20241108 José Miguel Onaíndia, Gabriel Calderón. Presentación nuevo director de la Comedia Nacional.
Foto: Inés Guimaraens
“Yo me siento muy tranquilo porque, como me pasó en otras instituciones, no vengo a refundar nada. La Comedia tiene casi ochenta años, sobrevivió a distintos momentos políticos, pasó toda la dictadura, y además, más allá de todas esas instancias históricas, hay un trabajo de capas que se va sumando. Lo que hay que tratar de ver es que este momento histórico va a ser diferente al de los años de Gabriel, y la comedia tiene que estar en relación con eso”, dice.
Onaindia, que fue elegido para este nuevo cargo por el Departamento de Cultura de la IM entre tres candidatos que fueron seleccionados previamente por el elenco —el catalán Josep Miró y el inglés Dan Jemmett—, asumirá el 1 de febrero de 2025. La última obra que dejará programada Calderón será Dulce pájaro de juventud, de Tennessee Williams, dirigida por el también argentino Alejandro Tantanián y protagonizada por el actor de La sociedad de la nieve, Enzo Vogrincic. A partir de esa puesta, comenzará la búsqueda de lo que el gestor y abogado argentino se traza como objetivo y verbo: expandir el alcance de su compañía.
El camino hasta la Comedia Nacional
Digamos que se preparó para dirigir la Comedia desde antes de su educación formal. No creció en una casa de intelectuales, pero sí en un hogar porteño con libros, predisposición a las artes, a la conversación y la narración permanente que se impregnó en él desde temprano. “Yo era más bien un chico silencioso”, recuerda Onaindia, y encuentra en los últimos compases de los sesenta, una “época muy liberal” de su país, los años de formación emocional y artística que carga hasta hoy.
“Mis compañeros de colegio se acuerdan siempre de que los obligaba a ir a los sótanos, que siempre los llevaba a lugares con propuestas culturales a donde los adolescentes en general no iban. Yo estaba siempre a la pesca de lo que sucedía y si no tenía compañía me iba solo, sin ningún problema.”
Tras una adolescencia signada por el cine, el teatro, el ballet y algo de ópera —además de los libros, claro—, Onaindia coqueteó con la idea de estudiar Letras, aunque al final se decantó por el Derecho. La salida laboral era más probable y, en una de esas, todavía podía trabajar algún pliego del mundo cultural, algo que de hecho sucedió: poco a poco empezó a ganarse un nombre como representante legal de diversos artistas, y pasó a ser una referencia en la materia. De repente estaba organizándole los contratos a nombres como Alejandro Tantanian o Graciela Borges, y trabajando para el mundo que siempre lo reclamó. “Fui armando y convirtiéndome, para un segmento fundamentalmente de la sociedad porteña, en un abogado vinculado al mundo de las artes, que era bastante poco habitual”, cuenta.
En esos años también se había vinculado a organizaciones como la Fundación amigos del Teatro Colón, o el Instituto Richard Wagner de Buenos Aires, así como siguió perfeccionando una carrera académica paralela y esporádicas publicaciones de libros que también le generaron más prestigio en esa materia. Nunca sintió, eso sí, que debía pasarse para el lado de la creación.
“No me pareció que tuviera algo que agregar. Pero creo que lo que no desempeñé en la creación directa de una obra, sí lo pude transferir a la ayuda o la gestión, o la puesta en práctica, de proyectos en los que sí tuve protagonismo. En un momento me di cuenta de que no iba a escribir mejor que Borges o que Camus, y decidí no hacerlo. A esta altura de mi vida, no creo que me haya equivocado. No siento nostalgia por haber dejado una obra sin hacer, o no siento que mi destino vaya a ser mucho mejor si tuviera una segunda vuelta existencial. En ese caso, por ahí te diría que me gustaría ser Nureyev, Borges o Richard Gere, pero en esta vida, que es la que me tocó y es la única segura, estoy bien así”.
20241108 José Miguel Onaíndia. Presentación nuevo director de la Comedia Nacional.
Foto: Inés Guimaraens
En los 2000, y bajo el gobierno de Fernando De la Rúa, Onaindia estaba de paso por Madrid en camino a dar un seminario en la universidad de Salamanca cuando recibió un llamado en la recepción. Era el Secretario de Cultura de la Nación, Darío Lopérfido, que le estaba ofreciendo la dirección del Instituto de Cine (INCAA) de su país. Onaindia agarró, lo saneó, estuvo dos años al frente, incidió directamente en la existencia de películas claves como La ciénaga de Lucrecia Martel, y luego renunció cuando sintió que el proyecto político que lo convocó había fracasado. En Argentina todavía recuerdan esa etapa como una de las mejores del siempre complejo INCAA.
“Fue un momento profesional importante, pero también existencial. Para mí hay un quiebre, un cambio de vida que pasó por la asunción de esa gestión. Además fueron los dos años de mayor asistencia de público para ver cine argentino. En el año 2000, casi 19,6% de los espectadores de cine eligieron cine argentino. Hubo más de tres películas que hicieron un millón de espectadores, en un país que en ese momento tenía 38 millones, no 47 como ahora”.
