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29 de diciembre 2024 - 5:00hs

Fernando Núñez nació el 16 de febrero de 1956 en la misma cama en la que dormirá esta noche. En la misma casa a la que regresará después de esta entrevista. En el mismo lugar donde vivieron sus abuelos, y los padres de sus abuelos. Ahí nacieron todos, desde 1837.

Dice que llegó al mundo de pie. Dice que escuchaba los tambores desde el vientre de su madre. Dice que es un modelo 50, un Ford. Dice, también, que su tambor piano siempre será de lonja clavada.

Ni bien pudo equilibrar su pequeño cuerpo sobre las puntas de los pies empezó a golpear la lonja de un tambor, como hacen los niños y las niñas que crecen rodeados de candombe. Ya para cuando tenía tres años hizo su primera Llamada con sus primos como una pequeñísima parte de una cuerda familiar: Esta sí es del sur. “No éxtasis del sur –aclara con una sonrisa amplia y amable–, ahora estaría buenísimo ese nombre para una comparsa”.

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Desde entonces se convirtió en un referente de la cultura afrouruguaya. Es artesano y constructor de instrumentos de percusión, músico y docente. Formó parte de comparsas como Morenada y Esclavos de Nyanza, con las que obtuvo primeros premios en concursos oficiales de Llamadas y Teatro de Verano, y llegó a sacar su propia comparsa, La Calenda, antes de retirarse del concurso por diferencias en la competencia. Como percusionista ha viajado por el mundo y fue uno de los impulsores de la declaración del Candombe como Patrimonio Intangible de la Humanidad. Conoció a Mick Jagger y a Rosa Luna. Tocó con Charly y con Jaime, con Fito y con Rada, con Fattoruso y con Drexler. Durante la Dictadura le quisieron prohibir salir a tocar, pero no pudieron.

Prende un cigarrillo y le da una pitada. Entrecruza las piernas y se acomoda el gorro de visera. Está sentado en un sillón verdoso en medio de la sala de ensayo junto a su taller de tambores, donde por estos días trabaja su hijo Noé. ”Ahora hace más tambores él que yo. Como corresponde”.

Se sienta allí, rodeado de su propia historia. Carteles y fotos de conciertos, pinturas de comparsas, tapas de discos, como el tapizado de un museo cultural y popular. Por ahí, debajo de un globo terráqueo que muestra a África hay una maqueta de su casa. Una casa baja, con dos ventanas al frente, un hombre sentado en el escalón de la puerta y tres tambores apoyados contra la fachada.

20241219 Entrevista a Fernando "Lobo" Nuñez, percusionista y luthier. IG

Esa casa. Ese barrio. Al que regresa en cada anécdota. Una dirección como una cédula de identidad. Isla de Flores 1017. Una seña histórica. Una formación artística, humana, educativa y sentimental.

“Una historia de 1837 a hoy día, dentro de 14 años son 200. En este mismo lugar. Ellos compraron la libertad, después se instalaron ahí, luego regularizaron y hasta ahora. Es mucho para una familia que habita en el mismo lugar, no creo que haya muchas familias que tengan esa permanencia durante tanto tiempo y en este barrio menos”.

¿Cómo era Barrio Sur cuando eras niño?

Un barrio muy cosmopolita. Yo me crié con mucha gente que vino en la posguerra: italianos, judíos, gallegos. Acá era el Tano Pascual, el Tano Carmelo, el Gallego Marcial, el Paco, éramos una mezcla. De chico jugaba con todos ellos y les sacábamos cosas de Europa, empezamos a aprender a decir culo en alemán, en francés, en italiano, en polaco. Después, con los años, muchos de ellos cambiaron su estatus económico y su posición social.

Las familias vivían más en grupo, hoy hay un desparramo de todo. En la cuadra que yo me crie el único que vive hoy soy yo, y en 10 cuadras te puedo decir que los que mantenemos la localidad somos dos o tres familias, después ha ido mudando y viene gente que no le interesa esa convivencia que tenía este barrio, que era muy particular, de mucha tradición. Si bien la tradición se sigue manteniendo acá, nosotros a veces parecemos de afuera. Yo por ejemplo voy a una cuerda de tambores de Cuareim y no conozco a ninguno. Hay gente que viene a tocar de otro lado. Antes éramos todo el barrio, familia. Se da, pero cada vez menos.

