Primero, gracias a su abuela, que la defendió cuando sus padres se enteraron de que el niño se sentía, en realidad, una niña. Antes, por una prima, que fue la que contó al resto de la familia lo que pasaba con Ruiz.
—Que sea lo que sea. Yo lo voy a querer igual. Y ustedes son sus padres: tienen que aceptarlo —la defendió la abuela ese verano en que todo salió a la luz.
Así lo contó Ruiz una vez, en una entrevista que le hizo Sofía Saunier para su canal de YouTube TransUR, en 2017.
Había hecho hasta tercero de liceo, y cuando sus padres se separaron tuvo que dejar de estudiar. La mamá le consiguió ropa de hombre —como travesti, como se decía entonces, nadie la iba a contratar, y prostituirse no quería—, y así fue que consiguió trabajo en un almacén de barrio. Atendía el negocio, forzándose por parecer aquello que no quería: un hombre. Así vivió durante 20 años, en los que trabajó en reparto, en pastelería, en pizzería, atendiendo público.
Ya entonces, Ruiz se mostraba fuera de la regla: colegio católico, liceo avanzado, ajena a la prostitución.
Ella lo sabía.
—La gente nos ve en la calle y piensa: sexo fácil, sexo pago. Estamos rompiendo con el molde —dijo en la entrevista a Saunier hace ocho años.
Hacía apenas cinco que estaba viviendo como Alexandra, cuando decidió ser quien ella se sentía, cuando volvió a hacer la transición que había empezado cuando era apenas una niña.
Ahí, entonces, la vida se complicó más.
La cárcel, la militancia, el hijo varón que no tuvo
Se paseaba por Marindia, con un vestido de colores, el pelo recogido que mostraba sus caravanas, y un collar con una luna recortada en un coco. El resplandor de una tarde soleada le hacía entrecerrar los ojos mientras contaba su historia: estuvo siete meses presa en el Comcar por vender marihuana, salió y se le incendió la casa —pérdida total—, acababa de salir de dos meses de internación por problemas renales.
Ahora empezaba a rearmarse. Cosía: ropa para perro, almohadones, zapatitos. También hacía para sus cachorros, y para los vecinos que le pidieran.
Su plan era, al año siguiente, volver a estudiar: primero terminar tercero de ciclo básico, después anotarse en Enfermería, después entrar en la universidad para graduarse de asistente social.
—Quiero estudiar porque quiero reinsertarme en la sociedad, en la parte laboral, y necesito estudiar para que no me puedan decir que no.
Mientras tanto, armaba listas en su canal de YouTube con los tutoriales que le interesaban: cómo tener un día productivo, cómo emprender un negocio, el cuadrante de flujo de dinero. Ideas para decorar la casa.
—Me recibiré a los 50, no importa —contaba entonces, ahora desde el sillón de la casa que le había prestado para vivir la dueña de la comparsa Lingua africana.
Allí, Ruiz bailaba candombe y llegó a presentarse al concurso de reinas de samba de Salinas. No ganó, pero se convirtió en punta de lanza de otras. Fue la primera mujer trans en presentarse en el Carnaval de Canelones.
—¿Te gustaría ser madre, Alexandra? —le preguntó la Sofía Saunier en aquella entrevista, cuando Ruiz tenía 43 años.
—En un tiempo pensé, ahora ya no.
—¿No te gustan los niños?
—Me gustan, pero vamos quemando etapas.
Mientras contaba que le hubiese gustado tener un varón, también daba a entender que el tiempo ya lo había quemado en otras cosas: se había enamorado del Beto, su primer amor, el primero que la había tratado como mujer, tuvo otras parejas, siempre fugaces, y ahora se enfocaba en lograr oficializar su identidad ante el Estado.
Estaba comprometida con esa causa.
Fue, también, una de las que militó juntando firmas para presentar ante el Parlamento la ley trans. Era la que ayudaba, conversaba con muchos para intentar convencerlos de que firmaran. Se destacaba entre sus pares por su parsimonia y la educación que mostraba al hablar, y su compromiso con las causas sociales.
Así la recordó Naomi Guerra, integrante de la Unión Trans y Disidentes, mientras procesaba, todavía, el asesinato. Habían intercambiado mensajes en diciembre, para desearse felices fiestas. Estaba bien, contenta con su casita, dice ahora Guerra.
Cada tanto aparecía por el municipio de Salinas, de donde recibía prestaciones que la ayudaban a sostenerse. Hubo un tiempo en el que su madre la ayudaba desde Tacuarembó, donde vivía, y se mantenía en contacto por teléfono.
El viernes, un hombre de 57 años llamó al 911 para denunciar que no estaba pudiendo contactar a su amiga. Cuando la policía llegó a la casa de Ruiz, la encontró muerta con un disparo en el pecho. Es la primera mujer trans asesinada en lo que va de este año. Nadie sabe nada. Los vecinos dijeron haber escuchado tiros la noche anterior. La fiscalía de Atlántida investiga el caso con información recabada en la casa y con testimonios de su entorno.
La Pompi, la que todo el barrio conoce así, desde el jueves 17 de abril que está muerta y nadie entiende qué pasó.
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