Más tarde reconquistaría el puesto perdido de secretario general del partido, volvería a la Cámara Baja, le encajaría una moción de censura a Rajoy con ayuda de otros y se instalaría hasta hoy en La Moncloa.
En el colchón que estrenó y mandó comprar, aunque la operación estaba prevista, como describió en sus memorias escritas por Irene Lozano, el presidente del Gobierno de España tiene ahora su peor pesadilla: una convocatoria anticipada de elecciones.
La sombra de los comicios se le acerca peligrosamente y no son pocos los motivos que tiene para preocuparse.
Aunque en un alarde de la resistencia que le caracteriza, Sánchez intenta a toda costa despegarse de ella.
"Vamos a seguir gobernando hasta 2027"
“Es en mitad del maratón cuando hay que mirar al frente. Que ellos pidan elecciones, que nosotros vamos a seguir gobernando hasta 2027. Y cuando llegue el momento les volveremos a vencer y tendremos más gobiernos progresistas”.
El “Perro” Sánchez ladraba y cabalgaba en su defensiva retórica el martes, pero sabe que ese hueso duro de roer, que es evitar las urnas, no es totalmente suyo.
Los verdaderos dueños son más bien sus socios o “compañeros de maratón” que le complican la vida en Madrid y especialmente en Bruselas, donde Carles Puigdemont está cansado de no poder dormir en el colchón de Barcelona con su mujer porque la amnistía prometida no le llega.
También Sánchez sabía, cuándo dijo lo del maratón, que perdió las elecciones de hace año y medio largo, pero no se cansa de repetir que las ganó porque logró construir ese Frankenstein de Gobierno con separatistas, proetarras y restos del naufragio de la ultraizquierda, que son los que periódicamente le amenazan con dejarle en la cuneta o la banquina y desempolvar las urnas.
Hasta Podemos, o lo que queda de Podemos, le provoca escalofríos cuando advierte de que lo del adelanto electoral “es posible y puede pasar”.
Los apremios de vascos y catalanes
No funcionan de la misma manera los nacionalistas vascos. El PNV, que se encuentra en proceso de “modernización”, esos pasos no los anuncia, los ejecuta como hizo en 2017 con Rajoy una semana después de haberle aprobado los presupuestos.
Los vascos lo último que le han sacado a Sánchez es un Palacio en París que ocupa el Instituto Cervantes y que reclaman como suyo pese a que el Gobierno francés les desalojo por okupas hace años. De momento, les sigue conviniendo apoyar a Sánchez.
Los separatistas catalanes son los que más aprietan al presidente (aunque todavía no le ahogan) y agitan con más brío el fantasma de un adelanto electoral.
No le aprueban los presupuestos, se hacen de rogar con el techo del gasto, le tumbaron su Ley Ómnibus que, como Milei, tuvo que trocear o desguazar, y le humillan permanentemente en el Congreso mientras le sacan a cambio de su apoyo, más dinero, control en las fronteras que no son suyas, una moción de confianza (que tramitará, pero a la que no se presentará) y lo que se les va ocurriendo en el camino.
Puigdemont es un especialista en pedir y aunque a él tampoco le conviene provocar unas elecciones su talante imprevisible asusta a un Sánchez que está en sus manos.
Las sombras de la corrupción tan cerca
Pero hay otros factores que tienen a Sánchez contra las cuerdas y que, en cierta medida, hacen recordar los tiempos del matrimonio Kirchner cuando se dirigía a jueces y fiscales como “el partido judicial”, expresión que a Sánchez le falta un suspiro para replicarla tal cual.
El presidente está acorralado familiar y políticamente por casos de corrupción.
Su hermano “David Azagra” y su mujer, Begoña Gómez, están “investigados”, el término que sustituyó al tradicional imputado, por corrupción. José Luis Ábalos, el exministro (versión Julio De Vido en Argentina) que fue su mano derecha y le ayudó a recuperar el poder, está procesado y repudiado por el PSOE para evitar que le salpique la mugre de sobornos que un empresario arrepentido, Víctor de Aldama, no hace más que cantar con letra, música y números millonarios de euros.
La investigación se conoce como “caso Koldo”, oficialmente un discapacitado, y en verdad el hombre que custodió la urna llena de votos que Sánchez ocultaba tras una cortina cuando volvió por la puerta grande de la militancia al PSOE.
Pero ese Koldo también es el operador de los negocios turbios con sello del PSOE, de las presuntas comisiones, el que sabe qué hizo Delcy Rodríguez en el aeropuerto de Barajas cuando tenía prohibido pisar territorio europeo, el encargado de pagar el piso de Jessica, la amante de Ábalos y el dueño de otro donde, como si fuera argentino, guardaba miles de euros, “porque es una costumbre familiar”, le dijo a la Policía.
De nuevo la memoria nos lleva a los cuadernos de Óscar Centeno, el chófer de Roberto Baratta, a De Vido y a Néstor y Cristina Kirchner.
Una obsesión llamada Isabel Díaz Ayuso
En esta versión española el final del hilo estaría en la Moncloa, sobre ese colchón que a Pedro Sánchez le quita el sueño o en el que repasa su peor pesadilla o quizás una de las peores porque hay otra que también puede acabar con él: Isabel Díaz Ayuso.
Su obsesión por triturar a la presidenta de la Comunidad de Madrid la ha hecho propia Álvaro García Ortiz, el fiscal general del Estado, versión hispana y masculina de la impopular procuradora general, Alejandra Gils Carbó.
“Alvarone”, como se refieren a él algunos periodistas en España, está procesado por presuntamente difundir datos personales de Alberto González Amador, el novio de Ayuso, atrapado por Hacienda por un, aquí lo pongo, aquí lo quito, en una declaración de impuestos donde las cuentas y algunos recibos no cuadraban.
Los indicios y las declaraciones de colegas le han puesto en evidencia. Para colmo su conducta frente al juez fue más propia de un delincuente que de alguien que representa a una institución que jamás en democracia había protagonizado un esperpento semejante.
Los fiscales le piden o ruegan a García Ortiz que dimita y Alberto Núñez Feijóo, jefe de la oposición del PP, le califica de “delincuente común”, pero Pedro Sánchez no da su brazo a torcer y hasta llegó a decir que había que “pedirle perdón”.
Hoy las ministras y el propio Sánchez silban y miran al techo.
El informe de la Guardia Civil echa más tierra de culpabilidad sobre el cadáver político de “Alvarone”, al acusarle de borrar deliberadamente todos sus whatsapps y hasta el correo de Gmail privado para evitar que se demuestre que fue él quien facilitó al medio de Angélica Rubio, ex jefe de prensa de Zapatero premiada con un asiento en el consejo de RTVE, el documento que debía proteger del novio de Ayuso.
Así las cosas, sin descanso, a Pedro Sánchez los frentes se le multiplican y las voces que piden elecciones se elevan.
Pero él resiste, si cae Begoña, cae él. Si cae David Azagra, cae él y si cae el fiscal general, también tendría que caer él.
Quizás, por eso, al último le promete la salvación en un Tribunal Constitucional desprestigiado donde parecería que los deseos de Sánchez los entiende como órdenes.
Aún así, nadie le garantiza al presidente que los vascos del PNV tengan un límite y le suelten la mano, esa misma con la que tendría que convocar las elecciones anticipadas que le quitan el sueño.
Pero, mientras llega ese momento, insiste, “No, es no”.