20241219 Entrevista a Fernando "Lobo" Nuñez, percusionista y luthier. IG

Fernando Núñez Ocampo heredó el apodo de su padre: Lobo. En referencia a un pequeño lobo de mar que había adoptado en el balneario La Tuna, donde cada temporada iba a pescar. Heredó también un sentido artístico de su abuelo, Víctor Ocampo, fotógrafo, pintor y dibujante.

El Lobo ahora juega con la tapa de una caja azul. Aprieta y desabrocha el botón que la cierra. Adentro, el mayor reconocimiento del estado uruguayo a sus artistas. La placa dice: Medalla Demira Agustini. Fernando Lobo Núñez. Diciembre 2024. “Tengo que hacerle algo primero, encuadrarla en algún lugar, ponerle un marco”, comenta.

Terminará en alguna de las paredes abarrotadas de recuerdos, carteles, fotos e instrumentos. Porque en el entorno del Lobo Núñez todo hace música, desde una línea de cuatro botellas de plástico desflecadas a una hilera de llaves antiguas, un caño de plástico corrugado o un enorme cajón de té con un palo de escoba y una cuerda que toca con las manos como un bajo. “Mick Jagger vino acá y con un palo de escoba lo arruiné”.

“Hay muchos instrumentos de muchos amigos artesanos y también muchos de la creatividad de nosotros. Entre lo que es la pobreza, a veces te obliga a tener creatividad. No tengo plata, pero me las manejo igual”, dice mirando la sala.

La medalla Delmira Agustini es un reconocimiento, establecido por ley, que entrega el Ministerio de Educación y Cultura a ciudadanos uruguayos, así como a personalidades extranjeras, que "hayan contribuido, de modo excepcional, con la cultura y las artes en sus diversas modalidades".

“Son como homenajes en vida, que eso es lo importante. Pero el mejor homenaje es el cariño que te da la gente todo el tiempo, que no hay medalla que lo reemplace”, dice el Lobo con la medalla en sus manos.

20241219 Entrevista a Fernando "Lobo" Nuñez, percusionista y luthier. IG

Al Lobo Núñez, dice, le pasan “cosas rarísimas” cuando va por la calle. Con gente de todas las edades. “De repente estoy para cruzar un semáforo y hay un tipo que me queda mirando, pero mucho mayor que yo. El tipo me da un abrazo. Eso no deja de sorprenderme, ¿será para tanto?”, se pregunta.

¿Cómo recordás el candombe de tu infancia y cómo has visto su evolución?

Era menos popular, era más de barrio, más de familia, y los instrumentos eran distintos. Las comparsas eran menos y la tradición tenía menos días, eran fechas patrias, festividades como Navidad o Fin de año, y algún aniversario de alguna institución. Pero hoy prácticamente se toca todos los días, en los ensayos, en las cuerdas de tambores y en el entretenimiento.

Yo digo que el candombe hoy es una de las demostraciones de convivencia más importantes que tiene la cultura, porque el candombe no precisó de ningún decreto para aceptar. Vos podés estar tocando en un grupo donde no hay discriminación racial ni hay diferencias económicas. En una cuerda de tambores vos podés tener plata y estar tocando al lado de uno que de repente tiene diez antecedentes por hurto, y ahí se convive. Tampoco discriminó por orientación sexual, es sabido y notorio que siempre en las comparsas todas las figuras han sido diversas. Hoy el candombe está socialmente incorporado en el deporte, en la publicidad, en lo social. Antes el tambor era sólo cosa de adultos y de hombres, ni mujeres ni niños, y hoy hay comparsas netamente de mujeres. Ha tenido una evolución dentro de la sociedad como ninguna otra expresión cultural. Igual vos eres una señora de 80 años con una nieta de cuatro, las generaciones están todas juntas y como te digo: el gallego, el judío, el tano, todo el mundo toca. Es un ejemplo de convivencia.

Para Núñez el hecho de que actualmente cualquiera pueda participar de una comparsa sin ser afrodescendiente es “el reconocimiento indirecto” en una sociedad que es “bastante, muy, hipócrita”.

