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19 de octubre 2024 - 5:00hs

Julio María Sanguinetti todavía no tenía muebles para el primer apartamento al que se iban a mudar con su esposa Marta Canessa, pero sí una pintura lista para colgar en la pared. Queda claro, entonces, el lugar que el expresidente uruguayo de 88 años le ha dado al arte en su vida desde el principio: un espacio central.

Hoy, varias décadas después, su casona de la calle José Zorrilla de San Martín, en Punta Carretas, desborda de libros y de obras de arte. No hay espacio en las paredes, no hay rincón que no dé pistas sobre sus intereses. En la habitación donde recibe a sus visitas el orden es más tangible, acaso regido por la banda presidencial que impone respeto desde su vitrina, pero el resto de las habitaciones se revelan como un maelstrom de objetos que pautan el ritmo laberíntico de los espacios que siguen. Sanguinetti se mueve en esas corrientes con facilidad, revuelve primeras ediciones en las estanterías, señala pinturas, señala el gigantesco globo terráqueo que le regaló el presidente francés François Mitterrand y que domina el centro de su biblioteca personal, apunta esculturas, sabe dónde está todo, esquiva los álbumes de fotos dispersos en el suelo, y dice: "quedaron allí después de buscar las fotos para el libro".

¿El libro? Habla de Memorias de una pasión, su última publicación. Está en librerías desde hace algunas pocas semanas y lo presentó en la última Feria del Libro en la Intendencia. En su trabajo más reciente, que además motiva esta entrevista, el expresidente colorado recuperó y recopiló los mejores textos de su producción como cronista de arte, e incluye discursos, prólogos para catálogos de muestras y más. Él, que curtió el rubro desde el periodismo en el diario Acción durante años antes de ingresar en la vida política, y que luego fue, entre otras cosas, presidente de la Comisión Nacional de Bellas Artes, asegura que Memorias de una pasión es, sobre todo, un volumen que habla de la compañía y la amistad: la que él mantuvo con María Freire, José Pedro Costigliolo, José Cuneo, Washington Barcala, Menchi Sábat y varios artistas de renombre más. Y también, que es un reflejo de lo que el arte ha significado para él y su familia: un punto de unión. Un motor de entusiasmo. Un patrimonio a preservar.

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¿Qué fue lo que lo llevó a reunir todos estos textos?

En mi vida de periodista y de actividad pública he tenido un capítulo especial para la actividad artística. Y así como he publicado muchas cosas de orden político, histórico, jurídico, de arte me he pasado escribiendo y estaba todo disperso. De ahí nació la idea de juntar algunas de estas cosas para brindar un testimonio personal y del quehacer artístico del país sobre todo de la segunda mitad del siglo XX, que ha sido muy rica en continuidad con la tradición que ya tenía el Uruguay en ese aspecto de su patrimonio cultural. Añado que me resultó mucho más difícil de lo que esperaba e imaginaba.

¿Por qué?

Había mucha cosa perdida, había textos en viejas computadoras que había que traducir, aparecían algunos que no sabía a qué atribuirlos. Por ejemplo, un texto que se publicó con el relato de Manolita Piña el día que en se inauguró el Museo Torres García. En ese momento me pareció interesante publicarlo por el personaje que era ella, pero no encontraba dónde. Finalmente, la gente del museo ubicó que eso terminó saliendo en un seminario sobre la obra de Torres García en Santiago de Chile. Con esto le estoy diciendo que no fue tan sencillo, pero sí muy grato, porque me reencontré con muchas cosas que había olvidado. Y luego me encontré con la dificultad de la cantidad, de modo que hubo que elegir y cuando uno elige, renuncia. Eso siempre es un poco penoso.

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¿Fue abrumador enfrentarse a esa producción escrita?

