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Estuvo a cargo de la Cárcel del Pueblo y cayó con Amodio Pérez: la historia de Rodolfo Wolf

Rodolfo Wolf fue uno de los últimos 47 presos políticos que fueron liberados el 14 de marzo de 1985; a 40 años de la liberación, cuenta su historia

18 de marzo 2025 - 5:00hs

Los tupamaros estaban agazapados en la Iglesia Metodista, en la calle Constituyente. Habían tomado el local para relojear la salida del subsecretario del Interior, Armando Acosta y Lara. A las 10.20 de la mañana Acosta y Lara puso un pie afuera de su casa. Salió también su esposa y un custodio. Lo ejecutaron. Una hora antes habían matado en Las Piedras al capitán Ernesto Motto. A las 7.10 de la mañana habían empezado en Ponce y Rivera, con el homicidio del subcomisario Oscar Delega y del conductor, el agente Carlos Leites.

Rodolfo Wolf fue uno de los que participó del ajusticiamiento —así le llama él— de Acosta y Lara. Desde la iglesia Metodista, la última operación del Plan Hipólito, como lo habían llamado, fueron a reunirse a un local todo el comando de la columna 15 del MLN. Sabían que a partir de ese 14 de abril de 1972 estaban condenados a muerte.

Embed - Rodolfo Wolf: "La derrota del MLN fue ideológica, política y militar"

En medio de la reunión, Wolf se fue porque tenía que evacuar otro local adonde habían matado a dos integrantes del MLN. Cinco minutos más tarde, del comando de la columna 15 no quedaba nadie. Resultado: Wolf se salvó, los demás murieron.

Esta es parte de la historia de Rodolfo Wolf, uno de los últimos 47 presos políticos liberados el 14 de marzo de 1985, después de la aprobación de la ley de amnistía.

—Te salvaste porque te fuiste cinco minutos antes…

—Sí, sí, pero no para salvarme yo, yo no sabía que iban a saltar y que los iban a matar a todos. Me hubiera quedado en la reunión para evaluar lo que había pasado con las otras acciones. Pero no me pude quedar porque tenía que salir a evacuar otro local, porque en cuatro horas capaz que estaban ahí y me seguían matando gente, así que me fui.

—¿Cómo convivías con esa realidad que era la guerra armada con la de tener una familia?

—La conclusión era que éramos raros. La militancia que desarrollábamos era de tal tipo, en parte porque era clandestina, en parte porque era muy absorbente, muy absorbente. Era 24 horas sobre 24 horas. No dormíamos. Entonces, eso nos hacía ser raros, socialmente raros, en relación con nuestra familia, de cualquier manera, claro, el círculo más íntimo lo podía comprender, o porque sabía, o porque sospechaba, o porque toleraba. Socialmente, un ejemplo, yo tenía compañera y me casé para tener un lugar de vivienda donde pudiera también funcionar, hacer reuniones y demás. Fueron dos, tres añitos, tuvimos un hijo juntos. Quiere decir, no había tiempo para hacer una vida normal.

—¿En algún momento dudaste de lo que estabas haciendo o tuviste dilemas internos? ¿Cómo lo vivías? ¿Cómo lo ibas procesando?

No, no, no, no. Yo era de los que creía y cumplía. Solo sobre el final, cuando ya no se avizoraba la derrota, pero veíamos que la ofensiva de las fuerzas conjuntas, particularmente la del ejército, nos obligaba a retroceder, tenía discrepancia. Cuidado, que eso no significa ni abandono ni visión de derrota. Nunca pensé en una derrota estratégica. Seguía confiando en la organización. Lo que planteaba era una retirada táctica, desaparecer por un tiempo, conservar lo que teníamos y no enfrentar. Yo planteé retroceder, pero siempre en el plano táctico, nunca me perdí la confianza en la organización, sí pensaba que se equivocaba en la táctica y un poco en la estrategia. Y nada más, eso fue el único momento en que tuve alguna duda, pero la pude expresar y la respuesta fue "no", por supuesto. Yo seguí haciendo lo que podía dentro de un panorama muy difícil para la organización.

—¿De qué época estamos hablando?

Estamos hablando del 70 y fines del 71, principio del 72. Ahí duramos poco, empezó la ofensiva y no fuimos capaces de resistirla, eso está claro. Lo que nunca concebí en esas épocas, no me hago ahora el visionario, nunca concebí una derrota de tal magnitud, porque nuestra derrota, la del MLN me refiero, fue ideológica, política y militar, y en lo militar confiábamos mucho, teníamos la convicción, nuestra convicción era fuerte de que se autorrecuperaba, que no nos iban a destruir y no fue así, en tres meses nos barrieron. En parte por los documentos que la dirección nos daba a leer. Y en parte, pero esto no creo que sea compartido por la dirección actual del MLN, en parte porque nos comimos y asumimos como propio, como real, lo que se proyectaba de nosotros tanto internamente como en el exterior. Es decir, que nos comimos el cuento de que éramos indestructibles.

