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20 de octubre 2024 - 5:00hs

No sé si fue por los libros de R. L. Stine, por la serie de Escalofríos en Nickelodeon, por el trauma que me generó ver Scream a los 8 o La llamada a los 9, o por las películas malísimas que alquilaba en el videoclub los domingos, pero el terror se alojó temprano adentro mío. Siempre lo sentí: un placer raro, casi prohibido, que se despierta a partir de cierta adicción a ese morbo desprendido del miedo. Se volvió una adicción.

El terror es por lejos el lugar donde me siento más cómodo. Es mi género favorito. Stephen King marcó las lecturas de mi adolescencia y temprana juventud, las películas sobre monstruos, fantasmas, zombies, asesinos, posesiones demoníacas e invasiones pasaron a ser un espacio para enfrentar, tal vez de forma inconsciente, mis propios temores y sombras. Es que este género, tan rico y vasto, siempre ha sido eso: la forma en la que se manifiestan los traumas colectivos, los horrores humanos, el lugar donde se exorciza la parte más oscura de lo que nos constituye como personas. El gran Dario Argento lo describió de forma quirúrgica hace un tiempo: el terror “es como el oleaje del mar: sube y baja, va cambiando con el espíritu del mundo”.

Si el miedo es una de las manifestaciones de humanidad más genuinas, indagar en lo que nos asustó a lo largo de la historia es una forma de conocernos a fondo. Entender, por ejemplo, la represión sexual que subyace debajo del mito del vampiro, la oposición entre civilización y barbarie que anida en La masacre de Texas o el temor estadounidense a la “colonización” comunista en la década de los 50 que plantea La invasión de los ladrones de cuerpo, es darse cuenta del valor de un género que nos radiografía como pocos. De ahí, en parte, mi fascinación. Y supongo que la del resto. Hace unos años Carlita Colman escribió esta nota sobre el miedo que te recomiendo. Ella dice, por ejemplo, esto:

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«Recorrer los pasillos alfombrados del videoclub hasta llegar a la sección. Esa sensación de que mirar “una de terror” te acercaba un poco más a la inquietud de la adultez. El ritual de llevarla a casa y preparar el ambiente para la llegada del miedo: la luz apagada y la manta tapando hasta la nariz. Elegir y mirar una película de terror está en la memoria afectiva de muchos fanáticos del género. Tanto como el recuerdo de la primera vez que aquella mujer de pelo negrísimo y vestido blanco se contorsionaba al salir de la pantalla de un televisor.»

En mi escritura el terror se inmiscuye aunque no quiera. Me pasó con los cuentos de mi primer libro, Los murciélagos, y me pasó también en cosas que no escribí con intención de género, pero que de todas formas terminan rozándolo. Supongo que no puedo escapar de mi propia educación sentimental. Tampoco me molesta: ese cóctel de influencias es lo que soy.

Como suele pasar en octubre, este Epígrafe está dedicado al terror. De mi parte, van algunas recomendaciones personales por si te querés meter en el género. Después, cuatro amigos de la casa eligen un título que los marcó y los asustó. Por último, un pequeño presente: un cuento inédito a cargo de otro amigo y excompañero del diario, Armando Sartorotti.

Horrores varios

La masacre de Kruger, de Luciano Lamberti

En la edición anterior recomendé el último libro de Lamberti con fervor. Para hechizar un cazador —ganador del premio Clarín este año— me entusiasmó mucho y me despertó un interés punzante por este embajador del horror regional. Estoy sumido en un proceso de lectura inversa de su obra, y por eso hace algunos días terminé La masacre de Kruger, su novela anterior. Lamberti maneja los ritmos y las tensiones del género con maestría, y en este caso echa mano a ciertos recursos de las narraciones de no ficción y hasta del periodismo para elaborar una historia coral y horrorífica sobre un pueblito del sur argentino en el que un buen día de 1987 cien habitantes se matan entre ellos sin razón alguna y de las formas más brutales. Imposible dejar de leer hasta consumirlo de forma completa.

