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14 de diciembre 2024 - 5:00hs

El 17 de marzo, Silvia y su hija Virginia estaban en el Aeropuerto de El Alto, en Bolivia, esperando para volver a Uruguay después de dos semanas de viaje, cuando las llamaron por el altoparlante. Habían encontrado siete gramos de marihuana en el equipaje de Virginia y las dos fueron detenidas.

Así comenzó una travesía de casi 120 días en los que madre e hija pasaron algo más de tres meses detenidas en la cárcel femenina de Obrajes de La Paz, acusadas de un delito de tráfico, que tiene una pena de hasta 25 años de prisión en ese país.

En entrevista con El Observador, Silvia recordó el miedo y la incertidumbre que vivió junto a su hija en las primeras semanas, todo lo que su defensa y la Embajada de Uruguay en Bolivia debió hacer para que las liberaran, y criticó la corrupción del sistema boliviano. "Lo loco de nuestro caso es que sembramos un precedente: no se pagó por salir".

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El día de la detención

Silvia, de 60 años, y Virginia, de 27, llegaron a Bolivia el 3 de marzo. Estuvieron unos días en La Paz. Fueron a la ciudad y al Salar de Uyuni. Pasaron por Copacabana, su Isla del Sol y su Lago Titicaca, y luego volvieron a La Paz para volver unos días después a Uruguay.

En la madrugada del 17 de marzo llegaron al Aeropuerto de El Alto, y tras los primeros trámites Silvia sintió su nombre en los altoparlantes. "Un hombre me dijo que me acompañaba hasta el lugar de las valijas porque habían encontrado un spray, yo no recordaba tener ninguno. Me dejó con otra persona, me mostró una maleta, preguntó si era mía y le dije que no".

En ese momento comenzó lo que llamó un "rulo boliviano", que definió como el estado en el que "siempre estás dando vuelta sobre lo mismo y no lográs comunicarte". Para salir de esa dinámica, dije que era de mi hija. La llamaron a ella y le dijeron que iban a abrir la maleta, porque perros antinarcóticos la habían identificado", relató.

Los oficiales abrieron el equipaje frente a ellas y encontraron los siete gramos dentro, según Silvia en una forma parecida a lo que acá conocemos como "prensado" o "paraguayo".

La madre incluso recuerda cómo fue que su hija obtuvo la marihuana: fue un hombre que vendía desmorrugadores, pipas y hojillas en una feria itinerante. Le dijo en qué plaza podía fumar, pero su hija decidió solo hacerlo en el apartamento. Silvia se considera "consumidora social", pero en aquella ocasión no fumó.

Rememoró que, luego de que que encontraran la droga, los oficiales las encerraron por unas horas, hasta que las sacaron para que declararan ante el fiscal de Narcotráfico Diego Farrachol.

Las uruguayas fueron con una abogada de oficio que era "de terror". "Quería que nos declaramos culpables, había ido en pijama. Nos dijo que la habíamos sacado de la cama". Ellas eligieron no declarar, y el fiscal las responsabilizó de un delito de tráfico, penado con 10 a 25 años de prisión, algo que cayó como "una bomba" entre las dos.

"Cuando te detienen, no investigan nada y te meten en prisión. Después investigan, pero incluso allí es relativo", lamentó Silvia, que reconoció que desconocían la legislación sobre la marihuana en Bolivia y la gravedad de lo ocurrido.

La vida en prisión de Silvia y Virginia: el vínculo madre e hija, la conocida uruguaya y el peor momento

Luego de la formalización por tráfico, Silvia y Virginia fueron trasladadas a un calabozo, en el que pasaron varios días antes de ser derivadas a la cárcel de Obrajes. Allí conocieron a una joven de 19 años que les adelantó lo que iban a vivir a continuación: "Nos dijo que íbamos a ir a Obrajes, que ahí su madre era la dealer, que íbamos a conocer a una uruguaya que estaba hace muchos años, y que el clima ahí no era tan feo".

Días después llegaron a Obrajes, en un ingreso traumático para Silvia. "Ya en la entrada hay una requisa y son unas bestias, a mí me hicieron pelota, muy ultrajante, muy violenta", lamentó la uruguaya. "Estuve mal no sé cuánto tiempo, mi hija fue más fuerte".

