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23 de enero 2025 - 5:00hs

En las películas de Sean Baker, tocar los sueños te puede quemar los dedos. Sus personajes pasan los días al costado del sistema imaginando las formas en las que podrían llegar a triunfar, y cuando rozan la posibilidad —o la ilusión de la posibilidad— de concretar el sueño americano, suelen darse cuenta de maneras dolorosas de que no es para ellos.

Con Starlet, Tangerine, El proyecto Florida, Red Rocket y, ahora, Anora, Baker se afianzó como el último gran narrador contemporáneo del Estados Unidos desahuciado, ese que pinta paisajes muy lejanos al esplendor de Manhattan, a los boulevares glamurosos de Los Ángeles y las pacíficas planicies y montañas del Medio Oeste. Él es un cronista de los quebrados del camino, un retratista de los marginados, pero el diferencial está en el cariño con el que los mira. En comparación con otros nombres que también le prestan atención a los otros, Baker parece nunca dejarlos desamparados, incluso cuando los hace sufrir. Acompaña sus derrotas con una cámara que ni los compadece, ni los trata de forma condescendiente, ni los subestima. Simplemente, los quiere.

Anora coincide con esa categorización. Es su última película y se estrenó este jueves en cines locales; llega precedida de un recorrido internacional que lleva ya varios meses y que incluye la Palma de Oro en el Festival de Cannes, además de eventuales nominaciones al Oscar —se anuncian, también, este jueves—. Como en buena parte del corpus de su cine, el trabajo sexual y sus involucrados vuelven a ser el foco de su atención. El sexo le importa mucho a Baker; para él ha sido y es un terreno en el que explorar dinámicas de poder, de seducción, de vulnerabilidad, de justicia social y de redención.

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Esta vez, Baker tiene como protagonista a Ani (Mikey Madison), una bailarina y prostituta que trabaja en un club nocturno en Nueva York, y que un buen día tiene un golpe de suerte o algo así: Ivan, el hijo de un magnate ruso que está de visita por la ciudad, se enamora de ella, le promete el mundo y le pide casamiento en Las Vegas. El muchacho es un torbellino irresponsable y no para de sacar billetes grandes para cumplir sus caprichos de adolescente tardío, pero se gana la confianza de la chica y un poco digamos que la enamora, al menos en términos bakerianos del asunto. El problema es que, una vez que estén unidos por el contrato matrimonial, la familia de él no queda muy feliz con la situación e intentará anular el matrimonio, con la salvedad de que él desaparecerá del mapa y Ani tendrá que cruzar la ciudad en su búsqueda junto a un trío de matones con pocas luces que la vigilará de cerca.

Se puede decir que Anora es una comedia. Lo que hace Sean Baker, de hecho, son comedias, aunque no aquellas a las que nos ha malacostumbrado cierto sector del cine mainstream que aterriza en nuestras salas —o bueno: a las plataformas de streaming, que es el lugar donde ha recalado un género casi desamparado por estos tiempos—. Si bien Anora está inmersa en el gran sistema del cine industrial —Baker trabaja “en grande” más o menos desde El proyecto Florida—, sus códigos conservan el corazón indie que él siempre cultivó y admiten algo más que lo evidente. Por eso el término comedia puede ser extraño si nunca se asomó a su cine, por eso parece no encajar del todo: en sus películas hay injusticias, hay dolor, hay personajes que sangran y lidian como pueden con las tragedias cotidianas, hay transformaciones crudas, sus finales suelen ser agridulces, o directamente amargos. Pero también se habilita el humor, escenas donde la violencia despierta carcajadas y algunos toques de la vieja y querida screwball, y todo eso forma parte de una visión del mundo que huye despavorida del regodeo en la pena ajena y que tiene su propio espíritu. Baker es, en ese sentido, un cineasta con sentido de autor, alguien que encontró su firma y que logró que hasta una tipografía se adecuara a la manera en la que él entiende que debe ser su trabajo. Y ese detalle es una nota al pie, claro, pero no deja de ser una señal.

Baker, además, no es un simple voyeur de la marginalidad estadounidense, aunque haya decidido alojar sus historias en esos parajes, y ha logrado ser consecuente desde sus inicios. Eso es lo que hace que, a pesar de las vidas difíciles de sus protagonistas, no existan los golpes bajos en su obra. Eso es lo que permite que, al final, sea un cine hecho desde el amor.

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Este director de 53 años nacido en Nueva Jersey tiene, además, otro gran talento: un ojo biónico para elegir a sus protagonistas. La Anora de Mikey Madison es el eslabón final que permite que su última película sea uno de los bombazos del 2025. Baker la vio por primera vez en un pequeño papel en Había una vez en Hollywood de Quentin Tarantino —ella es la asesina del clan Manson que, al final de la película, Leonardo DiCaprio prende fuego en la piscina— y se dio cuenta de que tenía que ser la protagonista de Anora cuando la vio en Scream 5 junto a su esposa, Samantha Quan, que trabaja con él como productora. “Tenemos que llamar a su representante en cuanto salgamos del cine”, parece que le dijo Baker a Quan, y eso hicieron.

Madison contó que Baker escribió su personaje en base a las conversaciones que tenían sobre la película, y eso se revela en pantalla al instante, ya que la actriz tiene una forma de hacer suyo el papel que impacta. Su presentación es todo sensualidad y avasalla; de ahí en más, la actriz de 25 años comienza a revelar su capacidad para ocultar la inocencia y el dolor de Annie bajo disfraces y máscaras que siempre tienen al sexo y el placer como motor de transacción. Hablar con Ani es fácil, llegar a Anora no tanto. Su transformación en la película es brutal, así como lo es la forma en Baker va desnudando su vulnerabilidad hasta llegar a un clímax emocional que está, por lejos, entre los mejores finales de los últimos años.

Embed - Trailer de Anora subtitulado en español (HD)

Madison, por otro lado, está acompañada por un elenco que también trabaja fino para que todo en Anora esté en sintonía, desde Mark Eydelshteyn como el atolondrado y ultra irresponsable Ivan, hasta Yuri Borísov como Igor, uno de los personaje más sorprendentes dentro de la historia de Baker.

Más allá de que Anora es por lejos la película más accesible de Baker y la más universal en cuanto al espectro de público que pueda alcanzar —está siendo vendida, de hecho, como una especie de reversión de Mujer bonita, aunque entre ella y la película de Julia Roberts haya un océano—, el cine de los 70 sigue respirando en la obra de Baker, y llevándolo a nuevas exploraciones en términos visuales y narrativos. No tan áspera como Red Rocket, o tan guerrillera como Tangerine, Anora también palpita con un corazón callejero y genuino que rompe los moldes de lo que nos hemos acostumbrado a entender como “adecuado”. Ahí está la forma en la que Ani toma su lugar dentro del trabajo sexual, el vínculo con el dinero y el poder que tienen los personajes, los estratos en los que se mueven, la violencia contenida en algunos gestos, la ternura que aflora entre la brutalidad, la forma en la que la ciudad real, en este caso Nueva York y sus ramificaciones, duerme debajo de la ilusión. Debajo del sueño que todos estos personajes, incluso quienes aparentan tenerlo todo, quieren alcanzar.

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Anora Sean Baker Festival de Cannes Oscar 2025

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