Vivimos un año de múltiples –y trascendentes- votaciones en todo el mundo y Europa no es la excepción. El reciente turno electoral para el Parlamento Europeo, Reino Unido y las elecciones anticipadas en Francia, arrojó análisis diversos, aunque mayormente, primaron los sesgos que interpretaron la coyuntura como un nuevo episodio de la eterna lucha entre el bien y el mal.
El caso francés fue distinto. Ofreciendo otra de las formas que tanto agradan a Hollywood: la épica colectiva.
En este punto, la película agregó el suspense de la primera vuelta electoral: parecía que Marine Le Pen no tendría límites para armar un cuarto Reich.
Pero cuando el triunfo de la oscuridad era inevitable, llegó el esperado renacer con el éxito de la izquierda. El diario español El País lo graficó titulando “Francia frena a la ultraderecha”, como si quienes eligieron a Agrupación Nacional no fueran franceses (y, además, fueron votados por más de 10 millones de ciudadanos).
A medida que pasan los años y vivimos nuestras vidas, sumamos experiencias. Si algo aprendemos de ello es que las épicas adolescentes, los cambios de humor sin explicación racional y vivir fuera de la realidad inmediata y material que nos rodea, no tiene un destino sostenible en el tiempo.
La adolescencia se termina cuando la realidad golpea nuestras puertas y afloran las cuestiones más profundas que caracterizan a la vida humana. La política no es muy diferente a eso.
Por eso, y si nos quedamos con los relatos de los voceros de la corrección política se puede pensar que Europa ha surfeado, una vez más, una ola de autoritarismos y malos de la película.
Nos encantan los finales felices. Aunque también podemos intentar comprender más profundamente lo que pasó y analizarlo prescindiendo de la alegría boba.
Esto no es del todo fácil ya que, superficialmente, y tras una primera mirada, los títulos épicos y la realidad coinciden en el mismo lugar. Efectivamente, el laborismo británico llegó a una contundente e inesperada victoria y, al mismo tiempo, cerró las puertas a Reform UK y lo que se esperaba como un nuevo representante en la mesa de la ultraderecha con poder en Europa.
Igual con la primera vuelta electoral de Francia. Las encuestas posteriores preanunciaban que se avecinaba un contundente triunfo de las huestes de Marine Le Pen y finalmente eso no ocurrió.
Además, los que festejaron fueron los seguidores de Jean-Luc Mélenchon. Una especie de Bernie Sanders mezclado con Pablo Iglesias y Rafael Correa.
Pero no todo es lo que parece a simple vista.
La única verdad es la realidad
En primer lugar, hay que decir que las elecciones, tanto las europeas como las del Reino Unido y las francesas y por qué no, también las iraníes, que culminaron con el triunfo del renovador Masud Pezeshkian, no deben ser analizadas solo como luchas ideológicas. Como si en ellas solo se expresaran sociedades de activistas que siguen los preceptos de la derecha dura o sus rivales.
Es cierto que hay climas de ideas predominantes y discusiones que adoptan formas particulares en cada momento histórico, pero lo que afloró es un malestar social con la realidad, con la economía, con el rumbo en que están tomando las sociedades y con los políticos que están a cargo de eso.
Pero en el caso británico, además, el voto contra el oficialismo se nutrió de la degradación del sistema de salud, de la educación pública y las consecuencias de haber adoptado el Brexit.
Las fiestas de Boris Johnson en plena cuarentena dinamitaron cualquier confianza en los viejos conservadores y sus sucesores, Liz Truss y Rishi Sunak, solo empeoraron las cosas.
El laborismo conformó una mayoría contundente en un parlamento donde no existe una fragmentación de fuerzas. El sistema electoral inglés sigue filtrando quién sale electo y quién no sin afectar la gobernabilidad. En Francia, los resultados arrojan peores perspectivas.
El presidente Macron es impopular. Existen muchas críticas a sus políticas económicas y la cuestión migratoria está en uno de sus peores escenarios: es un sistema en el que pierden todos.
Por un lado, muchos franceses ven con preocupación los cambios políticos, culturales y la violencia que trae la convivencia con personas de religiones y costumbres muy diferentes. Sobre todo, en el caso de los casi 500.000 judíos y el racismo de baja intensidad que sufren día a día en París.
Pero al mismo tiempo, los inmigrantes tampoco viven en un estado de bienestar, de integración y felicidad. Han venido a ocupar el lugar de mano de obra barata y se han convertido en habitantes de miserables extrarradios donde luchan día a día para apenas sobrevivir.
Y posiblemente sean parte de una novedosa ingeniería social del populismo europeo. Los expulsados del sistema, y sobre todo los inmigrantes que cada vez son más, se convirtieron en la masa electoral disponible para liderazgos como los de Mélenchon.
Seguramente no sea como lo relató Michel Houellebecq en Sumisión, pero es un fenómeno que hay que empezar a repensar.
El problema que los titulares de épica adolescente prefieren ocultar en Francia es el de una Asamblea Nacional (Parlamento) fragmentada y polarizada a la vez. Donde el presidente –con mandato hasta 2027- no tiene mayoría y tendrá que ser un hábil comandante de tormentas para formarla.
Quizás deba mirar más a su colega Pedro Sánchez, un experto en supervivencia y sin ganar elecciones. Pero eso no auguraría tiempos tranquilos para la sociedad francesa.
El futuro es hoy
Lejos de la alegría de la prensa progresista y de las élites aferradas a burocracias eternas lo que emergió en las elecciones europeas no es para festejar.
Por el contrario, es la muestra del malestar de amplias franjas de la población que vienen buscando diversas formas para expresarse debido a que la política tradicional ha dejado de hacerlo.
Pero además sus “representantes” también han dejado de poner en palabras (y por eso en agendas públicas) los problemas reales que enfrentan en un proceso de cambio global, regional y nacional.
Con una guerra fuera de control y donde las nuevas generaciones no gozan del bienestar y la seguridad de sus padres y abuelos. Y quien quiera abrir esas discusiones, será tachado de ultraderecha.
Los europeos están aprendiendo una lección que sus políticos tratan de ocultarle: las malas decisiones tienen consecuencias y las consecuencias, más tarde o más temprano, se pagan.
La adolescencia terminó.
¿Terminó?