Lo que pasa es que son más de 60 años. Hago periodismo desde el año 53 y desde los años 60 escribo de arte. En el año 67 fui presidente de la Comisión de Bellas Artes. Yo era un diputado de 31 años y el presidente Gestido me ofreció el Ministerio de Trabajo públicamente. No se lo acepté por algunas razones circunstanciales, y en cambio le pedí la presidencia de la Comisión, lo cual hizo que mis colegas diputados me consideraran un diletante bastante extraviado. Pero se me ocurrió que podía hacer muchas cosas allí. Podía intentar renovar los salones nacionales, mejorar la representación exterior del país, divulgar más el enorme patrimonio de creación artística, renovar el museo, y me apliqué a eso. Hasta el 73 estuve intensamente vinculado a esa actividad. Con eso le estoy diciendo que son tantos los años y los amigos que se han generado en ese transcurso. Este libro es un testimonio con un ingrediente personal de amistad muy importante. Salvo los grandes nombres de figuras fallecidas, yo he convivido con varias generaciones de artistas. Tuve ese privilegio de convivir con Cuneo, que tenía 50 años más que yo, y luego con la otra generación, hoy su plenitud, con Iturria, Atchugarry, gente que tiene 15 o 20 años menos, más una generación nueva que ha ido irrumpiendo, de los cuales también tengo mucho escrito y no publiqué. Pude conocerlos en sus diversas facetas, no sólo artísticas sino personales, y el valor de mi testimonio es ese.

En ese sentido, el capítulo que le dedica a la pareja de María Freire y José Pedro Costigliolo se destaca. Usted los frecuentó y conoció mucho.

Era una pareja muy peculiar. Primero, porque tenían un respeto recíproco muy importante. Segundo, porque su propia relación personal también era muy particular. Costi era bastante mayor que María, y María le tenía un gran respeto a él, además de una actitud admirativa. Con ella nos conocimos en Acción, como con tantos otros, hicimos una amistad allí. El texto que publiqué es muy particular. La última vez que la vi a me dijo "encontré el recorte del artículo que escribiste para la última exposición de Costi, que no me dejaste escribir a mí". Yo le había dicho en ese momento "María, por favor, es tu marido, no podés estar escribiendo vos". "Pero por qué", decía ella, "somos personalidades autónomas". "Sí, pero para la gente no, así que déjame que yo la hago". No encontraba ese artículo por ningún lado hasta que apareció después en una exposición. Ahí entra el asombro, la forma en la que uno recuerda las cosas con perspectivas distintas. Yo recordaba la anécdota del artículo, pero no que se publicó diez días antes del golpe de estado y once antes de que desapareciera el diario. O sea que ese artículo sobre Costi fue nuestro canto del cisne.

Pensando en esas generaciones, y en los artistas vivos que repasa en su libro, ¿considera que Iturria y Atchugarry son los artistas más importantes que tiene el arte uruguayo hoy?

Bueno, son los que aparecen con una dimensión internacional mayor, son las dos figuras consagradas más importantes, lo cual no quiere decir que no haya otros, porque los hay. Pero ellos dos aparecen con una proyección mayor, asociados también al arquitecto Carlos Ott, que también es la otra figura de proyección internacional de la actividad.

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¿Hay algún artista que no conoció con el que le hubiese gustado coincidir?

Puede ser. Lo que pasa es que la vida es como es. Lo importante es toda la gente con la que tuve el privilegio de estar cerca, figuras que fueron muy sobresalientes en su tiempo y que es necesario rescatarlas y mantenerlas vivas. El Uruguay es desproporcionado en su calidad y cantidad de producción artística; como nos pasa en el fútbol, desbordamos nuestra baja demografía. La posteridad de los artistas se hace de muchas cosas: influye el mercado, influye el manejo que se puede hacer de ellos un galerista o su propia familia, pero es importante mantener vivo ese legado y abrir ventanas de curiosidad.

¿Se acuerda de la primera obra de arte que lo deslumbró?

Los gauchitos de Blanes. Y después los históricos de Blanes, también, que me llevaron a verlos y me impactaron. Eso fue en la adolescencia. En cuanto empecé a mirar un poco más, me apasionó mucho más el arte moderno. Cuando me ennovié con Marta lo primero que le regalé fue un álbum de láminas de Van Gogh, que era mi pasión de la época.

¿A ella le gustó?

Por supuesto. A partir de ahí el arte se transformó en una comunidad. Compartimos la pasión y, felizmente, luego la hemos transmitido a hijos y nietos.

¿Cómo es esa presencia del arte a nivel familiar?

Acá en los sábados familiares se habla más de fútbol y de arte que de política. Todo el mundo opina.

¿Se acuerda también de la primera obra que sintió como propia?

La primera obra se la compramos a Leopoldo Nóvoa, que era un colega del diario con el cual tuvimos una amistad de toda la vida. Me acuerdo de que él no le regalaba obra ni a la familia, así que le compré en 30 cuotas ese cuadro, el olmo seco, y fue el primero que incorporamos a nuestro apartamento. No teníamos casi muebles y compramos un cuadro. Después fuimos incorporando un conjunto de obras con las cuales convivimos y que son el resultado de la vida.

