13 de noviembre 2024
25 de septiembre 2024 - 17:24hs

El presidente electo de Venezuela, Edmundo González Urrutia, se asiló en la embajada de los Países Bajos, en Caracas, la misma noche de la elección, celebrada el 28 de julio pasado. Allí estuvo cerca de un mes y, luego, tras rechazar la oferta del embajador holandés de resguardarse en Ámsterdam, se mudó a la casa del embajador de España, de donde salió rumbo a Madrid en un avión militar español, el 8 de septiembre, no sin antes padecer 48 horas de acoso de los tres Rodríguez -Jorge, Delcy y Zapatero-, perspectiva terrorífica donde las haya.

Todo eso, después de ganarle unas elecciones a Nicolás Maduro con cuatro millones de votos de diferencia.

Son hechos. Pero al intentar documentarlos, no hay una sola fuente confiable. Con una excepción, todos mienten; y la salvedad, constituida por el presidente electo, Edmundo González Urrutia (EGU), no dice toda la verdad.

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Cada vez que es interrogado al respecto, reacciona como quien sacude la cabeza para disipar una pesadilla y suelta una versión parcial de lo ocurrido (no siempre estable, hay partes de las que se ha desdicho).

Para tener una visión más o menos clara de lo que pudo haber pasado, es preciso remontarse al origen de esta historia, plagada de giros narrativos y abruptas intervenciones del azar.

La demolición fallida de María Corina

Lo primero es, quizá, establecer cómo llegó un hombre carente de fuelle político y de malicia, como Edmundo González, a la tesitura de haber pasado de Jefe de Protocolo de la Cancillería de Venezuela, que fue en el pasado, a plantar su sandalia triunfal sobre la cabeza de un capo mafioso como Nicolás Maduro.

Esto se explica por una serie de errores del régimen, en general, y de Jorge Rodríguez, en particular.

Hace un año, en octubre de 2023, María Corina Machado (MCM), ya inhabilitada por el régimen, ganó las primarias convocadas por las fuerzas democráticas para designar a quien competiría con Maduro en las elecciones de 2024.

Se alzó ¡con el 92,5% de los votos!, lo que significa que Machado no tiene rival como contendora de la tiranía y que su método, el de no transigir, no negociar, no andarse con medias tintas, es el que las mayorías venezolanas exigen a su liderazgo como ruta para la recuperación de la democracia.

¿Cómo es posible que el régimen permitiera la realización de estas primarias, de las que habrían de derivarse sus próximas debacles?

Las fuentes consultadas, -todas, a condición de mantener en reserva su identidad, porque están en Venezuela o tienen familiares allí-, se dividen entre quienes afirman que el régimen confió en que ciertos actores de la “oposición” se impondrían y que, entonces, todo sería coser y cantar, puesto que irían a unas elecciones presidenciales en 2024 con factores de cohabitación.

El cálculo erróneo de la tiranía chavista

Y otros explican que el régimen apostó a que las primarias serían una especie de fiesta campestre, a la que acudirían, si mucho, 500 mil personas y que MCM sacaría el 52% de los votos; esto es, una diferencia insignificante que, de paso, le daría un nuevo sentido a otro error, que habían cometido antes, en 2012, cuando permitieron unas primarias en las que participaron 3.200.000 personas, de donde salió electo Henrique Capriles Radonsky, quien perdería por un margen muy bajo ante Maduro (hay quienes aseguran que, en realidad ganó).

Jorge Rodríguez contaba, pues, con que a las primarias de octubre del 23 irían cuatro gatos, lo que implicaría el fin de la oposición y la prueba de que María Corina no tenía sino la mitad de la nada. Craso error.

Al no lograrse la “habilitación” para participar en elecciones, MCM escoge a la catedrática Corina Yoris en su representación. En esto jugaron no solo la solvencia profesional y moral de la académica sino la homonimia: el electorado votaría por Corina. Pero el régimen también la inhabilitó. A esto siguieron unos días plagados de secretismo, suspenso y puñaladas traperas entre figuras de la oposición.

Jorge Rodríguez lucía su sonrisa de Mona Lisa (de psiquiatra desquiciado, según algunos).

El liderazgo de MCM se diluiría al tener que compartirlo con un nuevo abanderado y, si las cosas salían según sus cálculos, el candidato sería alguien chévere para ellos.

