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2 de noviembre 2024 - 5:00hs

En 2020, a José Arenas lo quisieron linchar. En la pacata penillanura uruguaya la literatura no suele sacudir mucho el avispero, pero un libro suyo lo hizo: su novela Papeles suizos hizo enojar a algunos vecinos de Nueva Helvecia, la ciudad donde Arenas creció, y en aquel momento suscitó reacciones de todo tipo. Hoy, él lo recuerda con gracia. Piensa en los pedidos de censura, los posteos furiosos en Facebook, en el momento en que intentaron sabotear una presentación. Cuatro años después, Papeles suizos sigue vendiendo ejemplares y es uno de los títulos más exitosos del catálogo de la editorial Pez en el hielo. ¿Y él? Él no se amilanó, claro: Arenas era un removedor por naturaleza, y así sigue.

Él, de todos modos, prefiere trazar una línea y despegarse de términos como "transgresor" o "provocador". Siente que no van con lo que escribe, o que por lo menos él no escribe para eso. Acepta, sí, que aunque no sea buscado sus libros mueven estanterías. Limpian el polvo acumulado. Y eso está bien.

Su última novela, por ejemplo, titulada La furia de los hombres, es un relato breve, contundente y sórdido que presenta a un protagonista detestable y una fauna delirante enmarcada en el universo de las milongas. Fue, además, finalista del Bartolomé Hidalgo 2024.

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Casi que en simultáneo a ese reconocimiento, Arenas publicó con Fin de Siglo uno de los mejores libros nacionales del año: Soy lo prohibido, un ensayo brutal y descarnado que ganó el incentivo Crónicas de acá y en donde regresa a la no ficción —género que ya ha transitado en otras oportunidades— para hablar sobre la sexualidad en la infancia, la historia de su deseo, sus cicatrices autoinfligidas, el lugar del cuerpo, los mandatos del mundo patriarcal que sobreviven en el universo queer y más. Todo atravesado por un empleo calculado de las palabras, un manejo del lenguaje tan salvaje como pulido, si es que eso es posible.

Cartas a la vista, Arenas mantiene el pulso firme y un ritmo de publicación furibundo. Dice que si no escribe se suicidaría, y parece una exageración absoluta pero la verdad es que no es necesario tenerlo enfrente y notar que no hay ninguna pizca de ironía en esa aseveración para comprender que tiene que ser cierto. En sus libros hay una particular sensación de urgencia, de que él está dejando la piel en esos párrafos, y que el impulso responde a corrientes eléctricas que viajan por debajo de la superficie. Lo dice en Soy lo prohibido: "hay quienes nos vemos en la carretera y decidimos pasarnos por encima a toda velocidad solo por contar una historia". Uno sigue leyendo, uno lo escucha, y eso es evidente.

Venís de ser finalista del Bartolomé Hidalgo y de publicar un libro que ganó un incentivo de publicación "Crónicas de acá" del Inlet. ¿Qué tanto te importan los premios?

Siempre me tocan el ego. Yo soy muy egocéntrico, egomaníaco casi. Pero si tengo que ser absolutamente sincero y pedestre, los premios que no vienen con dinero no me interesan en lo más mínimo. Del Bartolomé Hidalgo me gustó compartir la terna con Diego (Recoba) y con Yanina (Vidal), me interesaba encontrarme en la ceremonia con ellos, y como ni siquiera estaban en el país, ni fui. Los premios que no vienen con dinero o un mínimo apoyo para la publicación no me importan. Nunca me presenté a un premio para sentirme consolidado. Cada vez que lo hice fue para ganar plata.

Que además, en el esquema del escritor uruguayo, es un tema a resolver: cómo sustentar el trabajo.

Sí, es un tema a resolver. No me gusta parecer quejoso, porque los escritores uruguayos están todo el tiempo hablando de eso, pero es real. Yo ahora gané una beca Fefca, que es un premio de estímulo a la creación. Me encantó ganarlo, está muy bueno, pero son cuatro sueldos de un trabajador promedio. Son cuatro meses de trabajar en una oficina o dar clases. El Premio Onetti son cien mil pesos.

Y es el premio que entrega más dinero en Uruguay.

Sí. A veces leo algunas entrevistas a autores mexicanos o españoles, y dicen que están viviendo del premio que se ganaron…

Bueno, eso pasa con premios como el Planeta, supongo. Entrega un millón de euros.

