Aún peor les fue a los liberales, también miembros de la coalición oficialista, que ni alcanzaron el mínimo para obtener representación parlamentaria. Los Verdes, la tercera pata del gobierno, lograron amortiguar la caída, posiblemente con un electorado más leal, aunque también perdieron votos en comparación con 2021.
Uno de los grandes vencedores fue Alternativa para Alemania (AfD), el partido de extrema derecha, que duplicó su representación y se consolidó como la segunda fuerza política. Algunas encuestas le auguraban una mejor elección, aunque esa posibilidad fue más una herramienta electoral utilizada por la SPD frente a la dispersión de sus votantes en otras fuerzas de izquierda. La estrategia no funcionó como se esperaba.
La izquierda más radical también tuvo un desempeño destacado: la tradicional Die Linke, heredera del partido comunista, duplicó su porcentaje electoral respecto a 2021, alcanzando un 8,8% de los votos.
Por su parte, la nueva formación Bündnis Sahra Wagenknecht (BSW), que combina elementos de izquierda con posturas más nacionalistas y populistas, obtuvo un 4,97%, quedando ligeramente por debajo del umbral del 5% necesario para ingresar al parlamento.
La suma de votos obtenidos por ambas organizaciones de izquierda evidencia el creciente descontento con la SPD.
Sin embargo, el gran ganador fue el partido de Ángela Merkel, que regresa al poder, esta vez bajo el liderazgo de Friedrich Merz. La brecha entre expectativas y realidad será un desafío complicado para los ganadores.
Merz deberá enfrentarse a un panorama geopolítico en transformación, atender las crecientes demandas internas e intentar hacer a Alemania y Europa grandes otra vez.
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La izquierda a la deriva
El ahora derrotado Scholz había comenzado su mandato con el entusiasmo del regreso de la socialdemocracia alemana a la cúspide del poder tras más de 15 años de gobierno de Merkel.
Sin embargo, la SPD no había estado completamente relegada, ya que también había formado parte del gobierno de la líder alemana durante más de una década, en la llamada “Gran Coalición”.
Si las expectativas ante el retorno del SPD al poder eran altas, los desafíos que enfrentaba no eran menores: la guerra entre Rusia y Ucrania y el reajuste en las políticas de defensa que esta exigía, la discusión sobre las políticas energéticas, las tensiones en torno a la inmigración y la redefinición del rumbo europeo, por mencionar los más urgentes.
Sin embargo, el gobierno de Scholz resultó un fracaso. Terminó su mandato sin completarlo y con los peores índices de aprobación que haya tenido un canciller alemán.
Su coalición colapsó cuando intentó expandir el gasto público lo que generó un fuerte conflicto con sus socios liberales. Más allá de ese desenlace puntual, el fracasado gobierno de Scholz fue a la vez, un reflejo de la crisis que atraviesa la socialdemocracia europea.
Socialistas del mundo ¿uníos?
La SPD, fundada a fines del siglo XIX, es uno de los partidos políticos más tradicionales del mundo. En la década de 1950 renunció a su programa marxista revolucionario e inició un proceso de renovación que implicó una reconciliación con el liberalismo y el capitalismo.
La democracia liberal y la economía mixta se convirtieron en pilares de su ideología. Durante los años de la Guerra Fría, la SPD mantuvo una posición de cierta autonomía respecto de Estados Unidos, aunque siempre alineado con el bloque occidental y en oposición a la Unión Soviética.
La caída del Muro de Berlín representó un desafío estratégico para la socialdemocracia europea, al desvanecer el cómodo espacio discursivo que le permitía ubicarse entre norteamericanos y soviéticos.
Con la desaparición de esa dualidad, su identidad ideológica se debilitó y nunca logró recuperar un perfil político y discursivo coherente más allá de la coyuntura de cada país, quedando atrapada en la gestión pragmática del poder.
En muchas ocasiones, esta falta de identidad ideológica ha hecho que la socialdemocracia se vuelva indistinguible de los socialcristianos y populares con los que solía competir.
La apertura a la agenda woke le resultó útil en la última década para renovar su discurso y construir un nuevo marco programático, aunque sin resolver la desconexión con amplios sectores de su electorado tradicional.
Además, la izquierda no ha sentido la necesidad de una actualización política e ideológica, porque ha encontrado una fórmula que la protege de cualquier autocrítica: la apelación a la ultraderecha.
No fue hasta la llegada de Donald Trump a la presidencia de EE.UU. que la necesidad de un cambio se hizo más que evidente. Las elecciones en Alemania han demostrado que el electorado comprende mejor la coyuntura que sus dirigentes. También evidenciaron que el crecimiento de opciones radicales se produce en ambos extremos del espectro político.
Ante esta situación, se puede formular un teorema político: cuando las opciones tradicionales de izquierda y derecha pierden diferenciación, surgen alternativas en los extremos.
El desgaste y el espejo de España
Un ejemplo claro es España, donde el PP y el PSOE convergieron durante años en materia de políticas, gestión económica y corrupción, dejando un vacío que permitió el ascenso de fuerzas radicales en ambos lados del espectro político.
Pedro Sánchez, un político astuto, entendió que debía reafirmarse como líder de la izquierda para debilitar a sus competidores, Podemos y luego, Sumar.
En cambio, en la derecha, el Partido Popular tardó más tiempo en asimilar esta dinámica, especialmente bajo el liderazgo de Pablo Casado. Incluso hoy, con Alberto Núñez Feijoo, VOX sigue teniendo más espacio donde el PP no adopta una postura más firme.
En Alemania, después de más de diez años de gran coalición el desgaste de los partidos tradicionales es evidente.
¿Qué debería hacer el nuevo canciller alemán? No es fácil decirlo desde la tribuna. Si opta por repetir la “Gran Coalición” con los socialdemócratas, conseguirá estabilidad a corto plazo.
Sin embargo, a una coalición heterogénea le puede resultar difícil ofrecer respuestas claras a demandas sociales que requieren soluciones fuertes e innovadoras.
A mediano plazo, esto plantea dudas razonables acerca de si esta estrategia no terminará fortaleciendo a las fuerzas radicales en ambos extremos del espectro político.