Si se acepta esta descripción sumaria, se verá dibujada en ella la silueta – sólo la silueta – de Gerardo Caetano. No hace falta enumerar títulos o desempeños ni desgranar un currículum para situar la voz de Caetano en el Uruguay contemporáneo y calibrar su dimensión. Alcanza con caer en la cuenta de que parece haber estado siempre allí, casi como una evidencia, contribuyendo a identificar las buenas preguntas y a pensar, entre otras cosas, pero fundamentalmente, la República. Tal vez importe, sí, recordar –subrayar– que la raíz de Caetano es la historia, la labor historiográfica. Eso significa a la vez apego a las fuentes, distancia crítica y desconfianza hacia las verdades definitivas. Recordemos además que Caetano posee algo que no todos los intelectuales tienen: una obra, personal y colectiva, es decir generosa. Quizá porque quien salió campeón uruguayo sabe jugar en equipo.
«La voz de Gerardo Caetano parece haber estado siempre allí, casi como una evidencia, contribuyendo a identificar las buenas preguntas y a pensar, entre otras cosas, pero fundamentalmente, la República.»
WhatsApp Image 2025-02-14 at 12.43.33.jpeg
Escribe Pablo Casacuberta (Cineasta, escritor y artista visual)
Hubo una época, no lejana, en que un científico podía obtener numerosos méritos y reconocimientos en su campo de estudio, sin llegar a concitar por ello entre los tomadores de decisiones de su tiempo el rótulo de “intelectual”. La ciencia solía concebirse como una disciplina confinada a la academia, casi un nicho del conocimiento. Acaso el único científico uruguayo del siglo XX considerado por el público como depositario de un título de ese calibre haya sido Clemente Estable. Nos engañábamos, sin embargo. La pandemia reciente nos recordó que había en realidad una abundancia de científicos uruguayos comprometidos, capaces de insertar su trabajo en el pulso mismo de los tiempos y erigirse en intérpretes entre el conocimiento basado en evidencia y las aspiraciones del país.
Fue desde ese preciso lugar que Rafael Radi, quien ya era una figura pública de reconocida trayectoria en Uruguay y el exterior, orientó en momentos cruciales la capacidad local para articular ideas y propuestas científicas, hasta hacer que la tarea de emerger alcanzara el primer plano de la mirada colectiva. Concertó, con enorme capacidad de contemporizar a unos y otros, el criterio de una auténtica demografía de científicos, ingenieros y académicos de muy variadas disciplinas. Pero además de tensar al máximo la aptitud de atender, vincular y coordinar la labor de una red enorme de voluntarios hasta alcanzar extremos impactantes de eficiencia, logró también que los cientos de decisiones que el país debía tomar para salvar vidas se emprendieran sin vivirse por parte de la población como negociaciones políticas, aunque demandasen justamente hilvanar políticas públicas en decenas de órbitas del Estado. Por encima de banderías, esferas de influencia y potenciales pujas partidarias, Rafael Radi, acompañado por los otros directivos del Grupo Asesor Científico Honorario, supo plasmar en el imaginario colectivo no sólo el contenido sino también el tono necesario para orquestar el imperativo de evitarle la muerte a miles de uruguayos.
Y esa capacidad para contemplar opiniones diversas, sensibilidades y expectativas políticas sin nunca desmerecer al interlocutor, le permite hoy a Rafael Radi, además de integrar la Academia de Ciencias del Uruguay que tanto contribuyó a levantar y dirigió hasta hace poco, pertenecer con la misma natural legitimidad a la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos o la Academia Pontificia de Ciencias del Vaticano. La condición de intelectual público se la otorgó no sólo su extenso currículum de gestión de ciencia, publicaciones y hallazgos, sino haber estado a la altura de una posición que no tuvimos antes y que acaso no supimos atesorar luego: la de intérprete de lo que la extensa y sofisticada comunidad del pensamiento nacional tiene para ofrecerle a la vida cotidiana. Nos queda el antecedente de haber sabido, durante un puñado de meses, incorporar esa articulación a la trama de todos los días. Acaso una generación más joven sepa enarbolar de nuevo esa experiencia y encarnar por fin la célebre frase de Clemente Estable: “Con ciencia grande no hay país pequeño”.
«Rafael Radi fue intérprete de lo que la extensa y sofisticada comunidad del pensamiento nacional tiene para ofrecerle a la vida cotidiana.»