Según Silvia, la vida en prisión era "muy aburrida", y las ayudó contar con un patio en el que podían "tomar sol y estar un poco al aire libre". Obrajes es conocida por ser una cárcel de oficios que también cuenta con varios cursos, pero la mujer explicó que ellas estaban "en un limbo" ya que esas actividades solo eran para las personas ya condenadas, por lo que no tenían acceso.

"Al principio no sabíamos donde ponernos, las sillas y mesas tienen dueños. Me senté y me decían 'acá no te podés sentar'. Me paré y me decían 'acá no te podés parar'. Había una dueña, algunas dealers, una que era competencia de la que conocimos a la hija".

Lo primero que hicieron fue ir al psicólogo, con quien tuvieron un buen vínculo. Luego pasaban tiempo en la biblioteca, que las acercó a un club de lectura en el que sí podían participar. También estuvieron en un grupo de meditación, encabezado por un profesor argentino, lo que representó un acercamiento cultural que las emocionó.

Silvia y Virginia no se armaron ningún grupo de compañeras en la prisión, más allá de mantener buen vínculo con varias mujeres y ser siempre abiertas al diálogo, algo que creen las ayudó en su pasar por el centro.

Se juntaron mucho con Alda, una mujer uruguaya de 66 años que está hace 18 años presa en Bolivia. Sin embargo, la madre lamentó que su compatriota "está como suspendida en el tiempo, no tiene noción de lo que pasa afuera". No obstante, valoró que ella fue su "anfitriona" y las ayudó a tener un espacio para comer, cuando antes debieron pagar una manta para estar sentadas en el piso.

Desde el principio, Silvia y Virginia se escudaron entre ellas: "Hablábamos mucho entre nosotras. Hubo muchas discusiones, muchas catarsis. Tuvimos el apoyo del psicólogo, que en un momento nos derivó a terapia familiar, una francesa que iba una vez por semana. Nos replanteó todo, hablamos de todo".

"Cuando yo estaba mal, bien cosa de hija, ella me reclamaba porque la ponía mal a ella, en momentos en los que estuve muy desanimada", agregó.

Para Silvia lo peor fueron primeros dos meses, hasta que el 8 de mayo Fiscalía cambió la carátula de sus casos sobreseyendo a la madre y pasando el delito de la hija al de "consumo", penado con la expulsión del país y una multa para los extranjeros.

De ese tiempo, el momento que más sufrieron fue cuando les dijeron que la pena que iban a tener por el delito de tráfico era de 12 a 25 años, aunque con un buen abogado podían rebajarlo a ocho. "Cuando nos dijeron eso, fue el momento más trágico. Si nos daban ocho años nos dijimos que íbamos a buscar la forma para matarnos", dijo la mujer.

La pelea con la corrupción boliviana y la aparición de un actor clave

Desde el comienzo de su situación, la salida de Silvia y Virginia tuvo varias trabas, y la madre denunció que en Bolivia "hay toda una industria montada con la cárcel", con una corrupción en la que siempre hay que pagar para que el sistema avance.

"Sentamos un precedente porque no se pagó por salir, allá si no pagás no salís. Entrás sin que te investiguen y te van a pedir plata para que se mueva. Nadie lo cuestiona", relató Silvia.

De todas formas, la defensa de las mujeres, encabezada por el abogado Rodrigo Rey en Uruguay, sí tuvo que pagar en el proceso. La abogada boliviana que las representaba en ese país, a quien Silvia calificó como "una pesadilla", les pidió 2.500 dólares para acelerar el cambio de carátula y 500 dólares para acelerar el examen toxicológico a Virginia, prueba necesaria para comprobar que era consumidora y así ser expulsada del país.

La mujer también indicó que en un momento les pidieron 2.500 dólares por gramo de marihuana para su libertad, y dijo que el jefe de su hija –que trabaja en una agencia de viajes– se ofreció a pagar, pero su defensa se negó.

Para la madre todo empezó a cambiar a fines de junio, cuando apareció la Defensoría del Pueblo, un organismo estatal que trata casos humanitarios. El ente enviaba funcionarios una vez por semana a la cárcel, y un día Silvia contó su caso. Otra de las hijas le habló sobre este contacto a Rey, quien decidió enviar un mail al organismo para detallar la situación de las uruguayas. Le respondió Gabriela, para Silvia "un ángel" que apareció en el momento justo.

"Un sábado a la mañana fue a vernos y nos contó que había tomado el caso. Me agarró de las manos y me miró a los ojos, y prometió noticias para la semana próxima. Algo en la mirada me entró y le creí".

