18 de noviembre 2024
30 de julio 2024 - 1:05hs

Peter Ueberroth siempre quiso ganar una medalla en las Olimpíadas pero no estaba escrito. No pudo clasificar para el equipo estadounidense de water polo que viajó a los Juegos de 1956. Puso una agencia de turismo pero, muchos años después, estaba llamado a dejar su marca. Organizaría las Olimpíadas de Los Ángeles 1984.

Fueron las primeras y las únicas en toda la historia en ser rentables. Sí, por primera vez, las Olimpíadas no perdieron dinero. Y los Juegos venían intentando salir de una crisis de arenas movedizas.

Al punto que ese año las únicas dos opciones para el comité olímpico eran Los Ángeles o Tehéran.

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Primero, Munich 1972, ensombrecido por el terrorismo y la tragedia de la muerte de once miembros del equipo israelí. Después vino el descalabro financiero de Montreal 1976, que postró a la ciudad con una deuda que le llevó cuatro décadas remontar.

Le siguió Denver 1976, la Olimpíada de invierno que quedó a mitad de camino cuando los contribuyentes vieron la espiral de costos que se estaban gestando y forzaron a la ciudad a abandonar el delirio.

Por suerte, Innsbruck, en Austria, accedió a tomar su lugar, preparada para eventos invernales.

Como para coronar la seguidilla de desastres, los Juegos de Moscú 1980 fueron boicoteados por 65 países, incluidos los Estados Unidos, debido a la guerra en Afganistán.

Ueberroth aplicó una estrategia simple. Por lo general, lo simple funciona. Usar la infraestructura que ya existía, no ponerse a construir nada, ahorrar en lo que se podía (por ejemplo, los atletas descansaban en dormitorios de estudiantes).

Y tuvo la visión de inyectar la mayor cantidad posible de dinero privado. En ese sentido, volvió a las Olimpíadas más corporativas, para que no recayeran sobre la ciudad que las albergaba y sus finanzas. Cambió el manual.

Los Juegos de ese año generaron una ganancia de u$s 250 millones. Al año siguiente, había seis candidatas diciendo yo puedo hacer Los Ángeles. Pero resultó que no era tan fácil.

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Muchos jamás sabrán quién fue pero seguramente recuerden la ceremonia de apertura de su Olimpíada en 1984, hoy para nosotros al borde de lo “kitsch”. Pero sin duda entonces glamorosa (y económica). Desplegados en escena, 84 hermosos pianos con 84 pianistas imitando el estilo Liberace.

Muchos jamás sabrán quién fue pero seguramente recuerden la ceremonia de apertura de su Olimpíada en 1984, hoy para nosotros al borde de lo “kitsch”. Pero sin duda entonces glamorosa (y económica). Desplegados en escena, 84 hermosos pianos con 84 pianistas imitando el estilo Liberace.

Olimpíadas de gastos desorbitantes y "elefantes blancos"

Con París 2024, las cosas cambiaron. O mejor dicho, fue el Comité Olímpico Internacional el que cambió. Las Olimpíadas estaban de nuevo en medio de una crisis existencial.

Para los Juegos de invierno del 2022 sólo dos aspirantes: Almaty, en Kazajistán, y Beijing. Todas las ciudades europeas dijeron “no, gracias”. Fue otro llamado de atención como si los últimos fiascos no hubieran bastado.

Terminaron celebrándose en Beijing sin nieve natural. No es de extrañar que haya sido la tercera más costosa con u$s 38.500 millones, sólo superada por ella misma, en segundo lugar con los Juegos de 2008, que supusieron un desembolso de u$s 48.900 millones.

Del 2000 a esta parte, otra vez los organizadores no supieron, por distintos motivos, cuándo dejaron de gastar. El récord todavía lo tiene todavía Rusia, con Sochi 2014, como la Olimpíada más estrafalariamente onerosa, con u$s 55.400 millones (además de los escándalos de corrupción y doping).

También está el caso de Tokio 2020/2021, otro de los más caros por las dilaciones que impuso la irrupción de la pandemia. Pero decidió seguir adelante pese a los costos y terminó gastando u$s 25.000 millones.

