Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se consolidó como un pilar de la libertad, brindando a Europa protección tanto durante la Guerra Fría como en épocas posteriores y el principal respaldo de Ucrania en su lucha contra la agresión rusa. Sin embargo, la llamada telefónica de Donald Trump a Vladimir Putin, junto con sus declaraciones sobre Volodimir Zelenski y Ucrania, han marcado un antes y un después en la historia.
La magnitud de las declaraciones de Trump no puede ser subestimada. En sus conversaciones con Putin, cedió de antemano -y sin razón alguna- posiciones claves para las negociaciones futuras. Con ello debilitó de forma deliberada la posición negociadora de Occidente, lo que se puede considerar una traición. El único motivo evidente para esto parece ser un deseo patológico de obtener resultados rápidos y presentarse como el exitoso “mediador” de la paz, a cualquier precio.En este proceso Zelensky es un obstáculo, y los ataques personales de Trump contra él y su país son intentos de eliminarlo del camino lo antes posible. La acusación de Trump de que Ucrania impidió el fin de la guerra, o incluso de que la inició, es un absurdo inadmisible.
Para Europa su comportamiento es más que un llamado de atención. El presidente de los Estados Unidos está dispuesto a sacrificar prácticamente cualquier libertad con tal de cerrar un "trato". No es un político responsable, sino un empresario sin escrúpulos. El compromiso de asistencia transatlántica de los Estados Unidos con Europa en el marco de la OTAN se tambalea. Europa tiene una gran parte de culpa en esto, ya que hizo oídos sordos a las advertencias de los estadounidenses sobre la necesidad de que casi todos los miembros europeos de la OTAN aumentaran sus presupuestos en defensa. Esto comenzó a cambiar tras la invasión rusa a Ucrania hace tres años. Ahora Europa está pagando las consecuencias.
La conclusión es clara: Europa debe rearmarse de manera drástica. El objetivo debe ser invertir entre el 3% y el 4% del producto bruto interno, lo que supondría en Alemania unos 150.000 millones de euros. Si todos los países europeos de la OTAN (incluido el Reino Unido) dieran este paso, el presupuesto total de defensa se situaría entre 750.000 millones y el billón de euros, comparable al de los Estados Unidos y superior al de Rusia. Con tecnología militar competitiva, esto garantiza una "disuasión sostenible" y, con una estrategia política adecuada, impulsa el mercado de armas. Aunque Europa aún carece de un mercado común de defensa, su creación permitiría ahorros y avances significativos, incluso en el ámbito nuclear.
Desde ya, hay dos aspectos claros: sin un fuerte crecimiento económico, el rearme provocaría una lucha por los recursos, enfrentando las necesidades sociales y ecológicas con las militares. Por lo tanto, es imprescindible una política de crecimiento agresiva. Para el caso de Alemania, se necesita urgente una reforma del Estado de bienestar que fomente al máximo la participación de la población en el mercado laboral y que garantice la precisión de los sistemas de seguridad social, lo cual aliviaría la carga del Estado.
El nuevo gobierno de Alemania debe actuar a partir del presupuesto de 2026 y se deben sentar las bases para que los objetivos de política de defensa se alcancen en un período de cinco a diez años. Este es el mayor proyecto de reforma en Alemania desde finales de la década de 1940.