Sesenta meses atrás, Luis Lacalle Pou se ajustaba el traje y se preparaba para recibir de Tabaré Vázquez la banda presidencial. Lo hacía con una inédita coalición de cinco partidos a sus espaldas cuyo funcionamiento era una incógnita y su ruptura pagaba poco entre quienes querían apostar.
Sesenta meses después, sin poder haber cumplido el sueño de entregarle el mando a otro blanco, dejará la Presidencia con la seguridad de haber transformado la incertidumbre por la duración de su gobierno en una certeza, pero además habiendo consolidado un liderazgo que sobrepasa las fronteras de su Partido Nacional.
La ascendencia se configuró mediante un ejercicio del poder de forma vertical que concentró en el piso 11 de la Torre Ejecutiva todas las decisiones. Desde las más importantes, que fueron escritas en un pizarrón, hasta la atención de otros temas que pueden ser entendidos como menores.
“El presidente está en todo”, fue una frase que repitieron ministros y jerarcas durante todo el período. En algunas ocasiones la expresaron con satisfacción pero en otras abrumados por la exigencia de respuestas a cuestiones que no estaban en su primer orden de prioridad.
A diferencia de su antecesor, prefirió los pico a pico que las redondillas y cuando su mandato era incipiente no dudó en marcar la cancha de cómo quería que se hicieran las cosas. La primera salida del Ejecutivo fue solo dos meses después de asumir cuando le cortó la cabeza al presidente de Antel por desviarse del rumbo de austeridad trazado en un mensaje que le llegó a toda la administración.
Siguiendo el eslogan de “hacerse cargo” de la campaña, en el arranque y frente a las dudas que había respecto a su autoridad por no tener experiencia como gestor, transmitió que no pensaba delegar y sostuvo incluso un tenso intercambio con el Sindicato Médico del Uruguay (SMU) cuando le pidieron que decretara la cuarentena obligatoria por la pandemia. Esa idea, que también había sido propuesta por Tabaré Vázquez y el Frente Amplio, fue desechada para optar por la “libertad responsable”.
Tal como ha reconocido, las jornadas en las que se debatió entre esas opciones fueron las más complejas de su gestión, pero los resultados del primer año de administración del covid-19 robustecieron su capital político.
Liderazgo ascendente
Diferentes circunstancias hicieron que la mayoría de quienes primero fueron sus competidores –y luego sus socios– quedaran por el camino en estos cinco años. Como una estrella fugaz, Juan Sartori desapareció del mapa, mientras que Jorge Larrañaga, su principal contendiente en la interna nacionalista, murió en mayo de 2021 mientras “brillaba” –en sus palabras– como ministro del Interior.
El fallecimiento dejó huérfano el liderazgo del ala wilsonista del Partido Nacional y hoy en día más que aludir a las categorías históricas son pocos los que se animan a decir que no son luisistas.
Aunque impedido de hacer política partidaria, su ascendencia sobre los blancos orbitó todo el período y varios integrantes del directorio dicen sin ambages que ninguna decisión se tomó sin consultar a la Torre Ejecutiva.
El liderazgo sobrepasó las fronteras y llegó hasta el histórico rival, tal como puso de manifiesto Andrés Ojeda al señalarlo en campaña electoral como su principal referente de la política nacional. El excandidato, hoy senador y secretario general, mantiene una disputa por el liderazgo con Pedro Bordaberry. A diferencia de Ojeda, Bordaberry no le ha sido tan elogioso, se ha mostrado crítico de algunos aspectos de su gobierno, y la relación no es la mejor.
La coalición y el futuro
Para este período, blancos y colorados representan el 90% de la oposición en el Parlamento y están empezando a discutir si les conviene competir en la próxima elección como Coalición Republicana a nivel nacional. Hasta ahora, no ha dicho lo que piensa acerca de la idea, aunque el proyecto común comparecerá por primera vez –formalmente– en mayo en tres departamentos.
Aunque fue electo senador, renunció a la banca y eligió el llano para pasar estos cinco años. Se integrará al Centro de Estudios para el Desarrollo (CED), una plataforma que le permitirá continuar posicionándose como referente liberal moderado de un partido de casi 200 años en un mundo de extremos y formaciones políticas fugaces.
A pesar de haber transitado escándalos como la entrega del pasaporte a Sebastián Marset y la prisión del jefe de su custodia Alejandro Astesiano, las encuestas muestran que deja el mando con números positivos sobre su gestión, lo que le permitirá administrar un capital político que lo pone en la línea de largada de 2029. Sus compañeros de partido ya están diciendo que quieren que sea el candidato, pero aún no ha dado señales de lo que hará.