En el mundo de la política y el análisis económico, pocas frases han logrado capturar la esencia de una campaña con la simplicidad y el impacto de "¡es la economía, estúpido!". Aunque esta expresión se ha convertido en una especie de cliché en el lenguaje político y mediático, su origen está profundamente ligado a la campaña presidencial de 1992 en Estados Unidos.
Fue James Carville, el estratega principal de Bill Clinton, quien acuñó esta frase como un recordatorio directo a su equipo de campaña sobre lo que realmente importaba a los votantes en medio de una recesión económica. Esta expresión, que surgió como un mensaje interno, se transformó en un lema clave que ayudó a Clinton a conectar con los problemas cotidianos de los ciudadanos, convirtiéndose en una máxima que aún resuena en la política global.
Los demócratas parecen haber vuelto a olvidar la imprescindible conexión que debe existir con los problemas cotidianos de la ciudadanía y así como en su momento, una campaña con foco en la economía de los hogares logró erosionar la espectacular popularidad que ostentaba el presidente George Bush (tanto que lo llevó a perder la re-elección en manos del demócrata Clinton), ahora creo que esa estrategia podría haber dado el triunfo a Donald Trump, que regresa a liderar la principal economía mundial con un mensaje simple que conectó con grandes mayorías.
¿Cómo es posible que un magnate poco representativo del estadounidense medio, procesado por la Justicia por haber cometido 34 delitos, acusado de arengar el asalto al Capitolio, de resistirse a aceptar la derrota electoral en los comicios del año 2020, con agenda de reducción de impuestos “a los ricos” y a las empresas, con un discurso misógino, xenófobo, negacionista, fragmentario y populista, haya logrado no solo la victoria en el colegio electoral, sino que también la mayoría del voto popular (fenómeno que le había sido esquivo al Partido Republicano en las últimas dos décadas) y seguramente mayorías en el congreso legislativo?
Creo que no puede ser evaluado como un simple hecho aislado. Habla de tendencias y preferencias y es una cruda diagnosis del estado de las democracias, donde es más importante el envoltorio que el contenido, la simpatía que las propuestas pueden generar en el electorado versus su solidez técnica, la división y polarización sobre mensajes de unidad.
La derrota del Partido Demócrata debería ser una dura lección para el progresismo y para la socialdemocracia en términos generales. Cuando el ejercicio de gobierno aleja tanto en lo discursivo como en el sentimiento de empatía con la ciudadanía, genera una desconexión difícil de restablecer.
Y también para orientaciones liberales, que han quedado con reducida representatividad. Recordemos que la agenda económica de Trump tiene poco de liberalismo económico y mucho de nacionalismo-populista.
La era post-pandemia trajo el rebrote inflacionario a nivel mundial y en particular en las principales economías incluyendo Estados Unidos que registró la mayor alza de precios al consumo de los últimos 40 años. Cuando el candidato republicano lo lleva al plano diario de comparar cuánto se pagaban alimentos concretos hace cuatro años y cuánto se paga ahora, y la respuesta demócrata es que la inflación ha desacelerado y el salario real logra más que compensar tal evolución, ¿quién sintoniza más con un hogar en dificultades que ha sufrido el alza de precios en una sociedad no acostumbrada? Ya no importa la verdad, o la justificación técnica.
https://www.bbc.com/mundo/articles/ce9gl054d43o
Trump dijo que gravará con un 25% las importaciones de Canadá y México, y con un 10% adicional a las de productos chinos.
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Aún con la fuerte declaración de 23 profesionales galardonados con el premio Nobel de Economía en apoyo del programa demócrata, pareciera que puede hasta jugar un rol contrario, visualizado como tecnócratas de cierta posición confortable alejados de los desafíos cotidianos de los ciudadanos.
A eso agréguele propuestas populistas de Trump de reducción de impuestos sobre “las propinas”, reducción de impuestos en un país con una deuda del 122% de su Producto Interno Bruto (PIB). Además, la reivindicación del sentimiento nacionalista, embanderarse con la imposición de mayores aranceles para “proteger el trabajo” de los americanos, indudablemente le ganan la agenda a las propuestas demócratas vistas como continuistas y defensoras del statu quo.
Vivimos en tiempos de sobreinformación, en sociedades que encuentran niveles de bienestar vía el consumo. El sesgo estadístico supone generalizaciones que no son representativas de las mayorías (por aquello de que en los promedios nos ahogamos los petizos) y eso genera desconexión y frustración en amplios sectores sociales por no sentirse ni identificados ni representados por los datos, aunque técnicamente la explicación sea correcta.
Esas opiniones calificadas por especialización hoy están sometidas a la duda, sospecha y al juicio liviano, potenciado por la impunidad que generan las redes sociales. Los técnicos son sospechados de tecnócratas acomodados, que gozan de privilegios relativos. Quien interpreta la realidad capitaliza y el “voto bolsillo” pesa porque en definitiva ¡es la economía, estúpido!