Meses atrás, una pareja de ciudadanos españoles que se encontraba en Singapur de luna de miel tuvo la ocurrencia, algo ingenua, de tomarse unas fotos frente a la casa del accionista mayoritario del club de fútbol Valencia, el millonario Peter Lim. Su acción no fue agresiva; más bien, con un tono ligero, buscaban hacer algo gracioso.
Las autoridades singapurenses, conocidas por su apego a estrictas leyes sobre el orden público, actuaron rápidamente, algo que los turistas españoles no esperaban, ya que asumieron que regían las mismas reglas que en su país.
Así, les confiscaron los pasaportes y los mantuvieron retenidos en el hotel mientras un juez deliberaba sobre su situación. Finalmente, tras varios días y luego de intensas gestiones diplomáticas, la pareja pudo regresar a España.
Aunque la situación no resultó extremadamente grave, tampoco fue una novedad. De hecho, dos años antes, Singapur había condenado a un par de alemanes por pintar un grafiti sobre vagones del Metro. En esa ocasión, la sanción fue mucho más severa, imponiéndoles una sentencia de tres azotes con vara y nueve meses de cárcel.
Cabe recordar que la pequeña ciudad-estado del sudeste asiático aún aplica la pena capital y es especialmente estricta con quienes llegan al corredor de la muerte. S
ingapur no ha mostrado indulgencia con condenados de ninguna nacionalidad: ha ejecutado a chinos, malasios, indios, bengalíes y también singapurenses.
Pero no solo aplica a los asiáticos, en su trágica lista también figura un europeo. A finales del siglo pasado, Singapur aplicó la pena máxima a un ciudadano holandés acusado de contrabando de drogas, a pesar de las súplicas de la corona y del gobierno de los Países Bajos.
La política en Singapur
Originalmente, Singapur era una ciudad-puerto marcada por el contrabando, la corrupción y el crimen organizado, en un entorno caótico y licencioso.
Sin embargo, tras su expulsión de la Federación Malaya, pocos años después se convirtió en un símbolo de prosperidad y desarrollo. Con esta imagen idealizada del “tigre asiático”, los recién casados llegaron al país y decidieron hacer sus tonteras, como si estuvieran de fiesta por las calles de Ruzafa.
Lee Kuan Yew (1923–2015) es el creador de la Singapur moderna y su primer Primer Ministro, cargo que ocupó entre 1959 y 1990 (!), lo que lo convierte en uno de los líderes con mayor tiempo en el poder en la historia contemporánea.
Además, el “padre fundador” diseñó un sistema político que combina una extrema liberalización económica con un alto control social y centralización del poder político. Para eso estableció un sistema legal riguroso, y que también utilizó para perseguir opositores, incluso dentro de sus propias filas.
Pero sobre todo, impulsó la intervención del Estado en aspectos cotidianos de la vida de los ciudadanos creando normas que regulaban desde las interacciones sociales hasta la higiene en los hogares, prohibió arrojar basura en espacios públicos, comer en el transporte público e incluso restringió el consumo de chicles.
Singapur se sostiene hasta hoy sobre un severo control de la libertad de expresión, limitaciones en las libertades civiles y una ley electoral diseñada para favorecer al oficialismo. Bloggers, periodistas y activistas han sido demandados o enfrentado sanciones legales por comentarios considerados difamatorios o perjudiciales para el gobierno.
Como no podía ser de otra manera cuando el poder se concentra brutalmente, el país pasó a convertirse en parte de los bienes de la familia Lee.
Actualmente, el hijo de Lee Kuan Yew, Lee Hsien Loong, es el Primer Ministro del país, cargo que ocupa desde agosto de 2004, lo que significa más de 20 años en el poder. En total, la familia Lee ha gobernado Singapur durante 51 de los 59 años independentes, lo que equivale al 86% de su historia como nación soberana.
Ante las críticas de Occidente por sus prácticas antiliberales y poco democráticas, Lee Kuan Yew defendía su modelo basándose en la noción de los "valores asiáticos".
Este concepto subrayaba las particularidades culturales de la región, argumentando que estas diferencias hacían de Singapur un caso distante de las tradiciones políticas de Europa y el resto del mundo occidental.
Esta visión, influida por el confucianismo, privilegiaría los intereses colectivos sobre el individualismo liberal, resaltando el respeto a la autoridad y las jerarquías, valorando a los mayores como líderes y figuras de poder, y priorizando la estabilidad sobre la democracia plena.
Durante la pandemia de COVID-19, este enfoque volvió al centro del debate, cuando dirigentes chinos y sus aliados lo presentaron como una alternativa efectiva frente a la crisis global.
Sus detractores señalan que países como Corea del Sur, Japón y Taiwán, que también comparten esos valores asiáticos y tradiciones confucianas, han logrado un desarrollo sostenido sin necesidad de adoptar un régimen autoritario.
Lo que cuesta, vale
En la mayoría de los países occidentales, prácticas como las implementadas en Singapur provocarían revueltas populares, acusaciones de autoritarismo y llamados a la resistencia democrática.
Sin embargo, Singapur se proyecta como un modelo admirado y envidiado, deseado por quienes buscan replicar su éxito económico.
Desde Occidente aspiramos a formar parte de la ola de cambio asiática que promete redefinir el orden global, abrir nuevos mercados y generar posibilidades económicas innovadoras.
El problema radica en nuestra limitada comprensión del mundo asiático combinado con las visiones paternalistas y woke, que exigen no criticar ni pensar con los propios valores, so pena de ser cancelados por racismo o colonialismo.
Antes de entregarnos idílicamente al deseo de ser parte de la ola asiática que promete formatear el mundo y consturir un futuro de prosperidad y grandes negocios, habría que discutir muchas cosas, volver a debates clásicos y hacerlo sin prejuicios ni temores.
O descubrir las aristas negativas del modelo cuando sea tarde, como los fanáticos del Valencia en su inolvidable luna de miel.