Con los impuestos te queda menos de la mitad, pero igual es un montón de plata que me gustaría tener. Entonces veo los premios de acá y digo "guau, qué poco", porque de verdad es poco.

José Arenas Betina de Bernochi

En una entrevista con El Observador, Diego Recoba decía que si no pagás la electricidad que te carga la computadora en la que escribís, al final la realidad se mete con tu obra, que es imposible estar por fuera de las necesidades económicas como escritor. ¿Coincidís?

Totalmente. Es que en realidad, cuando hablo del dinero referido al arte, lo hago para desacralizar la idea del escritor y el artista: necesito el dinero tanto como cualquiera. Los escritores también somos laburantes. La inspiración no paga nada, el trabajo es mucho, no hay editorial que te pague el verdadero trabajo que significa escribir un libro, así que la cuestión económica es fundamental para el artista uruguayo. A veces lo veo con resignación, a veces siento que nadie va a cambiar eso, tampoco veo a nadie intentando cambiarlo. Es muy magro todo. Si hay una estructura que está destinada a ayudarte económicamente, y se baja de la ayuda real, estamos en la lona. Y además la sociedad uruguaya es muy careta en el sentido de que todavía queda un resabio de eso de que el uruguayo es más culto que el resto, algo que no se sostiene ni un segundo. Y es un país que quizás lee, pero no compra muchos libros. Yo vendo bastante bien.

A Papeles suizos le fue bien.

Por eso, y recibo el dinero que tengo que recibir. Pero es un país que no compra muchos libros, así que todo se vuelve cuesta arriba. De todos modos, y el otro día lo pensaba porque estoy escribiendo un par de ensayos de tango que no le importan a nadie, si el día de mañana se me da por escribir solo eso, ensayos, que es el género que menos vende, lo voy a hacer igual. Yo quiero escribir. Casi que ni siquiera quiero publicar. Quiero escribir.

Eso tiene sentido con tu ritmo de producción. En pocos años publicaste varios títulos en diferentes editoriales.

Sí. A veces pienso que me apuro en publicar. Algunas cosas no debieron publicarse nunca, y otras no todavía. Siempre me pasa con cosas que nadie más se da cuenta, son vicios de escritor. Por suerte las editoriales no te apuran, hasta el momento en que sí te apuran. Yo soy muy ansioso cuando me dicen que sí, hasta el momento en que me empiezan a apurar y ahí me pongo lento. Pero sí, estoy todo el tiempo escribiendo ficción, notas, es una necesidad. Creo que si no escribiera me terminaría de volver loco o me suicidaría.

¿Escribís todos los días?

Sí. Y no tengo forma de medir las cosas. Cuando quiero hablar de algo escribo una novela o una definición. Por eso no me sale escribir cuentos. Y puedo escribir 80 páginas o media carilla, pero no me salen diez páginas. Y eso se debe a que cotidianamente soy así. Si me conocés, te vas a dar cuenta de que nunca hablo en serio, siempre estoy pelotudeando. Cuando hablo en serio es cuando estoy escribiendo.

En un momento de tu último libro, Soy lo prohibido, decís: hay quienes nos vemos en la carretera y decidimos pasarnos por encima a toda velocidad solo por contar una historia. ¿Qué has hecho vos por contar una historia?

He cometido errores. En Papeles suizos, por contar una historia casi me hago linchar o quemar vivo (risas). Pero hablando en serio, en esa novela dejé algunos nombres propios que no debí dejar, porque lastimaron a gente que no quería que salieran lastimadas, a otras sí. Pero al mismo tiempo, siento y sentí en ese momento que contar esa historia con otros nombres no podía ser. Hay un texto que tengo inédito, que no sé si saldrá en algún momento, en el que cuento algo que está basado en algo real, y mantengo los nombres. Hay gente que me ha dicho "no cambia nada si pones otros nombres", y para mí sí cambia muchísimo.

¿Te sentís cercano a algún autor o a una corriente en la que inscribas a tu obra?

Me dicen mucho que me parezco a Gustavo Escanlar. Qué bronca. Para mí no es un elogio. Además no me parezco, porque yo escribo bien. Pero me lo dicen mucho. Me gustaría que me dijeran otros autores.

¿Cuáles?