¿No hay racismo? Cuando vos lo preguntás nada más, pero hay. Y si no vamos a parar un taxi y vas a ver cuántos taxis tengo que llamar para que me pare uno. En el ómnibus el último asiento en ocuparse es el mío y a veces yo lo hago por gusto, dejo el pasillo libre y no se sienta nadie. Yo ya estoy acostumbrado, pero si quiero lo puedo decir. A veces voy caminando, las mujeres vienen hacia mí y yo hacia ellas, y cuando me ven se aprietan la cartera o cruzan. Estoy sentado en la puerta de mi casa y viene caminando una muchacha y antes de llegar a mi umbral baja la vereda, pasa por abajo de la vereda y después sube. Yo me río a veces. Pero lo hacen”, dice.

Recuerda que una noche no quisieron dejarlo entrar, ni a él ni al resto de la cuerda de tambores, a un club en algún departamento del interior que no recuerda exactamente. Jaime Roos empezaba a tocar a la una de la madrugada y el portero del establecimiento no los quería dejar pasar. "Yo sabía que cuando Jaime fuera a arrancar, el primer tema era un candombe, Durazno y Convención. Pero incluso cuando llegaron a buscarlos el hombre de la puerta dijo que tenía ordenes de no dejarlos pasar. "Que venga el presidente de la directiva a decirme que entre, si no no entro nada. Al rato sale el veterano. Les pido disculpas, es un malentendido, nos dijo. No, no. No es un malentendido, yo entendí bien. Acá no dejan entrar negros", recuerda Núñez.

También recuerda el día en que una novia lo presentó en su familia. "Antes, vivir en el Barrio Sur era sinónimo de tambor y vino. Ah, estos son de ahí abajo. En más, cuando la mamá de la piba me preguntó dónde vivía y le dije en el Barrio Sur. Ay, ¿qué trajiste?, le dijo a la hija. Y era morena también. Me dice, ¿y a qué te dedicas tú? Digo, soy músico. ¿Y qué tocas? Piano. Ella pensó que yo era Beethoven. En la Llamada estaba en la silla sentada y le grito ¡suegra! Se quería morir".

Núñez es uno de los embajadores que ha llevado el candombe fuera de fronteras. “Rítmicamente en América recién ahora está saliendo el candombe y hoy por hoy es muy popular acá y en la región, y hay una apropiación indebida de mucha gente”, considera. La conversación deviene en la asamblea de la Unesco, donde fue parte de la delegación uruguaya que presentó al candombe como Patrimonio Inmaterial.

Llegó a Cusco, junto a un antropólogo y un musicólogo, y fue el encargado de defender que el candombe es un ritmo originario de Uruguay frente a una delegación argentina que lo reclamaba como propio. Se acomoda en el sillón y recuerda aquellas palabras: "Yo soy luthier de tambores, mi familia pertenece a la ciudad de Montevideo, por lo tanto tengo una autoridad que no tiene nuestra hermana argentina. El tambor y el candombe es africano. El tango es africano. La milonga es africana. El malambo es africano. Las raíces criollas en el Uruguay y en la Argentina son africanas. En Argentina hay una presencia de raíces indias, aborígenes, las cuales han sido ninguneadas durante muchos años. Pero nuestra música folclórica es una mezcla del indio, zambo, negro y mulato. El chico, repique y piano es de nuestra autoría y la comparsa es de nuestra autoría. En argentina recién hay una generación de intérpretes de candombe en estos últimos 30 años, producto de la gran emigración de uruguayos durante la dictadura que se radicaron en Buenos Aires y que, si en algún momento hubo candombe en Argentina, lo retomaron los uruguayos a través de nuestros instrumentos autóctonos y nuestro ritmo", dijo, y continuó con una justificación del Tango como patrimonio rioplatense que incluyó a Gardel, a Leguisamo, a Julio Sosa y La Cumparsita.

“Esa esa disputa que hubo con los argentinos fue más que importante porque nos estábamos jugando todo. Quedaban ellos de patrones en la vereda”, dice el Lobo.

Sin embargo, Núñez recuerda que cuando anunciaron la declaración en Uruguay nadie recordó invitarlo. Llegaron esa misma tarde a su casa, golpearon la puerta y lo llevaron hasta la Plaza Gardel. “Ya estaba toda la comitiva. Llegué yo, me paré ahí, se aplaudían y se saludaban entre ellos. Diez años después se hace otro homenaje, ¿sabes cómo me entero? Porque vi una remera como a los 15 días”. “Uruguay”, concluye.

