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11 de octubre 2024 - 9:07hs

José Mujica estaba aún convaleciente cuando sonó el teléfono de su casa. Era un número privado. Su esposa lo miró y, como esos chistes populares, le dijo:

—¿Quién llama ahora de un número privado? ¡Ni que fuera el papa!

Era el papa Francisco. Mujica había quedado en ir a visitarlo al Vaticano, pero el tratamiento contra el cáncer que lo aquejaba y sus secuelas lo hicieron cambiar de plan. Por eso tras la última alta hospitalaria, sonó el teléfono de la casa de Rincón del Cerro en la que el expresidente uruguayo se recupera.

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—Habla Francisco.

Mujica responde lento e intercala bocanadas. Ambos son de una misma generación —nacieron en la antesala de la Segunda Guerra Mundial—, compartieron cierta devoción por los más humildes y el interés por filosofar de la vida.

“Hay 4.200 religiones, lo que a uno lo hace llegar a la conclusión de que el ser humano es un animal utópico que necesita creer en algo. Entonces no es cuestión de andar soreteando a las religiones. Yo no tengo religión, pero las respeto. Mujica cuenta a El Observador en la primera entrevista que da tras su hospitalización.

El expresidente de Uruguay se autodefine agnóstico “que no es lo mismo que ateo”. Incluso ha llegado a decir: “Mi religión es la vida. La vida es un milagro y como es tan cotidiana, como estamos vivos, no le damos valor; pero no existe ninguna cosa más importante que el milagro de estar vivos. Esto es a plazo fijo y se va”.

La aparición de un papa con acento rioplatense y que toma mate no frenó la caída del catolicismo en Uruguay que, al menos en la frontera con Brasil, pierde terreno ante otras corrientes del cristianismo. Allí, donde los rezos en español se entremezclan con el portugués, la quinta parte de los adultos se consideran protestantes (casi la mayoría de ellos evangélicos pentecostales).

En Montevideo y en la costa sureste, en cambio, los ateos, los agnósticos y los creyentes por fuera de las instituciones religiosas superan a la mitad de la población. Así lo demuestran los datos de la Encuesta de Generaciones y Género que procesó El Observador y que, con más de 7.000 entrevistados, constituye el estudio más completo sobre religión en la última década.

En la chacra de Mujica conviven regalos de distintas religiones. Hay una estatua umbanda junto a las flores de la entrada. Hay una manzana petrificada que le trajeron del Lejano Oriente. Hay un Antiguo Testamento y está el nuevo. Y otras “deidades” que el expresidente adora: una edición especial del Quijote, los últimos diarios con puño y letra del Che Guevara y un libro que su esposa rescató del tiempo en la cárcel. Incluso, en un estante de esa misma biblioteca, hay una imagen del Papa Francisco.

“Con el Papa tengo una bonhomía social. La primera vez que fui y hablé con él me dijo: ‘Usted comprenderá que esta es la monarquía más vieja que queda. Cambiar esto no es fácil’. Yo tenía que hablar media hora y terminamos hablando una hora y media. Cuando salgo me agarra un cardenal que parecía la Gestapo. La segunda vez que fui, el cardenal ya no estaba más. El tipo ha ido cambiando el Comité Central. Porque la Iglesia es mucho más inteligente que la izquierda. Vende las instituciones con belleza. Inventa el colegio cardenalicio, la fumata, la campana. Le pone color. El Comité Central es una manga de viejos que toma unas decisiones con unos papeles. Nos lleva muertos en sabiduría la iglesia”.

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