Yo quisiera estar cerca de lo que escribe Felipe Polleri, que es mi autor favorito. Creo que en algunas novelas, que son las que menos les interesan a las editoriales y que para mí son las más sinceras, estoy muy cerca suyo, casi que lo imito. Porque no tengo problema en robar cosas. Horacio Ferrer me dijo una vez que lo que a uno le gusta hay que robarlo sin preocupación, y lo hago mucho. Porque en el camino te das cuenta de que no estás copiando nada. Pero bueno, me dicen que me parezco a Escanlar y, más allá del chiste, no siento que tenga mucho que ver con él.

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Igual entiendo la asociación. ¿No puede haber un punto de contacto con Escanlar en la idea de la transgresión?

Sí, puede ser, pero en mi caso no es buscada. Yo no busco transgredir nada. Creo que en su caso sí. Por eso tampoco me gusta demasiado Ariana Harwicz. Me parece buena escritora, pero me da la sensación de que siempre quiere romperle los huevos a alguien, y eso me cansa. Y yo sé que mi literatura a veces le rompe los huevos a alguien, a veces incluso sin querer. Creo que los escritores no nos damos cuenta de que nos lee más gente de lo que creemos, y que eso puede generar rispideces, o gente a la que no le copa nada lo que hacés.

Entonces sentís que esas palabras, transgresión o provocación, en tu literatura no entran.

No las considero propias. De hecho, cuando salió Soy lo prohibido, la editorial publicó un flyer que decía que era mi libro más audaz y el más transgresor en mucho tiempo en la literatura uruguaya. A mí no me interesa ninguno de los dos adjetivos.

Pero lo de audaz habla de otra cosa. De cierta valentía a la hora de contar. ¿Eso tampoco te interesa?

Puede ser, pero no es algo que me proponga. No dije "voy a contar algo que realmente me cueste mucho". Hay gente que te cuenta cosas muy terribles como si nada. Bueno, así me pasa a mí.

¿Cuál es la semilla de Soy lo prohibido?

Tenía ganas de contar la idea de la sexualidad niña desde la mirada de alguien que la recuerda absolutamente. La gente suele decir que es normal que los niños sientan deseo a los cuatro o cinco años porque es un período de exploración y no sé qué, pero todo el mundo se olvida o decide olvidarse cómo fue. Es una etapa silenciada y a la vez normalizada, porque nadie se pone a recordar que sentía, qué deseaba a esa edad. Yo tenía muy claro lo que deseaba de niño, y simplemente me propuse contar eso. Me llama la atención como a la gente...

¿Le chocó?

No. Bueno, en realidad no sé. Porque es un problema: la gente a la que le choca no te lo dice. Eso estaría bueno.

¿Cuál fue la respuesta de la gente que te sorprendió, entonces?

Que le recordó cosas. Que le impactó la manera en la que analizo ciertas cuestiones. Seguramente hubo alguna frase, alguna lectura, tal vez el título, esa idea de Soy lo prohibido, más allá del bolero, que tiene algo de recuperar espacios que parecen prohibidos y que en realidad no lo son. O están reprimidos. Hay una especie de pacto tácito de que eso sucede, pero nadie habla del asunto. Creo que lo que más puede llegar a llamar la atención es que yo hablo de la sexualidad niña sin traumas. No es que alguien me violó, sufrí un abuso o me hicieron bullying, nada de eso.

José Arenas Betina de Bernochi

Tal vez sorprende que el tono del libro esté pautado por eso: el descubrimiento sin trauma e incorporando el placer a la infancia.

El placer de develar lo misterioso. Y también está el hecho de que está contado desde el análisis que puedo hacer hoy. Si bien hay literatura ficcional que cuenta ese tipo de cosas, por lo general se cuenta desde la perspectiva de un personaje niña o niño que recuerda cosas, que siempre es un recuerdo traumático. Acá no pasa nada de eso.

¿Y, en ese esquema, tienen más sentido las palabras audacia y transgresión?

Puede ser, sí. Los textos, las crónicas, los otros trabajos que hablan de cosas similares siempre están abordados desde el trauma, a tal punto de que creo que se normalizó y esa es la norma: de esto se habla desde el trauma, desde el marginado. Y este no es el caso, y es un privilegio seguramente.

¿Qué lecturas influyeron en la escritura de Soy lo prohibido?