A mucha gente no le gustan las cosas que yo digo. Y cómo las digo. Muchas veces soy resistido porque no hago lo que hacen los demás, que es ganar plata con esto. Yo gano plata conmigo mismo, porque acá vienen tres norteamericanos, yo les doy una charla y les cobro. Pero es mi mérito. No lucro con el candombe. Lucro con mi oficio y con mi trayectoria”.

El Lobo Núñez camina entre los instrumentos de su sala de ensayo. “Empecé a poner más énfasis en la puntualidad, la prolijidad y cuidar la parte del candombe. Pelear. En todas las grabaciones nadie me puso la parte adelante, esa es la gran diferencia que tenemos los tambores. El Jaime venía con un candombe y le ponía la parte al bajista, al baterista, al pianista, menos a nosotros. Ellos tenían que tocar primero, nosotros lo escuchábamos y ¡ta! Y hay temas que están grabados como Amándote, que es un hit, toma uno. Lo escuchamos una vez, lo grabamos y quedó”.

Hugo Fattoruso recuerda que conoció al Lobo con “una alegría inmensa”. En el sótano de la casa de Homero “Pirucho” Diano, en la calle Isla de Flores. “Es un amigo muy querido, un maestro, un sabio, un artesano muy especial”.

Cuando se le pregunta cuál cree que es el mayor aporte del Lobo a la cultura : “Su certera e inamovible visión y postura relacionada al mundo afro-uruguayo”.

20241219 Entrevista a Fernando "Lobo" Nuñez, percusionista y luthier. IG

Al entrar al salón, delante de un espejo, una foto enmarcada donde se lo ve junto a Mick Jagger. Una foto tomada aquella noche de febrero de 2016 en la que el líder de los Rolling Stones apareció en la casa del Lobo para escuchar algo de candombe.

No vino a ver al Lobo, vino a ver candombe. Se dio que el Lobo siempre tiene candombe en la casa, su familia es de candombe y Francisquito Fatoruso me llamó para preguntarme. Bernard Fowler, el corista de los Rolling quiere ver candombe, lo puedo llevar a tu casa? Y con Bernard vino él”.

La visita se extendió después de la medianoche, cuando comenzó el cumpleaños del Lobo y el Rolling se sumó a una celebración improvisada. "Rada me empezó a cantar el Cumpleaños Feliz. Él cantó, bailó, me dijo happy birthday y cantó Satisfaction".

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"Como anécdota le pregunté qué quería tomar y él me dijo only water. Chau. Si yo no tomo agua de bidón. Me dijeron ¿le diste agua a la canilla? Y sí. Es más, al año fui con Natalia [Oreiro] a Londres al cumpleaños de un magnate ruso fan de la Natalia y eran un castillo en las afueras de Londres. Un castillo medieval, todo decorado para el cumpleaños. En los ensayos fui al baño del castillo y en la pileta había un cartel en inglés, que me lo traje, que decía don’t drink water, no es potable. Estos me rompen los cocos y en Inglaterra no se puede tomar el agua. ¿Qué me vienen a mí? Acá se puede”.

*

El Lobo Núñez toca un tambor piano con la lonja clavada. Su tambor, siempre, lleva la lonja clavada. “La curiosidad me viene desde que empiezo a tocar con un tambor mío y me toca cambiarle la lonja, apretar los aros. En algún momento se abrían los tambores, había que cerrarlo y hasta que un día se desarmó… y hubo que armarlo”. Es un autodidacta, como músico y como luthier.

“El sistema que había antiguo era reconstruir una barrica, que era donde venía la yerba, el café, azúcar, esencias. Acá en el barrio había muchos almacenes que las tiraban y los primeros que hacían tambores empezaron con eso. Pero después la barrica quedó en desuso, no se conseguía más, y ahí hubo que rearmar el oficio: transformar una tabla en un tambor. Antes a una barrica le dábamos la forma de un chico, de un piano o de un repique”.

Señala uno entre tantos instrumentos en la sala: “Eso es una barrica”. Las duelas de un tambor, esos listones alargados que se unen para formar su cuerpo, tienen tres tamaños diferentes para lograr su forma y a consecuencia su sonido. “Tiene la boca, tiene la panza y tiene la culata abajo. Si yo le pongo lonja a eso me va a sonar como un zurdo, nunca me va a sonar como un piano”.

