En cambio, ganó Trump, lo que abre la posibilidad de inminentes cambios. ¿Qué tan radicales serán? Habrá que esperar hasta fines de enero del próximo año para observarlo en la práctica. Sin embargo, también podemos trazar algunas líneas para anticipar el futuro.
La obsesión de Trump: terminar con la guerra en Ucrania
Lo que ya sabemos, repetido hasta el hartazgo, es que Trump quiere terminar la guerra en Ucrania y hacerlo lo más rápido posible. En realidad, pretende algo aún más ambicioso: poner fin al desorden que, según él, la administración de Joe Biden ha dejado en el mundo.
Posiblemente haya sido en el ámbito internacional donde el gobierno saliente mostró su peor cara, con una combinación de ineficiencia, liviandad y dejadez.
Para Trump, esta situación ha representado y sigue representando un alto precio para Estados Unidos. Este costo es económico, pero al próximo presidente le preocupa especialmente la pérdida de recursos y tiempo que, en su opinión, deberían enfocarse e invertirse en la confrontación con China.
Un tema ineludible será el de los vínculos de dependencia de algunos países europeos con Rusia, en algunos casos ahora disimulados tras banderas de la India, Marruecos o Azerbaiyán, algo que irrita considerablemente al nuevo jefe de Washington.
Así como Trump no tolerará la expansión de la agenda woke, tampoco permitirá que las élites europeas utilicen fondos estadounidenses para destinarlos indirectamente a Rusia y China.
Los republicanos más radicales consideran que la Unión Europea ha mostrado un escaso compromiso frente a los desafíos que enfrenta Occidente, tanto por parte del poder chino como de los grupos islámicos, como se evidenció en Ámsterdam esta semana.
Esto es particularmente evidente en su postura crítica hacia Israel, que algunos países europeos han sostenido más allá de los límites que la nueva administración norteamericana parece estar dispuesta a aceptar en este tema.
La discusión para repartir mejor los gastos
Trump ha expresado consistentemente que los países europeos sostienen su progresismo porque Estados Unidos asume la mayor parte de los gastos de defensa en la OTAN.
Aunque el líder norteamericano busca que los aliados compartan estos costos de manera equitativa, esto no implica desmantelar la alianza ni romper la histórica relación con las naciones occidentales de Europa.
La postura estadounidense es abrir un debate sobre la proporción de gastos que cada miembro debe aportar a este esfuerzo común.
De manera similar a lo planteado para los europeos, Trump ha sugerido que Taiwán y Corea del Sur deberían contribuir más a su propia defensa. Como señala el presidente argentino Javier Milei: "¡No hay plata!".
El tema del financiamiento de la defensa europea no es un tema nuevo. De hecho, Josep Borrell, Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, ya venía planteando la necesidad de que los propios países europeos aumenten su financiamiento militar, pero lo dijo con vistas a la guerra en Ucrania que Trump vendría a finalizar.
El fin de la guerra en Ucrania implicará una renegociación de las relaciones con Rusia, y será interesante observar cómo Europa se adapta a esta nueva realidad.
No se prevé que el acuerdo con Moscú suponga una humillación o derrota para las fuerzas de Vladimir Putin.
Algunos analistas sugieren que Trump desea introducir una cuña entre Rusia y China, separando una alianza que la guerra ha fortalecido más por conveniencia que por ideología.
Este cambio en la Casa Blanca podría llevar a reacomodamientos en Europa. Figuras como Viktor Orbán, por ejemplo, podrían ganar protagonismo en su relación con Washington, mientras que otros líderes, como Pedro Sánchez, Emmanuel Macron o el inglés Keir Starmer quedarían relegados a un papel secundario.
El papel que jugará Marco Rubio
La asunción del nuevo presidente estadounidense, prevista para el 20 de enero de 2025, deja varios meses en los que los actores internacionales podrían intentar posicionarse estratégicamente para recibirlo en posición de fuerza.
No sería sorprendente presenciar movimientos políticos de confrontación, tanto en democracias como en regímenes que recurran a la violencia para consolidar sus posiciones ideológicas.
Trump, sin embargo, no va a esperar hasta enero para hacer sentir su influencia y ya está enviando mensajes claros.
Uno de los más significativos es la rápida designación de colaboradores. La elección de Marco Rubio reafirma el tono de firmeza que quiere imprimir en su política exterior. Aunque Rubio no era la opción más radical, pero su visión geopolítica es clara y consistente.
El cambio de ciclo en Estados Unidos podría venir acompañado de transformaciones en otras partes del mundo, como la crisis del gobierno alemán, que anticipa elecciones y el posible fin del ciclo socialista. No obstante, la centroderecha europea también tendrá que adaptarse.
En este contexto, Trump no representa una amenaza para la derecha europea, sino una oportunidad de recuperar identidad y fuerza, alejándose de los principios woke y enfrentando sin temor las críticas moralistas de la izquierda, mientras sostiene una agenda democrática y de cambio real.
Si la extrema derecha ha ganado espacio estos años, es porque la derecha moderada se ha debilitado, en ocasiones asemejándose más a las socialdemocracias que a los partidos históricos de centro-derecha que forjaron la Europa moderna.
Por otra parte, el mandato de Trump es limitado a cuatro años, y ya se empieza a vislumbrar la cuestión del "pato rengo". Su elección de J.D. Vance como vicepresidente destaca en este sentido, señalando la importancia de un posible sucesor.
Lo que pareciera que Europa no podrá revertir, por mucho que sus dirigentes lo intenten, es el proceso global que la ha relegado de ser el centro de la política mundial a un margen que se acerca cada vez más a la decadencia que a la trascendencia.
Para abordar esto Europa debería, entonces, replantearse su posición global y buscar una nueva estrategia, algo que ni siquiera una presidencia de Trump puede asegurar o respaldar completamente.