Sin embargo, la visita generó malestar no solo en Washington, sino también entre varios dirigentes de la Unión Europea, que interpretaron el gesto como una jugada unilateral con posibles repercusiones más allá de España, especialmente por el momento en que se concretó.
Mientras la mayoría de los líderes de los países más influyentes del viejo continente optaron por la crítica medida o la cautela frente a los embates de Donald Trump, otros tomaron un rumbo opuesto al del presidente español.
Es el caso de la italiana Giorgia Meloni, quien directamente viajará a Washington para reunirse con su par estadounidense e intentar, al menos, preservar su posición.
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Giorgia Meloni y Úrsula von der Leyen
"Cómo cortarse el cuello"
Sánchez, al emprender un viaje que fue hábilmente amplificado por la maquinaria propagandística china, se expuso a una advertencia tajante del gobierno estadounidense.
El poderoso secretario del Tesoro, Scott Bessent, declaró que “elegir a China en lugar de Estados Unidos es como cortarse el cuello”, una metáfora brutal pero inequívoca.
Desde Moncloa intentaron justificar la visita apelando a la relevancia de la relación comercial con China y alegando que la reunión había sido acordada con mucha antelación.
Argumentos que resultan insuficientes ante la magnitud de las repercusiones. Por eso, Pedro Sánchez se preocupó por ofrendar al público español la apertura del mercado chino para varios productos nacionales.
¿Tenía sentido comprometer la relación con Washington por un incremento en las exportaciones de cerdo o de cosméticos?
El presidente estadounidense, en su estrategia de reposicionar geopolíticamente a Estados Unidos, ha mostrado flexibilidad para negociar y retroceder, pero no frente a gestos públicos de desautorización o desafío.
Para Trump, bajo la administración de Joe Biden, su país había perdido respeto internacional, y su prioridad fue restablecer ese estatus de potencia hegemónica.
Sánchez entiende que, en la diplomacia internacional, el pragmatismo es la norma, y que Estados Unidos, eventualmente, terminará relativizando el episodio si los alineamientos europeos vuelven a coincidir con los de su histórico aliado.
Por otra parte, España es uno de los países menos afectados por los aumentos arancelarios implementados por la administración Trump.
De todos modos, ni lerdo ni perezoso, el ministro de Economía español, Carlos Cuerpo, ya estuvo en Washington haciendo control de daños.
Y si bien todo eso es cierto, no resulta descabellado pensar que el gesto de Sánchez termine teniendo algún impacto en la relación con Estados Unidos, ya previamente tensionada por la ubicación ideológica de España en el ala izquierda del espectro europeo.
Por eso, lo de Sánchez no puede interpretarse como el resultado de una intención exclusivamente comercial. Esta visita a China también debe leerse, necesariamente, como un mensaje político e ideológico.
La nueva izquierda europea y su deriva antiliberal
China representa un mercado colosal y, además, lo suficientemente distante de la península ibérica —en todos los sentidos— como para que muchos políticos españoles no teman consecuencias inmediatas al concretar una alianza pública. Y esto no es nuevo.
De hecho, España fue uno de los pocos países que, en 1989, evitó condenar la brutal represión del gobierno chino en Tiananmen, lo que le valió el posterior agradecimiento de Pekín, por supuesto, que en términos materiales.
Pero el contexto actual es distinto.
La situación de los derechos humanos, el cuidado del medio ambiente, el trato a los disidentes políticos, la persecución de minorías étnicas —como los uigures— y el panorama en Hong Kong están muy lejos de presentar a China como un modelo que cumpla con los estándares europeos.
Por muchísimo menos, el húngaro Viktor Orbán lleva años en el purgatorio.
Pero Sánchez ha dado señales similares en otras oportunidades, ya que eso no afecta a su núcleo electoral duro, como ocurrió con su acercamiento al gobierno de Nicolás Maduro, donde confluyen izquierdas anacrónicas, intereses comerciales y redes opacas de financiamiento.
Las estrategias de Sánchez se vinculan con una transformación radical de los postulados de la socialdemocracia clásica que predominó en Europa durante la segunda mitad del siglo XX.
En ese período, figuras como Willy Brandt, François Mitterrand, Olof Palme, Felipe González o Mario Soares eran herederos de la lucha contra el autoritarismo, tanto nazi-fascista como de las dictaduras de Franco y Oliveira Salazar.
Aquella izquierda levantaba las banderas de la libertad y, al mismo tiempo, aceptaba la economía mixta y la democracia liberal.
Muchos de los valores europeos actuales se difundieron en ese contexto, e incluso sectores comunistas se acercaron a esa posición, dando origen al llamado “eurocomunismo”, que renunciaba públicamente al modelo soviético.
Con la llegada del siglo XXI, la izquierda fue mutando progresivamente su relación con el liberalismo político.
Un momento simbólico de esta tendencia fue el acuerdo firmado en 2018 entre el Papa Francisco y el gobierno chino, que generó fuertes críticas, especialmente entre los católicos chinos, quienes lo interpretaron como una traición del Vaticano.
El Papa Francisco se convirtió así en el eje de una visión del mundo centrada en la exaltación de la pobreza, el rechazo al materialismo y la oposición a la cultura capitalista, incluso desde espacios que históricamente habían defendido los derechos y las libertades individuales.
Hoy, el antiliberalismo se disfraza tanto de justicia social como de fe, y en ambos extremos comienza a converger en un ideal comunitarista que busca sepultar el predominio de la voluntad individual.
La visita de Pedro Sánchez a China forma parte de una reconfiguración ideológica que se expande por Europa y el mundo, donde el pragmatismo comercial convive con una narrativa que cuestiona los pilares del orden liberal occidental.
Más que una estrategia de negocios, la jugada de Sánchez evidencia un amplio alineamiento simbólico con esa nueva izquierda que, bajo distintos rostros, comienza a desafiar los consensos democráticos heredados del siglo XX.