—¿Por qué se comieron ese cuento, como decís vos, si en realidad se trataba de personas que estaban formadas, que podían ver más allá?

No, no, no, ese es un mito. No estábamos formados. Nos creíamos, pero no estábamos formados. No, no, no, ni hablar, eso ni hablar. Yo lo digo por experiencia propia, estuve en alguna escuela a cuadros y la definición de estrategia que tenía el MLN era muy mala. Y las dos veces a mí, bueno, me hicieron polvo porque di una definición de estrategia que no les gustaba. El MLN reconoció que en algún momento, en algún documento, dijo que se había quedado sin estrategia. La opinión mía es: no, nunca la tuvimos.

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Recorte de época del diario impreso de El País.

Recorte de época del diario impreso de El País.

—Estuviste a cargo de la Cárcel del Pueblo. ¿Cómo fue el momento en el que te agarran?

Bueno, estaba durmiendo, vestido y… con un arma. Entraron en el local. En un local de la organización y yo estaba con alguien que es mucho más célebre que yo, que era Héctor Amodio Pérez.

—A partir de que se lo llevan a los dos, tanto a vos como a Amodio Pérez, a los pocos días cae a la Cárcel del Pueblo. Y se los ha acusado de delatar, de dar información para la caída. ¿Cómo contás la historia con respecto a eso?

Cuando llegamos, pues nos separan. Te aplican un poco de apremio físico, como decían ellos, y aceptan la versión que les doy, que por supuesto era toda mentira. No iba a decir yo soy de Comando de la 15. Pero según la versión de un oficial de inteligencia, que no hay que confiar mucho, me dice: vos y Amodio siguieron caminos distintos. Tú ya sabes a dónde fuiste. Todavía me duele, le dije. (Amodio) pidió para hablar con el superior. Dijo que él ya estaba cansado de la lucha, que había pasado muy mal, que estaba dispuesto a negociar. Y entonces, según versión de militares que me llegaron, pactó la libertad de él y de su compañera, que ya había caído. Pactó eso por la entrega de la Cárcel de Pueblo y la dirección completa del MLN, aparentemente. Él sabía bien que la cárcel de Pueblo no la entregaba cualquiera, y menos yo, que era el responsable, menos yo. Yo sí los había instruido a los custodios que estaban ahí y sabían, les dije, a mí no me la pueden entregar. Lo que se quedó y quedó claro es que si llegaba alguien de la dirección, podían aceptar la palabra de ese enviado. Yo no podía entregarla, podría ir y hacerme matar. Y bueno, entonces después vinieron las versiones. Le entregó Fulano, le entregó Mengano... La cárcel de Pueblo fue negociada. Se puede criticar que fue mal negociada, que no debería haber habido nunca una negociación. Pero seguro que teníamos un traidor entre nosotros y no sabíamos.

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Recorte de época del diario impreso de El País.

Recorte de época del diario impreso de El País.

—¿Has tenido la oportunidad de volver a hablar con él?

No, me lo crucé un día en la calle y bueno, feliz de él, que no le voy a dirigir la palabra, ¿qué le voy a decir? El término que se le podría aplicar es que es muy ladino. Yo lo miré fijo, recto, así, pero él no levantó la vista

—¿No te quedaste con ganas de tener una conversación?

No, no, porque he leído muchas cosas que él publica y demás y sigue siendo muy astuto. Porque mezcla mentiras con hechos reales, tiene una memoria impresionante. Mezcla, mezcla, mezcla, no, es imposible agarrarlo en una contradicción y demás. He leído cosas por escrito de él, de entrevistas radiales, he escuchado y digo, pues, cómo se acuerda a este de acá. Y hay cosas que, aunque no me guste reconocerlo, que dice sobre el MLN y sobre todo sobre ciertos líderes del MLN, que en parte tienen razón, porque los conocía, si siempre fue un hombre de muchísimo peso.

20250228 Entrevista a Rodolfo Wolf, ex preso politico. Ciclo presos politicos a 40 años de su liberación.

—Después de que te agarraron pasaste muchos años preso, ¿qué te quedó de los días de encierro?

