En principio, hay dos formas de analizar este giro en la percepción sobre Zelenski y su gobierno.
La primera es el relato construido en torno al conflicto ruso-ucraniano dentro del progresismo, la prensa occidental y las burocracias internacionales.
La segunda consiste en abordarlo desde un enfoque más analítico, tratando de comprender la racionalidad de los actores y observando por qué hacen lo que hacen y no otra cosa.
bombardeo-del-hospital-infantil-de-mariupol.jpeg.webp
Rusia vs Ucrania según las almas bellas
Ucrania es la buena y Rusia la mala. Rusia es un país expulsado del sistema internacional.
Por eso ha quedado confinada a sus actividades informales, mafiosas, buscando testaferros, eliminando opositores y con un menú de aliados de dudosa reputación como Corea del Norte, Venezuela o Bielorrusia. Digamos que en esta parte del diagnóstico hay bastante de cierto.
Por el contrario, Ucrania ha sido efectivamente invadida por Rusia y ha resistido de manera heroica, en clara inferioridad de condiciones y a un costo altísimo.
Un costo que pagan ellos exclusivamente, mientras algunos aliados, desde la comodidad de la distancia, insisten en que deben seguir sacrificándose para sostener un ideal que ellos mismos no están dispuestos a pagar más que con palabras.
Ucrania ha sido vista como un símbolo de la lucha contra el autoritarismo. Salvando las diferencias, y asumiendo que esta comparación es solo gráfica, Ucrania en el exterior se asemeja a la España republicana durante su guerra civil.
En aquel entonces, el conflicto español atrajo la solidaridad internacional. El mundo del arte y la cultura le dedicó algunas de sus obras más paradigmáticas. Incluso hubo brigadistas internacionales que viajaron para unirse a la lucha, impulsados por el significado simbólico de la resistencia contra Franco.
Este punto de vista romántico, moralista y dilemático no acepta posiciones intermedias.
Ucrania debe triunfar porque, en definitiva, como en toda película del viejo Walt Disney, el bien siempre prevalece y los malos deben pagar. Los buenos son buenos, los malos son malos. No hay matices ni mayores explicaciones de porque debe ser así.
Por lo tanto, cualquiera que no sostenga en alto la bandera de la victoria total y definitiva de Ucrania, ya sea por una postura totalmente prorusa, antirusa o simplemente distante, es considerado un cómplice de la autocracia putinista.
Por mi parte, nunca tuve vocación de sacerdote. No me interesa indagar en la culpa ajena, repartir calificaciones morales, perdonar o castigar, ni asignar roles absolutos de buenos y malos.
Y aquí es donde aparece la segunda forma de encarar esta cuestión: un análisis, que describa qué sucede, por qué ocurre, qué cambia y por qué, y qué busca realmente cada actor involucrado.
Este tipo de abordaje –a diferencia del primero- no impide que, luego, cada uno tenga la posición moral que desee.
pedro-sanchez-y-volodimir-zelenski-en-kiev.jpeg.webp
La única verdad es la realidad
El proceso de erosión de la hegemonía norteamericana comenzó con la mentira de las armas de destrucción masiva en Irak durante la presidencia de George W. Bush.
Pero fue la decisión de Barack Obama de cambiar el rol de Estados Unidos como potencia preponderante en la política global la que inaugura un mundo sin reglas ni certezas.
A esto se sumó la inoperancia de las normas formales. Aunque las instituciones de la ONU siguen vigentes, su decadencia las hace ineficaces.
Además, en algunos casos, han sido cooptadas por diversas autocracias. Las grandes potencias han renunciado a la responsabilidad de sostener un mínimo de coordinación que impida que el orden internacional se convierta en una selva.
China sigue centrada en sus propios asuntos, Rusia marginada y Estados Unidos absorbido por su propia crisis.
Europa, sumida en una melancolía permanente, añora un pasado que no volverá.
En este vacío de liderazgo han emergido nuevos actores que gozan de un inesperado protagonismo: Irán, Brasil, México, Qatar, Venezuela, Canadá, Sudáfrica, India, España, Panamá, Hungría y Rumania, entre otros.
La construcción de poder de Donald Trump
En un mundo donde el guion es no tener guion, los actores secundarios se vuelven centrales.
Esto tiene un costo aún mayor cuando los hutíes, Hezbolá, Hamás, los cárteles transnacionales, el narcotráfico, los movimientos independentistas regionales y el crimen organizado también reclaman su lugar de relevancia en el escenario global anarquizado.
Frente a este diagnóstico, Donald Trump busca devolver el poder de decisión a las grandes potencias.
Su enfoque prioriza el realismo y la racionalidad extrema como lenguaje de negociación. En este nuevo tablero, Ucrania no es un actor principal en el drama global, ni siquiera en el conflicto con su vecino.
Y el papel de Europa entra en discusión. La amenaza de un conflicto a sus puertas no ha llevado a los gobiernos de la región a mejorar sus presupuestos ni sus capacidades defensivas.
Por el contrario, mientras se enarbolan bellos discursos, continúan comprando, directa o indirectamente, commodities energéticos provenientes de Rusia. La expansión de China no parece ser un problema para ellos.
A pesar de su retórica cargada de emoción y humanismo, los europeos parecen no dimensionar el impacto real de la guerra: los cientos de miles de muertos, los heridos y la devastación en esa parte del mundo.
Y si, además, Volodimir Zelensky decide desafiar públicamente a Donald Trump.
Esto agrega un problema adicional a su ya frágil posición. Trump, en su propia construcción de poder, necesita dejar claro que enfrentarlo tiene costos. Y Zelenski, al no comprender del todo este cambio de circunstancias, está pagando un precio que quizás podría haber evitado.
¿Es doloroso? Sí.
¿Es injusto? Posiblemente.
¿Es la realidad? Sin duda.
En tiempos complejos y violentos, siempre es bueno volver a Ortega y Gasset.
Pero, sobre todo, recordar que la realidad no espera aplausos ni discursos: simplemente avanza, con o sin nosotros.