Todo comenzó con una encuesta a los compradores de la marihuana en las farmacias habilitadas. Seis de cada diez consideraba que el efecto era “malo” o “muy malo”. Como se dice en la jerga: el cannabis oficial tenía “poco pegue”. Por eso el Instituto de Regulación y Control del Cannabis lanzó dos variantes del producto con más concentración de THC (la sustancia psicoactiva). ¿El resultado? La demanda supera a la oferta y en cuestión de horas los locales se quedan sin abastecimiento.
Las variantes de cannabis en Uruguay —al igual que las variantes del coronavirus— sigue el abecedario griego. Primero salieron al mercado las opciones Alfa y Beta, ambas cuentan con menos de 9% de THC (la sustancia psicoactiva) y más de 3% de CBD (que se usa para aliviar el dolor). Luego vino la Gamma con hasta 15% de THC (y menos de 1%) de CBD. Y en los últimos dos meses de 2024 inició la venta de Épsilon (con hasta 20% de THC). Es decir: cada vez se ofrece un producto con más efecto psicoactivo y cada vez los usuarios prefieren más esas variantes.
En solo dos meses en el mercado, la variante Épsilon se vendió más que la Alfa o la Beta en un año entero: 359 kilogramos (frente a 325 de Alfa y 240 de Beta). Al tiempo que la Gamma casi decuplicó a las variantes más “suaves” (2.254 kilogramos). Así lo muestran los datos del IRCCA al cierre de 2024 a los que accedió El Observador:
Esa preferencia de los usuarios empieza a tener sus impactos. En menos de un año creció en 10.000 personas el registro de adquirentes en farmacias. Y entre los registrados, cada vez más personas compran. ¿Qué significa? Antes de la existencia de las variantes con “más pegue”, solo cuatro de cada diez de los usuarios registrados iba a la farmacia y compraba (aunque sea unos pocos gramos al año). Ahora lo hace más de la mitad del listado.
Como consecuencia de esta demanda, las empresas cultivadoras casi dejaron de producir Alfa y Beta. De hecho, la variante Épsilon es “la gran apuesta” de este año. ¿El problema? Hay usuarios que siguen demandado las variantes con “menos pegue”.
Imagine un fumador de marihuana. Ese que está pensando es solo un usuario, pero no la norma. Los datos a los que accedió El Observador muestran que el perfil de los compradores en clubes cannábicos son bien distintos a los de farmacia (en los clubes la mayoría retira los 40 gramos mensuales), entre los de farmacia hay variedad de edades y de intereses (el que fuma para relajarse, el que busca el pegue, el que siente que lo ayuda a dormir mejor, el que prefiere sativa, el que quiere índica, al que le es indiferente…).
Antes —léase antes del comienzo de la venta en farmacias— esa variedad de consumidores venía de la mano de una caída de la percepción de riesgo. Pero las dos últimas encuestas del Observatorio Uruguayo de Drogas muestran que esa baja se frenó (e incluso hay un leve aumento del riesgo que se percibe tanto en el uso frecuente como ocasional).
Lo que no está tan claro es si también existe una percepción del riesgo de aumentar el porcentaje de THC (con mayor concentración en las variantes con más pegue).
Más pegue, ¿más peligroso?
“El porro no es inocuo”. Eso es lo primero que aclara el psicólogo Richard Rodríguez, quien está escribiendo su tesis doctoral sobre el vínculo entre el consumo de marihuana y la psicosis. Los datos preliminares de su estudio van en sintonía con la literatura científica internacional: existe una correlación entre consumo de cannabis y las chances de desarrollas un brote psicótico (un error en el juicio de la realidad).
Pero una correlación no siempre es causalidad. Es decir: los estudios internacionales —como uno canadiense que estos días encabeza las discusiones científicas tras haber seguido las consultas a emergencias de más de 9 millones de personas— apuntan a que aquellos que consumen marihuana tienen más chances de luego consultar por una psicosis (incluyendo esquizofrenia). Esas posibilidades se incrementan cuando se consume desde más temprana edad, con más frecuencia y más dosis.
La letra chica del IRCCA lo aclara: “El consumo continuado de cannabis lleva a un aumento de la tolerancia al THC. Por tanto, cada vez se necesitará más dosis para conseguir los efectos que antes se conseguían con menor cantidad. Al aumentar la dosis, aumentan los riesgos”.
El THC, a su vez, es dentro de los cerca de 100 canabinoides que tiene la planta de cannabis, uno de los que tiene más correlación con mayores síntomas agudos vinculados a psicosis. Y eso Rodríguez lo viene viendo en la clínica.
Un día le llegó a su consulta un joven de 19 años. Sus padres estaban preocupados porque su hijo había abandonado los estudios, había renunciado al trabajo y casi no se juntaba con sus amigos. Fumaba porro solo, en su cuarto. Un día vio por la ventana cómo pasaba un patrullero por su cuadra. Pensó que lo venían a buscar, que lo estaban espiando, que su teléfono estaba intervenido.
“Es un ejemplo de psicosis en un consumidor frecuente de marihuana”, comentó su terapeuta que a raíz de historias como estas se puso a investigar qué efectos sobre la mente causa el cannabis. Y ahora busca voluntarios de entre 18 y 40 años —fumadores y no— que quieran ser parte del estudio para que sea representativo de la población uruguaya de esa edad: https://emar.cicea.uy/
Cuando se consume marihuana, el THC actúa sobre sitios moleculares específicos en las células del cerebro llamados receptores de cannabinoides. Altera el sistema nervioso y eso produce cambios. La ciencia ya comprobó que el THC afecta áreas de la memoria y la capacidad atencional (por eso en el tránsito se controla la presencia de la sustancia porque incrementa las chances de accidentes viales). Pero no está tan clara la conexión con la psicosis más allá de la correlación. Y eso es lo que se quiere averiguar en Uruguay, aprovechando el “experimento” uruguayo de haber sido el primer país en el mundo en haber regulado y controlado todos los usos del cannabis.