Pero más allá de las cifras, uno de los casos más emblemáticos es el de Atenas 2004, con u$s 16.200 millones. En aquel momento había 11 competidoras pero quién podía resistirse a la fascinación de la idea de un regreso de los Juegos a Atenas.

Hay quienes dicen que el desarreglo financiero que provocaron las Olimpíadas fue el germen de la crisis de deuda soberana que una década después viviría la zona euro con un contagio que avanzaría desde Grecia.

Otro es la ciudad sudamericana de Río, en Brasil, que en 2016 puso u$s 12.100 millones (casi lo mismo que Londres 2012) pero con una asignación de recursos que se convirtió en la postal de lo que hoy se quiere evitar.

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El abandono de los estadios construidos para las Olimpíadas de Río 2016. Imágenes que dieron la vuelta al mundo. Hoy el consenso es que no debe construirse infraestructura que no tenga sentido a largo plazo para la comunidad más allá de las dos semanas del evento deportivo. Para evitar estos

El abandono de los estadios construidos para las Olimpíadas de Río 2016. Imágenes que dieron la vuelta al mundo. Hoy el consenso es que no debe construirse infraestructura que no tenga sentido a largo plazo para la comunidad más allá de las dos semanas del evento deportivo. Para evitar estos "elefantes blancos".

Los llaman “white elephants” o elefantes blancos. Esas construcciones monumentales que sobreviven abandonadas en el medio de la ciudad después de dos semanas de eventos deportivos. Moles sin vida que en el mejor de los casos fueron ocupadas o recicladas por algún otro uso.

Dieron vuelta al mundo las fotos de las piscinas olímpicas de Río con el agua cubierta de una suerte de moho verde apenas seis meses después de los Juegos.

Cambia el proceso de selección: sin naufragios fiscales

El criterio de selección de las ciudades candidatas ahora se enfoca en la capacidad de las futuras anfitrionas de recortar costos. Los ejecutivos olímpicos ya no quieren naufragios fiscales.

Desincentivan la construcción de nuevos estadios y cualquier infraestructura a no ser que tenga un real sentido a largo plazo para la comunidad y hasta proponen el uso de facilidades en países cercanos para mantener los costos bajos.

Y el proceso cambió radicalmente. Ya no visitan las ciudades que tratan de embrujar con sus encantos y un año después abren un sobre y revelan la elegida. Hoy devino más que nada en una serie de discusiones privadas con las candidatos para evaluar si están listas.

Esto es también una reacción a las manifestaciones populares que se dieron en varias ciudades. La gente se rebeló en simultáneo contra los costos enormes que acarrearía ser sede de las Olimpíadas en lugares tan disímiles como Roma y Oslo pasando por Estocolmo y Boston.

Todas dieron enseguida marcha atrás con el proyecto. Pero el mensaje fue estruendoso para el que quería escuchar. Ser anfitrión de los Juegos solía ser un orgullo y una oportunidad. Hoy genera la protesta furiosa de los contribuyentes.

París marca el inicio de esta nueva etapa de “discreción presupuestaria”. El presupuesto del comité organizador es de u$s 4.700 millones, del que 96% será financiado por el sector privado. Otros u$s 4.700 millones están destinados a los costos de infraestructura.

Pero París realmente evitó la trampa de la extravagancia para impresionar al mundo. No está gastando fortunas en estadios. De hecho, está usando el viejo estadio de la Copa del Mundo como principal centro de competición. Y todas las demás facilidades que erigió son de carácter temporario.

Claro, el factor seguridad siempre es una variable desconocida. El ataque sufrido en París, que iba en camino a ser la segunda Los Ángeles, puede aumentar exponencialmente el gasto en prevención y desequilibrar un presupuesto armado con precisión de cirujano.

Los sponsors y la aparición de las redes sociales

Volviendo al presupuesto, ¿cómo se financian Olimpíadas rentables? París comentaba que el 96% de los fondos provendría del sector privado.

