29 de julio 2024 - 8:01hs

Si Venezuela fuera Colombia, el fraude en las elecciones perpetrado por Nicolás Maduro y su dictadura chavista, podría haberse llamado crónica de una muerte anunciada.

Pero Venezuela no es Colombia y hasta el gran Gabriel García Márquez se hubiera avergonzado de estos pequeños dictadores sin épica y con escasa formación aritmética.

Y eso que a Gabo le encantaba su papel de letrista literario de Fidel Castro y jamás se preocupó por los presos y los muertos de la decadente leyenda cubana.

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Hasta las cuentas le daban mal al chavismo para maquillar el atraco cometido sobre las urnas venezolanas.

El 51,2% que le dibujaron a Maduro, más el 44,2% que le inventaron a Armando González Urrutia más el insólito 4,6% que le novelaron al resto de los candidatos sumaba 132,2%. Ni siquiera tienen un resquicio de talento para el mal. Al muñeco chavista se le puede adivinar el disfraz.

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Lula, Sánchez, Boric, los aliados avergonzados

Por eso es que, durante la larga madrugada que fue del domingo 28 de julio al lunes, los aliados avergonzados de la farsa chavista desesperaban por las evidencias de un fraude que quedaba a la vista de todo el planeta.

El brasileño Lula ya le había advertido a Maduro que debía reconocer los resultados de las urnas, aunque fueran adversos. En la tensión de la noche larga, el colombiano Gustavo Petro pedía que se dieran a conocer sin más demora.

Y en la mañana del lunes fue el más institucional de la izquierda latinoamericana el que salió a reclamar algún gesto a Maduro que le diera un poco de credibilidad a esos números de realismo mágico con el que decoró las elecciones.

El chileno Gabriel Boric, más joven que otros dirigentes de su andarivel ideológico, utilizó una metáfora de Gustavo Cerati extraída de Persiana Americana.

El régimen de Maduro debe entender que los resultados que publica son difíciles de creer”, escribió temprano en su cuenta personal de X. El largo camino cultural iba de de García Márquez hasta Soda Stéreo.

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Algo parecido, pero sin literatura ni rocanrol, le sucedió al gobierno de España.

Hacía meses que Pedro Sánchez venía tomando distancia de Maduro temiendo que fuera derrotado o, como sucedió, que fraguara una victoria impresentable.

Por eso, el lunes también mandó a su ministro de Relaciones Exteriores, José Manuel Albares, a publicar un comunicado pidiendo transparencia y datos verificables al chavismo incorregible.

El papel penoso de Rodríguez Zapatero

Es el juego a dos bandas que tanto le gusta a Pedro Sánchez. La va de crítico moderado con el chavismo para los cócteles europeos mientras en Caracas bailan sin gracia los ritmos caribeños el ex presidente de España, Jose Luis Rodriguez Zapatero, y el fundador de Podemos, Juan Carlos Monedero.

A Rodríguez Zapatero, quien va derivando hacia la pantomima de un dirigente político, le cabe perfectamente la definición del antecesor socialista al que no supo rendir un mínimo homenaje de talento y eficacia: Felipe González.

Yo no hago lobby en la Unión Europea, como Zapatero, a favor de los violadores de derechos humanos”, lo describió con gracia andaluza. No hizo falta mucho más.

Trece años de Hugo Chávez más doce de Nicolás Maduro, que ahora van camino a convertirse en dieciocho.

Es decir, que la desgracia democrática de Venezuela marcha sin pausas hacia las tres décadas.

En estos días de campaña electoral, era la madrileña Isabel Díaz quien describía los sufrimientos de los venezolanos que omitía la televisión pública española en un informe periodístico vergonzoso para un medio de prensa que supo ser un espejo impecable del periodismo iberoamericano.

En las redes sociales, la presidenta de Madrid recordaba el baño de sangre de la represión chavista, la inhabilitación por 15 años de María Corina Machado como candidata a presidenta, la cárcel para los adversarios políticos y la negación del voto a los ocho millones de venezolanos exilados que sufren por el mundo.

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Solo en España vive medio millón de hombres, mujeres y niños llegados de Venezuela. Y podían votar apenas unos 25.000 este domingo porque el chavismo se ocupó personalmente de bloquear a sus compatriotas en los consulados y complicar la entrega de pasaportes para que casi nadie pudiera votar.

Allí están en España los dirigentes de Sumar, como la vicepresidenta Yolanda Díaz, los de Podemos y muchos de los socialistas tratando de justificar la mancha histórica del chavismo, y de encontrar artilugios políticos y matemáticos para justificar lo injustificable.

Es lo mismo que sucede con las izquierdas en América Latina y, sobre todo, en la Argentina donde Cristina Kirchner y muchos de sus serviles como Alberto Fernández, acompañaron y elogiaron la transición de régimen intolerante hacia esta medalla final de dictadura regional.

Allí están muchos dirigentes e intelectuales progresistas, que romantizaron a Fidel Castro y después a Hugo Chávez, tratando ahora de encontrar los conceptos para explicar y explicarse tal vez a ellos mismos cómo apañaron a esta banda de forajidos que llevaron a Venezuela a los peores niveles de pobreza en el planeta.

Y cómo empujaron a tantos venezolanos a desperdigarse en cientos de ciudades por el exilio.

Venezuela navega ahora, en el barco triste del fraude electoral, las aguas que llevan inexorablemente a una tiranía sin retorno.

Las mismas aguas que tienen atrapada a Cuba desde hace 65 años en la cárcel del atraso, la decadencia y el horizonte sin libertad.

Los venezolanos estuvieron muy cerca esta vez de escapar del laberinto maldito que construyen las dictaduras.

El futuro sigue siendo para ellos un sendero lleno de obstáculos.

También depende de la comprensión y de la solidaridad que puedan encontrar en Iberoamérica la chance de que puedan tener otra oportunidad.

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