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2 de enero 2025 - 5:00hs

Nosferatu nació como un Drácula flojo de papeles. La novela de Bram Stoker todavía no estaba en el domino público, y un productor alemán que tenía las ganas pero no el dinero para comprar los derechos impulsó una historia con algunos detalles cambiados para no llamar la atención de la viuda del autor.

La influencia y el legado está tan presente en la actualidad que desde este jueves 2 de enero de 2025 hay un nuevo Nosferatu en las salas de cine uruguayas. Y se trata de una versión largamente anticipada, no solo por el estatus del personaje y de la película, sino también por quién está detrás del proyecto que trae de vuelta al conde Orlok.

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Embed - Nosferatu - Tráiler oficial 2 (Universal Pictures) HD

El hombre en cuestión es el cineasta estadounidense Robert Eggers, que firma con este su cuarto largometraje, ya consolidado como uno de los amos del terror actual. Pero no el terror de fábrica que tanto rédito económico le trae a Hollywood desde hace bastante tiempo, sino lo que se ha dado en llamar “terror elevado”: la forma elegante con la que los cinéfilos que suelen mirar de refilón al cine que asusta se dan el visto bueno para mirar estas películas. Es “arte”, entonces vale.

Discusiones sobre qué es cine valioso y cuál no aparte, Eggers tiene ganado su prestigio gracias a lo que hizo en sus tres filmes anteriores: La bruja (disponible en Netflix actualmente), que fue su descubrimiento; El faro, que lo consolidó; y El hombre del norte, con la que intentó hacer algo más grande y épico, sin tanto éxito. Los méritos de esas tres obras hicieron de su Nosferatu una película esperada. Y se hizo esperar.

Eggers, que ha contado que se enamoró de esta historia cuando la vio alquilada en VHS durante su infancia, anunció el proyecto hace una década, en 2015. El proceso fue arduo, e involucró incluso un cambio de protagonistas, con Anya Taylor-Joy y Harry Styles abandonando el barco a mitad de camino.

Que Nosferatu tenga un camino tortuoso hasta la pantalla no es nuevo. Ya su versión original había estado marcada por algunos episodios complejos que la llegaron a marcar como película maldita.

Breve historia de Nosferatu

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Obsesionado con el ocultismo y lo sobrenatural, el productor Albin Grau llamó al cineasta F.W. Murnau, nombre clave del expresionismo alemán de la década de 1920, con el que compartía esos intereses, para hacer esta versión de Drácula. Se cambiaron los nombres de los personajes, se pasó la ambientación de Londres a una ciudad ficticia en el norte de Alemania, y el vampiro, encarnado por Max Schrek, recibió un nuevo look: no tan estilizado y seductor, sino más monstruoso. Su pelada, sus manos curvadas y de garras largas y su cara de roedor se convirtieron en íconos. También la propia película pegaría fuerte gracias a su innovación y creatividad visual.

Pero más allá de los intentos de Grau y Murnau de disfrazar al Conde (convengamos, no demasiado disimulados), Florence Stoker, la viuda del autor de Drácula, se dio cuenta de la treta, y puso el grito en el cielo. O mejor dicho, la denuncia en el juzgado. Grau y su productora, Prana films, no tenían los medios para pagar lo que se reclamaba, y acordaron destruir todas y cada una de las copias del filme. Algunas, sin embargo, se salvaron. Y Nosferatu fue preservada.

Esa riña con la legalidad, sumada a los intereses ocultistas de sus responsables –en 2015 robaron la cabeza de Murnau de su tumba, presuntamente para usarla en un ritual– y a mitos como que Schrek era realmente un vampiro, premisa sobre la que se construye la película de 2001 La sombra del vampiro, la convirtieron en un tótem del cine, renovado periódicamente con eventos como la remake que hizo Werner Herzog en 1979.

Ese es el camino hasta la versión de Eggers, que toma la misma premisa que sus predecesoras: un matrimonio alemán de recién casados se ve en la mira del conde transilvano Orlok: ella porque sin saberlo hizo un pacto con él durante su infancia y “le pertenece”, él porque es un agente inmobiliario que le gestionará su mudanza a un derruido palacio en la ciudad de Wisborg, donde ellos viven.

La amenaza de Orlok viene a llevarse todo puesto en Wisborg, y el matrimonio, junto a algunos variopintos aliados de ocasión, tendrán que plantarse, estaca de madera en mano.

Hasta ahí, todo igual. Lo que cambia es cómo Eggers plantea los temas subyacentes a la historia vampírica, y las modificaciones que incluye en comparación a las versiones anteriores.

La sombra del vampiro

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Como hija de estos tiempos, el Nosferatu modelo 2024 pone el foco no tanto en el conde, que más bien sobrevuela amenazante durante toda la historia, sino en Ellen Hutter, la mitad femenina del matrimonio protagónico, encarnada por Lily-Rose Depp (si, la hija de Johnny). Ella es el centro y la llave de la narración; su relación abusiva con Orlok atraviesa todo, y el vínculo, mezcla de posesión demoníaca y pulsión carnal, refleja el rol de la mujer en la época en la que se ambienta la historia, así como la represión del deseo.

Es que Nosferatu es una película de tensiones: hay una tensión sexual muy incómoda y constante, y hay también una tensión inherente a la historia de terror que es, subrayada por una mala vibra permanente y patente. Hay que estar preparado para esta experiencia, marcada también por la intensidad y una maldad que se cuela por los cuatro costados de la pantalla.

Eso pasa incluso cuando Orlok no está en escena. Aunque tiene menos tiempo en pantalla que en sus antecesoras, este vampiro impone presencia incluso en ausencia, y es mucho más bestial, no tanto en su aspecto, sino en su carácter y en lo que representa.

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Más allá de la tensión perpetua, hay también margen para algunos sustos y sobresaltos más directos, apoyados en un despliegue visual y fotográfico sublime. Siempre afecto a lo folclórico, este Nosferatu se siente en todo momento como si se hubiera abierto una novela gótica ilustrada y uno se zambullera en sus páginas.

Hay también momentos donde Eggers permite que todo se desate, que le caen sobre todo al vampiro y a Ellen, que canaliza a Linda Blair en El Exorcista o a las escenas más famosas de la Posesión de Andrej Zulawski en esos pasajes donde la oscuridad interna que su Ellen oculta todo el tiempo por miedo o por presión social sale a la superficie y entra en ebullición.

Robert Eggers y su equipo, entonces, actualizan de gran forma un clásico, que como tal, no pasa de moda y tiene nuevas cosas para decir. En estos días de sol y verano, vale la pena descubrir el cuello y rendirse a la oscuridad durante un rato.

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