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8 de noviembre 2024 - 5:00hs

El abrazo es largo. Tiene que serlo, porque hace rato que no se ven. Eugenia Ladra (32) y Tamara Silva (24) se encuentran, se abrazan, todo pasa sobre un par de cafés y un miércoles de calor, pero después se van a encontrar muchas veces más durante la entrevista que sigue. No llegan hasta acá, igual, sin antecedentes. Se conocen mucho. Tienen historia. Estos episodios, que son solo algunos, forman parte de ella:

  • El momento en que Tamara lee y trabaja los primeros cuentos de Eugenia en Facultad.
  • El momento en que se conocen.
  • El reencuentro en el bar Las Flores, cuando ambas trabajaban en lo que serían sus primeros libros y Eugenia acababa de volver de España, donde vivió un año.
  • La presentación de Desastres naturales, de Tamara. Eugenia estuvo ahí adelante, con ella, hablando del libro.
  • El momento en que Tamara decide elegir un epígrafe de Eugenia para su próximo proyecto.
  • El festejo, o la presentación, de la novela de Eugenia, que se publica en Uruguay y España en simultáneo.
  • El último agosto, el mes que vio nacer a Temporada de ballenas y a Carnada. Las primeras novelas. Que salen casi juntas. Que son casi hermanas.

Y ahora este abrazo.

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En el caso de Eugenia, el cruce la encontrará recién aterrizada. El último mes la ha tenido recorriendo España para promocionar Carnada, que allá salió en la editorial Tránsitos, acá en Criatura. Después de los plaquettes de cuentos que publicó ( La naturaleza de la muerte y El espacio podría sonar así) en Fardo, editorial que impulsó, Carnada es su primer "libro en serio", como ella misma lo llama. Lo que también es serio es el impacto que ha tenido. En el viejo continente la recepción ha sido enorme, tanto que la sorprende. De este lado del charco, todavía le están llegando las oleadas, aunque debería suceder: Carnada inventa una Comala uruguaya a los pies de la unión del Río de la Plata y el Río Uruguay —la asociación no es libre; Rulfo y su Pedro Páramo son influencias directas— para generar una historia abrasiva en su oralidad, descarnada en su retrato de la violencia pueblerina contenida, con ecos de la belleza de un amor adolescente sin frenos.

Tamara, por su parte, llega a su primera novela con el éxito de Desastres naturales a cuestas —que, entre otras cosas, le dio dos Bartolomé Hidalgo en 2023 y vendió seis ediciones, algo enorme para los estándares locales— y una presión por "lo que seguía" que ella misma admite haber sentido. Lo que siguió fue precisamente Temporada de ballenas, mención en el último premio Onetti, una novela fragmentaria donde la autora minuana experimenta cargando de mayor poesía la prosa pulida de la que había hecho gala en su primer libro, así como la exploración de un territorio propio, una Minas distorsionada que se enchastra con el calor insoportable, las ensoñaciones marinas de una niña, y las explosiones de una cantera tremebunda.

Hay muchos puntos en común entre Carnada y Temporada de ballenas, pero quizás, ahora, el que más importa es este: la complicidad de sus autoras, que se volvieron a ver y ahora tienen ganas de empezar a entrelazar en el aire los ecos de estos dos proyectos a los que les han dedicado sus últimos días. Y las siguientes respuestas.

Ambas estaban escribiendo y publicando cuentos. ¿Cómo apareció la idea de la novela en ese entonces?

Eugenia Ladra: Yo estuve mucho tiempo creyendo que Carnada era un cuento. Tenía una idea y un tema del que quería escribir, y empecé con una voz totalmente diferente. Nunca había escrito una novela, me daba terror asumir que iba a empezar una.

La novela tiene otra carga.

EL: Tiene esa carga terrible. Una novela puede ser un montón de cosas, pero me sentía más tranquila si lo abordaba como un cuento y de ahí poder transformarlo, que fue lo que pasó. En un momento, un profesor del máster que estaba haciendo en España se hartó de que yo hablara de un cuento y me dijo "estás escribiendo una novela, hacete cargo". Para mí no era tan obvio, pero me desató una forma nueva de trabajo. A partir de ahí me enfrenté a la idea y eso hizo necesario mayor espacio mental y necesité pensar mejor la estructura y los personajes.

Tamara Silva: Para mí fue peor, porque ni siquiera pensaba en un cuento. Al principio fue un ejercicio de escritura de pensar en el agua, en recuerdos que podían funcionar juntos o no. De hecho, en algún momento se me ocurrió publicar esos textos en un blog, uno por día. En un momento esa escritura empezó a mezclarse, los capítulos o fragmentos tenían relación entre sí, cosas en común. Nunca llegué a pensarlo como una novela, creo que por lo fragmentario que es, y me costó. Recién cuando la mandé al premio alguien dijo que era una novela y dejé de considerarla un experimento. Capaz que todavía lo es.