Un viejecito manso que no podía ganar

De pronto, se hizo un silencio y las miradas se dirigieron a la Mesa de Unidad Democrática (MUD), un cascarón vacío, ya sin ningún valor, puesto que no había logrado desalojar al chavismo del poder ni minar su capacidad de destrucción del país, pero poseedor de una tarjeta electoral que podía terciar en la justa.

Y el presidente de la MUD era un viejecito manso, de habla pausada y mejillas sonrosadas, respetado por todos porque había sido un diplomático de carrera impecable y que no constituía un peligro para nadie.

Era Edmundo González Urrutia, (La Victoria, 1949). Tiene 75 años, catorce más que Diosdado Cabello, tercer hombre fuerte de la dictadura colegiada.

Perfecto. EGU sería el “candidato tapa”, especie de monokini que encubría al verdadero aspirante, lo que se sabría a última hora.

De hecho, la hija de EGU me dijo en entrevista, la segunda que concedía en su vida, que al enterarse de que su padre había sido desencamado para colgarle la responsabilidad de ser la esperanza blanca frente a Maduro, aquel le había asegurado, por teléfono, que no era nada, que eso pasaría en unos días, que él no era más que una tapa pasajera en aquel barco de los locos y que a la hora indicada le cedería la tarjeta a un candidato de verdad.

Jorge Rodríguez volvió a pasear su rictus: daba por hecho que el tapado sería alguien “potable”.

En vez de hoja de parra que en algún momento caería, EGU se quedó como candidato (por tejemanejes que no han sido revelados), quizá más por sus debilidades que por sus fortalezas.

EGU no tiene un ápice de político y jamás demostró ambición de poder, ni destacó por nada distinto a su corrección, la sobriedad de sus modales y la bondad que emana de sus acciones y ademanes.

El hecho de que fuera presidente de la MUD evidencia esta capacidad de hacerse invisible, desempeñaba una posición que nadie quería. Pero estaba allí cuando se necesitó una organización para poner en el tarjetón electoral. Y María Corina lo aceptó.

Jorge Rodríguez estiró las comisuras… y el régimen no suspendió las elecciones. En vez de eso, la dio en atacar al nuevo candidato opositor tildándole de viejito, abuelete, patuleco (le inventaron enfermedades que no tiene).

Venezuela quería una figura paternal

Y resulta que eso era lo que quería un país maltratado hasta lo inconcebible y harto de zafios, una figura paternal y apacible, que le pasara una mano por la cabeza.

Les salió el tiro por la culata, porque dejaron en evidencia una de las principales fortalezas de EGU: no ser como Diosdado ni como los Rodríguez ni como ninguno de esas fieras rabiosas.

La dupla María Corina-Edmundo funcionó con la eficacia del Quijote y Sancho, uno es lo que el otro no es; y juntos constituyen una unidad dotada de todo lo necesario.

MCM se crece ante el riesgo, las amenazas, la hostilidad, que constituyen alimento para su pasión y deseo de trascendencia; y Edmundo parece pestañear con languidez y albergar un solo deseo, cumplir con el deber y que lo dejen tranquilo. Cero drama, cero épica. Todos los flancos cubiertos, pues.

A pocos días de haber pasado “de tapa a frasco”, como él mismo dice, EGU subió en las encuestas como un cohete.

El liderazgo de MCM, lejos de desleírse, se afianzó y pudo transferir el apoyo popular a EGU sin desmedro de su posición de líder indiscutible.

En cuanto a EGU, si en algún momento se soñó -o lo soñaron- autónomo de aquella, después de ganar las elecciones, muy pronto topó con la realidad y reconoció en público que él no era sino un satélite que reflejaba la luz emanada de un astro mayor.

Las amenazas de Rodríguez Zapatero

Pero con todo y ser un presidente electo, -con abrumadora mayoría, además-, los monstruos salieron de debajo de la cama en cuanto se apagaron las luces.

Dicen que de su propio entorno de antiguos amigos y actuales asesores surgieron voces que le susurraban cuán vulnerable era su situación y del régimen le pasaban papelitos con el mismo mensaje.

Vendrían por él; una de sus hijas (tiene dos) sigue en Venezuela…; él mismo podría terminar en el Helicoide, centro de detención y torturas del régimen, en Caracas.

Cabe imaginar al embajador González Urrutia con los puños en la garganta, volviendo la aterrada carita a una y otra fuente de amenazas.

