El comienzo de clases es la zafra de los comunicados escolares: que la lista de materiales, que las autorizaciones para las salidas didácticas, que los derechos de imágenes. Y este nuevo año, varios colegios de Uruguay se sumaron a la nueva tendencia: restringir el uso de celulares en los centros educativos.
Los padres del colegio Santa Elena recibieron un comunicado en el que se les informa que los alumnos de Primaria tendrán prohibido llevar el celular a la institución (salvo excepciones autorizadas por la dirección). En los primeros años de liceo, en cambio, los dispositivos deberán ser guardados en “estaciones de celulares” y serán devueltos al horario de salida. Mientras que en el bachillerato los equipos tendrán que estar apagados. “No estamos prohibiendo los celulares, sino regulando su utilización en el tiempo escolar”, aclara la comunicación.
Un mensaje similar les llegó a los padres del colegio Francés: “El uso de celular está prohibido para los alumnos de 6ème a 4ème”. A partir de tercero de liceo se puede usar en espacios abiertos.
En el Alemán comunicaron que a partir del primer día de clases de este 2025, los alumnos de Primaria “pueden traer el celular, pero el mismo no se saca de la mochila mientras se está en actividades curriculares o extracurriculares del colegio (el teléfono debe estar silenciado)”. En el liceo también va en las mochilas (no puede quedar en las meses) y solo se sacan cuando el docente lo indica. Fuera de clase se autorregulan los estudiantes.
En los Maristas no se usa el celular en la escuela y hay lockers para los liceales. “Todos los colegios a esta altura tomaron una decisión sobre el uso de pantallas en los centros educativos (…) hay colegios en los que se ha prohibido totalmente, algunos tienen protocolos con sanciones…”, contó Juan Achard, director de los Maristas quien aclaró que en su institución no se va por el prohibicionismo a rajatabla y que se llega a la decisión tras una reflexión.
Achard es el director nacional adjunto de la Asociación Uruguaya de Educación Católica, la que reúne un centenar de colegios confesionales. En febrero encabezó el encuentro formativo Proeducar que, como idea de fondo, estuvo el debate del uso tecnológico para que los colectivos tomen sus propias decisiones.
Uruguay se suma así a un debate que ha ido avanzando en distintos países. En Brasil, donde seis de cada diez habitantes estaba a favor de la prohibición de los celulares en los centros educativos, el año lectivo empezó en febrero con la aplicación de una ley que restringe el uso.
Fue una medida que contó con el apoyo de fracciones políticas opuestas (legisladores cercanos a Lula y Bolsonaro votaron el texto) y que, como principal insumo, tuvo en cuenta el sustento popular: ocho de cada diez padres consideran que los celulares traen más perjuicios que beneficios para el aprendizaje, según el sondeo de Datafolha.
Brasil se sumó a una movida que ya había adoptado Francia, España, algunos Estados como Virginia, Florida e Indiana. Y que en Uruguay podría también convertirse en ley si prospera el proyecto del diputado colorado Maximiliano Campo.
El futuro ministro de Educación, José Carlos Mahía, dijo estar afín a la regulación del uso de celulares, aunque estimó que lo preferible era no hacerlo por ley. En Brasil, donde entró en discusión quién iría a fiscalizar la prohibición y cómo la medida implicaba una sobrecarga para los docentes, el presidente Lula justificó que la normativa de carácter nacional ayuda a generar el cambio cultural.
La evidencia científica sobre el perjuicio del uso de celulares para el aprendizaje es poco concluyente. Al respecto, el sociólogo Matías Dodel, especialista en desigualdades de acceso a las tecnologías de la información, suele usar una metáfora: es preferible que en las escuelas se enseñe a nadar a los alumnos, que se les advierta cuáles son aguas más turbulentas que otras, que se haga un proceso pedagógico paulatino antes que ponerle un cerco a la piscina y que los alumnos luego no sepan nadar.
Dodel viene insistiendo en que el prohibicionismo total, por más populista que parezca la medida, termina llevándole a los padres toda la carga del aprendizaje del uso responsable de las tecnologías. Comprende las quejas de algunos docentes sobre cómo los dispositivos son factores distractores, pero, a la vez, insiste en que pueden ser buenos aliados si se usan en su justa medida y de manera acordada.