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29 de abril 2025 - 11:46hs

Quizá hayamos escuchado alguna vez a un padre o madre que expresa: “En el salón (o aula) de mi hija hay acoso, pero ella no tiene nada que ver”. O nosotros mismos hayamos pensado, con alivio, que aunque el colegio nos ha avisado de un caso de acoso escolar, nuestros hijos no están involucrados, ni como víctimas, ni como acosadores.

Y sin embargo, pensar que quien no es víctima o acosador no tiene “nada que ver” con el problema es desconocer lo que ocurre en las aulas y cómo se produce el fenómeno. Este problema generalizado que afecta a millones de niños, niñas y adolescentes en todo el mundo tiene importantes implicaciones para su bienestar mental, emocional y social. El 30 % de los adolescentes de 15 años en 71 países han sido víctimas de acoso escolar.

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Un estudiante está siendo acosado o victimizado cuando es expuesto, de forma repetida y a lo largo del tiempo, a comportamientos agresivos por parte de uno o más estudiantes. El estudiante que es objeto de esas acciones negativas tiene dificultades para defenderse por sí mismo, evidenciándose un cierto desequilibrio de poder.

Pero el acoso no solo ocurre entre agresor y víctima; es un fenómeno social donde los observadores desempeñan roles cruciales que pueden perpetuar o detener el comportamiento violento. Comprender estos roles es esencial para diseñar intervenciones efectivas.

Durante nuestro proyecto de investigación Aprendizaje de prácticas alternativas en colegios de Chía y Bogotá, en Colombia, pudimos observar y registrar episodios agresivos de estudiantes como el siguiente caso:

“Un adolescente fue brutalmente golpeado por un compañero mientras más de 50 estudiantes rodeaban la escena y gritaban ¡que corra sangre, que corra sangre!. Otros se reían, grababan con sus celulares y compartían los vídeos en redes: eran reforzadores, validaban la agresión con su entusiasmo. Otros incitaban al agresor e incluso sostuvieron a la víctima: eran asistentes, cómplices activos del ataque. Ninguno intervino para defenderlo. Ninguno pidió ayuda, no había defensores. La mayoría solo observó en silencio, indiferentes, como si no fuera asunto suyo, como externos”.

Callar, reírse o mirar para otro lado

En el acoso, la violencia no solo la ejerce quien lastima, sino también quien anima, calla, ríe o se queda mirando, como en el caso anterior. Así, los observadores no son neutrales, todos eligen un rol.

De hecho, diversos estudios han demostrado que los pares presencian la mayoría de los incidentes de acoso, pero rara vez intervienen. Otros estudios señalan que la presencia de observadores indiferentes puede intensificar el impacto negativo del acoso en la víctima, mientras que los defensores pueden mitigar estos efectos.

En cambio, cuando los jóvenes intervienen en una situación de acoso, este suele detenerse en menos de 10 segundos.

¿Cómo involucrarse de manera positiva?

Enseñar a niños y adolescentes a defender a la víctima parece ser una vía prometedora para evitar el acoso escolar, pero no es sencillo, porque no es suficiente con motivarlos a decir algo: es necesario entrenarlos de manera explícita para cambiar su comportamiento frente a estas situaciones.

Muchos programas para disminuir el acoso escolar se enfocan en promover el lema “Si ves algo, di algo”, pero no enseñan de manera clara y práctica las diferentes formas de intervenir. Se trata de identificar comportamientos y actitudes “prosociales” que se pueden fomentar entre los estudiantes, y desde luego evitar las respuestas violentas, pues estas últimas lo único que consiguen es perpetuar el ciclo de violencia.

La evidencia empírica muestra que las siguientes son las acciones prosociales más efectivas para trabajar con los observadores y obtener resultados a corto y mediano plazo:

  • Intervención directa: Apropiada cuando el observador tiene las habilidades y el apoyo necesarios para asumir el riesgo social de defender a la víctima. Por ejemplo, intentar detener el acoso de manera no agresiva o distraer al agresor.

  • Intervención emocional: Para apoyar a la víctima y ayudarle a sentirse mejor, conversar o incluirle en un grupo (empatía y simpatía).

  • Involucrar a un adulto: Útil cuando el estudiante no se siente seguro enfrentando al agresor, pero quiere que un adulto se involucre sin confrontación directa. Por ejemplo, contarle a un profesor, director o padre de familia.

  • Para reducir el acoso escolar a corto plazo son útiles las intervenciones dirigidas a contener a los reforzadores, aquellos que, como como vimos en el caso anterior, validan con su comportamiento el acoso. Es necesario enseñarles empatía por la víctima, deslegitimación de la agresión para obtener lo que quieren y asertividad frente a las situaciones de acoso.

Una comunidad sin personas anónimas

Un estudio reciente encontró que los jóvenes son más propensos a intervenir en casos de acoso cuando conocen a la víctima. Para fomentar la intervención incluso sin un vínculo previo, las escuelas pueden promover una cultura de comunidad, donde cada estudiante se sienta parte de un mismo grupo. Fortalecer estos lazos aumenta la probabilidad de comportamientos prosociales frente al acoso.

En conclusión, prevenir y reducir el acoso escolar no es solo enseñar a no golpear, es enseñar a no ignorar, a no reforzar, a no dejar solos a quienes sufren. Si queremos escuelas más seguras, necesitamos estudiantes más sensibles. El acoso es un asunto de grupo, quienes observan juegan un papel fundamental.

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The Conversation

Martha Rocío González Bernal es decana de la Facultad de Psicología y Ciencias del Comportamiento de la Universidad de La Sabana. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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