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1 de junio 2024 - 5:00hs

¿Qué se celebra en el aniversario de una muerte? El jueves 30 de mayo, Uruguay tuvo uno de esos que son pesados: el aniversario de los 30 años del adiós a Juan Carlos Onetti. El autor de El Pozo y La vida breve murió el 30 de mayo de 1994, a los 84 años, y en aquel momento ya era un hecho: se moría uno de los grandes. Primer premio Cervantes uruguayo, primera línea de las letras vernáculas y dueño de un legado que contagia incluso buena parte de la ficción que se escribe hoy en este país, Onetti es un mojón inevitable en la construcción cultural del Uruguay de los últimos dos tercios del siglo XX. Y del ahora. Su obra y su nombre —y su sombra— están ahí, escritos en piedra, y la idea que tenemos en 2024 de él es totémica y constante: el hombre alto, difícil, los lentes de marco grueso, la mirada algo estrábica, una figura imponente que es difícil separar del aura de escritor nacional “definitivo” que se ganó.

En el medio, o más bien pasado el momento del aniversario, esta nota: una que pretende ir hacia los primeros choques con el Onetti escritor, y el Onetti personaje. Una suerte de recuento de encuentros. De encuentros primerizos, de lecturas incipientes, deslumbramientos primigenios.

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Volver la vista hacia atrás permite por ejemplo, encontrarse con lo que Alberto Zum Felde escribía sobre la primera obra del autor, El Pozo, que publicó en 1939 y que sorprende todavía hoy por sus ecos filosóficos, existenciales, influidos seguramente por La náusea de Sartre, que Onetti había leído poco antes de sentarse a escribir. Lo hizo, según dice la leyenda, en un fin de semana en el que se quedó sin tabaco.

Dice Zum Felde: «La aparición de El Pozo significa la revelación de un joven talento original, ya que todo es nuevo en él, dentro de la narrativa uruguaya y aún de la platense: temática, técnica, estilo. Aún cuando ese pequeño libro no sea una obra de madurez, sino un primer fruto de su arte, muestra ya, íntegramente, las cualidades de personalidad que ha de ir completándose en su producción posterior. El librito tiene la pujanza atrevida y segura de la juventud, y si bien sus cualidades se han ido luego puliendo, equilibrándose en una mayor estilización literaria, tal vez hayan perdido, en parte, aquella energía espontánea, casi virgen, terriblemente semibárbara, que tiene ese primer corto relato.»

El Pozo se puede encontrar tanto en su edición Debolsillo (Penguin Random House) como en un compendio de todas sus novelas breves que se llama, justamente, Novelas breves, que editó la argentina Eterna Cadencia y en la que abre ese relato.

Y en esa misma edición, antes de bajar a El Pozo, hay un prólogo del escritor argentino Juan José Saer que pone en palabras exactas lo que el lector encuentra cuando se mira en el espejo de los personajes del uruguayo:

«Estas novelas breves no se agotan, por cierto, en las primicias estructurales que ofrecen al lector. Un cuadro apasionado y viviente se despliega en ellas; la desgracia y la crueldad, la resignación y el fracaso, la rabia y la autodestrucción son sus temas predilectos, pero también el amor, la culpa, la nostalgia, y, sobre todo, la compasión. (...) Como los de toda gran literatura, los personajes de Onetti tienen un rostro que tarde o temprano terminamos por reconocer: es el de cada uno de nosotros.»

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La idea de repasar primeros encuentros con Onetti lleva también al chispazo que generó la peculiar relación que tuvo con la periodista María Esther Gilio, que lo entrevistó por primera vez en 1965 y que siguió reuniéndose con él para legendarias piezas periodísticas durante las décadas que siguieron.

Gilio quiso abordar a Onetti por primera vez cuando el escritor ya vivía con su cuarta y última esposa, Dolly Muhr, cerca de la Rambla. Después de insistir bastante, consiguió que el autor —que ya era Onetti— la recibiera al otro día a las 3 de la tarde. El problema fue que cuando llegó, estaba durmiendo. Allí se quedó, entonces, conversando con Dolly, hasta que el señor se levantó de la siesta.

Así lo cuenta en el texto El marido de la alemana violinista:

«Detrás de mí una voz anunció que Onetti había despertado.

—Onetti está despierto —dijo el propio Onetti con su voz ronca de hablar pausado—. Quiere decir que cuando vos lo ordenes podemos dar comienzo a la ceremonia.

—¿Querés un té, Juan? —preguntó Dolly—. Ya sé, querés vino. —Y luego, dirigiéndose a mí:— Bueno, pocas veces almuerza.

—Te comunico —dije yo— que pienso hacerte lo que se llama una entrevista agresiva.

—Sí, y como esa agresividad que pensás poner en juego te asusta un poco, me la anunciás. —Y, tratándome inesperadamente de usted, agregó:— Dígame, ¿por qué sus patrones en lugar de mandarme esclavas a que me entrevisten no hacen la crítica de mi último libro?