Black Out de María Moreno, muchísimo. Ese libro tampoco está contado desde el trauma del alcoholismo. No es una pobre alcohólica la que está hablando. Es una mina que es o fue alcohólica, que lo cuenta y que a partir de allí se va a otros lugares más interesantes. Después Alejandro Modarelli y Pedro Lemebel. Lemebel siempre es un poco más confesional y personal. Sus textos tienen relevancia social, pero porque se los da el lector, no sé si él pretendía eso. Él contaba sus cosas. Es cierto: tal vez un poquito desde el traumita.

Uno de los capítulos más fuertes y difíciles de leer es el que refiere a tus cicatrices autoinflingidas. ¿Fue difícil escribirlo, también?

Ese capítulo, ahora que lo releo, es complejo. Cada etapa de las que cuento fue muy dolorosa en el momento en el que sucedían. Pero luego no. Es raro, pero me encantan mis cicatrices. Podría decir que tengo estigmatofilia, me atraen las cicatrices, y tengo una política con mi cuerpo que es dejarlo ir hacia donde el cuerpo va. Suena un poco idiota, pero en esta época donde todo el mundo se implanta pelo, se saca cosas y toma ozempic para adelgazar, está bien aceptar hacia dónde va mi cuerpo. Cuando se me empezó a caer el pelo, que es una pelotudez, la gente me preguntaba qué iba a hacer, y no hice nada, qué voy a hacer. Y con las cicatrices pasó lo mismo. Me recomendaron cremas, pero no me interesa. De todas maneras leo ese capítulo y pienso que el temor es volver a caer en esos episodios.

¿El temor estaba cuando lo escribías también?

No, porque había descubierto esto que ahora todo el mundo habla, el kintsugi, el arte japonés en el que reparan jarrones con polvo de oro, y fue como una revelación. Eso es lo que quería hacer conmigo. De hecho, en algún momento pensé en tatuarme cicatrices arriba de las cicatrices, por suerte se me pasó. Pero era exactamente eso: aceptar la ruptura, no esconderla para nada, y mostrar el hecho de que ahí hubo una historia, que fue aceptada y superada. No es un tema tabú en mí. Yo no tengo temas tabúes. No hay nada de lo que no me interese hablar. Sí pasó lo que cuento en el segundo capítulo de las cicatrices, eso me llamó la atención: la reacción que existe cuando la gente ve las cicatrices. A veces es manifiesta y a veces no. Yo no tengo problema en contar, pero me da la sensación de que en general incomoda al otro la historia de cómo se produjeron.

En otro pasaje del libro hablás de cómo es imposible escapar de los seteos patriarcales, incluso desde una perspectiva queer. Decís: a pesar de que le doy mortales cachetadas al macho que tengo adentro, el muy maldito me sigue molestando, me sorbe la sangre, me come la energía, me envenena, el repugnante tigre embaucador y altanero.

Creo que es muy complicado salirse del todo. A mí por ejemplo me cuesta mucho salirme desde el lenguaje. A veces me doy cuenta y pienso "qué cosa", pero a veces digo "bueno, yo hablo así". Por ejemplo: detesto la palabra gay. Tiene muchas significaciones que no me interesan. Yo digo puto, marica, me gusta por ese lado. Una vez estaba dando la charla con otros escritores y decía "no, porque los putos no sé qué y no sé cuánto", y estaba lleno de maricas. Cuando me estaba yendo, un señor me dice "¿a vos cuánto te pagan por decir puto? Porque sos una figura pública, deberías dar el ejemplo". "No sé", le dije, "entiendo que cada uno se autopercibe como quiere". Yo soy puto. O marica. Ahora soy puto viejo, ya. Pero con el lenguaje me cuesta salirme de esos seteos.

¿Te cuesta, o entendés lo que genera en el otro y eso es lo que cuesta?

Entiendo lo que puede generar en el otro. Pero se trata de la herencia lingüística. Creo que es menos grave que otras cosas. También hay una sobrecarga, por aquello de que de tanta corrección política nos estamos yendo para el otro lado. En el lenguaje a mí es donde menos me interesa el balance. A mí me gusta mucho el lenguaje, las palabras, a sabiendas de que puedan ser agresivas, oscuras, impertinentes. Las respeto, y por eso las palabras van donde corresponden.

Temas:

literatura BARTOLOMÉ HIDALGO

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