En 2011 desembarcó en Montevideo. Su vínculo con la ciudad ya tenía décadas; la capital uruguaya era una suerte de paraíso de las artes escénicas para un espectro de la sociedad porteña, que prefería puestas más vanguardistas, y entre esos espectadores usuales que cruzaban el charco estaba Onaindia. Llegaba a ver las obras de la Comedia, del teatro independiente, seguía con interés lo que pasaba de este lado del Río de la Plata.
En Montevideo, entre otras cosas, Onaindia fue coordinador del Instituto de Artes Escénicas (INAE), director artístico del Auditorio del Sodre y asesor del Departamento de Cultura de la IM. La gestión cultural en este país no le es ajena, y tampoco el trabajo con la Comedia, compañía de la que ha estado muy cerca desde hace tiempo. Desde hace algunos años vive en la Ciudad Vieja, en las inmediaciones de la Plaza Zabala. Tiene la ciudadanía, sacó la credencial y votó en las últimas elecciones. Se siente y se sabe un uruguayo, y lo es mucho más que por adopción.
Lo que se le viene
En esa idea de expansión, Onaindia tiene claro dos de los ejes que quiere apuntalar para la compañía de teatro de la ciudad: su audiencia y su proyección internacional. Con una propuesta de alto impacto comunicacional y estético, los años de Calderón estuvieron marcados por una apertura importante de la Comedia hacia afuera, y su paso por España con obras como Constante fue aplaudido de forma unánime. Onaindia quiere eso, y quiere más.
“Creo que los que vivimos en Sudamérica, cualquiera sea el país, tenemos una necesidad de reconocimiento, de circulación, de mostrar nuestra identidad cultural. Uruguay lo necesita”, asegura, y luego acota que en términos de público no le preocupa la idea del “techo” de población que tiene el país.
“No es un tema que me parezca relevante. Me parece que hay un público interno proporcional a la población que es sorpresivo en índices. Vos vas a un teatro independiente, a una pequeña sala o a ver un concierto en una ciudad con 7 millones de habitantes y te encontrás con la misma cantidad de público que en Montevideo. Tenemos un público interno fuerte que hay que alimentarlo, porque es una tarea de todos, y que se nos plantea aún en las sociedades más desarrolladas, el incluir las artes presenciales en el menú de opciones de una capa mucho más amplia de la población”.
Dato: a esta altura del siglo XXI, Onaindia ya considera al “cine en sala” un arte presencial, casi escénico. De nuevo aparece ese concepto de su discurso, la idea de los templos laicos.
“Aunque tengas una gran pantalla en tu casa y las mejores condiciones de proyección, que ya sabemos que es algo que tienen muy pocas personas, la experiencia de ir a una sala y sentarte con un anónimo, sean tres o veinte, produce otro impacto intelectual, estético, algo totalmente diferente. Cuando algunas personas me dicen vi de nuevo Fanny y Alexander en casa, me pregunto ¿cómo se ve Fanny y Alexander en una computadora? Y lo mismo me pasa con películas contemporáneas”.
20241108 José Miguel Onaíndia. Presentación nuevo director de la Comedia Nacional.
Foto: Inés Guimaraens
Justamente, las nuevas formas de consumo y tecnología también sobrevuelan su cabeza a la hora de pensar las tres temporadas que tiene por delante. Sabe que quiere ir a buscar un teatro contemporáneo, que se amolde a los tiempos particulares que vivimos. “Tenemos que seguir tratando de que el teatro sea algo contemporáneo, presente, que la gente se conmueva, se divierta, porque no tengo ningún conflicto con esa palabra. La gente lícitamente va a buscar entretenimiento y eso se puede pretender con cosas serias y con reflexiones, en eso me quiero concentrar”, dice.
Pero Onaindia deberá encarar algo que Calderón no tuvo: un cambio en el gobierno departamental. Sucederá inevitablemente en 2025, pero no le quita el sueño: sabe que tendrá que volver a negociar y explicar sus metas, que tendrá que ir a pelear por su visión una vez más, ya sea que la Intendencia mantenga los colores del Frente Amplio o cambie de paradigma político.
“Voy a tener que convencer nuevamente a las autoridades de que este proyecto está aprobado, que para ese proyecto se necesitan recursos económicos pero también la utilización de toda una estructura estatal, del trabajo con las otras áreas de la intendencia, pero bueno: lo veo como una oportunidad.”
Ninguna de estas perspectivas más desafiantes hacen mella en su entusiasmo. Reconoce que dirigir la Comedia Nacional será uno de los grandes mojones de su vida. Que lo hayan elegido ya lo es. No tiene miedo de pensarlo en esos términos, a fin de cuentas: de eso se ha tratado su vida.
“Hay emociones y pasiones humanas que solamente conozco a través del cine o del teatro. Esos deslumbramientos que tuve en mi infancia con la pantalla de cine, con los telones... Esto voy a tratar de aplicar en este rol. Porque si me preguntás qué ha sido tu vida, son todas las películas que vi, todo los teatros a los que fui, las óperas, las emociones que viví allí, porque en esos núcleos transcurrió mi vida social, transcurrió todo, está absolutamente vinculado a mí”.