Al principio hubo señales
Aquel discurso capitalista libertario que impactó hace doce mese en el Foro Económico de Davos.
Lo mismo que el abrazo inesperado con el Papa Francisco, un par de meses después, en la basílica romana del Vaticano. Lo que parecía roto entre ellos se volvió a unir.
Y, sobre todo, la presencia estelar en Mar-a Lago junto a Donald Trump una vez que su amigo volvió a ganar las elecciones para convertirse por segunda vez en el presidente de la mayor potencia planetaria.
Hubo quienes se burlaron de la multiplicación de selfies y de las imágenes de Javier Milei sonriendo abrazado con la familia Musk o con Sylvester Stallone. Como si el culto a las celebridades fuera una práctica recién llegada a la construcción del poder.
Pero hay otros que empiezan a calibrar esos gestos de repercusión global inmediata gracias a la velocidad de las redes sociales como un método imbatible de consolidación política.
Y en esos términos habría que evaluar la aparición de Milei en el balcón histórico de la Casa Rosada argentina junto al venezolano Edmundo González Urrutia, el candidato venezolano que venció en las últimas elecciones a Nicolás Maduro, aunque la dictadura chavista que administra Venezuela con mano de hierro no tiene previsto reconocer.
De hecho, ya se ha adjudicado la victoria con actas falsas y este 10 de enero hará la parodia de la reelección ante un mundo y todo un continente (América) impotentes.
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Si hay algo que abunda en el escenario global son gestos de solidaridad con los venezolanos que sufren la ausencia de la democracia en su país.
Hay cientos de palabras en los discursos y miles de posteos en las redes sociales de dirigentes e influencers destacados. Pero nada de ese respaldo discursivo ha servido para que la situación mejore.
La diáspora venezolana crece día a día en Argentina o Chile. En Estados Unidos o en España, donde los emigrados han superado el millón e incluyen al propio Edmundo González Urrutia, quien debería asumir el poder esta semana.
Por eso, es que la imagen de Javier Milei animando a González Urrutia a salir al balcón de la Casa Rosada, el mismo que inmortalizó a Juan Domingo Perón, a Evita, al dictador Leopoldo Galtieri anunciando la guerra de las Malvinas, a Raúl Alfonsín celebrando el regreso de la democracia y a tantos otros habitantes breves del poder, se convirtió en el símbolo más potente de apoyo a Venezuela que se registró en estos años.
Además de esos miles de venezolanos de la diáspora que lo aclamaron en Buenos Aires, González Urrutia se llevó también otro gesto solidario impactante de sus compatriotas en Montevideo, porque Uruguay y el presidente Luis Lacalle también le hicieron el homenaje que se merecía en la banda oriental del Río de la Plata.
La pregunta es: ¿y el resto de América Latina, qué? ¿Y el resto de América, qué? ¿Y el resto del planeta, qué?
Para empezar están las posiciones vergonzosas de Brasil, Colombia y México, que han hecho un culto del silencio stampa y reconocerán la parodia chavista del 10 de enero sin que a sus embajadores presentes se les mueva un músculo de sus caras.
España, entre el chavismo y la vergüenza
¿Hará lo mismo España? Entre los dirigentes del PSOE, creen que la velocísima llegada a Caracas del flamante embajador Alvaro Albacete, urgido por el más chavista de los españoles (el ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero), es la señal inequívoca de que Pedro Sánchez también va camino a convalidar la eternización de Maduro, Diosdado Cabello, la valijera Delcy Rodríguez y al resto de sus secuaces en el Palacio de Miraflores.
La película del drama de Venezuela comienza a transitar sus tramos decisivos.
Por horas, por minutos y por segundos en esta semana de definiciones. El presidente itinerante González Urrutia estará el martes en la Casa Blanca saludando al tembloroso Joe Biden, y también recibirá el abrazo del uruguayo Luis Almagro en la sede de la simbólica Organización de Estados Americanos.
Pero el respaldo que verdaderamente necesitan González Urrutia y la libertad de Venezuela es el de Donald Trump, quien prepara su desembarco en la Casa Blanca para el 20 de enero y evalúa los contratos petroleros que EEUU tiene con la Venezuela chavista antes de alumbrar una postura valiente sobre la cuestión.
América Latina detiene su respiración
González Urrutia viajará a República Dominicana y, una vez en Santo Domingo, decidirá si viaja o no a Caracas para asumir lo que ha ganado en las urnas.
Desde algún lugar incógnito en el país, Corina Machado ha llamado a una movilización masiva para el jueves 9 de enero. ¿Será el viernes 10 de enero de gloria o será de cenizas?
El caso es que no toda España ha permanecido indiferente a Venezuela. El lunes de Reyes, el presidente del Partido Popular español, Alberto Núñez Feijóo, llamó a los venezolanos a seguir a Corina Machado y a movilizarse contra el chavismo en todos los lugares del país.
¿Insistirá Pedro Sánchez en mantenerse del lado de la vergüenza?
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El chavismo levanta en estas horas la bandera de la amenaza.
Si González Urrutia aterriza o desembarca en Venezuela terminará preso, y también todos aquellos que vengan con él.
A esta altura, lo más probable es que la campaña para reclamar por la libertad y la democracia siga durante este año fuera de las fronteras para evitar que la sangre corra más de lo que ha corrido hasta ahora.
Con tres décadas usufructuando las riquezas de Venezuela y empobreciendo al país a límites insospechados, al chavismo solo le ha preocupado una cosa en estos días imprevisibles.
Esa imagen de González Urrutia junto a Javier Milei en el balcón de la Casa Rosada.
Esos miles de venezolanos de la diáspora argentina gritando que quieren volver, soñando que quieren volver, prometiendo que van a luchar. Esas imágenes recorren el mundo y pueden encender a otros miles de corazones.
A otros millones que quieran regresar para ver a los que dejaron. Para recuperar lo que perdieron. Para volver por lo que es suyo. Esa patria palpitante que espera en cada venezolano es lo que asusta al chavismo.
Esa energía que aterra a todos los dictadores de la historia cuando el volcán parece a punto de explotar.