en España y Reino Unido.
La otra novedades —a diferencia de los estudios en Uruguay de hace 25 años— es lo que sucede con la edad. El Frente Amplio sigue siendo el partido que mejor transmite el voto de generación en generación, pero ahora parece tener ciertas dificultades para fidelizar el apoyo de los más jóvenes.
César Aguiar, el fundador de la consultora Equipos, había explicado que la demografía era uno de los principales motores del crecimiento del electorado del Frente Amplio. Su argumento era tan sencillo como potente: elección tras elección iban saliendo del padrón los electores más viejos (votantes de partidos fundacionales) e iban incorporándose jóvenes frentistas.
Esa “ventaja competitiva” fue debilitándose. Tanto que, según los datos de la nueva encuesta, el FA aumenta la tradicionalización acorde crece la edad del votante (envejecimiento del voto).
Para decirlo en números: más de nueve de cada diez votantes mayores de 50 años que provienen de hogares frenteamplistas ahora votan FA. Entre los electores más jóvenes cuyos padres eran frentistas, en cambio, cae a ocho de cada diez.
¿Por qué? Carneiro sostiene que “en el sistema de coalición (dos bloques) aumenta la volatilidad del voto de uno a otro bloque”. Y eso, en un escenario de suma paridad entre el Frente Amplio y la coalición de gobierno redunda en que la alternancia del poder es probable que sea la norma y no la excepción. “Es poco probable que en el futuro cercano veamos un predominio partidario como tuvo el FA en tres mandatos consecutivos o el PC en buena parte del siglo XX”.