Tamara Silva y Eugenia Ladra

En ambos casos la palabra novela dispara cosas. En el caso de Carnada, una ingeniería de trabajo nueva. Y en el de Temporada de ballenas, una discusión interna. ¿La propia palabra termina delimitando una forma de trabajo diferente a la que acostumbraban?

EL: Creo que ahora me sentiría mucho más segura al hablar de un proyecto en proceso como una novela. Antes no existía esa seguridad. Me estaba metiendo en un terreno desconocido, por más de que el concepto de novela sea súper amplio. Tiene esa elasticidad que es hermosa e inclusiva, pero también intimidante.

TS: Salir de lo breve del cuento es intimidante, también. Porque te da seguridad, no se abren mil puertas como en una novela.

EL: Hay un efecto muy concreto en el cuento. Es como una piña. Y vos intentás controlar ese impacto, ese efecto, esa emoción que te genera.

TS: Está en todos los decálogos, pero no hay decálogos para escribir una novela.

A diferencia del cuento, la novela tiene varios ritmos, puntos más altos, otros más bajos. Pasar a ese registro también implica adaptarse a esa irregularidad, ¿no? Eso también forma parte del diálogo interno.

EL: Sí, es parte del proceso. No sé si te pasó Tami, pero en la escritura de una novela aparecen momentos de mucha producción, con la que vos misma te quedás más contenta, y otros en los que no pasa nada. Es un proceso largo, en el que hay que tener paciencia con las bajadas y subidas de la escritura.

TS: En la novela tenés que sostener un lenguaje, un registro, una cadencia, durante más tiempo.

¿Eso las cansó alguna vez?

TS: No sé si me cansó, pero me preocupó. En Temporada de ballenas hay dos registros, uno infantil y uno adulto. Y a veces se me mezclaban las formas.

¿Qué sienten respecto a esa idea que indica que la novela legitima, que el cuento es un ensayo para llegar a ella?

EL: No sé si escribir una novela legitima algo, para empezar. Yo pensé que mi primer libro, con lomo, iba a ser un libro de cuentos.

TS: Igual me pasó de fantasear. De estar escribiendo cuentos y pensar en cuándo escribiría una novela. También pensé que no iba a poder, porque no sentía que podía sostener lo que lograba en el cuento en algo más largo. Todavía lo pienso, incluso con Temporada de ballenas. No sé si puedo escribir algo más extenso, con capítulos largos. Es una discusión que tengo a nivel interno. No creo que las novelas fragmentarias sean menos novelas que las novelas de capítulos, pero sí creo que la forma tiene un peso más popular que real.

Sé que los procesos de escritura fueron muy diferentes. ¿Cómo los recuerdan?

EL: El proceso de Carnada tuvo dos momentos claros. En realidad tuvo tres: hubo un punto cero, que fue la generación de mucho material que luego descarté. Pero en el máster empecé a trabajar de forma más constante y compartiendo mucho, con entregas, pero sobre todo con mis compañeros, que era como tener un montón de gente de diferentes países leyéndome, algo que pocas veces se da. Después, cuando volví a Uruguay, seguí trabajando, pero en un escenario totalmente diferente: el de la soledad. Igual mantenía con compañeros algunas lecturas, pero no era lo mismo, no estaba rodeada de un engranaje que te impulsaba. Con Carnada fue muy valioso recibir comentarios de cómo se leía en otro países, estar frente a mil interpretaciones diferentes. Es un ejercicio que no creo que pueda repetir, fue un privilegio enorme tenerlo.

TS: Es muy hermoso leer las reseñas que se hicieron en España de Carnada. A todos les encanta que digas gurisa, bagayo. A mí me pasó que justo cuando me puse a escribir Temporada venía saliendo de la buena recepción que tuvo Desastres naturales, y estaba en una época de muchas inseguridades. No podía escribir Desastres naturales de nuevo, no estaba pudiendo escribir nada, y entonces empecé a pensar que no iba a poder escribir más. Por eso surgió el ejercicio de escritura, porque estaba en un viaje de buscar qué hacer, hacia dónde quería llevar mi escritura, hacia dónde estaba dejando que fuera. Escribí varios meses sin compartir nada, leyéndome, viendo qué me pasaba. Recién cuando estuve más o menos conforme lo compartí con algunos amigos y tuve una devolución que estuvo buena. A pesar de que me daba miedo no poder escribir Desastres naturales de vuelta, también me daba miedo que sí pasara eso. Así que fue bueno que esas primeras miradas encontraran una continuidad de la voz, pero también algo distinto. Después lo mandé al premio Onetti como un ejercicio. Los premios tienen eso de que te ponen un límite para probar material. No significa nada que le vaya bien o mal, pero sirve como deadline para que te sientes a leer, termines y pases a otra cosa. Pero terminó ganando una mención y fue bueno, sobre todo por el jurado que había ese año.