La furia, de Silvina Ocampo

Hay mucho de la más chica de las Ocampo en la literatura de género contemporánea de la región, y tiene sentido si uno repasa los cuentos de La furia, quizás una de sus mejores colecciones de relatos. Acá hay crímenes contra niños, situaciones extrañas que se salen de su cauce, familias podridas desde adentro, un halo de horror que se cuela en una forma de narrar tan peculiar como identificable. Las imágenes de Silvina son potentes, casi todos los cuentos de este libro también, y tengo que optar por alguno voy por el que le da título a la colección, por El vástago y El mal. Pero hay más.

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El mito del hombre lobo, de Roger Bartra

De todos los monstruos que pueblan el universo de las pesadillas, el hombre lobo no es precisamente el que me despierta mayor interés —como símbolo y mito, siempre me termino decantando por la figura del vampiro— pero este ensayo del mexicano Bartra trasciende esa apatía y logra recuperar el trazo histórico de los licántropos y su significado a lo largo de la historia. De La epopeya de Gilgamesh a los códices medievales de los cazadores de brujas, el autor pinta el fresco de la historia del werewolf en una investigación exhaustiva que, a pesar de su erudición, nunca olvida el lugar que este monstruo ha conseguido en la cultura popular.

Cementerio de animales, de Stephen King

Hay dos autores a los que considero “fundacionales” en mi ser lector y escritor: Roberto Bolaño y Stephen King. A riesgo de ser repetitivo, sería una falta de respeto a lo que soy si, en este caso, no menciono al menos al pasar un libro del segundo. Si bien mi título favorito del rey del terror es y será siempre It —esa novela fabulosa y terrible sobre el trauma infantil—, mi segunda opción siempre será Cementerio de animales, tal vez lo más terrorífico que King escribió jamás. La atmósfera de esta novela es opresiva y se funda en un miedo que parte del propio autor: la posibilidad de perder un hijo de manera trágica. Y la imposibilidad de continuar viviendo con ese agujero en el pecho que queda como resabio. Cementerio de animales es una novela sobre el duelo, es un relato folk —con el mito del wendigo acechando en los rincones del bosque—, es una historia de muertos vivientes, es una zambullida a las tinieblas del dolor más profundo.

Espacio Negativo, de B. R. Yeager

El horror se cruza con frecuencia con otros géneros, y cuando eso sucede con la ciencia ficción suele decantar en combos fascinantes y muy oscuros, como el caso de esta novela. Editada por Caja Negra en su colección denominada Efectos colaterales, Espacio negativo aterriza su narración en una ciudad chata y sin emoción en New Hampshire, donde una droga rara está metiéndose en las vidas de los adolescentes más descarriados. Los efectos son curiosos: algunos ven ramificaciones oscuras en el aire, otros sueñan escenas perturbadoras, y en el medio unos cuantos de esos adolescentes se suicidan de formas espantosas. La historia se vuelve cada vez más turbia, aparecen episodios paranormales aislados, y todo se ve a través de los ojos de tres de esos jóvenes atribulados. Esta obra de Yeager es perturbadora. Se me quedó impregnada durante semanas. De esas novelas potentes que uno tarda en olvidar, y que de vez en cuando resurgen y son incontenibles.

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Cuatro lectores recomiendan

Ramiro Sanchiz - autor de Verde, Las imitaciones y Un pianista de provincias, entre otros

Teatro Grottesco, de Thomas Ligotti: No fue el primer libro de horror que leí, ni quizá el que me influyó más intensamente en una primera lectura, pero no sé de textos más perturbadores ni de cuentos en los que la inminencia o presencia subyacente de una realidad siniestra y a la vez "más real" que la cotidiana se adhiere al lector con tanta intensidad.