WhatsApp Image 2025-02-14 at 12.43.33 (1).jpeg
Escribe Débora Quiring (periodista, directora de Promoción Cultural de la Intendencia de Montevideo)
“La amenaza de la fealdad, aquí y ahora”. Así tituló Carlos Maggi su columna en el diario El País, en respuesta a un taller de cumbia villera que promovió el entonces Director Nacional de Cultura (2008-2015), Hugo Achugar. Si bien la polémica sobre expresiones populares y “alta” cultura se mantuvo por un tiempo (muchos recordarán a Federico García Vigil hablando de “esa basura” que se consumía como pasta base, en alusión al mismo género musical), esa definición de apertura de las políticas culturales fue una de las insignias de la gestión de Achugar, a la vez que arriesgó apuestas audaces y transgresoras para esos años, defendió el acceso a la creación artística desde las usinas culturales (18 estudios de grabación de música y audiovisual gratuitos), creó el Espacio de Arte Contemporáneo, el Instituto de Artes Escénicas y el Premio Nacional de Música, entre otros. Como docente, poeta, novelista y ensayista, Achugar marcó el debate cultural en nuestro país y buena parte de Latinoamérica con obras cumbres como La balsa de la Medusa. Con una clara inquietud en el presente y, sobre todo, el futuro, en su obra la memoria, la literatura, los intelectuales, el poder y la identidad (llegó a publicar una novela bajo el heterónimo Juana Caballero, y años después lo retomó como una de las voces de Habla el huérfano) van mutando hasta convertirse en fragmentos que nos interpelan, en un juego infinito de máscaras que se desmoronan.
Hay quienes prefieren recordarlo como el docente de la Facultad de Humanidades que tanto inspiraba a pensar, o como quien marcaba el rumbo en cátedras de Estados Unidos, donde se lo llegó a declarar profesor emérito. Luego de un extenso recorrido de trabajo y formación que comenzó en el IPA, siguió en Francia y continuó en el exilio, hoy Achugar mantiene una actividad creativa sorprendente, obteniendo los premios más prestigiosos del país (Premios Nacionales a las Letras, el Gran Premio a la Labor Intelectual 2024, Bartolomé Hidalgo), y confirmando que la cultura no sólo es tradición. También es presente y futuro; es modernidad, creación y excelencia. Y, por supuesto, también es memoria. Como él mismo lo definió, “recordar no significa repetir el pasado. En el recordar está el modo de ayudar a cambiar los errores del pasado frente a los posibles o probables futuros que se nos vienen encima”.
«La actividad creativa de Hugo Achugar confirma que la cultura no sólo es tradición. También es presente y futuro; es modernidad, creación y excelencia. Y, por supuesto, también es memoria.»
WhatsApp Image 2025-02-14 at 12.43.34 (1).jpeg
Escribe Lucía Campanella (Dra. en Literatura general y comparada e investigadora postdoctoral Marie Skodowska-Curie)
No sé si Lisa Block de Behar se definiría a sí misma como “intelectual”, un término cargado históricamente que quizás no le convenga especialmente. Propondría, en cambio, el término de “maestra de pensamiento”, una traducción-adaptación si se me permite, de la locución maître à penser que creo que le es cara. La combinación del magisterio y de la acción de pensar se prestan especialmente para describir su labor. Un maestro de pensamiento no enseña solo cosas específicas (que también) sino que enseña a pensar, forma en el trabajo intelectual (y muchas veces manual, como el que implica la manipulación de archivos), contagia el deseo por el conocimiento y la energía que se necesita para producirlo. Lisa Block de Behar está dotada de una curiosidad, una capacidad de trabajo, y una inventividad fuera de lo común —y los transmite con generosidad. Su obra más importante probablemente sea el portal Anáforas, espacio colaborativo, abierto, accesible, y en constante crecimiento que puede considerarse como un doble digital de su persona, de su erudición, de su espíritu universalista y de su compromiso con la transmisión de saberes.
Entre sus muchos trabajos, se destacan especialmente los que ha hecho sobre otros maîtres à penser: Jorge Luis Borges, Emir Rodríguez Monegal, Auguste Blanqui, Jules Laforgue, Haroldo de Campos, entre otros. Se inscribe así en un linaje, hondo y ecléctico, conformado por figuras históricas que unen ciencia profunda y espíritu grácil, como la de Carlos Real de Azúa, amigo y referente que no quiero dejar de mencionar. Sus lazos con profesores, investigadores e instituciones de otros países y sus propias investigaciones y el reconocimiento que ha recibido en otras latitudes, hablan de una proyección de la que a veces desde Uruguay no tomamos la justa medida. Si la imaginería católica no fuera tan poco adecuada en este caso, me tentaría llamarla "pontífice", hacedora de puentes, ingeniera en conexiones mentales y espirituales. Recientemente, el querido Hugo Fontana, en un discreto homenaje, la presentaba como una profesora risueña y de juicio certero y sólido. No es necesario agregar más.
«Lisa Block de Behar está dotada de una curiosidad, una capacidad de trabajo, y una inventividad fuera de lo común —y los transmite con generosidad.»
