Fallaron todos. Fallaron los pronósticos de Ipsos; fallaron los pases de magia de Pedro Sánchez y fallaron los editoriales pomposos de The New York Times. Que iba a ser la elección más disputada de la historia. Que las esposas de los distraídos republicanos votarían a escondidas a la hermana Kamala Harris.
Que ninguna candidata a la que apoyaran George Clooney, Oprah Winfrey o Taylor Swift podía perder.
El progresismo se preparó para el gran desembarco de Normandía para asestarle un golpe de gracia al nazismo. Así lo presentaban. Pero todos esos soldados quedaron derrumbados sobre la arena. No quedó ni uno en pie para ir a rescatar al Soldado Ryan. Entonces pasó lo que decían los mercados financieros, las redes sociales y unos pocos analistas políticos que iba a pasar: ganó Donald Trump.
Y no es solo que ganó. Arrasó, aplastó, destruyó a sus dos rivales del Partido Demócrata: al enclenque Joe Biden y a la breve e ineficaz reemplazante Kamala Harris.
Barack Obama lo advirtió y no lo escucharon
Ni siquiera se atrevieron a escuchar al sensato Obama y a poner como candidata a su esposa, la mucho más votable Michelle, negra también como la vicepresidenta, pero con swing afroamericano y sangre de verdad corriéndole por las venas. Barack se tomó un par de días en tratar de despertar a los demócratas que iban hacia la debacle, pero no pudo convencerlos. De mala gana, se encolumnó con la campaña electoral aunque manteniendo un notorio bajo perfil.
El hastío de los estadounidenses fue más fuerte que cualquier prevención que pudieran tener sobre Donald Trump.
Aquel asalto al Capitolio del 2020; los juicios por abusos contra las mujeres y las polémicas casi diarias a las que se subía el candidato dejaron de tener importancia y el empresario comenzó a mostrar que su regreso a la Casa Blanca ya no era una utopía. Mucho más cuando un francotirador le disparó en Pensilvania cinco meses antes de las elecciones.
El balazo tuvo dos efectos: rozó una de las orejas de Trump provocando un pequeño sangrado y terminó de asegurarle una victoria que ya se adivinaba a simple vista.
La segunda presidencia de Trump anuncia un tiempo diferente. Primero, porque venció a varios de los símbolos del poder en esta era y supone un contraataque para expulsarlos del paraíso.
Los enemigos que eligió y derrotó Donald Trump
- Donald venció al progresismo, al que ahora llaman woke, y a su persistente influencia de treinta años sobre la cultura política global. El extremismo adoptado por muchos grupos feministas, ecologistas e indigenistas cayeron también junto con el derrumbe de Kamala Harris. Creyeron, erróneamente, que su reinado era para siempre y que podían cometer cualquier exceso político.
- La segunda era Trump también vaticina el ocaso de los organismos multilaterales. Sobre todo, marca el fin de la preponderancia de las Naciones Unidas, pero también el del Banco Mundial y posiblemente el del Fondo Monetario Internacional. El cenit de esa soberbia lo mostró el secretario general de la ONU, el socialdemócrata portugués Antonio Guterres, quien intentó inclinar la balanza de la opinión pública global contra el gobierno democrático de Israel y ponerla a favor de grupos terroristas como Hezbollah y Hamás. Se aproxima un tiempo oscuro para esos burócratas con viáticos millonarios.
- La victoria de Donald Trump también marca un antes y un después para los medios de comunicación. El magnate del pelo colorado construyó el camino de regreso a la Casa Blanca confrontando a las grandes empresas periodísticas (The New York Times, CNN) y a muchos de los elefantes blancos del periodismo estadounidense, el de Watergate, el que invadió el territorio de la literatura con Tom Wolfe, el que denunció a los curas pedófilos de Boston. Fue el periodismo que perfeccionó como ningún otro el arte de atravesar la oscuridad de la política con la luz de la verdad. Pero esa trinchera también cayó.
Donald Trump apostó al océano de diez centímetros de profundidad de las redes sociales y al respaldo incondicional de su amigo Elon Musk, y triunfó. No pudieron evitarlo los intelectuales de la Costa Este ni la monarquía de Hollywood en la Costa Oeste.
La burocracia política agotó su crédito y son muchos los que todavía no lo comprenden. Las malas administraciones, las crisis económicas, el coqueteo con los dictadores rusos, árabes o latinoamericanos. Todo fue perfeccionando la hinchazón de ese hartazgo hasta hacerlo estallar en esa elección implacable del 5 de noviembre.
El cisne negro esta vez no llegó desde el Líbano. Estaba en el centro de Washington, pero Pompeya estaba ciega.
Reagan, Thatcher y la señal anticipatoria de Javier Milei
Y no es que no hubiera señales. En el sur de América, en ese país adolescente e impredecible llamado Argentina, Javier Milei se había adelantado diez meses como esos temblores que anuncian la erupción del Vesubio.
Con un modelo parecido al de Trump y algunas diferencias menores. Con disparos al corazón de la dirigencia política, del activismo progre y de los medios de prensa tradicionales. Y para los distraídos, allí estaban las primeras fotos internacionales relevantes del presidente argentino: con Donald Trump y con Elon Musk. ¿Hacía falta más?
Vienen tiempos desconocidos pero conservadores. Hay algo en el pasado que se parece al futuro. Algo que huele a Ronald Reagan y a Margareth Thatcher. A la Guerra de las Galaxias y al Imperio del Mal, que entonces era la Unión Soviética y ahora nadie sabe quien será.
Pero la sociedad global tiene miedos y los miedos arrastran a esconderse en La Aldea. La pandemia mató a quince millones de personas y puso a crecer el germen de la desconfianza. Los adultos nos entregamos a Netflix y a Twitter, y los jóvenes a Tiktok y la compañía permanente del smartphone.
Los únicos que no lo vieron venir fueron los burócratas del poder. Tan ensimismados estaban en sus all inclusives y en sus jardines artificiales que se les perdió de vista el meteorito que bajaba desde el cielo y aumentaba su velocidad para destruir lo que creían indestructible. Nada es igual desde el supermartes norteamericano.
A dos horas de Bangkok, en el zoológico abierto de Khao Kheow, un hipopótamo de cuatro meses al que llaman Moo Deng, fue sometido a una prueba que mezclaba el apetito con el arte de la adivinación. Le pusieron una calabaza llena de frutas deliciosas con el nombre de Kamala Harris y otro igual de apetecible con el nombre de Donald Trump.
El mamífero no dudó. Eligió el lugar donde estaba el nombre del próximo presidente de EEUU.
El hipopótamo al que visitan 4.000 turistas cada día desentrañó así el enigma que no pudieron develar tantos encuestadores, tantos analistas y que hizo llorar al sensible Mark Ruffalo.
Como en La carta robada de Edgar Allan Poe y como en cada reto de la humanidad, la respuesta estaba allí. A simple vista para que cualquiera pudiera verla.