Lo mejor era pasar la noche de bodas con el poder en una embajada. Y se fue a la de los Países Bajos, antes de pasarse a la de España; y es aquí donde entran los tres Rodríguez, dispuestos a todo, bufando ante sus propios yerros y acercando sus caras a la del más civilizado de los venezolanos.

Tenían que sacarse al presidente electo de encima, que se fuera del país y, antes, que les firmara estos papeles, cuyo contenido, por írrito y de utilería, no vale la pena citar.

Dos días estuvieron los tres Rodríguez bailando la danza de la coerción en torno a un intimidado EGU. No es para menos. El opositor Julio Borges, político desde el liceo y corrido en siete plazas, confesó, en entrevista con el periodista David Placer, haber sido víctima de las rabietas de Jorge Rodríguez y de las amenazas de Rodríguez Zapatero, así como de la frialdad con que las dispensaba.

Edmundo no sería problema. Casi basta soplar dentro de una bolsa de papel y aplastarla de un manotazo para apabullarlo. EGU, como cualquier persona normal, no tiene recursos frente a un régimen encabezado por los cabecillas de varias bandas criminales, culpable de más muertes que Pinochet.

No es, desde luego, como MCM, a quien hemos visto con la nariz rota a golpes por la bancada chavista del Congreso, cuando ella era una joven política, y de entonces para acá no hay intrepidez que no haya protagonizado. Su coraje y audacia han crecido al ritmo en que la dictadura se ha hecho más cruel y vesánica.

¿Podía el embajador de España en Venezuela, Ramón Santos Martínez, resistirse a los embates del trío de los sicópatas Rodríguez? No falta quienes pensemos que eso no es posible. Si Zapatero tiene el poder, concedido por el gobierno de España y la dictadura de Maduro, para ejercer violencia sobre un opositor venezolano, qué no podrá hacer contra un representante del Reino.

Lo que sí está claro es que la tiranía venezolana irrumpió, a medianoche, en la casa del embajador de España para doblegar al presidente electo, coaccionarlo y obligarlo a salir del país.

La misteriosa eficacia del binomio Edmundo-Corina

¿Qué EGU también quería irse? Claro. Total, su próximo llamado a escena será el 10 de enero, cuando le tocará asumir la Presidencia, que el pueblo soberano le encomendó.

Les queda María Corina, problemita no desdeñable. Ante un escollo así, el chavismo tiene experiencia. Mucha. La ganó con el cerco tendido en torno a Juan Guaidó, presidente interino por el vacío de poder, dada la ilegitimidad de Maduro (2019 - 2023), a quien persiguió, espió, calumnió, pero no encarceló.

Optó por apresar y empujar al exilio a sus equipos y principales aliados, y azuzar a cierta oposición en su contra, que fue lo que terminó debilitando a Guaidó y sacándolo de juego.

Y eso es lo que estamos viendo y, de seguro, veremos con más fuerza en los próximos meses, los intentos de desacreditar a MCM y serruchar su liderazgo.

Hace unos días, Jorge Rodríguez declaró que, en una reunión en casa del editor del diario El Nacional, Miguel Henrique Otero, EGU había manifestado su deseo “de desligarse de María Corina Machado”, lo que Otero negó de plano y, más aún, aseguró que el presidente electo había dicho lo contrario.

En cualquier caso, haber sacado a EGU de Venezuela parece, a los precios de hoy, otro traspié de los tres Rodríguez, puesto que, aún sin ser un lince de las comunicaciones, EGU en España y en los escenarios internacionales que esa residencia le permite, ha sido un dolor de cabeza para el régimen.

El próximo esfuerzo de Maduro y su trío será deshacer el binomio que los trae locos.

Una llave en la que están presos, incluso, los propios EGU y MCM, ya que al repercutir en una fórmula química de misteriosa eficacia, ambos están amarrados como siameses forzados a llevar la fiesta en paz y a atrincherarse frente a los leones que les saltan desde todos los rincones.

Esto es una verdad como un templo y no requiere de fuentes nítidas que lo certifiquen.

(*) Milagros Socorro es venezolana, escritora y ganadora del Premio Nacional de Periodismo en su país. En 2018, fue galardonada en La Haya por su labor en defensa de la Libertad de Expresión. En la actualidad, vive en Madrid.

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