WhatsApp Image 2025-02-14 at 12.43.34 (2).jpeg
Escribe Adolfo Garcé (Dr. en Ciencia Política, profesor titular del Departamento de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República)
Un tema recurrente en la obra de Norberto Bobbio, el Arturo Ardao italiano, fue el de los intelectuales. En el libro La duda y la elección, además de dejar enseñanzas muy valiosas sobre la relación entre intelectuales y política, distingue entre dos tipos: ideólogos y expertos. El intelectual-ideólogo elabora y comparte “principios-guía”: fines, creencias, valores. El intelectual-experto se dedica a estudiar y proponer “principios-medio”: conocimientos técnicos.
El contador Enrique Iglesias ha sido, a lo largo de una vida entera dedicada al servicio público, un verdadero anfibio. Ideólogo y experto, todo a la vez. El desarrollo como fin, las ciencias sociales (en particular la Economía) como medio. Ahora mismo, desde ASTUR, la fundación que construyó y lidera, sigue aportando ideas al debate público. Habría mucho para decir, así que me limito a hacer referencia al más reciente de sus aportes. Me refiero a su enorme preocupación por el tema del cuidado de los adultos mayores, el desafío de envejecimiento activo y el fantasma de la soledad.
Pero las ideas que dejan un aporte más profundo y duradero son las que logran arraigar en las instituciones. En su caso, la lista es muy larga. Instituto de Economía de FCEA, CIDE, OPP, BCU, Cancillería. También CEPAL, BID y SEGIB. En todas dejó su huella. Podemos seguir fácilmente el rastro de su pensamiento cada vez que alguien dice que no podemos olvidar la geografía, que la cultura importa, que tenemos muchas razones para sentirnos orgullosos de Uruguay, o que estamos ante un cambio de época. También podemos reconocer su inspiración cada vez que alguien olvida agravios, sonríe, y rescata el lado amable de las cosas.
«Enrique Iglesias ha sido, a lo largo de una vida entera dedicada al servicio público, un verdadero anfibio. Ideólogo y experto, todo a la vez.»
El top 20: ¿quién más llegó al podio?
¿Intelectuales eran los de antes?
Hubo un tiempo en que las ideas se ponían a duelo entre sorbo y sorbo de café en el Sorocabana. O entre manzanilla y jerez al caer el sol en las tertulias del Tupí Nambá. En las salas de arquitectura neoclásica del Ateneo de Montevideo. O en el chillido de una máquina de escribir en la redacción de un semanario. O en la azotea de la casa de los padres del poeta Julio Herrera y Reissig.
Por eso no es extraño que en el país que celebra la noche de la nostalgia (y en el que el chiste popular señala que antes del apocalipsis hay que mudarse a Uruguay porque aquí todo llega tarde) a veces se piense que “intelectuales eran los de antes”.
Sin embargo, seis de cada diez consultados discrepa con la mirada nostálgica de que “intelectuales eran los de antes”. El 46% está "en desacuerdo" con esa expresión y otro 14% "muy en desacuerdo".
La edad y la disciplina de referencia de los encuestados no son, a priori, una razón para inclinarse por una u otra respuesta. Eso sí: entre los historiadores consultados hay una leve tendencia a considerar que los intelectuales eran los de antes.
Un homenaje para…
José Pedro Barrán, Carlos Real de Azúa y Ángel Rama —en ese orden— conforman el podio de los intelectuales uruguayos ya fallecidos a quienes una mayoría de los consultados les rendiría un homenaje por la contribución a su formación. De hecho, uno de cada cuatro encuestados eligió una de esas tres opciones en una pregunta que era de respuesta abierta.
El historiador José Pedro Barrán (1934-2009) dejó una huella perenne en la confección de la identidad uruguaya a partir de publicaciones claves como Historia de la sensibilidad en el Uruguay e Historia rural del Uruguay moderno —junto a Benjamín Nahúm—, y a juzgar por la elección frecuente de su nombre en esta pregunta, la deuda con su legado intelectual es una asignatura pendiente en este país.
Carlos Real de Azúa (1916-1977), por su parte, buscó las conexiones entre el pasado y la identidad, y exploró la forma en la que ambos terminaron siendo los dos polos principales en la conformación de la nación. Formó parte de la Generación del 45, pensó las clases sociales, a la poesía, a la política, la cultura, el poder y la lucha armada. Quedan todavía, presentes, varios de sus conceptos claves, entre ellos de aquel "país de cercanías" que supimos ser, ¿y todavía somos?
Y por último, ahí está Ángel Rama (1926-1983), otro hombre del 45, envuelto en la bandera de la crítica y la intelectualidad literaria, un hombre de cartas, ensayos, que incluyó teorías y conceptos ajenos a la disciplina y pautó nuevas maneras de entender esos acercamientos al pensamiento. Entre sus obras notables, La ciudad letrada (recientemente reeditada por Estuario) tiene un espacio de destaque.