31 de enero 2025 - 10:31hs

La falta de definición en el enfrentamiento entre Estados Unidos y China genera incertidumbre, tensiones y complica los cálculos de empresarios, políticos y líderes sociales.

¿Qué conviene más? ¿Aliarse con Estados Unidos o acercarse a China? ¿Optar por acuerdos con los norteamericanos o inclinarse hacia los BRICS?

Uno de los que padeció las consecuencias de una decisión equivocada fue el presidente colombiano Gustavo Petro. Creyendo que Donald Trump reduciría su postura a una simple bravuconada retórica, el ex guerrillero decidió enfrentarlo.

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El resultado fue desastroso para Petro, quien quedó expuesto al ridículo total. El desigual duelo, aunque de escasa relevancia práctica, tenía un gran peso simbólico, especialmente para el presidente estadounidense, quien buscaba demostrar que su postura iba en serio tanto a nivel interno como en el escenario internacional.

¿Asuntos internos?

Los objetivos de Trump trascienden el restablecimiento de la hegemonía de Estados Unidos en el ámbito global. Su propósito también abarca la consolidación, dentro del país, del cambio cultural y político que representó su victoria electoral.

Pero un dato novedoso es que Trump comprendió que, si quería librar esta batalla cultural dentro de Estados Unidos, debía también enfrentarse a ella globalmente.

En este contexto, se entiende la inédita invitación a líderes políticos internacionales para asistir al acto de asunción, así como la teatralidad del castigo al presidente colombiano por no aceptar el retorno de inmigrantes.

El triunfo de Trump fue el catalizador de tendencias que venían gestándose en los últimos tiempos, donde la crítica a lo woke, directamente ligada a la controvertida Agenda 2030, ganó protagonismo tanto en discusiones periodísticas, políticas e intelectuales como en las demandas de amplios sectores de la población.

Woke is in the air

Los años woke tuvieron un alcance global, aunque con manifestaciones distintas en cada región.

En América Latina, se expandió bajo el amparo –y el financiamiento de los petrodólares– del socialismo del siglo XXI, fortaleciéndose gracias a una imagen idealizada promovida por medios, académicos, activistas y artistas.

La obra de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe desempeñó un papel fundamental al permitir la fusión de movimientos y activistas por diversos derechos con las izquierdas duras, que aportaron el andamiaje autoritario.

Desde la caída del marxismo con la URSS, la izquierda no había logrado sistematizar sus ideas ni renovar su arsenal teórico.

Este marco ideológico logró permear incluso en las élites académicas y culturales norteamericanas.

Las universidades occidentales se llenaron de titulados en indignación y marxistas culturales, más preocupados por construir relatos de opresión que por aportar soluciones reales.

Quien haya asistido a congresos de asociaciones como la Latin American Studies Association (LASA) difícilmente pueda diferenciar el chavismo inorgánico de los académicos norteamericanos del de sus pares latinoamericanos.

Mientras tanto, los centros de investigación europeos, en su mayoría, parecen vivir en el universo de Moana, convencidos de que los problemas del mundo se resuelven con proclamas sobre la identidad y la deconstrucción, mientras ignoran por completo los desafíos reales de las sociedades en las que habitan.

Además, este movimiento logró estimular –y financiar– a grupos afines en Europa.

Un ejemplo claro es el partido español Podemos, no casualmente, liderado por académicos y activistas.

Organizaciones transnacionales como Amnistía Internacional, en conexión con las burocracias legales de los organismos internacionales, se dedicaron a debilitar y presionar a los gobiernos que no se alinearan con una agenda de izquierda o que enfrentaran revueltas, generalmente organizadas desde La Habana y financiadas por Caracas.

En Estados Unidos, durante los años de Barack Obama, los demócratas abrazaron la agenda woke con un fervor sin precedentes, dejando una profunda huella en todos los aspectos del ideario partidario.

Sin embargo, en política internacional, los resultados de la administración Obama son considerados como los peores desde la presidencia de James Carter.

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La Unión Europea (UE) se consolidó como el principal motor de las ideas woke, pero también como un símbolo de una burocracia que exigía más privilegios, poder y presupuesto.

Este fenómeno se intensificó a medida que se alejaba de sus objetivos originales y de los propios ciudadanos europeos, quienes hicieron evidente su descontento en las últimas elecciones.

La agenda woke europea se afianzó principalmente a través de una socialdemocracia renovada, que se distanció del liberalismo clásico, una asociación que había definido gran parte del siglo XX.

Incluso sectores moderados de los partidos tradicionales de derecha incorporaron partes de esta agenda. Especialmente en cuestiones relacionadas con la inmigración y las energías renovables.

Las políticas de Angela Merkel en estos ámbitos, y su prolongada coalición con los socialistas son un claro reflejo de esta influencia.

Paradójicamente, y en un intento por satisfacer a su electorado progresista, que exigía abandonar la energía nuclear y adoptar energías renovables, terminaron atrapados en la dependencia energética de Vladimir Putin.

La revista The Economist, que en su momento la celebró como una heroína contemporánea, publicó a fines de 2024 un duro titular: “¿Angela quién? El legado de Merkel parece cada vez más terrible. Dieciséis años sin reformas pasan factura a Alemania y a Europa”.

La aparición de formaciones de ultraderecha también se explica por el hecho de que las derechas tradicionales dejaron de cumplir con su función, ya sea al parecerse cada vez más a los socialistas o por no atreverse a enfrentarlos.

Esta “nueva religión” no solo dominó la esfera pública. También se infiltró en el ámbito privado.

Muchas empresas implementaron protocolos internos que, en numerosos casos, resultaron en despidos arbitrarios y, en el peor de los escenarios, en una alarmante falta de competitividad.

Otras, por su parte, modificaron sus relatos, discursos y estrategias para alinearse con los valores y narrativas promovidos desde los gobiernos y las élites para hacer grandes negocios.

¿Se termina lo woke?

El mundo woke sigue presente. Herido, pero resistiendo.

El combate actual se desarrolla en las instituciones, el ámbito cultural, las universidades, las empresas y los medios de comunicación.

La pelea no da tregua y se mantiene como una batalla en pleno desarrollo, cuyo desenlace aún es incierto.

Como señaló Antonio Gramsci, estos tiempos de transición son aquellos en los que "el viejo mundo se muere, pero el nuevo tarda en aparecer".

Es en este claroscuro, advertía el pensador italiano, donde pueden surgir los monstruos.

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