De todos modos, usted aclara en el libro que no se siente coleccionista.

No, en el sentido cabal de la palabra, porque una colección es algo que tiene una cierta organización y busca una representación global. Lo nuestro es un conjunto de cuadros que nos gustan, muchos que compramos y muchos que nos regalaron en diversos momentos y circunstancias. De Cuneo tenemos el retrato de Matilde Pacheco que pintó en Piedras Blancas en la casa de Don Pepe Batlle en el año 1922. Lo fue a pintar a él, pero nunca lo logró sujetar para que posara, aunque hizo unos bocetos que después se perdieron. En cambio, doña Matilde le posó y le hizo una serie de dibujos, de bocetos, que luego nos lo regaló Rolando, su hijo. Y también el cuadro, que lo tuvo Cuneo por años, porque como nadie le hizo ninguna manifestación especial de su calidad, se lo llevó para la casa y ahí estuvo colgado años. Un día, en los años 70, en aquellas épocas de turbulencia del país, me llamó y me dijo "a dónde irá a dar nuestro estado batllista no sabemos, pero usted es un buen batllista, así que lléveselo, con usted va a sobrevivir unos cuantos años más". Y así fue y ahí está el cuadro, que es muy emblemático. Cuneo era un ejemplar humano extraordinario, era angelical, muy generoso. Él decía que no tenía alma para decirle a un artista que no tenía condición, por eso nunca quería ir a los jurados. Era muy generoso, muy bondadoso, una figura muy entrañable, y era el centro de toda su generación.

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¿El Estado debería ser el primer coleccionista?

El Estado lo es, y a eso le dedicamos años en la Comisión, y luego acompañando el movimiento y la actividad del Museo Nacional de Artes Visuales. La colección del museo se ha ido enriqueciendo y creo que es una gran colección, y luego empezó a coleccionar también el Banco República, el Banco Central. El premio Figari pasó a ser también un hito en esa materia, los salones nacionales durante años generaron la adquisición de cuadros para la cámara de representantes. O sea, el Estado tiene un rol que cumplir en ese rubro, más en un país como el nuestro, en el que a nuestros artistas les suele faltar el peso económico de otros países. ¿Cuánto hay detrás de los muralistas mexicanos, cuanto les ayudó el peso de los grandes coleccionistas de ese país? ¿O cuánto hay en el pop norteamericano o en el impresionismo francés del peso enorme de los coleccionistas, los circuitos de promoción y los grandes galeristas? Mucho. El propio Picasso lo dice. Entonces, a los artistas del profundo sur, y más de un país de nuestra dimensión, les falta eso, razón por la cual el Estado tiene que cumplir ese rol proyectándolos en la mejor versión de las bienales, haciendo exposiciones. En todos nuestros años de gobierno acompañamos las visitas oficiales con grandes exposiciones de arte que hicimos en todos lados: en Argentina, en Estados Unidos, hasta en Rusia. Con eso se logra esa ventana de oportunidad que lleva la mirada de los críticos hacia esos artistas.

¿Siente que a los museos uruguayos hoy les está faltando algo?

Siempre les va a faltar. Nuestro Museo Nacional en su momento se amplió, se le generó una nueva sala, y creo que ya estamos precisando otra ampliación importante. Hay una actividad museística bastante importante en Uruguay y por suerte hoy se ha acercado más al mundo de la educación. Hoy son más conscientes las escuelas, los liceos, de que tienen que llevar a los chicos a esos lugares. Me alegra mucho cuando voy al museo Nacional, al Blanes o al museo histórico y veo chicos llevados por sus escuelas o liceos, y eso hay que estimularlo mucho más. No hay nada que estimule más la creación de ver. Y si uno no mira, no ve.

En su libro habla del lugar de la crítica y de los grandes nombres. ¿Siente que el arte ha perdido pie en la conversación nacional por el declive que ha tenido el género en los últimos años?