20241219 Entrevista a Fernando "Lobo" Nuñez, percusionista y luthier. IG

“Tuvimos que hacer todo un proceso de curvar la madera. ¿Y cómo curvar? Agua caliente. ¿Y cómo calentar el agua? Eso lo aprendí en una carpintería que hacían sillas, las sillas Windsor, que son inglesas y que están hechas con varillas planas que las curvan. A partir de que yo vi cómo doblaban esa silla, empezamos a meter duelas también. Y vimos que la duela también se podía doblar. Ahí empezamos con otras máquinas. Antes era todo muy trabajoso. Un tambor el luthier lo hacía como hobby, no vivía de eso porque no había demanda tampoco. No permitía que vos te pudieras mantener con eso. Casi siempre era cuando pueda te lo hago y conseguirme una barrica porque no tengo, era toda una exquisitez el que hacía tambores”.

Núñez comenzó a construir tambores de candombe en 1974 con José Luis “Cabeza” Montrazzi, en la carpintería de Juan Piamonte. En 1984 abre su taller: El Power, un nombre que elige en homenaje a su padre y al cuadro de fútbol barrial. “Cuando arranqué yo por las mías. Los primeros que me quedaban mal eran trabajando con otro, entonces no tenía tanta responsabilidad que quedaron mal. Le quedaban mal a él (se ríe). Ahora soy yo, tienen que quedar bien sí o sí. Eso me dio prestigio también, porque los tambores míos empezaron a ser diferentes”.

“Cuando los empezamos a hacer de una forma más industrial fue porque se empezaron a vender cada vez más. En el comienzo había uno, después éramos dos, después tres y ahora hay tres por barrio haciendo tambores. Todo el mundo hace tambores en todos lados, dentro del país y fuera del país. En Argentina hay no sé cuántos talleres, porque ya los argentinos también están tocando y cada vez más. En población, va a haber más tocadores de tambor en Argentina que acá”.

Te describís como rescatador de sonidos.

Porque invento. Me gusta hacer instrumentos, sobre todo con cosas recicladas. Tengo muchos instrumentos hechos por mí, con latas, con pedazos de caño, de todo un poco. Eso es lo que me gusta también, reciclar. Y también para trabajar reciclo, no trabajo con madera virgen. Dejé de usarla porque hay mucha madera tirada y porque no estoy de acuerdo con la tala de los bosques, sobre todo en el Amazonas. Están habiendo incendios que nos van a matar a todos.

Porque hay madera. Si vos buscás hay paliet de pino americano, hay paliet de roble, hay cedro, muebles viejos que ya quedan en desuso. Voy a remate a comprar tablones de todo tipo de madera. Y se tira mucho acá. Hace poco en uno de los hoteles de Ciudad Vieja en una volqueta había un lambriz de cedro que se ve que habían renovado todo el lugar y lo tiraron. Ese tambor que vos ves ahí es de ese lambriz de cedro y quedan espectaculares.

*

"Mi sueño siempre fue triunfar, ser una estrella, pero la única chance que tenía era si jugaba al fútbol. De hecho jugué y después me relajé porque la disciplina de un jugador nunca la pude encarar”, dice Núñez. Jugaba en las inferiores de Nacional y su padre, que era el cocinero del club por aquel entonces se lo dijo: No es pa vos esto. "Yo en realidad lo que quería era tocar. Con 14 años tocaba con Mateo, con 19 ya estaba tocando con bandas mías, rock and roll y candombe, toda una locura porque nadie nos daba bola”, agrega.

“A mí con la música me salía trabajo. Poco, pero salía. Y además mi relación era con todos los músicos. Jorginho [Gularte] y yo nacimos el mismo día del mismo año y pasábamos todo el día para arriba y para abajo con el Principito, con Mateo, con Rada. Tuve esa suerte. Después apareció Jaime, Psiglo. Yo estaba entre todas esas barras. Y era el más chico de repente. Me encantaba”.

