Trabajó durante la campaña con Fernando Pereira. ¿Cuál era su rol?
Mi aporte tuvo que ver más que nada con conversaciones coyunturales. Si bien teníamos una dinámica de encuentro semanal, no eran para nada determinantes. Eran charlas que abarcaban un espectro muy amplio. Podía hablarse de fútbol, de básquetbol, de teatro, de cine… y de política.
¿Qué consejos dio en plena campaña?
Estos encuentros con Fernando arrancaron mucho antes de las elecciones. Arrancaron vinculados a su rol como presidente (del Frente Amplio). Él asumía después de la derrota del 2019, no tenía por delante una situación fácil. Era un desafío encontrar los caminos del reencuentro, la alineación de nuevas expectativas. Él mismo buscó rodearse con gente que consideraba que podía aportar a su visión. Cumplió un rol determinante. Sobre todo en las apuestas que él mismo formuló hacia la militancia, hacia el reencuentro con los valores iniciáticos del FA, a retomar de alguna manera las emociones compartidas, claves para un partido político como el FA, donde lo simbólico tiene un peso específico importante. Su rol fue clave, sobre todo, para establecer diálogos con aquellos convencidos que tenían que salir a seducir y a convencer. Salió a escuchar –realmente salió a escuchar–, hizo miles de kilómetros.
Claudio Invernizzi
Foto: Leonardo Carreño
Andrés Ojeda dijo durante las elecciones que “las campañas electorales están 30 años atrás. Él hablaba de “la nueva política”. ¿Cómo lo ve?
La realidad es la kriptonita del marketing. Puede haber campañas formidables pero la realidad siempre puede más. Las campañas hoy, si se hacen de un modo profesional, pueden empatar con la sensibilidad que va a determinar un voto a través de la micro segmentación. Pero la que sigue determinando es la sensibilidad. Las campañas inciden menos de lo que se puede inferir. Predeterminan, pero no determinan. Se estructuran en función de las expectativas, no en función de los postulados, sino en función del promedio de sensibilidad respecto a los grandes temas. Eso también es responsable de que muchas veces las promesas de campaña sean promesas, porque no se corresponden directamente con los principios que estructuran a los candidatos y los propósitos de un gobierno. Hay con eso una trampa electoral que muchas veces cae en formatos muy peligrosos. Te arrastra al peligro de que lo tuyo no sea demagogia, sino que sea simplemente mentira. Y si bien la mentira en estos tiempos es de uso, no son de uso de las necesidades de las personas. Es verdad que hoy el mundo de las de la comunicación ha cambiado, las plataformas establecen otro vigor, hacen funcionar otra velocidad. Son millones de personas pronunciándose, pero en el fondo la realidad sigue siendo la demanda.
¿En qué sentido dice esto de conectar con las expectativas? Por ejemplo, todas las encuestas marcan que la seguridad es la principal preocupación de la población. Sin embargo, uno de los temas más sonados en la pasada campaña fue el plebiscito de la seguridad social. ¿Por qué pasa eso?
No, mirá, hay cuestiones en las campañas que muchas veces son endógenas a la política y que no hacen a la ciudadanía. Se encapsulan discusiones de las disputas políticas que no le hacen a los intereses de las grandes mayorías. Pero ¿en qué marco se da ese interés? Hay elecciones que ganan los candidatos y elecciones que pierden los otros, de eso sabemos los uruguayos. A veces es una química entre los que pierden y los que se sabe de antemano que van a ganar. Las campañas son carreras largas, donde en el transcurso pasan infinidad de cosas que pueden mover la aguja. No se puede minimizar el pensamiento y la autonomía de los ciudadanos en un país como el nuestro, donde la política tiene una cuestión medular en la vida cotidiana, incluso para los descreídos de la política. Y si bien los liderazgos establecen muchos pronósticos respecto a los resultados –el caudillismo del siglo XXI, el encantamiento de los candidatos, el enamoramiento que puedan generar o no– la reina sigue siendo la realidad. Cuando la realidad no se corresponde en lo profundo con la esperada, o la realidad renderizada con la cual se convocó, el oficialismo tropieza. Nosotros tuvimos una campaña de baja intensidad. Fue una campaña paciente. En el caso de la coalición creo que hubo desconcierto con la elección de la vicepresidencia, como en otras elecciones le sucedió al Frente Amplio. Y cuando se genera el desconcierto hay inevitablemente renuncia de parte del electorado. Es una cuestión básica, a no ser que el enamoramiento posterior del liderazgo pueda hacer magia. No sucedió en este caso: no hubo magia, no hubo encantamiento.