—Uno, la disciplina férrea. Dos, la resiliencia, ahora que está de moda. Tres, la solidaridad. Las tres son formas de subsistir. Porque si no te quedaba ninguna esperanza, lo que te quedaba era colgarte. Y sin embargo, cultivando estas tres cosas, la solidaridad me refiero entre los compañeros, ¿no? Los que estábamos, los que estuvimos ahí. Es decir, que ayudó mucho y son características que yo creo que hay que mantener si es posible toda la vida. Lo otro es complementario.

—¿Cómo fue salir después de estar tanto tiempo preso?

—El objetivo era dejar de ser raros, y tratar de integrarnos a la vida social normal, y que eso nos iba a costar. Con otro compañero, además, que hablamos de eso, de que la posibilidad de la salida puede ser tan fuerte como el de la entrada, y me dijo, o más, y en parte tenia razón. Salimos de una sociedad en que hacía años que habíamos estado entre paréntesis, porque a los 13 se agrega en ese otro periodo de intensa militancia en donde no estábamos totalmente integrados con el barrio. Entonces habías quedado como en una una especie de burbuja que te apartaba de la sociedad. En el proceso de readaptación tenías que hacer un esfuerzo. Bueno, o por lo menos este compañero del que hablo y yo, teníamos que mentalizarnos para hacer ese esfuerzo, para dejar de cerrarlo, para tratar de integrarnos a la sociedad, reincorporarnos, ver si podíamos volver a ser normales, normalitos.

¿Qué te acordás de esas últimas horas en prisión?

—Éramos unos cuarenta en aquel inmenso edificio, aflojaron un poco las medidas de seguridad, teníamos las puertas abiertas, podíamos deambular entre las celdas, cosa que antes no se podía, no se pudo durante 13 años, es decir que... como una especie de excitación colectiva que llevaba a hablar mucho y, hasta yo diría, y espero que no se ofenda a nadie, hasta desvariar un poco. Estábamos en una situación en que seguíamos estando en cierta incertidumbre, y eso llevaba a aumentar esa excitación que yo supongo que es normal, porque el ser humano ante ciertas situaciones que no sabe cómo responder y hay ciertos márgenes de incertidumbre siente zozobra, dudas, le asaltan dudas y demás. Pero todo eso se encaminó un poco cuando nos dijeron que preparábamos las cosas y vino un médico a pasar revisión médica. Si no es hoy será mañana, pero de acá nos vamos.

Cuando volviste a tu casa, cuando te reencontraste con tu vida, ¿qué había quedado entre paréntesis?

—Uno crea una especie de coraza, en lo emocional, en lo anímico, y hasta en lo afectivo, para no bajar la guardia nunca. Eso yo creo que me sirvió para enfrentar el choque emocional que significa el reencuentro. No fue mucho tiempo después cuando escribí esos cuentos que andan por ahí que me di cuenta que estaba bajando. Eso me impidió no tener bajones emocionales frente a la familia, los amigos, el reencuentro mismo. Creo que sirvió como defensa. No lo reivindico como algo bueno, es más bien inhumano. Es frío, insensible, lo de no hacer gestos ni ademanes lo conservé en tiempo. Fue mucho tiempo después, recuerdo que mi madre estaba enferma y me pidió que le leyera algunos de mis cuentos. Le dije, hay unos cuentos que no puedo leer. Y bueno, intenté leerlos... y ahí me di cuenta que uno, después de mucho tiempo, baja esa armadura.

Fue así que Wolf se cobijó en la literatura, y en el humor negro, para empezar a liberar lo que, más allá de lo físico, había quedado encerrado. Uno de esos cuentos es parte del libro Batallas de una guerra perdida (Banda Oriental, 2005) en el que describe cómo fue el 14 de marzo de 1985 para él.

El día llegó. Nos trasladaban sin capucha y sin esposar. Eso sí, nos pidieron colaboración. O sea, que nos portáramos bien. Después de trece años de haberlo hecho, no era una exigencia inasumible. Cuando antes de subir al vehículo en que nos trasladarían, me volví para dar una última mirada a aquella inmensa mole de cemento, ahora fría y silente como nunca, pensé, si me hubieran dejado un tiempo más, habría leído todos los libros que nunca, nunca, me llegaron. El día llegó. Nos trasladaban sin capucha y sin esposar. Eso sí, nos pidieron colaboración. O sea, que nos portáramos bien. Después de trece años de haberlo hecho, no era una exigencia inasumible. Cuando antes de subir al vehículo en que nos trasladarían, me volví para dar una última mirada a aquella inmensa mole de cemento, ahora fría y silente como nunca, pensé, si me hubieran dejado un tiempo más, habría leído todos los libros que nunca, nunca, me llegaron.

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