Finalmente ocurrió. Dramático y espectacular. La noticia tiene un peso abrumador y, a la vez, desconcertante. No es común que la crisis que vive el sistema político norteamericano haya quedado tan expuesta y, sobre todo, con un final abierto que solo proyecta debilidad e incertidumbre.
El presidente de la mayor potencia del mundo, Joe Biden, renunció a su candidatura para la reelección después de haber triunfado en las primarias del Partido Demócrata, en las que votaron más de 14 millones de personas.
Lo único que se puede afirmar en estas horas tan cercanas al renunciamiento es que estamos siendo testigos de una campaña electoral inédita que, casi sin dudas, seguirá ofreciendo nuevos capítulos conmocionantes hasta su conclusión a principios de noviembre.
El rey desnudo
Las desconfianzas acerca de la capacidad de Biden para continuar en el cargo por otros cuatro años estaban instaladas y en aumento, alimentadas por sus propios errores y también una campaña deliberada para amplificarlos y ridiculizarlo.
Lo cierto es que transmitía una preocupante imagen de falta de autoridad que el líder de una potencia global no puede permitirse, menos en un mundo fuera de control, donde la hegemonía norteamericana está puesta en tela de juicio.
En el plano interno, las cosas no son más sencillas, con una polarización creciente que no parece encontrar límites institucionales, y mucho menos políticos.
Lo llamativo es que la dirigencia demócrata no haya logrado reconocer algo que era evidente desde hace bastante tiempo, además de intentar ocultarlo con insistencia y agresividad.
De hecho, la candidatura de Biden se daba por descontada hasta el fatídico 27 de junio, cuando su pésimo desempeño en el primer debate presidencial activó las alarmas y demostró que no se puede ocultar el sol con las manos.
La mayoría de las encuestas reflejaron la creciente desconfianza de los votantes en la capacidad del presidente para liderar el país.
Como un efecto dominó, esto permeó entre las filas demócratas, incluyendo a los dirigentes más importantes, quienes también están poniendo en juego sus propios cargos en las próximas elecciones. Ya no había marcha atrás, y la presión sobre Biden creció minuto a minuto.
El atentado contra Trump —y la foto del republicano ensangrentado con el puño en alto— intensificó ese sentimiento de deriva y mostró a los demócratas el abismo como nunca antes lo habían sentido.
El pánico los devolvió a la realidad.
El anuncio del presidente norteamericano se produce en una etapa muy avanzada de la carrera electoral, lo que parece reducir drásticamente las opciones estratégicas de la dirigencia del Partido Demócrata. Sin embargo, el paso por la Convención es ineludible, y ahora es necesario volver a convencer a los delegados.
El show debe continuar
Al momento de escribir estas líneas, Kamala Harris parece tener ventaja para la nominación.
Fue apoyada por el mismo Biden y por sectores de la dirigencia demócrata que se aferran a ella para relanzar la campaña en un plazo razonable y plantarse ante un Trump que parece imparable.
Cualquier otra opción enfrentaría problemas graves. Si la dirección del partido eligiera a otro candidato que no fuera Harris, estaría destruyendo la legitimidad del sistema de elección popular -las primarias-, donde la fórmula Biden-Harris triunfó por amplio margen.
Hacer nuevas primarias, por otra parte, parece poco realista a esta altura de la campaña, aunque se discuten posibilidades intermedias.
Sea como fuere, el cambio de candidato es otro de los talones de Aquiles de los demócratas y, sin duda, será aprovechado por los republicanos para presentarlos como una élite antidemocrática que ya gobernaba utilizando la imagen de un Biden incapaz de hacerlo por sí mismo, como lo evidenciaría su renuncia a la reelección.
Pero, al mismo tiempo, ungir a Kamala Harris, quien ahora es la única portadora de la legitimidad democrática original, implicará proponer una candidata que no estuvo a la altura de sus funciones como vicepresidenta y cuyos errores también fueron encubiertos por los líderes partidarios, al igual que los de Biden.
No hay buenas opciones para los demócratas.
La vicepresidente aceptó públicamente la posibilidad de optar por la candidatura presidencial, pero tampoco la tiene fácil. Lo cierto es que genera enormes dudas entre sectores de los demócratas y, lo que es más importante, entre sus donantes. Según ABC News, John Morgan, el mayor donante de Biden, ha rechazado apoyar a Harris.
Las dudas de Barack Obama
Para colmo, las palabras de Barack Obama no han sido tan claras como las de Biden y reflejan las dudas mencionadas anteriormente sobre la vicepresidente: 'Tengo una confianza extraordinaria en que los líderes de nuestro partido serán capaces de crear un proceso del que surja un candidato sobresaliente.' En ningún momento hizo un apoyo explícito —ni siquiera mencionó— a la candidatura de Harris.
Como si fuera poco, Kamala no ofrece, a priori, demasiadas garantías de hacer frente con éxito a la candidatura de Trump. De hecho, en muchos momentos de su mandato, las encuestas la mostraron por debajo de Biden en las preferencias de los ciudadanos.
Finalmente, y volviendo al candidato renunciante, le esperan tiempos complejos, tanto para encontrar un lugar en la campaña como, sobre todo, para enfrentar la finalización de su mandato presidencial, que se extenderá hasta un eterno 20 de enero de 2025.
Es que no es fácil la situación en la que se han colocado, y deseo subrayar esta idea, ‘se han colocado’ los dirigentes demócratas al mantener a Biden hasta que fue imposible ocultar sus problemas para continuar cuatro años más en el cargo.
La percepción de la realidad entre la élite demócrata y los ciudadanos parece estar separada por una brecha difícil de superar de aquí a las elecciones de noviembre.
Todo recuerda a la famosa maldición china: 'Ojalá vivas tiempos interesantes.'