Los pares: los consumidores de heroína que protegen a otros usuarios contra las sobredosis en un proyecto inédito en Sudamérica
En una localización reservada en Bogotá, consumidores de drogas juegan un papel clave en la vigilancia y cuidado de otros usuarios que se inyectan opioides de forma controlada.
24 de febrero 2025 - 14:04hs
Cambie cuenta on herramientas interactivas para orientar a los usuarios de drogas inyectables. José Carlos Cueto / BBC News Mundo
Lourdes Camargo* maneja con cuidado las jeringas. Las esparce sobre una mesa metálica, las selecciona y las prepara. En poco tiempo llegará alguien a inyectarse heroína.
Esta la primera sala de consumo supervisado de heroína y otras drogas inyectables en Colombia y Sudamérica.
Se llama Cambie y pretende, precisamente, cambiar.
En un país y región marcados por una larga historia de producción, venta, exportación y consumo de narcóticos, la iniciativa busca transformar cómo se aborda el consumo y la dependencia a los estupefacientes.
Se proponen "reducir y prevenir sobredosis fatales y no fatales, minimizar contagios de enfermedades virales por el uso compartido de jeringas, disminuir la presencia de consumo y jeringas en el espacio público, y canalizar a los usuarios hacia otros servicios sociosanitarios".
Al compartir jeringas, las personas que usan drogas tienen más riesgo de contraer enfermedades graves como el VIH o la hepatitis C.
Camargo es clave en este proyecto privado impulsado por la sociedad civil y financiado con capital extranjero al que escépticos vinculan a posibles normalización del consumo y recaídas de exconsumidores.
La mujer prepara jeringas, apoya, supervisa inyecciones, vigila que los consumidores no se pongan "morados".
"Eso indica que se viene una sobredosis", aclara.
Camargo, una de las trabajadoras de Cambie, también se inyecta heroína.
Es una "par", el nombre que reciben los usuarios de droga que cuidan, atienden y supervisan a otros consumidores en espacios como este.
Es un trabajo que le motiva y estremece a la vez cuando ocurren situaciones como la que cuenta.
"Un trabajo valioso"
La estrategia de Cambie se enfoca más en la reducción de daños que en una afronta directa al consumo de drogas.
Estábamos aquí en la sala cuando llegó un usuario a alertarnos que una persona sufrió una sobredosis a cinco cuadras de aquí.
Yo conocía a esa persona.
Cogimos la maleta con todo lo necesario para asistir.
El usuario estaba tan morado que pensé que había muerto.
Cuando atendemos sobredosis en las calles, empleamos medicamentos potentes, como la naloxona. Utilizamos dos porque no reaccionaba.
Recuerdo la rabia. A su alrededor había mucha gente que simplemente miraba.
Me pareció triste que no eran capaces de llamar a una ambulancia, hacer algo.
Pensé que nos faltaba empatía como sociedad: ayudar y ponernos en el zapato del otro.
Desde entonces me motivé más. Creo que mi trabajo es valioso.
Proyecto incipiente
La sala cuenta con tres cubículos donde se inyectan los usuarios.
La víctima de la sobredosis sobrevivió. Fue clave que la asistencia se le brindó antes de cumplirse los primeros 15 minutos, cruciales para que una persona viva o muera.
Esto, defiende Daniel Rojas, uno de los líderes del proyecto, no habría sido posible sin una de las iniciativas "rompedoras" de Cambie: la distribución de naloxona a nivel comunitario.
"Antes solo se administraba a nivel intrahospitalario. Aunque fue controvertido al inicio, que apostáramos por dar naloxona a pares, familiares, amigos, sirvió para revertir las sobredosis mucho más fácil", dice Rojas.
La naloxona es el medicamento antagonista de opioides como la heroína, la morfina y el fentanilo.
Estos son opioides inyectables que traen consigo los usuarios a Cambie para administrarse en este espacio que cuenta con la vigilancia permanente de los pares como Camargo y de una enfermera.