Allí, entre Rey y la Defensoría del Pueblo decidieron hacer mediático el caso, a pesar de que la abogada boliviana y la directora de la cárcel les recomendaron que no lo hicieran. El caso llegó a decenas de medios uruguayos y bolivianos.

Con apenas tres llamadas de cinco minutos por día, a las mujeres uruguayas les llegaba poco de lo que pasaba afuera, y no terminaban de creer el revuelo mediático que se había generado cuando sus amigos o sus familiares se los relataban.

"Cuando se tomó esa decisión ahí la cosa ya empezó a tomar otro gusto. Había una tele en el hall y salió nuestro caso. Ahí las presas empezaron a decir que 'si están en la tele van a salir', porque a los fiscales y jueces no les gusta la exposición", relató la madre. Pocos días después el caso tuvo sus primeros avances en casi dos meses: Fiscalía aceleró los trámites para liberar a Silvia y el Ministerio Público para condenar a Virginia.

La salida con tensión hasta el final y el volver a lo cotidiano

"Vas a salir hoy", le dijeron a Silvia el 3 de julio. Estuvo horas esperando a que su abogada llegara a la cárcel con un papeleo, llegó a pensar que se quedaba una velada más, hasta que cerca de la hora de dormir la llamaron.

A la mujer le habían robado su celular durante el viaje, así que le dieron el de su hija. Comenzó a ver todo lo que habían hecho cientos de personas por su libertad: "Sofía (su hija mayor) me dijo que me iba a ingresar a tres grupos para arrancar a trabajar. Cuando vi los grupos me emocionó un montón".

Durante los primeros días de libertad en Bolivia recibió decenas de llamados de uruguayos en Bolivia. Los connacionales de La Paz la invitaron a partidos, a comer y a pasear, en lo que describió como una ola de afecto.

El 12 de julio le llegó el turno de salir a Virginia. La audiencia que dictó su expulsión de Bolivia fue un día antes, un jueves, y esperaban poder realizar el papeleo necesario para que la hija saliera el viernes y no pasara otro fin de semana ahí. Pero el juzgado en el que debían realizar el papeleo cerraba a las 16:30, y a las 15:00 la abogada boliviana avisó que no iba a poder hacer nada esa jornada.

Rey habló con Gabriela, que se ofreció a ir, pero los tiempos no daban. "Ahí entra Moira (Toledo), la secretaria del embajador, que yo la bauticé 'Supermoira' porque nos hizo de madre de amiga. Ella habló con una persona del juzgado, un conocido, para que a esta persona le pusieran un auto y llegara", continuó la uruguaya.

Moira también habló con un conocido de ese juzgado para que esperaran a la abogada de la Defensoría del Pueblo y le permitieran completar el papeleo. Cuando lo terminó, llamaron a la directora de la cárcel para que la esperara y pudiese entregar todos los documentos y que Virginia saliera ese día. Cerca de la medianoche madre e hija se reunieron fuera de Obrajes, finalmente en libertad.

Estuvieron en Bolivia pocos días más. Pasaron gran parte del tiempo adentro del apartamento que les alquilaron, y sufrieron algunos "ataques de pánico" al salir a la calle. El miedo también estuvo presente cuando tuvieron que volver a El Alto, pero en la vuelta oficiales de Migraciones les pidieron disculpas por todo lo vivido y les garantizaron que tendrían seguridad durante todo el viaje.

Más de cuatro meses después del inicio de su viaje a Bolivia, madre e hija volvieron a Uruguay.

Silvia se fue "midiendo" para retomar su vida cotidiana de siempre. Trabaja en mercados y mercadillos, y el contacto con gente la abrumó al principio, al punto de volver a sufrir ataques de pánico. De todas formas, valoró "toda la movida" que se hizo para su liberación y dijo que hasta ahora siguen apareciendo personas que no la conocen pero que le dicen que participaron para ayudarla a ella y su hija.

"La vida cambió, no es la misma. No volví a lo de antes, se movió todo, las relaciones cambiaron todas, fue un tsunami de afecto que me inundó. Estábamos dentro de la cárcel y lo que más hablábamos era encontrarle un sentido a eso. Yo lo que siento es que a mí me ayudó a ser consciente de quien soy. Yo no era consciente de que era una persona tan querida".

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