Pero su padre quería que estudiara, que fuera electricista o tornero. Fernando estudió en la Escuela Industrial y aprendió a manejar cuántas máquinas le pusieron en las manos. No recuerda cuántos trabajos tuvo, desde que a los nueve años ayudaba a despachar en la feria y se volvía a casa con unos pesos y una bolsa de frutas, hasta la zafra en el Dique Mauá para acondicionar barcos pesqueros o una carpintería donde un hombre se emocionó al recordar que su abuelo había dado lugar en su casa para que allí funcionara la primera sinagoga del barrio.

“Cuando empecé a tener el taller las personas que me ayudaban eran amigos míos o pibes de acá del barrio, que de repente nunca habían tenido hábito de trabajo de nada. Y el primer contacto que tuvieron con una herramienta fue conmigo. Y eso me gustó siempre hacerlo”. Esa dedicación para enseñar sigue siendo parte de la vida de Núñez, que actualmente es parte de un taller donde enseña a hacer tambores a personas privadas de libertad en la Cárcel de Canelones.

“De repente un tipo de casi 50 años la primera vez que agarró una amoladora o un martillo en su vida fue ahí. Eso para mí es muy importante, porque si bien capaz no sale ninguno haciendo tambores de la cárcel lo que sí pasa es que de repente salen con conocimiento para entrar a trabajar en otra cosa. Porque pueden salir y salir a buscar trabajo con otra experiencia, porque la primer pregunta es ¿vos qué sabes hacer? Y la mayoría que están ahí no saben hacer nada más que robar o vender droga. Eso les abre un camino mentalmente, porque cuando están ahí aprendiendo a usar una sierra, hacen juguetes didácticos y tamborcitos de niños para cuando viene la visita”.

Los tambores que se hacen en la cárcel terminan en escuelas rurales. Esa es la condición. Y para entregarlos Núñez le pide a las autoridades que dejen salir a dos presos para llevar los tambores a la escuela para presentarlos personalmente.

*

Ruben Rada se acerca al micrófono. Improvisa algunas palabras sobre el Lobo Núñez: “Delmira estaría muy contenta si le hicieras un buen piano a ella”. Están en una de las salas del Museo de Artes Decorativas, el Palacio Taranco, donde le fue entregada la medalla que lleva el nombre de la poetisa y que esa tarde también recibieron la actriz Ana Rosa y la fotógrafa Diana Mines.

“Yo tenía dos hermanos y los dos se fueron. Con los años me compré un hermano. El Lobo Núñez para mí es un hermano. Lo amo, amo su familia, amo su lucha. Lobo es un luchador bravo, es luthier, es el tipo más simpático del mundo y el mejor bailarín”, dice Rada y agrega: “El lobo en este momento es el referente”.

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Fernando

Fernando "Lobo" Núñez recibe la Medalla Delmira Agustini del MEC

El Lobo lo observa desde un costado de la sala y la gente aplaude. Cuando él se acerca al atril se lo dedica "a la música y a las personas". "A mis padres, a mis hijos, a mis nietos y a todas las personas con las que yo aprendí en mi carrera", dice antes de que entre tocando una cuerda familiar: sus dos hijos y su nieto Teo.

“Me mataron, sobre todo el Teíto que es una ficha. Tres cumplió, y toca desde que tiene un año. Cuando entra acá es como si estuviera en Disneylandia. Es lo que hubiera hecho yo. A los cinco años quería tener una trompeta y cuando le dije a mi padre, él me dijo ¿de dónde querés que saque una trompeta? No podíamos tener nada. Por lo menos ahora tengo instrumentos que no tiene nadie, porque hice yo", dice ahora desde el sillón verdoso.

Y ese es un motivo de orgullo para el Lobo Núñez. "Arriba de un escenario tocando con Fito Páez el bajista tiene el mejor bajo Rickenbacker, una batería Ludwig, un teclado Fender. El piano, el chico y el repique somos los únicos que podemos tocar con los instrumentos nuestros, hechos por nosotros. Dos por tres vienen y dicen tocá abajo que está muy fuerte. Fito toca bárbaro el piano, pero nunca se va a poder hacer un piano en su vida. Y acá está lleno de tocadores magníficos, pero no saben ponerle la lonja".

Ahora, a los 68 años, Fernando "Lobo" Núñez sueña tanto que no se acuerda de lo que sueña. "Primero que nada con tener salud, que llegue cuando llegue. Respetar mi tradición y la educación que me dieron. Y ser sincero, eso es lo que yo sueño siempre. Tener la posibilidad de decir siempre la verdad".

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