La sala se instaló hace menos de dos años, inspirada en las iniciativas de consumo supervisado que abrieron en Europa en los 80, cuando los consumidores de drogas inyectables integraron los grupos de mayor riesgo de infección por la epidemia de VIH/SIDA.
Daniel Rojas lleva años trabajando en los enfoques de reducción de riesgos para los consumidores de drogas.
Desde entonces, este tipo de salas proliferó en países como Suiza, Países Bajos, Alemania o Luxemburgo.
Augusto Pérez Gómez, investigador y psicoterapeuta en el área de alcohol y drogas, le dice a BBC Mundo que hoy hay cerca de 100 salas así por el mundo.
A Latinoamérica no llegaron hasta 2018, cuando se creó una en Mexicali, en el norte de México.
Apoyados en esta experiencia y otras similiares en Canadá, Cambie se lanzó a emprender la primera en Colombia y Sudamérica a mediados de 2023.
"Surge como respuesta a las necesidades de las personas que inyectan sustancias en un contexto de insalubridad, pobreza, violencia y barreras estructurales", dice la web de la iniciativa.
En su primera etapa, Cambie, antes de tener una sala supervisada, ya entregaba jeringas y kits médicos a la comunidad en un proyecto respaldado por la Secretaría de Salud de Bogotá.
En este momento, explica Rojas, la iniciativa es de la sociedad civil sin ánimo de lucro, financiada a través de cooperaciones internacionales.
Desde el comienzo, añade el psicólogo, los pares fueron fundamentales en un trabajo difícil, tampoco exento de cuestionamientos, como relata Camargo.
El día a día de un par
Lourdes Camargo, sentada en uno de los cubículos de consumo
Me levanto a las 6.00 am y, cuando llego a la sala sobre las 10.00 am, ya hay varios usuarios haciendo fila fuera esperando entrar.
Apenas ingresan, se les llena una planilla con varios datos, como la hora a la que ingresan, un código que les identifique y cuándo y cuál fue la última sustancia que consumieron.
Luego se les pregunta por la parte del cuerpo donde van a inyectar, qué kit de jeringas piden, qué sustancia consumirán y cuánto.
Se sientan en los cubículos. A través de espejos vigilamos que no se ponen cianóticas, moradas, los primeros síntomas de una sobredosis.
Si no ocurre nada, se les da un refrigerio. Pueden quedarse en la sala si quieren.
Muchos, en habitabilidad de calle, se les ofrece dormir en los cubículos si no hay mucho flujo de usuarios.
Les acompañamos hasta que puedan retirarse de la sala por sus propios medios.
Si hay sobredosis, se activa el protocolo. Se baja a la persona de la silla y entre todos colaboramos: uno pone la naloxona, otro mide el tiempo.
Si se reponen, viene un momento difícil porque los dolores que produce la abstinencia son terribles. Las personas pueden ponerse muy agresivas.
A veces también toca asistirles con la inyección si no tienen una buena técnica.
Parte del trabajo de los pares es seleccionar las jeringas adecuadas a las preferencias de los usuarios.
Si vienen y dicen querer desintoxicarse y rehabilitarse, también les ayudamos con toda la gestión.
No es fácil. Lidias con un alto porcentaje que no vive en situaciones adecuadas.
No es bonito cuando vienen tras recibir una puñalada en una de las muchas situaciones violentas a las que se exponen.
A nosotros nos acompañan psicólogos porque son todas situaciones de vida que a uno le tocan muy duro.
Las ventajas de los pares
Lourdes Camargo lleva 14 años consumiendo heroína.
Se inyecta entre dos y tres veces al día. La primera, por la mañana. La segunda y la tercera, cuando regresa del trabajo y se libera de sus responsabilidades como par.
En la sala, si necesita calmar su abstinencia, también puede consumir.
Tiene suerte, dice, porque en su caso la heroína le produce efectos mínimos que le permiten ser funcional en el trabajo.