—¿El “usted” que acaba de usar tiene que ver con el hecho de que esto sea una entrevista agresiva?

—Sí, es una manera de ayudarla. Si se propone agredirme, creo que el “usted” es más adecuado.»

Se sabe que Onetti no era fácil, y que era preferible no tratarlo en una de sus noches complicadas. Pero algunos consideraron que esa máscara se podía quebrar con trabajo, con dedicación. El autor Omar Prego, que escribió un perfil suyo un libro que simplemente se titula Juan Carlos Onetti por Omar Prego, recuerda dos cosas de la primera noche junto al autor: que el de El astillero tardó en ceder, pero que al final cedió:

«Onetti, me acuerdo, estuvo duro esa noche, sarcástico, hasta hiriente por momentos, pero yo no sabía entonces que esas eran sus desesperadas artimañas de autodefensa. En todo caso, Onetti había bebido más de la cuenta pero conservaba una lucidez asombrosa; por momentos parecía poseído por una furia sombría, vengativa. A mí se me ocurrió entonces que más allá de esa máscara estaba el sufrimiento de un hombre empeñado en descifrar un mundo que podía ser cruel, estúpido, despiadado y necesitado de amor. Y en la madrugada, en nuestro automóvil, mientras escuchábamos el golpeteo de la lluvia en el techo, con la sospecha del amanecer levantándose en el río, nos hicimos amigos.»

Hay más retratos del viejo escritor, de lo que generaba en los demás, por ejemplo en los miembros de la Generación del 45, ese grupo que él miraba desde arriba como una especie de pater familias consolidado por el mundo editorial.

La escritora María Inés Silva Vila, parte del grupo junto a su esposo Carlos Maggi, escribió varias veces en el semanario Jaque sobre los idas y vueltas de la troupe, y en esas páginas era frecuente, por supuesto, que apareciera él: sobrevolando por encima de ellos como un ave rara, con salidas ocurrentes, con la impresión de estar siempre a punto de ser raptado por una fiebre literaria que lo iba a sumir en procesos delirantes de escritura.

«Sí, por momentos Onetti es un personaje de Onetti. No es que se lo proponga, nada de esto tiene que ver con una pose. Hay algo de juego, es cierto, pero es un juego que responde a la misma necesidad que lo lleva a escribir: la necesidad de vivir una segunda vida, de ser él mismo y de ser otro, a la vez. El riesgo es —para los demás, no para él— que esos reclamos literarios lo sorprendan sin un lápiz en la mano, porque entonces puede suceder que lo despierte a uno a las dos de la mañana, nada más —y nada menos— que para contar con alguien que le siga el juego.»

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Tres lectores de Onetti

De los testimonios anteriores se desprende que los cruces con Onetti no se podían pasar por alto, y que tampoco se olvidaban rápido. Por otro lado, hay que decir que ese mismo impacto se mantiene en el cruce literario: en sus lectores suele estar fresco el primer encuentro con su obra, y también lo que esa lectura le generó. Por eso, a continuación, tres lectores ávidos del uruguayo cuentan cuáles fueron esas primeras aproximaciones y hasta qué punto, todavía hoy, están encendidas en la memoria.

Débora Quiring - Directora de Promoción Cultural de la Intendencia de Montevideo

A los 15 años, en la biblioteca del liceo, me llamó la atención un libro de cuentos con una portada más teatral que literaria, y en la que un hombre sentado miraba a cámara. Esa serie de cuentos completos, de Onetti, cambiaron para siempre mi vínculo con la ficción. Eran inmigrantes, bohemios, periodistas, prostitutas que trillaban los márgenes de la ciudad y sólo lograban aplacar su soledad mientras evadían el tiempo. Así, Kirsten, la protagonista del cuento Esbjerg, en la costa, irá al muelle para observar la partida de los barcos hacia Europa y recordar, de este modo, el país lejano donde ella había nacido, donde había bailado con un hombre por primera vez, donde había visto morir a alguien que quería. El narrador de Bienvenido, Bob dedicará sus noches a vengarse de la rabiosa y soberbia juventud de Bob. De una manera distinta, Baldi —protagonista de El posible Baldi— intenta fundar otra realidad con mentiras, historias infames creadas para impresionar a una mujer. Los personajes montados por Baldi —el asesino de esclavos, el traficante de drogas— serán cada vez más violentos y, paradójicamente, no dejarán de ser admirados por ella.

En el caso de Jacob y el otro, un ex campeón de boxeo, Jacob van Oppen, y su representante, el Príncipe Orsini, viajan apostando dinero a quien resista con el campeón tres minutos sobre el ring. Con este reto llegan a Santa María, pero Van Oppen está viejo y fuera de forma, y el Príncipe, sin efectivo para la apuesta. Las luchas son arregladas con anterioridad por Orsini, que monta una magistral puesta en escena que simula un desarrollo usual de combate, y despliega un manto de ostentación —económica, familiar— sobre su miseria, mientras el tiempo se dilata en ese cansino ritmo del pueblo.