Sí, el arte está sufriendo la declinación del periodismo papel, que generaba un espacio crítico muy importante. Yo me formé en un diario que no era una gran empresa, pero teníamos a Ángel Rama como crítico de teatro, teníamos a María Freire como crítica de arte plástica, y así sucesivamente. El País tuvo una constelación de críticos en su momento, que iban de Taco Larreta y Emir Rodríguez Monegal, a Jorge Abbondanza, que ejercieron un magisterio. Desgraciadamente, la declinación del periodismo ha llevado a que haya una dimensión crítica menor, razón por la cual hay que tratar de suplirlo. Los diarios digitales, por sus propias características, lo hacen menos, pero un poco lo están haciendo. Por algo usted me está diciendo una nota a mí, quizá porque es una curiosidad de que un expresidente se ponga a escribir de arte, tal vez soy una figura rara, pero la realidad es que es importante, y en Uruguay hay una gran afición por el arte. Las grandes exposiciones internacionales que hicimos fueron multitudinarias. Es cierto que en los últimos años han faltado, porque también se han hecho muy caros los seguros para las exposiciones.

¿Siempre tuvo claro que su vida política y su vida cultural iban de la mano?

Sí, porque en la política hay una política cultural. La política no es solo política económica, tampoco es solo política legislativa. Las políticas culturales son un capítulo esencial, primero para la formación ciudadana, y segundo para la identidad nacional. ¿Francia sería lo mismo sin los impresionistas? ¿Roma sería lo mismo sin Miguel Ángel, o sin Bernini y sus fuentes en las calles? El Uruguay ni siquiera tendría el rostro simbólico que Blanes le hizo a Artigas, y no seríamos lo mismo sin los candombles de Figari o las lunas de Cuneo. Nuestra ciudad es una ciudad muy interesante en ese sentido, porque es el resultado de la política cultural de los municipios de los años 20 y 30. Montevideo está lleno de obras de arte de Beloni, de José Luis Zorrilla, de Prati.

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¿Pero eso está claro en la discusión política de hoy? ¿No cree que ha perdido peso en favor de discusiones que transitan otros rubros, como la economía?

Los acentos han ido cambiando con los años. La política pura, digamos así, no tenía el ingrediente económico que tiene los últimos años. ¿Y por qué lo tiene? Por el desarrollo de la ciencia económica. Cuando empecé a hacer periodismo en política no existía el PBI. El Instituto Nacional de Estadística publicaba el índice de Precios del Consumo una vez al año. En febrero o marzo nos contaba lo que le había pasado el año anterior, los ministros de economía eran abogados o escribanos. El debate económico se hizo mucho más importante en los últimos años. Depende de los momentos, en los años 60 y 70 el debate político fue tremendo, también

Suele ser un asistente asiduo a los conciertos del Centro Cultural de Música. ¿Qué lugar tiene en su vida cultural?

Siempre estuve muy cerca del Centro Cultural, toda la vida. El domingo pasado tuvimos una versión de las cuatro estaciones de Vivaldi que me tuvo tarareando tres días. Es una de las obras que más me gusta y la disfruté mucho, como disfruto todas las dimensiones de la música. Somos la generación jazz rock. Los Rolling, los Beatles y Elvis Presley son los muchachos de mi época, los que hoy sobreviven con 80 años. Y la generación Bossa Nova también. Y ni hablemos de Piazzolla.

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Estamos rodeados de libros, y desbordan casi todos los rincones de la casa. ¿Atesora algún ejemplar en especial entre ellos, alguna primera edición que signifique mucho para usted?

No, mire, así como uno tiene lindos cuadros pero no una colección orgánica, nosotros tenemos una gigantesca biblioteca que compartimos con Marta, pero no somos bibliófilos. Es decir, no coleccionamos primeras ediciones ni nada de eso. Las que tenemos son producto de nuestra afición, porque tengo la primera edición de Cien años de soledad porque la compramos en ese momento, no porque la salimos a comprar después en un remate, o las primeras ediciones de Onetti, que las tenemos porque éramos amigos de él. Las tenemos de toda la vida. Pero no las buscamos particularmente. Lo que sí tenemos es una biblioteca que tiene un enorme espectro. La de Marta naturalmente está más vinculada a la historia y a la historia regional, y la mía es multifacética. Va desde desde el arte hasta la economía, pasando por la historia más contemporánea o por la doctrina política y la filosofía. Con los libros convivimos, y con el arte convivimos, y la casa está en una constante tensión. Por los lugares, por las paredes, por los espacios, que normalmente se llenan y estamos siempre peleando con libros en los pisos. Pero es la vida. Uno ha vivido con ello. Por suerte.

Temas:

Julio María Sanguinetti arte Artes visuales Museo Nacional de Artes Visuales

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