¿Identifica eso en el candidato ganador? Magia, encantamiento.
No, en el caso de Orsi hubo más paciencia en la campaña, más que en el Partido Nacional. Arrancó con ciertas oscilaciones, con una agra administración de su presentación pública y terminó en una campaña bien orientada. Comenzó tropezando, desatento a las oportunidades, sin ángel, y fue encontrando el ritmo a medida que se iba acercando a las instancias finales. En el FA suceden cosas distintas a la coalición. El pensamiento crítico activo del FA no permite alineaciones tan francas detrás de los candidatos. Es muy difícil que haga campaña de las campañas. La coalición –y en particular el Partido Nacional– saben hacerlo. Trabajan mucho desde las consignas, ya sean constructoras o destructoras. Tiene una conducta mucho más alineada en ese sentido: “hay que que pegar a fulano”, y se sabe dónde pegar. El FA es un tema mucho más preciado para el Partido Nacional.
Claudio Invernizzi.
Foto: Leonardo Carreño
¿La victoria de Orsi no es más la victoria de alguien que cae bien a la de algo programático?
Yo creo que hay un voto programático, un voto al proyecto, un voto a la empatía, un voto al candidato. Los votos que definen una elección están en el candidato. El Frente Amplio tuvo en estas elecciones algunas instancias claves que abrieron la cancha y fueron expresión también de una voluntad de integrarse más allá de lo programático en la vida del país. Uno fue la incorporación de Gabriel Oddone, que para mí fue un momento de inflexión importante. El otro, la incorporación de Blanca Rodríguez, que incluyó otros patrones a la vida electoral que no pasan por el programa. No es un voto ideológico, pero también es determinante. Con respecto a Orsi, no cabe duda que representa un promedio de orientalidad claro. A veces los candidatos pueden expresar lo que queremos que sean, más allá de la distancia que puedan establecer con nosotros por capacidad, por conocimiento o por la institucionalidad que reviste. Pero otras veces se vota a un igual. Yamadú representa a un igual. En la historia de los presidentes del FA, Tabaré representaba una mezcla curiosa, porque por un lado era la inspiracional de un Uruguay que había sido. Alguien del barrio, de un hogar de trabajadores, que hizo una carrera universitaria, que se transformó en un médico reconocido, con una capacidad singular en la comprensión del barrio. Podía hablar los dos idiomas. El caso de Mujica es tan peculiar como que su identificación mayor llegó por la verbalización, la forma de comunicación, ese marketing rústico a través del cual se hacía entender y respetar por cualquiera. Y Yamandú, que representa claramente al igual. Más allá de aquellos que votan porque entienden que el país tiene dos propuestas: o es el país neoliberal o es el de la justicia y la solidaridad; o los que se sienten cautivados por los candidatos, o los que votan por quien hace mejor las cosas en campaña.
Llama la atención que no haya mencionado a Mujica como una de las determinantes de la victoria.
Mujica siempre tiene que ver con las campañas. Nos ha acostumbrado a una presencia altamente significativa en el acuerdo incondicional o en la discrepancia profunda, pero ha sido parte del elenco estable de las últimas cuatro elecciones. Fue determinante en la elección del candidato (Orsi), por ejemplo. Pero creo que ya estamos en el momento de empezar a abrir las puertas a otros fenómenos, que tuvieron su peso en esta campaña de baja intensidad y que de ambos lados fueron buscando la inteligencia para desarrollarlo, hasta que uno lo encontró y el otro, más o menos.
El Frente ganó sin propuestas rimbombantes. ¿Qué tiene para ofrecer en el gobierno desde el punto de vista de aquella izquierda de Tabaré que haría “temblar las raíces de los árboles”, a lo que prometió ahora?
Trato de hablar como profesional, no como militante. Pero el que ganó fue el Frente Amplio. El FA es muy serio. Como profesional, agrego que tal vez sea el partido más serio a nivel de propuestas. Después pueden mirarse todos los aspectos destructivos o los hechos anecdóticos que se quieran tomar. Los hay, y naturalmente que hay promesas incumplidas. Pero si se comparan lo que han sido las campañas, me atrevería a decir que son infinitamente menos las promesas incumplidas del Frente Amplio que en este último siglo las incumplidas del último gobierno del Partido Nacional. ¿Esto quiere decir que el Partido Nacional llega al gobierno para hacer las cosas mal? Naturalmente que no. Llega para tratar de hacer las cosas bien según su idea de lo que debe ser el futuro del país. Pero en esa carrera feroz para obtener la presidencia se van acumulando decires y promesas que se transforman en cuestiones irrealizables.