Camargo no representa a la mayoría de usuarios a los que asiste en Cambie: personas en habitabilidad de calle, migrantes (sobre todo venezolanos) e individuos en riesgo de exclusión y violencia.
Kit típico que se maneja en Cambie para suministrar a los usuarios de drogas.
"La primera reacción de mi familia en relación a mi consumo fue terrible, pero tengo el privilegio de, si bien no ser de estrato alto, siempre haber gozado de comodidades a pesar del tiempo que me tocó vivir en calle cuando mi familia se enteró", relata la par.
Su historial de consumo y estabilidad socioeconómica le dan dos ventajas en su trabajo.
Por un lado, cuenta con el conocimiento y la empatía requeridas para lidiar con los consumidores y, por otro, tiene más recursos para controlar su dependencia a la sustancia.
"Es muy difícil pedirle a un habitante de calle, sin recursos, que simplemente deje de consumir. Muchas veces, más que por quererlo, consumen porque necesitan calmar el tremendo dolor que provoca la abstinencia", cuenta.
Las desventajas de los pares
Rojas explica que los pares han estado presentes, ya sea a sueldo o como voluntarios, desde el arranque de las primeras salas de consumo supervisado del mundo.
"Los integramos en todas las tomas de decisiones. Son muy eficaces. Yo, psicólogo, trabajando muchos años en esto, no cuento con el mismo conocimiento que ellos", valora Rojas.
"Una de mis funciones acá es servir de inspiración. Mostrar a otros usuarios que se puede tener un consumo responsable, ser funcional y útil para la sociedad", añade Camargo.
Aunque la sala tiene un tiempo máximo de uso, a algunos habitantes de calle se le permite dormir un poco si no hay mucho flujo de personas.
Pérez Gómez, con décadas de experiencia en el estudio de políticas de drogas, valora la contribución de los pares en las estrategias de reducción de daños, pero advierte que este tipo de trabajos expone a exconsumidores al riesgo de recaídas y podría dificultar la desintoxicación de los usuarios.
"La heroína es muy difícil de controlar. Pienso que hará falta un seguimiento adecuado y prolongado sobre las ventajas y desventajas de este tipo de iniciativas", le comenta a BBC Mundo.
"El principal problema que veo con este tipo de salas y enfoques es que podrían conducir a una normalización del consumo", añade.
Reducción de daños
Ante los posibles cuestionamientos, Rojas evita usar términos como "consumo seguro". En la práctica, es algo que no existe.
"Esto va de salvar vidas: reducir sobredosis y controlar la contracción de enfermedades. También de reducir el consumo en espacios públicos. Ver a alguien inyectarse es una imagen demasiado impactante", dice el psicólogo.
En Colombia es una problemática particularmente delicada.
Rojas denuncia que los datos sobre el consumo de heroína, las sobredosis y muertes que producen son escasos y, muchas veces, subregistrados.
La limpieza de espacios públicos y recogida de residuos cortopunzantes es otra de las labores de Cambie.
También pide no obviar los efectos que dejan la desigualdad y violencia crónicas en Colombia entre los consumidores.
"Hay muchos en condiciones de vulnerabilidad extrema, lo que aumenta el riesgo de infecciones por heridas. Muchos migrantes, sin papeles, tampoco tienen acceso a hospitales y servicios básicos, además de exponerse a la hostilidad de fuerzas de seguridad, vendedores y otros actores del mercado de opioides", añade Rojas.
Si estas salas son la solución no es algo para lo que existan respuestas.
Desde Cambie e intituciones especializadas como la Corporación Nuevos Rumbos en Colombia remarcan la efectividad de estas salas en la reducción de daños.
Pero, como reitera el experto Pérez Gómez, hace falta seguimiento a largo plazo para comprender mejor de una de las múltiples estrategias contra la droga que no parecen convencer a mayorías.
*Lourdes Camargo en un seudónimo usado para proteger la identidad del testimonio.
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