La clave son los sponsors. Y dentro de ese grupo, los sponsors principales. Lo que estrictamente se llama “Olympic partner program”. Hoy incluyen empresas como Alibaba, Airbnb, ABInbev, Allianz, Atos, Bridgestone Tires, Coca Cola, Deloitte, Intel, Omega, Panasonic, P&G, Samsung, Toyota y Visa.

El valor de estos contratos top - que duran por todo un ciclo olímpico de cuatro años- pasó de unos u$s 90 millones en los años 80 a más de u$s 2.000 millones en la actualidad.

Los 15 sponsors que hoy tiene el comité olímpico ayudaron a generar u$s 2.300 millones de ingresos durante los Juegos de Tokio 2020/2021. Hoy esas compañías están pagando entre u$s 2.500 y u$s 3.000 millones.

Después de cinco Olimpíadas fuera de Europa y EE.UU., se dice que los sponsors venían mostrando cierta frustración ante los retornos que obtenían de su inversión. Nada de estadios “empapelados” con mensajes de sus empresas.

Además, con la pandemia, el espíritu de celebración que esperaban en Tokio tampoco llegó. París, esperan, será la vuelta del “business as usual”. Igual algunos de los nombres ya no estarán en el próximo ciclo.

Toyota avisó que se bajaba después de París, tras ser un sponsor vip desde 2015 y también Atos, la empresa francesa de tecnología

Otra fuente históricamente importante ingresos fueron los derechos de transmisión televisiva de los Juegos, un modelo de negocio que muchos auguran que tan pronto como en cinco años perderá relevancia.

Quienes respaldan este argumento se apoyan en el ejemplo de la decisión que tomó TikTok, la plataforma de redes sociales china, que será sponsor de un equipo olímpico en particular, el británico.

Para muchos, un recordatorio de que las nuevas generaciones consumen estos grandiosos espectáculos deportivos de una forma completamente distinta. Como mucho pueden absorber videos de unos pocos segundos de acción olímpica pero cada vez es más raro que se sienten a ver toda una competencia de un deporte que les gusta.

No se conocen los términos del contrato pero las redes sociales van a empezar a ser una fuente de ingresos importante que habrá que saber canalizar.

Las próximas ciudades y el temor a una recaída árabe

El comité olímpico no improvisa. Las sedes de los próximos Juegos ya están definidas. Y dicen mucho también de la transformación que atraviesa la organización de este super evento que estuvo tantas veces al borde de catástrofe.

El cronograma dice: Milán-Cortina (2026), Los Ángeles (2028), Alpes franceses (2030), Brisbane (2032) y Salt Lake City (2034). Quizás ya lo descubrió. Todas tienen algo en común.

Son ciudades de por sí fanáticas de los deportes o que ya cuentan con espléndidas facilidades y ninguna tendrá que construir nada para usar por dos semanas. Ninguna, además, está gobernada por regímenes autoritarios como en los Juegos en Rusia y en China.

Con París recién entrando en calor, y todas estas ciudades dispuestas a una prolijidad fiscal que le devuelva a las Olimpíadas su esplendor, en el mundo del deporte ya piensan qué puede desencadenar la próxima crisis.

La mayoría ve como gran riesgo a los árabes. Ya Qatar buscó consolidar su estatus global con el Mundial de Fútbol de 2020. Para muchos una decisión controvertida desde el punto de vista de los derechos humanos.

¿Se le está facilitando una oportunidad de “sport washing”? De ofrecer al mundo otra cara gracias al deporte. No faltaron igual las denuncias sobre el maltrato de inmigrantes durante las obras y la muertes de muchos durante la construcción del espectacular estadio.

Pero en el caso de las Olimpíadas la que está en la fila es Arabia Saudita. Y nadie cree que vaya a moderarse en gastos. Viene gastando miles de millones en atraer al deporte global al país.

Riyadh obtuvo el visto bueno de la FIFA para ser la sede del Mundial en 2034 y en 2029 el país será anfitrión de los Juegos de Invierno Asiáticos en el resort de montaña de Trojena.

Es cierto. Si la historia se repite, podría ser el regreso de las Olimpíadas como un derroche suntuoso nunca visto. Pero todavía falta París. Y darle la oportunidad a la sensatez de gastar lo que es lógico.

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