¿Cómo lidian con las expectativas propias y ajenas sobre sus publicaciones durante la escritura?

EL: Empiezo haciendo trampa: si yo estuviera en tu lugar Tami…

TS: Eso no se vale.

EL: En mi caso, este es el primer libro en serio que publico.

TS: Yo lo re esperaba. Mucha gente lo esperaba.

EL: Bueno, pero lo que pasó con La naturaleza de la muerte y El espacio podría sonar así es que eran publicaciones distribuidas muy entre amigos, muy por lo bajo. Yo estaba probando una escritura, una forma de edición, eran los comienzos de Fardo, era algo mucho más relajado, textos de taller para compartirlos en la cortita. Carnada fue otra cosa. Desde el trabajo que me llevó terminar el primer manuscrito, hasta el momento de mandarlo, y después lo que vino, que incluyó que se publicara en dos países. Intento por mi salud mental no pensar mucho en las expectativas. ¿Cómo lo van a leer? ¿Cómo se va a leer afuera? Nunca vas poder responderlo, pero no significa que eso no esté en algún rincón de tu cerebro, martillándote a las tres de la mañana. No sé ahora qué me pasará con lo próximo que escriba. ¿A vos qué te pasa?

TS: Yo lo hablé mucho en terapia. Sobre todo porque cuando salió Desastres fue todo medio sorpresivo, nadie se esperaba nada, ni yo, ni la editorial, ni nadie. Cuando salió Temporada tuve dudas en si decir o no que la ciudad era Minas, pensando en cómo se iba a leer. La novela no es una autobiografía, sé que es fácil la asociación porque soy de allá, tengo una hermana, es fácil hacer el vínculo, y hay cositas de esas que están en la novela, pero es ficción y me complicaba mucho pensar en abrir la puerta a que se leyera como que era mi vida. Ahora me divierte un poco, pero fue algo en lo que pensé mucho mientras editaba y escribía. En general trato de que no me importe nada, y seguir la intuición, las ganas y el deseo, y poner todo eso en el texto y que vaya hacia donde quiero, pero es difícil aislarse.

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Ya que mencionaste a Minas: ¿cómo fue para cada una trabajar el espacio físico? En el caso de Carnada, la creación de Paso Chico; en el de Temporada de ballenas, la adopción de una Minas propia.

EL: Paso Chico es un pueblo ficticio que no está en el mapa uruguayo, pero está en Uruguay. Es un lugar que tiene mucho de Punta Gorda, en Colonia, que no es exactamente el lugar donde vivía, que era Nueva Palmira, pero es a donde íbamos con mis amigos. Tenía la costa, donde se une el Río Uruguay y el Río de la Plata, playas súper vírgenes, los pescadores, los perros, los camalotes y no mucho más. Cuando miro hacia atrás, los paisajes que se me vienen, los recuerdos visuales, están concentrados allí: el calor, los bichos, el agua, los barcos que salían de Palmira y pasaban muy cerca de la orilla. Era un microuniverso increíble, realmente era especial para mí estar ahí. Esas sensaciones persisten en el tiempo. Desarrollé esos paisajes en un cuento de La naturaleza de la muerte, pero me quedé con ganas de más, sentía que tenía potencial literario. Cuando empecé con Carnada, me entusiasmó la idea de crear un universo sobre los cimientos de un lugar que yo conocía. Ponerle nombre, imaginar un origen para ese pueblo, pensar sus detalles, cómo se mueve su gente, hasta me dibujé un mapa. Eso me divirtió un montón. Es un universo que tiene reglas pero vos tomás las decisiones, sos dueña y señora del lugar. Le agregaba una dimensión extra a la escritura. En esa construcción, Pedro Páramo y Comala fueron una gran referencia. La novela de Rulfo roza otras cosas que Carnada no, pero sí la construcción de reglas.