¿No es una moderación del proyecto que el FA vende en esta última elección?
Sí. La moderación del Frente Amplio tiene que ver con la moderación de la sensibilidad del país. No sé cuáles son los últimos números, pero es un país muy identificado con el centro político. Arrastra Batllismo por todos lados. Y el Frente Amplio representa de alguna manera a ese país que el Uruguay fue en este siglo que corre. La moderación es expresión de la sensibilidad promedio de los electores, pero también de la responsabilidad con que acomete el camino hacia las elecciones. Cuando no es así, la izquierda misma pasa factura y cobra esas irresponsabilidades. Ni qué hablar que los electores coyunturales se lo hacen pagar, por eso el Frente Amplio, así como ganó elecciones, también las perdió.
Claudio Invernizzi.
Foto: Leonardo Carreño
¿Y esa moderación no es sinónimo de que haya consignas que no pueden decirse por tener un costo electoral? Por ejemplo, Alejandro Sánchez tuvo que moderar sus expresiones sobre “nacionalizar las AFAPs” cuando se viralizaron.
Es lo que digo. Yo soy de los que piensan que la izquierda y la derecha existen. Estoy cada vez más convencido, solo me basta mirar el mundo para corroborarlo, aunque por el momento vivamos en un país de características republicanas y democráticas muy singulares en relación a otros. Veremos más adelante. Parto de la base que el FA es una propuesta de izquierda. Hoy significa cosas diferentes a las que significaban hace 50 años. Lo que sí está claro es que esas propuestas, cualquiera sean ellas, van a ir en dirección a la equidad, a la justicia social, la inclusión, en dirección particularmente a llegar a un punto en que todos y todas tengamos las mismas oportunidades. Si hoy eso es o no es nacionalizar las AFAP, no tengo la menor idea. Pienso que no, y por eso “Pacha” tuvo que aclarar sus declaraciones.
Mario Riorda, uno de los encargados de la campaña de Orsi, decía que “hay una política exageradamente adversarial que activa preferencias aunque sea desde el rechazo”. ¿Eso está primando hoy?
No lo planteo así. Eso está sucediendo en el mundo, acá somos niños de pecho todavía. Ojalá sigamos así por mucho tiempo. Los demonios de Twitter son ángeles bendecidores cuando se encuentran en el hemiciclo de la Asamblea General. En las elecciones de 1971 hubo hechos de sangre. En estas no hubo ninguno, que yo sepa. Creo que el ruido que generan las redes nos hace pensar que el mundo ha cambiado en cuanto a los procesos de radicalización. Exageradamente adversarial era pelearse a facón limpio en las elecciones del principio del siglo, o que Wilson Ferreira Aldunate perdiera por un fraude. Adversariales son los hechos de sangre. Putearse en el camino refleja más las pasiones circunstanciales que las convicciones racionalmente políticas. Y usar las redes para eso es una multiplicación del espíritu de quien las usa por miles de personas cuando antes eran decenas, simplemente. De todas maneras, vemos fenómenos en la región más llamativos. En Argentina perdió quien iba a perder y ganó quien iba a ganar. Lo que hizo en el medio fue tremendo. Fue la primera campaña ficcional que yo he visto en el mundo. Hablo de un tipo disfrazado, haciendo discursos en la calle, que contradijo las normas de la convivencia de una manera feroz, pero en un contexto donde ya estaban controvertidas. No las inventó Milei, ya se puteaban descaradamente. Había agarrado un tobogán incontenible que permitió que un demente fuera candidato, ganara las elecciones y siguiera gobernando desde esa locura real –a veces aparente y parte de un personaje– que en definitiva está defendiendo derechos específicos del punto de vista económico, social y que está despreciando todas aquellas formas de vida en sociedad que pueden hacer mejor a los humanos. No me gusta el término woke porque no lo entiendo demasiado. Entiendo el buenismo, pero parece que lo que cotiza hoy en algunos lugares es el ‘malismo’.
Desde la mirada aldeana local, ¿qué explica fenómenos como los de Manini Ríos en 2019 o, más leve, el de Gustavo Salle el año pasado?
Son perfiles diferentes a los que vemos por ahí. Lo de Salle se expresa un poco más en ese sentido, pero no hay ninguna figura para mí que termine de representar lo que representan estas fuerzas en Estados Unidos, lo que fue Bolsonaro en Brasil, Milei en Argentina, Vox en España, y seguimos con datos curiosos, pero me voy de tema.