Tamara Silva - autora de Desastres naturales y Temporada de ballenas

La virgen de la tosquera, de Mariana Enriquez: Mi recomendación es muy predecible, pero leer ese cuento de Mariana Enriquez para mí fue un antes y un después. Es una historia re juvenil de rivalidad entre amigas adolescentes que tiene un final desafortunado, por decir lo menos. Lo leímos en el liceo y a mí me pareció terrorífico. Ese y Ni cumpleaños ni bautismos, que es de un joven al que le toca grabar algo escalofriante, como parte de su trabajo filmando situaciones insólitas. Me acuerdo de soñar con esos textos y de haber quedado conmovida a la vez, algo rarísimo. Creo que esos primeros acercamientos me dejaron interesada por un terror de acá, algo que antes no leía tanto, porque soy muy miedosa.

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Nicolás Tabárez - periodista de El Observador

Knockemstiff, de Donald Ray Pollock: Entre los más o menos 200 habitantes del poblado de Knockemstiff, un paraje en el medio de la nada en las entrañas de Ohio, Estados Unidos, hay uno que se hizo conocido gracias a sus relatos ambientados en la versión más oscura, violenta y salvaje de su país. El obrero fabril devenido en escritor en su mediana edad Donald Ray Pollock, que captó la atención del mundo literario con este libro, su primera obra.

Un puñado de relatos ambientados en su pueblo, que recopilan la desolación del pueblo chico (a la que se le pueden encontrar puntos de contacto con el interior profundo uruguayo), y retratan horrores puramente humanos. Alcohol, abuso, sangre, escopetas, desidia, muerte, desesperación, maldad. Acá no hay sustos, pero hay opresión, tensión y un malestar que se apodera del lector. Una colección de relatos que espantan por lo crudo, y también porque en el fondo sabemos que no solo son historias factibles, sino factuales. Y eso puede asustar más que un monstruo o un fantasma.

Sofía Gervaz - editora de Planeta Uruguay

La cámara sangrienta, de Angela Carter: Los cuentos de hadas dan miedo, de eso no hay duda. A lo largo de su carrera, Angela Carter (1940-1992) se dedicó a investigarlos, a escribirlos y a reinterpretarlos.

La cámara sangrienta reúne diez relatos que son reescrituras de historias clásicas que van desde Caperucita Roja, la Bella y la Bestia hasta Alicia y Barba Azul. Historias en las que la joven protagonista pasa de la niñez a la adolescencia, se vuelve mujer. Historias en las que hay una presa y un depredador.

Con La cámara sangrienta, Carter se mete en el género con cuentos sobre género, con una relectura feminista de aquellos clásicos. Porque, al final, volverse mujer es lo que realmente da más miedo.

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Un cuento de terror inédito

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Hace tiempo, casi diez años, cuando entré a El Observador como pasante, había una voz que se imponía sobre el resto: la de Armando Sartorotti, editor de fotografía. En las reuniones diarias, él siempre estaba dispuesto a impulsar la discusión y debatir los títulos del día, los encares para la foto de tapa y más. De vez en cuando se dejaba caer por la sección de espectáculos y se armaban charlas sobre cine, libros y música. No voy a mentir: al principio me amedrentaba, el Sarto impone respeto, pero con el tiempo descubrí que además de un grandísimo sentido del oficio, la sapiencia periodística y una experiencia tremenda, él era un enorme lector. Ahí conectamos rápido. Compartir con él esos años de redacción fue un privilegio para todos los que estuvimos allí.

Hace ya unos cuantos años que Armando ya no trabaja en El Observador, pero mantuvimos el contacto y siempre estuvo del otro lado como lector, atento a los espacios de la cultura. Este año descubrí con alegría que publicó su primera novela, y que arrancó con excelente pie: se ganó el premio Narradores de la Banda Oriental con El viaje. Y en una charla que tuve sobre el terror con la editora de Fin de Siglo, Estefanía Canalda, ella me comentó que tenía un cuento inédito del Sarto que sentía que valía mucho la pena.

Ella habló con él, me lo mandó, lo leí y estoy de acuerdo: El perrito muestra a Sartorotti como un escritor que sabe manejar con creces los tonos y ritmos que pide el horror. No quiero adelantar mucho más, porque es con lo que se despide este Epígrafe: el relato, inédito, que podés leer por acá, haciendo click en este link. Ojalá lo disfrutes.

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