TS: En mi caso, en Desastres naturales había tomado la decisión explícita de no mencionar ningún lugar, y hacer el ejercicio de pensar en esos espacios como si fuesen Minas o Aiguá, pero sin nombrarlos porque me daba mayor libertad. En esta novela pensé en Minas pero desde el recuerdo, que siempre es una Minas distorsionada. Traté de jugar con esa distorsión, que en la novela tiene que ver con el movimiento del agua, del ir y venir, y hacer una reconstrucción media poética de mi ciudad. Me quedé con elementos muy simbólicos, como el Cerro de la Virgen, las canteras y el calor, porque Minas está en un pozo muy lejos de cualquier tipo de fuente de agua. Ese calor se traduce en el agobio que tienen las protagonistas por no poder salir de ahí en verano. Y aparecen también paisajes de Montevideo, pero es un montevideo extraño que la protagonista solo conoce a través de las visitas de su abuela al médico. Hay un recorte importante del espacio y del paisaje, y una realidad infantil en la que Montevideo es playa, McDonald's, ruido, gente y no mucho más; y Minas es calor, cerro y cantera. Esa reducción me permitía exagerar.

Cuando se leen la una a la otra, ¿encuentran similitudes, puntos de conexión?

TS: Es raro, porque se dice que las comparaciones no son muy productivas a la hora de escribir, pero a mí me gusta pensar en similitudes con narrativas y escritoras que me interesan, y con gente que admiro. Me gustaría pensar en que hay cosas que nos interesan y que nos acercan. Hay intereses comunes en las formas de narrar, en algunas sensibilidades, en las imágenes, en ciertos usos del lenguaje, en gestos muy chiquitos.

EL: Cuando leí a Tami por primera vez, en Desastres naturales, fue tremenda sorpresa encontrarme con una escritura que sentí enseguida muy cercana. Creo que hay una conexión en cierta mirada y en algunos escenarios, independientemente de la construcción de universos que hablábamos, sino por donde nos interesa que anden nuestros personajes.

TS: Están todos embarrados, todos sudados.

EL: Está siempre ese contacto muy directo con la naturaleza que los rodea; el clima y los bichos influyen todo el tiempo en ellos. Creo que darle ese lugar a la naturaleza en relatos que a su vez tienen una preocupación muy humana habla de una mirada compartida. Y tiene que ver con pasar las infancias y adolescencias en el interior, y sentir esa naturaleza de cerca y que sea tan importante para el día a día. Con el lenguaje también hay algo que nos une. Me acuerdo de leer Desastres y pensar "qué buenos diálogos". Sentía una naturalidad en las palabras elegidas, en el orden, y eso me llama la atención porque sé que es realmente difícil lograrlo. Tratamos el lenguaje de forma diferente, pero ahí siento que nos hermanamos.

¿Cómo viven el contexto actual de la literatura uruguaya en el que están empezando a publicar?

TS: A mí me entusiasman las cosas que se están escribiendo. Pero también sé que se está publicando mucho y no estoy leyendo ni la mitad. Me pasa que hay gente de la que no era cercana y a la que me acerqué después de publicar Desastres, y eso me alegró mucho. Y me di cuenta de que también están leyendo cosas parecidas, así que estamos en el mismo caldo de cultivo, me da la impresión. Compartir sensibilidades o un interés me parece muy lindo. Y me parece que están pasando cosas muy interesantes. Cuando salió Desastres pasé de ser lectora de toda esta gente a estar en una mesa charlando con ellos y eso me entusiasmó mucho.

EL: Me pasa lo mismo, eso de ver la cantidad de producción que hay, no solo de nuevos libros, también de nuevas editoriales. Ayer estaba charlando con una amiga de dos editoriales nuevas que aparecieron y de las que no tenía idea. Veo que es un área donde cada vez más gente está interesada, no solo desde la escritura. A mí lo editorial me fascina. Y hay revistas, páginas, un montón de cosas que conviven, lecturas, diferentes formas de experimentar la literatura. Todas conviven bien y son diferentes. Al menos yo estoy viendo muchos nacimientos, siento que es un momento muy fértil. Eso también hace que no te de el tiempo de leer todo lo que está saliendo, claro. Y sí me pasa eso de tener amigos de la literatura, también. Gente que conocía de antes por Fardo, o por los cuentos que publiqué, gente que empecé a conocer en el proceso de Carnada, o que se va acercando ahora. Es muy emocionante compartir con otras personas de tu generación, o de generaciones próximas, las miradas. Me encanta leer a mis amigos, me genera placer y admiración, además de todas las charlas que se generan en torno a esos libros, antes y después de que salgan.

TS: Y poder compartir dudas sobre el funcionamiento de este mundo.

EL: Sí, esto de publicar tiene mucho de "¿y qué se hace ahora?". Es como una charla de sindicato, casi. Hay muchas dudas, no sabés cómo se hace algo, con quién hay que hablar, si hay que cobrar algo o no. Porque también está todo ese lado, ¿no? No solo la fantasía de escribir, tener amigos que escriben y leernos entre nosotros.

Ir espalda con espalda.

EL: Sí, e impulsar esto entre todos.

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