Onetti nunca abandona estos personajes soñadores, pergeñadores de historias. Pero son fabuladores que también encuentran, al final del sueño, la frustración de ese mundo absurdo. Pareciera que lo fundamental es transformarse en otro e inventar un personaje a quien representar, como se da en Un cuento realizado o en La vida breve, en la que Brausen inventa a Arce, a Santa María, al mundo.

Si tengo que elegir un libro me quedo con Cuando ya no importe. Son muy pocos los escritores que han mantenido su espíritu y postura creativa en sus últimos años (Onetti publica esta novela en 1993, un año antes de morir), y si bien los ejemplos contrarios abundan, Onetti es una de esas pocas excepciones. “Cuando ya no importe” es un cierre marcado por el desorden vital que sigue Carr, su protagonista, y en el que se encuentran todas las voces del pasado. Incluso, hay ciertas resonancias de otros textos, principalmente de El astillero. Carr, al igual que Larsen, vive en las afueras de Santa María y ambos comparten una ilusión —el astillero o Elvira— que nunca alcanzan.

Es una novela de despedida, de adioses, que refiere a cada cosa por su nombre. Por ejemplo, a diferencia de sus obras anteriores, se incluye un número excepcional de referencias a Uruguay dispersas a lo largo de la novela. Se menciona a Monte, evidente cita a Montevideo, la transcripción de los famosos grafitis contradictorios del aeropuerto de Carrasco, “que el último en irse apague la luz” y el que ruega “no te vayas, hermano”, precedidos por el “recuerdo que en aquellos tiempos la gente de Monte huía de su ciudad, cruzaba el río para llegar a la gran capital transformada entonces en cabecera del tercer mundo”; el faro del río Negro. Con esta última novela Onetti cierra su mundo ficcional, en el que fundó mucho más que una ciudad. También una tradición y una leyenda.

Rafael Mandressi - Doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor

Lo primero que leí de Onetti fueron cuentos, en una edición de Corregidor que compré en Buenos Aires a principios de los años ochenta. La impresión que tuve fue como si me estuvieran envolviendo con una red, como si hubiera entrado en un lugar del que había que esforzarse para salir. Por lo demás (y es una sensación que perdura), cada uno de esos cuentos (La cara de la desgracia, Bienvenido Bob, El infierno tan temido, etc.) era como un gran tango, perfecto en el espesor de una suerte de metafísica del Río de la Plata.

Me es difícil elegir un solo título, pero debiendo hacerlo, me inclinaría por Los adioses, donde las trampas de Onetti no solamente alcanzan un nivel de virtuosismo mayúsculo, sino que se vuelven especialmente conmovedoras. No puedo dejar de mencionar, sin embargo, el cariño que tengo por Tan triste como ella y por La novia robada.

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Julián Ubiría - Director editorial en Penguin Random House Uruguay

Mi primer acercamiento a Onetti fue a los 14 o 15 años, en una época en la que estaba muy focalizado en la producción literaria de la generación llamada "del Boom". Leí El infierno tan temido, y conservo un vívido recuerdo de la combinación de fascinación y desagrado que me produjo esa sórdida historia, que no terminaba de comprender del todo. Por aquella época mi instinto lector se centraba en la trama, en la sucesión de hechos, y Onetti se empeñaba en dirigir la mirada a una perspectiva casi expresionista del impacto que esos hechos, muchas veces retaceados u oscurecidos, provocaban en su protagonista. Poco después leí El pozo, con toda su épica existencialista, pero fue ya con sus novelas, especialmente La vida breve, El astillero y Juntacadáveres, que me fasciné completamente con su escritura.

Diría que El astillero es la obra con la que estoy afectivamente más ligado, con sus pasajes llenos de melancolía y belleza. Pero no tengo dudas que La vida breve es la gran novela de Onetti. Quizás también sea la gran novela uruguaya, cuya influencia en otros escritores, uruguayos y de todo el mundo, es aún perceptible.

Una edición especial

Según adelantó Ubiría a El Observador, está prevista para el futuro próximo una edición conmemorativa de La vida breve, dentro de la serie de publicaciones conjuntas entre Alfaguara, la Real Academia Española, la Asociación de Academias de la Lengua Española y la Academia de Letras de Uruguay.

Según el director editorial de Penguin, “será una edición cuidadosamente preparada, con textos críticos y estudios preliminares, como un merecido homenaje a una de las novelas más importantes de nuestra literatura, y una excelente excusa para maravillarse con su prodigio literario".

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Juan Carlos Onetti literatura Onetti María Esther Gilio

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