9 de enero 2025 - 7:54hs

Dentro de un escenario global conflictivo por el enfrentamiento entre Estados Unidos y China, Occidente está lejos de ser una unidad.

Tampoco lo era en los tiempos de la Guerra Fría, pero al menos existían consensos en torno a la democracia, la libertad y el capitalismo como pilares predominantes de la organización social. Hoy, sin embargo, hasta eso luce más difuso.

La izquierda global post-soviética ha encontrado en la corrección política, la agenda 2030, el movimiento "woke" o como se prefiera llamarlo, un modo camuflado de insistir en sus viejas ideas y mañas.

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Además, ha logrado sublimar su carga autoritaria de forma más sofisticada, presentándola bajo el atractivo disfraz del bienquerido "progresismo".

Así, las políticas de género y para los pueblos originarios se convirtieron en un ariete contra la presunción de inocencia y la igualdad ante la ley.

El activismo ambientalista añadió una simpática pátina de ingenuidad al histórico anticapitalismo de las élites académicas y culturales, pero también creó las condiciones necesarias para llevarlo a la práctica.

El multiculturalismo, que promovía la inmigración, se llevó a cabo ahora sin planificación ni criterio o, peor aún, encubriendo la formación de masas disponibles para proyectos antioccidentales de la izquierda.

Por último, la lucha contra la desinformación y las fake news sirvió como pretexto para imponer la censura y limitar la libertad de expresión sin remordimientos.

Este experimento progresista resultó exitoso, permitiéndole a la nueva izquierda, ahora disfrazada de verde, feminista y multicultural, recuperar una iniciativa política que había perdido con la caída del muro de Berlín.

Así, lograron imponer normas de convivencia social, relatos legitimadores y un poder de cancelación sobre aquellas expresiones que escaparan de “lo aceptable”.

Y esto fue más evidente en Europa y Estados Unidos porque, en América Latina, la izquierda no dio tantas vueltas.

Allí mantuvo su enfoque tradicional, ligado al autoritarismo, combinando visiones del socialismo del siglo XX con el cristianismo del siglo XVI.

Esto se observa hoy en Venezuela y en las dificultades de Lula, Petro y Claudia Sheinbaum no solo para enfrentarse a esa dictadura, sino también para desprenderse de sus legados comunes.

El progresismo se enamoró tanto de sus palabras y discursos que terminó privilegiándolos por sobre la realidad misma. Al final, el gen soviético resultó más difícil de ocultar de lo que parecía, y sus consecuencias sociales no tardaron en manifestarse.

Nuevos símbolos del cambio de época

Parece evidente que este ciclo progresista está llegando a su fin.

Los últimos meses han confirmado este cambio de tendencia, coronado por el triunfo de Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos.

Lo de Trump fue la frutilla del postre de un 2024 en el que el viejo Occidente pareció resurgir de sus humeantes cenizas para enfrentar y derrotar las máscaras progresistas de la izquierda autoritaria.

En este inicio de 2025, además, hay tres hechos para remarcar que siguen reforzando una tendencia.

Adiós Trudeau

Considerado en su momento un "golden boy" del progresismo global, el canadiense Justin Trudeau implementó leyes de control sobre la libertad de expresión propias de una autocracia.

Al mismo tiempo, adoptó políticas económicas inspiradas en la izquierda populista latinoamericana, logrando, como era previsible, los mismos resultados: un aumento del costo de vida y de la inflación.

La política de inmigración irresponsable trajo consigo nuevos problemas y, finalmente, su propio partido lo apartó del poder.

Trudeau terminó convertido en un adolescente caprichoso, atrapado en el narcisismo de su propio personaje, desconectado de la realidad, autoritario y con un legado que, sin duda, será evaluado con mayor dureza con el paso del tiempo.

El segundo fenómeno de estos días, llamativamente menos mediático, pero mucho más terrible, es la denuncia amplificada por Elon Musk sobre las redes de abuso en Inglaterra.

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Elon Musk

Elon Musk

Algo huele a podrido en Inglaterra

Estas pandillas acusadas de violar a miles de jovencitas estarían vinculadas a grupos paquistaníes que cometieron estos crímenes impunemente durante años, bajo la protección de una clase política temerosa o, en algunos casos, condescendiente.

Pero también porque el voto islámico se ha convertido en una parte sustancial del activo electoral del Partido Laborista.

La prensa progresista tradicional, incluida la española, prefiere ignorar el tema y seguir atribuyendo todos los males a las fake news del supervillano de moda, que esta vez no es el Joker ni el Pingüino, sino Elon Musk y sus influyentes "superamigos" de la ultraderecha.

Finalmente, y para cerrar esta semana de progresismo on the run, destaca el notable cambio de discurso del director ejecutivo de Meta, propietaria de Facebook e Instagram, entre otras plataformas.

La censura se acabó

Mark Zuckerberg reconoció que seguir los dictados de la prensa tradicional y los gobiernos condujo a un exceso de censura, por lo que decidió poner fin a los estrictos controles sobre lo que se dice en las redes bajo su propiedad.

En particular, reconoció que delegar la moderación en verificadores de datos —un próspero negocio para grupos alineadas con la agenda woke resultó ser políticamente parcial, minando más confianza de la que lograron construir.

Zuckerberg también hizo un llamado a enfrentar a los gobiernos que buscan controlar y perseguir a las redes sociales.

Este giro llega en un contexto en el que la Unión Europea y sus países miembros parecen embarcarse en una cruzada contra la libertad de expresión en las plataformas digitales.

Sus líderes más visibles (Emmanuel Macron y Pedro Sánchez) culpan a las redes sociales, y en particular a Elon Musk, de actuar como arietes de una supuesta internacional reaccionaria.

El desgaste de la agenda woke

El progresismo "woke" ha alcanzado un punto de quiebre.

Sus políticas, centradas en construir relatos ideológicos y autoritaritarios, cuando no fantasiosos, se han desconectado de la realidad concreta que enfrentan los ciudadanos, a quienes además han castigado por cuestionarla.

Ahora se avecina la batalla final. Incluso antes de ajustar cuentas con Rusia y China, Estados Unidos deberá decidir qué tipo de Occidente quiere liderar.

¿Donald Trump, Elon Musk y Mark Zuckerberg intentarán convertirse en la versión aggiornada al siglo XXI de Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Juan Pablo II?

La diferencia es que, esta vez, el enemigo está durmiendo dentro de la casa.

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